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SOBRE LA ORACIÓN – San Agustín – IIIª Parte

La amistad, por su parte, no se reduce a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que hacia otros. Llega hasta los enemigos, pues se nos encarga el orar por ellos. Es decir, nadie hay en el género humano a quien no se le deba la caridad, si no por mutua correspondencia en el amor, por la común participación en la naturaleza.

  1. ¿Te place que, además de la salud temporal mencionada, deseen para sí y para los suyos honores y dignidades? En efecto, es decente el desearlos si con ello se atiende al bien de los subordinados, si no se buscan por sí mismos, sino por el bien que de ellos proviene. No sería decente el desearlos por vana pompa de ostentación, por exhibicionismo superfluo o por una nociva vanidad. Pueden desear para sí y para los suyos esa suficiencia de medios de vida de que habla el Apóstol de este modo:Es una gran ganancia la piedad con lo suficiente. Porque nada trajimos a este mundo y nada nos podremos llevar de él. Si tenemos la comida y el vestido, contentémonos con ellos. Pues los que pretenden enriquecerse caen en la tentación, en lazo y en hartas apetencias necias y nocivas, que sumergen a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque raíz de todos los males es la avaricia. Algunos, al practicarla, se desviaron de la fe y se enredaron en hartas aflicciones32.Quien desea esta suficiencia, y nada más desea, nada inconveniente desea. Porque, en otro caso, no la desea a ella, y, por lo tanto, no desea algo conveniente. Esa deseaba, y por ella oraba el que decía: No me des riquezas ni pobreza; otórgame lo que me es necesario y suficiente, no sea que, saciado, me vuelva mentiroso y diga: “¿Quién me ve?” O, si la pobreza me estrecha, me convierta en ladrón y perjure contra el nombre de Dios33. Ya advertirás que esta suficiencia se desea no por ella, sino por la salud corporal y por el oportuno decoro de la persona humana, decoro que es conveniente para aquellos con quienes se ha de tratar honesta y civilmente.
  2. En todas estas cosas se apetecen por sí mismas la integridad del hombre y la amistad, mientras que la suficiencia de los medios necesarios de vida no se apetece por sí misma cuando se desea como conviene, sino por esos otros dos bienes mencionados. La integridad se refiere a la vida misma: a la salud, a la plenitud del alma y del cuerpo. La amistad, por su parte, no se reduce a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que hacia otros. Llega hasta los enemigos, pues se nos encarga el orar por ellos. Es decir, nadie hay en el género humano a quien no se le deba la caridad, si no por mutua correspondencia en el amor, por la común participación en la naturaleza. Verdad es que nos deleitan mucho y justamente aquellos que a su vez nos aman santa y limpiamente. Hay que orar por esos bienes: cuando se poseen, para que no se pierdan, y cuando no se poseen, para alcanzarlos.
  3. ¿Es esto todo? ¿Se reduce a esto todo lo que constituye la suma de vida bienaventurada? ¿Acaso la verdad nos sugiere alguna otra cosa que haya de anteponerse a esos bienes? En efecto, la suficiencia y la integridad mencionadas, tanto la propia como la de los amigos, mientras se trate de lo temporal, hemos de desdeñarlas cuando se trata de alcanzar la vida eterna. Bien es verdad que, aunque esté sano el cuerpo, no está ya sano el espíritu si no antepone lo eterno a lo temporal, puesto que no se vive útilmente en el tiempo si no se negocia en méritos para la eterna. Luego no cabe duda de que todas las cosas que pueden desearse útil y convenientemente han de ser referidas a aquella vida en la que se vive con Dios y de Dios. Nos amamos a nosotros mismos justamente cuando amamos a Dios. Y, en conformidad con otro precepto, amamos con verdad a nuestro prójimo como a nosotros mismos cabalmente cuando, según nuestras posibilidades, le conducimos a un semejante amor de Dios. Es que a Dios le amamos por sí mismo, y a nosotros mismos y al prójimo nos amamos por El. Pero, aunque vivamos de ese modo, no pensemos que ya hemos alcanzado la vida bienaventurada y que ya nada nos queda por pedir. ¿Cómo puede ser bienaventurada nuestra vida faltándonos el bien único por el que vivimos bien?
  4. ¿Por qué desviar la atención a muchas cosas, preguntando qué hemos de pedir y temiendo nopedir como conviene?Más bien hemos de repetir con el Salmo: Una cosa pedí al Señor, ésta buscaré: que me permita habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida para poder contemplar el gozo de Dios y visitar su santo templo34. En aquella morada no se suman los días que llegan y pasan para componer una totalidad, ni el principio de uno es el fin de otro. Todos se dan simultáneamente y sin fin, pues no tiene fin aquella vida a la que pertenecen los días. Para alcanzar esa vida bienaventurada nos enseñó a orar la misma y auténtica Vida bienaventurada; pero no con largo hablar, como si se nos escuchase mejor cuanto más habladores fuéremos, ya que, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos35. Aunque el Señor nos haya prohibido el mucho hablar, puede causar extrañeza el que nos haya exhortado a orar, siendo así que conoce nuestras necesidades antes de que las expongamos. Dijo en efecto: Es preciso orar siempre y no desfallecer, aduciendo el ejemplo de cierta viuda: a fuerza de interpelaciones se hizo escuchar por un juez inicuo, que, aunque no se dejaba mover por la justicia o la misericordia, se sintió abrumado por el cansancio36. De ahí tomó Jesús pie para advertirnos que el Señor, justo y misericordioso, mientras oramos sin interrupción, nos ha de escuchar con absoluta certeza, pues un juez inicuo e impío no pudo resistir la continua súplica de la viuda. También nos pone ante la vista cuan afable y de buen grado llenará los deseos buenos de aquellos que saben perdonar los pecados ajenos, cuando aquella que trató de vengarse llegó al lugar que apetecía. Y aquel a quien le había llegado un amigo de viaje y no tenía nada que poner a la mesa, deseaba que otro amigo le prestase tres panes, en los cuales tres se simboliza quizá la Trinidad en una sola sustancia. El huésped encontró a su amigo ya acostado, con todos los siervos, pero le despertó, llamando con la mayor insistencia y molestia para que le diese los panes deseados. Y tuvo el amigo que dárselos más bien por librarse de la molestia que pensando en la benevolencia37. Ese ejemplo nos puso Cristo para que entendamos que, si el que está dormido y es despertado contra su voluntad por un pedigüeño se ve obligado a dar, con mayor benignidad nos satisfará el que no puede dormir y hasta nos despierta a nosotros cuando dormimos para que pidamos.

De la carta 130 de San Agustín a Proba

SOBRE LA ORACIÓN – San Agustín – IIª Parte

Ya te he explicado quién debes ser para orar. Ahora oye lo que has de orar, objeto principal de tu consulta, pues te impresiona lo que dice el Apóstol:No sabemos lo que hemos de pedir, como conviene30.Temes que pueda causarte mayor perjuicio el orar como no conviene que el no orar. Puedo decírtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada

  1. Antes de que llegue esta consolación, por mucha felicidad de bienes temporales que disfrutes, acuérdate de que estás desolada, para que persistas día y noche en la oración. Porque el Apóstol no encarga ese deber a cualquier viuda,sino la que es,dice, verdadera viuda y desolada, espere en el Señor y persista en la oración de día y noche20. Pero evita con gran cautela lo que sigue: Mas la que vive en placeres, aun viviendo está muerta21. Trata el hombre en aquellos intereses que ama, en los que apetece como cosa grande, en aquellos con los que se considera dichoso. Por eso lo que la Escritura dice de los ricos: Si abundan las riquezas, no apeguéis el corazón a ellas22eso mismo te digo de los placeres: si abundan, no apegues el corazón a ellos. No te sobrestimes porque los placeres no te faltan, porque te inundan, porque fluyen como de la generosa fuente de la felicidad terrena. Menosprécialos y desdéñalos en absoluto y nada busques en ellos sino la íntegra salud del cuerpo. Sólo la salud es estimable por razón de las obligaciones que impone la vida, antes de que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad23, es decir, de una verdadera, perfecta y perpetua salud, que no vaya decayendo con la terrena enfermedad ni tenga que repararse con un placer corruptible, sino que se mantenga en la constancia celestial y viva en la eterna incorrupción. El mismo Apóstol dice: No convirtáis en concupiscencia el cuidado de la carne24porque hemos de cuidar la carne, pero para las necesidades de la salud. Y como él mismo dice también: Nadie tuvo jamás odio a su carne25. A Timoteo, que al parecer era un excesivo castigador de su cuerpo, le amonesta a que beba un poco de vino por razón del estómago y de las frecuentes enfermedades26.
  2. Si la viuda vive en esos placeres, esto es, si habita en ellos y se apega a ellos por el placer del corazón, viviendo está muerta. Por eso muchos santos y santas los evitaron por todos los medios; desparramaron por las manos de los pobres esa misma riqueza, que es como la madre de los placeres. La trasladaron con mayor seguridad a los tesoros celestiales. Si tú no la repartes porque te ves ligada por una obligación de familia, bien sabes qué cuenta has de dar de ella a Dios.Nadie sabe lo que pasa en el hombre sino el espíritu del hombre que en él está27y por esono debemos nosotros juzgar nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor e ilumine los secretos de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios28. Si nadas en placeres, toca a tu preocupación de viuda el no apegar el corazón, para que no se corrompa y muera entre ellos ese corazón, que debe estar en alto para vivir. Cuéntate en el número de aquellos a quienes se escribió: Vivirán sus corazones eternamente29.
  3. Ya te he explicado quién debes ser para orar. Ahora oye lo que has de orar, objeto principal de tu consulta, pues te impresiona lo que dice el Apóstol:No sabemos lo que hemos de pedir, como conviene30.Temes que pueda causarte mayor perjuicio el orar como no conviene que el no orar. Puedo decírtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada. Todos los hombres quieren poseerla, pues aun los que viven pésima y airadamente no vivirían de ese modo si no creyesen que así son o pueden ser felices. ¿Qué otra cosa has de pedir, pues, sino la que buscan los buenos y los malos, pero a la cual no llegan sino sólo los buenos?
  4. Quizá me preguntes aquí qué es la vida bienaventurada. En esta cuestión se han atormentado los ingenios y ocios de muchos filósofos, los cuales tanto menos la pudieron hallar, cuanto menos honraron a la Fuente de esa vida y no le dieron gracias. Mira, pues, primero si hemos de atender a los que dicen que es feliz aquel que vive según su voluntad. Líbrenos Dios de pensar que eso es verdad. ¿Y si uno quiere vivir inicuamente? ¿No demostrará que es tanto más mísero cuanto mayor facilidad halla su capricho para lo malo? Con motivo desecharon esa opinión aun aquellos mismos que filosofaron sin adorar a Dios. Uno de ellos, varón elocuentísimo, dijo: “Otros que no son filósofos, pero que están dispuestos a discutir, afirman que son felices los que viven como quieren. Es una falsedad, porque el querer lo que no conviene es la misma miseria. No es tan triste el carecer de lo que quieres como el querer conseguir lo que no conviene”. ¿No te parece que esas palabras han sido dichas por la misma Verdad por medio de un hombre cualquiera? Podemos afirmar aquí lo que el Apóstol dice de cierto poeta cretense al aceptarle una frase: Este testimonio es verdadero31.
  5. Aquel es bienaventurado que tiene cuanto quiere y no quiere nada malo. Si esto es así, busca qué hombres no quieren el mal. Uno quiere casarse; otro, libre del matrimonio, prefiere pasar en continencia su viudez; otro renuncia a toda unión carnal aun dentro del matrimonio. Se ve que en esto unos son mejores que otros, pero podemos decir que ninguno de ellos quiere algo que no le sea conveniente. Así también el desear tener hijos, que es el fruto de las bodas, o el desear que esos hijos gocen de vida y de salud, deseo que alberga la mayor parte de las veces incluso la viuda que vive en continencia. Porque, aunque desdeñen su anterior matrimonio y ya no deseen tener hijos, desean que se conserven incólumes los que antes tuvieron. De todas estas preocupaciones está libre la virginidad integral. Pero todos tienen allegados, a quienes aman y a quienes desean la salud temporal, sin que ello les sea inconveniente. ¿Podemos decir que son ya bienaventurados los hombres cuando han logrado salud en su persona y en la de aquellos a quienes aman? He aquí, en efecto, algo que pueden desear decentemente. Sin embargo, están aún muy distantes de la vida bienaventurada si no poseen otros bienes mayores ni mejores, más henchidos de utilidad y de nobleza.

De la carta 130 de San Agustín a Proba

SOBRE LA ORACIÓN – San Agustín – Iª Parte

En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión9, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar.

  1. Recuerdo que me pediste, y yo convine en ello, que había de escribir algo para ti acerca de la oración. Ahora que ese Dios a quien oramos me ayuda y tengo tiempo y oportunidad, voy a pagar mi deuda y ponerme al servicio de tu piadoso deseo en la caridad de Cristo. No puedo explicar con palabras el gozo que me causó tu petición, pues en ella reconocí lo mucho que te preocupas por tan alto negocio. ¿Qué ventaja mayor pudo ofrecerte tu viudez que la constancia en la oración de día y de noche, según el aviso del Apóstol, que dice:La que es verdaderamente viuda y desolada, espere en el Señor y persista en la oración de día y de noche?1Puede causar extrañeza el que, siendo, según este siglo, noble, rica, madre de numerosa familia, viuda en el siglo, aunque no desolada, haya llegado a ocupar tu espíritu y a reinar en él esa preocupación de orar; pero es porque prudentemente entiendes que en este mundo y en esta vida no hay alma que pueda vivir segura.
  2. Quien te infundió ese pensamiento, hace contigo, sin duda, lo que hizo con sus discípulos. Entristecidos quedaron, no por sí mismos, sino por el género humano, y desesperanzados de la salvación de todos, al oír que era más fácil que un camello entrara por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. El Señor les hizo una portentosa y benigna promesa: que para Dios era fácil lo que para los hombres era imposible2. Pues aquel para quien es fácil hacer entrar a un rico en el reino de los cielos te inspiró esa piadosa solicitud, sobre la cual te decidiste a preguntarme cómo has de orar. Cuando todavía estaba Jesús en la carne, envió al rico Zaqueo al reino de los cielos. Resucitado y glorificado, después de la Ascensión, hizo que muchos ricos desdeñasen este siglo, repartiéndoles el Espíritu Santo, y aun los hizo más ricos poniendo fin a su codicia de riquezas ¿Cómo te preocuparías tú de orar a Dios si no esperases en Él? ¿Y cómo esperarías en Él si esperases en lo incierto de las riquezas y despreciases el precepto del Apóstol? Dijo, pues, el Apóstol:Manda a los ricos de este mundo que no se jacten de su saber ni esperen en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos da de todo abundantemente para gozarlo; para que sean ricos en obras buenas y repartan con facilidad y comuniquen y se atesoren un fundamento bueno para el futuro, para que conquisten la vida eterna3.
  3. Debes, pues, por el amor de la vida verdadera, considerarte desolada en el siglo, sea cualquiera la felicidad que te envuelva. En conformidad con aquella vida verdadera (en cuya comparación esta que tanto se ama, por muy alegre y larga que sea, no merece el nombre de vida) es también verdadero el consuelo que el Señor promete por el profeta, diciendo:Le daré un consuelo verdadero, paz sobre paz4.Sin ese consuelo, en todos los otros consuelos más se encuentra desolación que consolación. Porque las riquezas y las cumbres de los honores y las demás vanidades con que se juzgan felices los mortales, por no conocer aquella verdadera felicidad, ¿qué consolación brindan, cuando en ellas es más importante no necesitar que sobresalir, cuando atormentan, después de adquiridas, con el temor de perderlas, mucho más que con el ardor de poseerlas cuando aún no se tienen? Con tales bienes no se hacen buenos los hombres; los que se hicieron buenos por otra parte, hacen por el buen uso que ellas sean bienes. No está en ellas el verdadero consuelo, sino más bien allí donde está la verdadera vida, puesto que es necesario que el hombre se haga bienaventurado con lo mismo que se hace bueno.
  4. Parece que los hombres buenos brindan en esta vida no pequeños consuelos. Si la pobreza aprieta, si el luto entristece, si el dolor corporal atormenta, si acongoja el destierro, si cualquiera calamidad angustia, hay hombres buenos que no sólo saben alegrarse con los que se alegran, sino también llorar con los que lloran5, y saben hablar y conversar amablemente. Suavizan no poco las asperezas, alivian las cargas, ayudan a superar las adversidades; pero en ellos y por ellos obra aquel que los hace buenos con su Espíritu6. Por el contrario, si las riquezas abundan y ninguna orfandad sobreviene, si hay salud en la carne y habitación incólume en la patria, pues en ella hay también hombres malos de quienes nada puede fiarse, de quienes se temen y soportan el fraude, el dolo, los arrebatos, las discordias y las traiciones, ¿acaso no se convierten en amargas y duras todas aquellas riquezas? ¿Acaso se encuentra en ellas parte dulce o alegre? En todos los negocios humanos, nada es grato para el hombre si no tiene por amigo al hombre. ¿Quién puede hallarse que sea tan buen amigo, que podamos tener en esta vida seguridad cierta de su intención y de sus costumbres? Como nadie se conoce a sí mismo, tampoco unos a otros se conocen; y nadie se conoce a sí mismo hasta el punto de estar seguro de su conducta en el siguiente día. Por eso, aunque muchos sean conocidos por sus obras7y otros muchos alegren a los prójimos con su buena conducta, otros muchos los entristecen con la suya mala. Por esa ignorancia e incertidumbre del ánimo humano, nos amonesta justamente el Apóstol a que no juzguemosantes de tiempo, hasta que venga el Señor, e iluminará los secretos de las tinieblas, y manifestará los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios8.
  5. En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión9, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar. Aprenda en las divinas y santas Escrituras a dirigir a ellas la vista de la fe como a una lámpara colocada en un tenebroso lugar hasta que nazca el día y el lucero brille en nuestros corazones10. Como una fuente inefable de ese resplandor es aquella luz, que reluce en las tinieblas11de tal modo que las tinieblas no la envuelven. Para verla hemos de limpiar nuestros corazones por medio de la fe12, puesbienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios13sabemos que cuando apareciere seremos semejantes a El, porque le veremos como El es14. Entonces habrá verdadera vida tras la muerte, y verdadero consuelo tras la desolación. Aquella vida eximirá a nuestra alma de la muerte, y aquel consuelo librará nuestros ojos de las lágrimas. Y pues allí no habrá tentación alguna, sigue diciendo el Salmo: Y librará mis pies de la caída. Pues si no hay ya tentación, tampoco habrá oración; porque no cabrá allí esperanza del bien prometido, sino goce pleno del bien otorgado. Por eso sigue diciendo: Agradaré al Señor en la región de los vivos15en que entonces estaremos, no en el desierto de los muertos, en que ahora estamos. Porque estáis muertos, dice el Apóstol, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; mas cuando apareciere Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis vosotros con él en la gloria16. Esa es la verdadera vida, que los ricos deben conquistar con sus buenas obras, según tienen mandado. Una viuda desolada, aunque tenga muchos hijos y nietos y lleve piadosamente su casa, procurando que todos los suyos pongan su esperanza en Dios17, tiene que decir con este consuelo en la oración: Mi alma tuvo sed de ti; ¡cuánto te desea mi carne en esta tierra desierta, y sin camino, y sin agua!18 Esto es esta vida moribunda, por muchos consuelos humanos que la rodeen, por muchos compañeros de camino que tenga, por mucha abundancia de cosas que la llenen. Bien sabes cuan inciertas son todas las delicias. Y en comparación de aquella felicidad prometida, ¿qué podrían ser, aunque no fuesen inciertas?
  6. Te digo esto porque has solicitado mis palabras, tú, una viuda rica y noble, madre de numerosa familia, acerca de la oración; te invito a que te sientas desolada en medio de todos los que permanecen contigo en esta vida y te atienden, porque todavía no has alcanzado aquella vida en la que se da el verdadero y cierto consuelo, donde se cumplirá lo que está escrito por el profeta:Por la mañana nos saciamos de tu misericordia y nos hemos alegrado y regocijado en todos nuestros días. Nos hemos congratulado por los días en que nos humillaste, por los años en que vimos la adversidad19.

De la carta 130 de San Agustín a Proba

NECESIDAD DE LA CRUZ

¡Feliz el alma que se abandona en manos del Obrero eterno! Por su Espíritu, todo fuego y amor, que es “el dedo Dios”, el artista divino cincelará en ella los rasgos de Cristo a fin de que se parezca al Hijo de su amor, según el designio inefable de su sabiduría y de su misericordia.

D. Columba Marmion, OSB

No nos dejemos abatir por las pruebas, las contradicciones. Ellas serán tanto más grandes y profundas cuanto Dios nos llame a mayor perfección. ¿Por qué esta ley?

Porque es el camino por donde pasó Jesús, y cuanto más queramos estar unidos a Él, tanto más debemos asemejarnos a Él en el más profundo e íntimo de sus misterios. San Pablo, ya lo sabéis, reduce toda la vida interior al conocimiento práctico de Jesús, y de Jesús crucificado. Y Nuestro Señor mismo nos dice que el “Padre, que es el divino viñador, poda la rama para que dé más frutos”. Purga bit eum ut fructum plus afferat. Dios tiene mano poderosa, y sus operaciones purificadoras llegan a profundidades que sólo los santos conocen; por las tentaciones que permite, por las adversidades que envía, por los abandonos que y soledades que produce en el alma, intenta deshacerla de lo creado; la “persigue para poseerla”; penetra hasta los tuétanos, “rompe hasta los huesos”, como dice Bossuet en alguna parte, “a fin de reinar solo”.

¡Feliz el alma que se abandona en manos del Obrero eterno! Por su Espíritu, todo fuego y amor, que es “el dedo Dios”, el artista divino cincelará en ella los rasgos de Cristo a fin de que se parezca al Hijo de su amor, según el designio inefable de su sabiduría y de su misericordia.

Hay almas que tienen mucha actividad: hacen oración, se dan a la mortificación, se dedican a obras… adelantan, pero cojeando, un poco, porque su actividad es en parte humana. Hay otras almas que Dios ha tomado de su mano y que adelantan mucho, porque es Él mismo quien obra en ellas. Pero, antes de llegar a este segundo estado, se debe sufrir mucho, porque conviene que antes haya dejado sentir el Señor al alma que ella no es nada, ni puede nada; conviene que Él llegue a decir con toda sinceridad: Ut jumentum factus sum, apud te: ad nihilum redactus sum et nescivi: “Yo soy estúpido, sin inteligencia, como bestia de carga ante el Señor.”

Querida hija mía, es esto lo que el Señor está dispuesto hacer en vos, y tendréis que sufrir mucho mientras no logréis este resultado; pero no os espantéis si sentís que todo hierve en vos; no os desaniméis si, luego, sentís vuestra incapacidad porque Dios, después de haber como anulado vuestra actividad humana, vuestras energías naturales, tomará Él mismo al alma y la conducirá a la unión consigo. Cuando hagáis el Vía-Crucis, uníos a los sentimientos que tenía nuestro divino Salvador; esto no puede dejar de agradar al Padre Eterno, si le ofrecemos la imagen de su Hijo. En la XIV estación, vemos el Cuerpo de Nuestro Señor exinanitum, “inanimado”, pero tres días después sale del sepulcro, lleno de vida, de una vida magnífica… Lo mismo acaecerá con nosotros; si dejamos que Dios obre en nosotros, después de que Él haya destruido todo lo que en nosotros se opone a la gracia, nos llenará de su vida; será la realización de esta palabra: Christus mihi vita: “Cristo es mi vida.”

A esto debéis aspirar: el Padre eterno sólo desea ver en vos a su Hijo. Acordaos de la palabra de san Pablo: Ut inveniat in illo: Yo deseo ser hallado en Cristo (no con mi propia justicia). Os aconsejo que pongáis todas las mañanas cada una de vuestras facultades a los pies de Cristo, a fin de que todo salga de Él y que vos nada hagáis sino por amor a Él.

No hay duda alguna de que vuestras penas interiores forman gran parte del plan de Dios misericordiosísimo para la santificación de vuestra alma. Todos hemos pasado por este invierno, porque “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. Era necesario que vuestra alma fuese surcada por el sufrimiento; que experimentaseis que el sentimiento del entero abandono por parte de Dios es el mayor de todos los sufrimientos: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me habéis abandonado?” Porque erais agradable a Dios, era necesario que la prueba os visitara… Después del invierno vendrá la primavera; luego, el verano…

El sufrimiento desprende al alma

Después de que el sacerdote, ministro de Cristo, nos ha impuesto en el sacramento de la penitencia la satisfacción necesaria y, por la absolución, ha lavado nuestra alma en la sangre divina, añade estas palabras: “Que todos los esfuerzos que hagas para cumplir el bien, que todo cuanto sufras, sirva para el perdón de tus pecados, aumento de la gracia y recompensa en la vida eterna.”

Por esta plegaria, el sacerdote da a nuestros sufrimientos, a nuestros actos de satisfacción, de expiación, de mortificación, de reparación, de paciencia —que de esta manera une al sacramento— una eficacia particular, que nuestra fe no puede olvidar de poner a luz. “En remisión de tus pecados,”

El Concilio de Trento enseña a este propósito una verdad muy consoladora. Nos dice que Dios tiene tal munificencia en su misericordia, que no sólo las obras de expiación que el sacerdote nos impone, o que nosotros mismos escogemos, sino también todas las penas inherentes a nuestra condición humana, todas las contrariedades temporales que Dios envía o permite y que nosotros soportamos con paciencia, sirven, por los méritos de Jesucristo, de satisfacción cerca del Padre celestial. Por esto —y yo no sabría encarecéroslo bastante—es una práctica muy excelente y fecunda, la de que cuando nos presentemos ante el sacerdote o, mejor aún, ante Jesucristo, para acusar nuestras faltas, aceptemos, en expiación de ellas, todas las penas, todas las contrariedades, todas las contradicciones que nos puedan sobrevenir; y más aún, la de señalarnos en este momento tal o cual acto de mortificación, por insignificante que sea, para irlo cumpliendo hasta la confesión siguiente.

La fidelidad a esta práctica, que encaja muy bien con el espíritu de la Iglesia, es extraordinariamente fecunda.

Por de pronto, evita el peligro de la rutina. Un alma que se sumerge de tal modo, por la fe, en la consideración de la grandeza de este sacramento por el que se nos aplica la sangre de Jesús, y que, por una intención llena de amor, se ofrece a soportar con paciencia, en unión con Cristo en la cruz, todo cuanto se presente de duro, difícil, penoso, contrario en su vida, una alma así es refractaria a la rutina que se pega, en muchas personas, en la frecuente confesión.

Además, esta práctica representa un acto de amor en gran manera agradable a Nuestro Señor, porque indica la voluntad de participar de los sufrimientos de su Pasión, el más santo de sus misterios.

Hay renuncias que, por decreto de la Providencia, trae consigo el curso de la vida y que debemos aceptar como verdaderos discípulos de Jesucristo: tales son el sufrimiento, la enfermedad, la muerte de seres amados, los reveses y adversidades, las contrariedades y contradicciones que dificultan la realización de nuestros planes, el fracaso de nuestras empresas, nuestras decepciones, los momentos de tedio, las horas de tristeza, el “peso del día”, que abatía ya entonces tan fuertemente a san Pablo hasta el extremo de que “la existencia —lo dice él mismo— le era pesada”… tantas miserias que nos despegan de nosotros mismos y de las criaturas, no sin mortificar nuestra naturaleza, y “haciéndonos morir” poco a poco, “cada día”: quotidie morior.

Ésta era la frase de san Pablo; pero, si “él moría cada día”, era para vivir más, cada día también, la vida de Cristo.

Siento mucha compasión por vos, por la prueba que Dios os envía en estos momentos. Es un martirio. Sin embargo, yo me conformo enteramente con la santa voluntad de nuestro amado Señor, que os envía esta cruz tan íntima de su Corazón Sagrado. Creedme, y os lo digo en nombre de Dios, esta prueba os ha sido enviada por el amor de Nuestro Señor, y ella debe realizar una obra en vuestra alma que ninguna otra podría llevarla a cabo. Será la destrucción de vuestro amor propio, y, cuando salgáis de esta prueba, seréis mil veces más querida de su Sagrado Corazón que antes. Pues, aunque os tenga mucha compasión, no quisiera por nada del mundo que dejarais de pasarla, porque veo que Jesús, que os tiene un amor mil veces mayor que el que os podáis tener vos misma, permite que os alcance esta prueba. Estad segura de que durante todo este tiempo, os encomendaré mucho en mis oraciones y sacrificios, para que Dios os de fortaleza para saber aprovecharos bien de esta gracia.

Ya sabéis que Dios se complace en conducirnos por el camino de la perfección a la luz de la obediencia, y con Frecuencia nos priva de toda otra luz y nos conduce sin dejarnos comprender sus caminos. Conviene mantenerse, durante pruebas semejantes, en una sumisión completa y en una convicción inquebrantable —a pesar de lo contrario que os puedan inspirar vuestra razón o el demonio— de que sabrá sacar su gloria y vuestro crecimiento espiritual de manera muy diferente de la que habríais escogido por vuestra cuenta. Yo os digo de parte de Dios que esta prueba es una ganancia para vos, y estoy tan convencido que, desde que me di cuenta de su comienzo, sabía que duraría una temporada; es muy dolorosa, es la mayor de las cruces que Dios puede enviar a un alma que lo ama, pero, mientras seáis obediente, no hay peligro ninguno.

El sufrimiento da frutos para el alma y para toda la Iglesia

Dios colma de bendiciones especiales al alma poseída del espíritu de abandono. Se siente uno incapaz de decir lo que Dios hace en esta alma, cómo adelanta en santidad. La conduce por caminos seguros a la cumbre de la perfección. A veces, es cierto, puede parecer que estos caminos contrarían el fin, pero “Dios logra sus fines, guiando todas las cosas con fuerza y dulzura”. “Todo”, decía Jesús a su fiel sierva Gertrudis, “tiene su hora en los adorables designios de mi providente Sabiduría”.

¡Felices las almas a quienes Dios llama a vivir sólo de la desnudez de la cruz! Ésta es para ellas un manantial inagotable de preciosas gracias.

Los sufrimientos son el precio y la señal de los verdaderos favores divinos… Las obras y las fundaciones basadas en la cruz y el sufrimiento son las únicas durables.

Los sufrimientos que habéis soportado son, para mí, señal de una bendición especial de Aquel que, en su sabiduría, ha querido basarlo todo en la cruz.

Hay en vuestra carta una frase que me satisface mucho, porque en ella adivino una fuente de gran gloria de Dios. Decís: “En mí no hay nada, absolutamente nada, en que yo pueda tener un poco de seguridad. Así, pues, no ceso de abandonarme con confianza en el corazón de mi maestro.” Ésta es, hija mía, la verdadera alegría, porque todo lo que Dios hace por nosotros es efecto de su misericordia, movida por el reconocimiento de esta miseria; y un alma que ve su miseria y que la presenta continuamente a los ojos de la misericordia divina, da mucha gloria a Dios, dándole ocasión de mostrar su bondad al alma. Continuad siguiendo este atractivo, y dejaos conducir, en medio de las tinieblas de la prueba, a la unión que Dios os prepara con Cristo.

En cuanto vos, Nuestro Señor me obliga a rogar mucho para que permanezcáis con gran generosidad sobre el altar de la inmolación con Jesús. Un alma, por miserable que sea, unida así a Jesús en su agonía, pero, como Abraham, “esperando contra toda esperanza”, da una gloria “inmensa” a Dios y ayuda a Jesús en su obra de la Iglesia.

Veo que habéis sufrido, yo he sufrido también: ¡estamos tan unidos! Pero, sin embargo, no podía desear otra cosa. Yo os he depositado con Jesús, como su Amén, en el fondo del seno del Padre. Él os ama infinitamente mejor que yo. Yo os entrego a Él, como María entregó a Jesús, y si Él quiere clavaros en la cruz con vuestro Esposo, si quiere para vos la vergüenza, el sufrimiento y equivocaciones, si quiere para vos la inmolación, yo lo quiero también, como lo quiero para mí mismo. No hemos sido hechos para gozar aquí abajo: nuestra felicidad está arriba: Sursum corda. En el plan divino, todo bien viene del Calvario, del sufrimiento. San Juan de la Cruz ha dicho que Nuestro Señor no da casi nunca el don de la contemplación, de la unión perfecta, más que a aquellos que han trabajado mucho y sufrido mucho por Él. Pues bien, mi anhelo sobre vos es esta unión perfecta, tan fecunda para la Iglesia y las almas. San Pablo nos dice: “De buena gana me gloriaré de mis flaquezas, a fin de que la fuerza de Cristo habite en mí.” Yo os deseo ver muy débil en vos misma, pero llena de la virtus Christi. Jesús ha prometido que, por la Santa Comunión, no solamente nosotros moraremos en Él, sino que Él morará en nosotros. Es ésta la virtus Christi. Cuando más nuestra vida proceda de Él, tanto más tendremos la virtus Christi, más nuestra vida glorificará al Padre: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto; aquel que mora en Mí y Yo en Él, éste da mucho fruto.”

El Señor es dueño de sus dones y, sin mérito ninguno de su parte, llama a ciertas almas a una unión más íntima con Él, a compartir sus penas y sus sufrimientos, para gloria de su Padre y bien de las almas: Adimpleo in corpore meo quae desunt passionum Christi pro corpore ejus, quod est Ecclesia: “Yo completo en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo para su cuerpo místico que es la Iglesia.” “Nosotros somos el cuerpo de Cristo y miembros de sus miembros.” Dios hubiera podido salvar a los hombres sin que éstos hubiesen tenido que sufrir o merecer, como lo hace con los niños pequeños que mueren después del Bautismo. Pero, por decreto de su adorable sabiduría, había decidido que la salvación del mundo dependiera de una expiación, de la cual su Hijo Jesús sufriría la mayor parte, pero a la que se asociarían sus miembros. Muchos hombres se olvidan de dar su parte de sufrimientos aceptados en unión con Jesucristo.

Por esto, Nuestro Señor escoge a algunas almas que se asocian a la gran obra de la redención. Son almas selectas, víctimas de expiación y de alabanza. Estas almas hacen mucho por la gloria de Jesús, mucho más de lo que se puede imaginar, y las delicias de Jesús están en hallarse en ellas. Pues bien, hija mía, estoy persuadido de que vos sois una de estas almas. Sin mérito ninguno de vuestra parte, Jesús os ha escogido. Si sois fiel, llegaréis a una estrecha unión con Nuestro Señor y, una vez unida a Él, perdida en Él, vuestra vida será muy fecunda para su gloria y la salvación de las almas. El día de las bodas místicas, no veréis sino flores de la corona que Dios colocó sobre vuestra cabeza. Pero, hija mía, no olvidéis jamás que la esposa de un Dios crucificado es una víctima. Os digo esto, porque preveo que sufriréis y os hace falta mucho ánimo, mucha fe, mucha confianza. Se tendrá que atravesar desiertos, tinieblas, oscuridades, desalientos, abandonos. Sin esto, vuestro amor no sería nunca profundo, ni fuerte. Pero si sois fiel y abandonada, Jesús os tenderá siempre la mano: “Aunque tenga que pasar por las tinieblas de la muerte, nada temeré, pues Vos estáis conmigo.”

 

Columba Dom MarmionDios nos visita a través del sufrimiento y el amor. Ed. Lumen, Buenos Aires-Mexico, 2004, pag. 196- 199. 204 – 207

RESIGNARSE CRISTIANAMENTE ANTE LAS PRUEBAS

Domingo XXVI – T.O – Año C

Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado mientras que tú eres atormentado…– Lc 16,19-31

Algunas de las parábolas que el Señor cuenta en los Evangelios, son suficientes en sí mismas para explicar y poner de modo bien gráfico todo lo que quiere decir. El pasaje que tenemos en el Evangelio de este domingo XXVI del Tiempo Ordinario es uno de éstos.

Una parábola con un contenido riquísimo, que ilustra con una perfección impresionante una de las realidades más crudas que Nuestro Señor vino a revelar en este mundo: la existencia del infierno. Pero no se detiene ahí, pues también con esta parábola, el Señor nos deja un mensaje inspirador: como confiar de que, aunque suframos en este mundo y padezcamos males “insuperables”, o quizás “injustos” -dirán algunos-, si los sabemos llevar bien, podemos estar seguros de recibir un gran consuelo en el cielo. Por otra parte, al que no sabe aprovechar los bienes que tiene con humildad y caridad, puede esperar un destino tanto más sombrío y terrible.

En síntesis, la enseñanza cristiana es conocida siempre por la misericordia. Por la compasión, por el cuidado y atención a las necesidades de los demás, de los más pobres, pecadores, miserables. A esto vino nuestro Señor Jesucristo, nuestro maestro y modelo en todo. Al que no sigue este camino, y a los que confían en la opulencia de sus bienes, el Señor los identifica en la primera lectura, cuándo habla por boca del profeta: “¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion, confiados en la montaña de Samaría! […] No se conmueven para nada por la ruina de la casa de José.” Es decir que, independiente de la situación que nos toca vivir en este mundo, una cosa es necesaria para que seamos verdaderamente cristianos: ser misericordiosos. Es esta la actitud del Señor, hemos cantado en el salmo responsorial: “El señor mantiene su fidelidad perpetuamente, / hace justicia a los oprimidos, / da pan a los hambrientos. / El Señor liberta a los cautivos. / […] El Señor ama a los justos.”

Aquí aparece un tema que es muy interesante considerar: el Señor ama a los justos. Sí, Él ama a los que practican la justicia. Él es Justicia, pero Él solamente puede ser justo en razón de su Misericordia; en efecto, Él es también Misericordia. Y es más, como enseña Santo Tomás de Aquino (I Pars, q.21, a.4), la misericordia es la raíz de todas las obras de Dios. Por eso se compadece de nosotros, sabe de qué barro somos hechos; sabe cómo nos cuestan nuestras pruebas, nuestras dificultades, nuestras luchas diarias.

En consecuencia, ¿qué es lo que nos toca hacer en nuestra vida? La respuesta nos la da el Apóstol San Pablo: “Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna…” En otras palabras, debemos dedicarnos a vivir nuestra vida, con nuestras luchas, con nuestras cruces, con todas las adversidades que tenemos, pensando siempre en lo bueno que será el ser consolado por Dios en el cielo, dónde no habrá más lágrimas.

Se dice que un anciano estaba sentado en su lecho de muerte[1], y llenos de dolor rezaban sus hijos. Tenía los ojos cerrados como si durmiera. Un velo de calma y de quietud cubría su rostro pálido y exangüe. Había vivido toda la vida honrado y cristiano, y no tenía nada que en esta hora martirizara su conciencia. Los hijos no apartaban sus ojos de aquel rostro querido.

De pronto el anciano sonrió y quedó otra vez inmóvil. Al poco tiempo volvió a sonreír, y algunos minutos después una tercera sonrisa brotó en sus labios.

Despertó. Los hijos le abrazaron y uno de ellos le preguntó:

– Padre, ¿por qué sonreías?

El viejo, con voz débil, les dijo así:

– Hijos míos, la primera vez sonreí, porque estaba pensando en los bienes caducos de este mundo, y no pude menos de alegrarme viendo cómo yo los he despreciado siempre, y de reírme viendo cuántos necios corren desalentados detrás de ellos. La segunda vez sonreí porque pensé en los males que sufrí en la vida, y me llené de gozo al ver que por haberlos llevado con resignación me van a traer ahora bienes infinitos. La tercera vez sonreí porque vi a mi lado al Ángel de la Guarda que me señalaba unas puertas abiertas llenas de claridad y de luz que eran las puertas del cielo.

Luego se reclinó sobre las almohadas y se quedó muerto.

De esta pequeña historia, podríamos sacar algunas conclusiones muy provechosas para nuestras propias vidas, como es la necesidad de convencernos de la nada de las cosas de este mundo, o la importancia de vivir cristianamente los mandamientos, como el Apóstol exhortaba en la segunda lectura: “te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.” Sin embargo, me gustaría que tomásemos por “moraleja” esta verdad: cuán meritorio será para nosotros el saber sobrellevar bien, resignados, entregando en las manos providentes del Padre todos los momentos de nuestra vida, sean buenos o malos. Todo el dolor llevado con paciencia se convertirá en una gloria inmensa en el cielo.

En el salmo podemos encontrar al salmista expresando esta verdad con la alegoría del sembrado: “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.” (Sal 126, 5) Y el Señor pone en labios de Abrahán la sentencia consoladora para reconfortarnos a sobrellevar nuestras cruces en esta vida: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida”, es lo que le dice al rico epulón condenado en el infierno, y sigue: “y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

Por eso, pidámosle a la Santísima Virgen María, que nos alcance la gracia de su Divino Hijo de ser totalmente entregados, abandonados en las manos de Dios, confiados en que lo que Él permite que nos suceda, será siempre lo mejor, y que sepamos llevarlo con paciencia y resignación cristiana. Que en todas estas nuestras dificultades, resuene en nuestro corazón el Fiat de la Virgen, el hágase en mí según Tu palabra, según la voluntad de Dios.

Ave María Purísima

P. Harley Carneiro, IVE

 

 

[1] Cfr. Sonreírnos ante la muerte, ROMERO, F., Recursos Oratorios, disponible en: https://vozcatolica.com/homiletica/28-de-septiembre-xvi-domingo-del-tiempo-ordinario-ciclo-c/

2ª CARTA DE UN MONJE EN EL SAHARA – SAN CHARLES DE FOUCAULD

El tiempo se nos ha dado para santificarnos y santificar a los demás, y no para ser inútiles y malos; grave es la advertencia de Jesús: «Será pedida cuenta en el último día de toda palabra inútil».

San Charles de Foucauld

Tamanrasset, 11 de marzo 1909

Desde hace mucho tiempo, perseguido por la idea del abandono espiritual de tantos infieles, y en particular del de los musulmanes e infieles de nuestras colonias, viendo, al mismo tiempo, el amor por los bienes materiales y la vanidad invadir cada vez más al pueblo cristiano, he puesto sobre el papel, después de mi último retiro, hace un año, un proyecto de asociación católica, teniendo el triple fin de llevar a los cristianos a una vida de acuerdo con la del Evangelio, presentando como modelo a Aquel que es el Modelo Único; de desarrollar entre ellos el amor de la Santa Eucaristía, que es el bien infinito y nuestro Todo, y provocar entre ellos un movimiento eficaz para la conversión de los infieles, y especialmente para el cumplimiento del deber estricto que todo pueblo cristiano tiene de dar educación cristiana a los infieles de sus colonias.

No solamente por medio de dones materiales es como se debe trabajar por la conversión de los infieles, sino provocando el establecimiento entre ellos, a título de cultivadores, de colonos, comerciantes, artesanos, propietarios, etc., de excelentes cristianos de todas las condiciones, destinados a ser preciosos apoyos para los misioneros, a atraer por medio del ejemplo, la bondad y el contacto, a los infieles a la fe y a ser los núcleos a los cuales puedan agregarse uno a uno los infieles a la medida que se conviertan. La Cofradía, con la intensidad de vida cristiana que debe desarrollar y el deber de convertir infieles, que debe ponerse continuamente ante los ojos, es apropiada también para multiplicar las vocaciones de sacerdotes, religiosos y religiosas misioneros. De buenos cristianos viviendo en el mundo, la Cofradía hará una especie de misioneros laicos; ella los llevará a expatriarse para ser misioneros laicos entre las ovejas más perdidas, mostrándolas cómo la conversión de ellas es un deber para los pueblos católicos y cómo es hermoso y cristiano consagrar su vida a ellas.

Los deberes de los hermanos y hermanas que no son sacerdotes ni religiosos hacia los infieles son tanto más graves cuanto ellos hacen a menudo más que los sacerdotes, religiosos y religiosas. Mejor que ellos pueden entrar en relaciones, ligar lazos de amistad, mezclarse y tomar contacto entre ellos. Como los infieles sienten una repulsión contra los cristianos, cuando tienen una religión que les inspira una fe profunda, los sacerdotes, religiosos y religiosas, les causan desconfianza; frecuentemente a los sacerdotes y religiosos les faltan puntos de contacto, ocasión de ponerse en relación con los infieles; además, la prudencia y las reglas de sus Institutos les estorban algunas veces para sobrepasar ciertos límites de intimidad, penetrar en el hogar familiar, entrar en relaciones estrechas. Aquellos que viven en el mundo tienen a menudo, al contrario, grandes facilidades para entrar en estrechas relaciones con los infieles. Sus ocupaciones, administración, agricultura, comercio, trabajo, cualquiera que sea, les ponen, si quieren, en cualquier momento en relación. De estas relaciones, con la ayuda de la caridad, de la suavidad del trato que practiquen, pueden, si quieren, hacer nacer verdaderas amistades, dándoles acceso a los hogares y a las familias más cerradas. El trabajo de los hermanos y hermanas que no son ni sacerdotes ni religiosos no es instruir a los infieles en la religión cristiana ni acabar su conversión; sino de prepararla haciéndose querer por ellos, haciendo caer los prejuicios por la visión de su vida, haciéndoles conocer, por sus actos mejor que por las palabras, la moral cristiana; de disponerlos ganando su confianza, su afecto, su amistosa familiaridad; de tal manera, que los misioneros encuentren un terreno preparado, almas bien dispuestas, yendo ellas mismas a ellos, y a las cuales pueden dirigirse sin obstáculos.

Es a los fieles de los países cristianos a los que incumbe el deber de la evangelización de los infieles… Cualquier retardo, cualquiera frialdad por su parte en el cumplimiento de un deber tan grave, puesto que se trata de la salvación de tantas almas, y tan urgente, puesto que cada día la muerte se lleva muchos delante del Tribunal supremo, es una responsabilidad de la cual cada uno tiene una parte proporcional. El tiempo se nos ha dado para santificarnos y santificar a los demás, y no para ser inútiles y malos; grave es la advertencia de Jesús: «Será pedida cuenta en el último día de toda palabra inútil». Si Dios permite que algunos conserven riquezas, en lugar de volverse pobres materialmente, como lo hizo Jesús, es para que ellos se sirvan de este depósito que Él les ha confiado, como a servidores fieles, según la voluntad del Dueño, para hacer a los demás los beneficios espirituales y temporales, dar recursos materiales allí donde son necesarios para el cumplimiento de los bienes espirituales. Ellos deberán dar cuenta del bien que habrían hecho y que no han hecho. De qué manera, en el Santo Evangelio, Jesús nos lo dice y repite: «Amaos los unos a los otros…; haced a los demás lo que quisierais que se os hiciese…; amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos…». Si después de estas frases, tan frecuentemente leídas, oídas y meditadas, los fieles, y sobre todo los sacerdotes, los religiosos y las religiosas entregados a las almas que están cerca de ellos son negligentes y abandonan a aquellas que están más alejadas, y de las cuales las necesidades son tan grandes y el peligro tan extremo, qué reproches no tendrán que tener por una omisión tan grave por parte de Aquel que ha dicho: «Cada vez que no lo habéis hecho a uno de estos pequeñuelos es a Mí a quien no se lo habéis hecho». Más que nunca, en el siglo XX, la evangelización de los pueblos infieles se ha convertido en un deber estricto para los pueblos cristianos. Otras veces, la ignorancia de los lugares habitados por ellos, lo largo de los viajes y la dificultad de las comunicaciones, la imposibilidad de entrar en relaciones con poblaciones fanáticas o salvajes, expulsando o martirizando a cualquier misionero, frecuentemente a cualquier europeo, eran otros tantos motivos de excusa, retardando la evangelización. Hoy estas excusas no existen. Los viajes, los más largos, se han convertido en cortos y fáciles.

Los pueblos infieles están en su mayor parte sometidos a los europeos, y a los demás les han forzado a respetarlos. Sobre todos los puntos del globo donde hay infieles, el contacto existe entre ellos y los europeos, y allí donde un misionero quiere ir puede hacerlo; no lo puede hacer siempre llamándose abiertamente misionero, pero puede hacerlo en todo momento, disimulando lo que es, bajo apariencias de comercio, agricultura u otras…

La patria es la extensión de la familia; Dios, poniendo en nuestra vida las personas de nuestra familia más cerca de nosotros que las demás, nos ha dado deberes especiales para con ellas; de una manera más amplia ocurre lo mismo con los compatriotas, y, por consiguiente, con las de las colonias de la patria, que forman parte de la gran familia nacional. Este motivo incontestable y fortísimo es el primero por el cual debemos trabajar particularmente por la conversión de los infieles de las colonias de nuestra patria. Otra razón se añade, y es que si somos negligentes hay el temor que sean totalmente abandonados. Por la misma razón que pertenecen a nuestra patria, los cristianos de otros países no se ocuparán, dejándonos a nosotros la carga. La conversión de los infieles es frecuentemente muy difícil. Lo es sobre todo cuando el gobierno local pone obstáculos y es adversario de la religión católica. Esto no debe desanimar; al contrario, esto debe hacer trabajar con más ardor; los obstáculos demuestran que el éxito pide un mayor esfuerzo… Cualesquiera que sean los ínfleles de las colonias de su patria, no serán más difíciles de convertir que los romanos y los bárbaros de los primeros siglos del cristianismo; por muy opuesto que pueda ser a la Iglesia el gobierno de su país, no lo será más que Nerón y sus sucesores. Que los hermanos y hermanas tengan el mismo celo por las almas, las mismas virtudes que los cristianos de los primeros siglos, y ellos harán las mismas obras. Lo harán como ellos, escondidos, disimulados, a ocultas, lo que no puedan hacer abiertamente. El amor hará encontrar los medios, y Jesús hará eficaces los esfuerzos que inspira. Digamos de nuevo: «Es necesario no medir nuestros trabajos según nuestra debilidad, sino nuestros esfuerzos en los trabajos». Si las dificultades son grandes, apresurémonos tanto más a ponernos a la obra y multipliquemos más nuestros esfuerzos.

* En «Escritos Espirituales», 5ª edición, Editorial Herder – Barcelona – 1988, pp. 220-225.

CARTA DE UN MONJE EN EL SAHARA – SAN CHARLES DE FOUCAULD

“Cuanto más la obra es difícil, lenta e ingrata, más es necesario ponerse apresuradamente a la obra y hacer grandes esfuerzos; la frase de San Juan de la Cruz «no se deben medir los trabajos según nuestra debilidad, sino nuestros esfuerzos en los trabajos», debe estar continuamente ante nuestros ojos.”

San Charles de Foucauld

Tamanrasset, 9 de junio 1908.

    El rincón del Sahara, que yo solo tengo que trabajar, tiene dos mil kilómetros de Norte a Sur, y mil de Este a Oeste, con cien mil musulmanes dispersos por este espacio, sin un cristiano, si no son los militares franceses en todos los grados; estos últimos son poco numerosos; noventa o cien, diseminados en esta extensión; pues en las tropas saharianas sólo los cuadros son franceses; los soldados son indígenas. Yo no he hecho una sola conversión en serio desde hace siete años que estoy aquí; dos bautismos; pero Dios sabe lo que son y serán las almas bautizadas; un niño pequeño, que los Padres Blancos educan –¡Dios sabe lo que será!– y una pobre vieja ciega: ¿qué habrá en esa cabeza y en qué medida su conversión es real? Como conversión en serio, cero, y aún diré alguna cosa más triste, y es que cuanto más voy viendo, más creo que no hay lugar a buscar hacer conversiones aisladas (salvo casos particulares), por el momento, siendo la masa de un nivel tan bajo, el apego a la fe musulmana tan fuerte, el estado intelectual de los indígenas hace difícil, al presente, hacerles reconocer la falsedad de su religión y la verdad de la nuestra.

    Salvo caso excepcional, no se podría ahora buscar más que conversiones aisladas, conversiones interesadas y solamente aparentes, lo que es la peor de las cosas. En lo referente a los musulmanes, que son semibárbaros, el camino no es el mismo que con los idólatras y fetichistas, gentes del todo salvajes y bárbaros, teniendo una religión del todo inferior; ni como con los civilizados. A los civilizados se les puede proponer directamente la fe católica, son aptos para comprender los motivos de credulidad y para reconocer la verdad; a los completamente bárbaros, lo mismo, pues sus supersticiones son tan inferiores, que se les hace bastante fácil comprender la superioridad de la religión de un solo Dios… Parece ser que con los musulmanes el camino es civilizarlos primero, instruirlos, hacerles gentes parecidas a nosotros; hecho esto, su conversión estaría casi hecha, pues el islamismo no se puede defender delante de la instrucción; la Historia y la Filosofía le hacen justicia, sin discusión: cae como la noche ante el día.

    La obra a hacer aquí, como con todos los musulmanes, es, pues, una obra de educación moral: educarlos moral e intelectualmente por todos los medios: acercarse a ellos, tomar contacto, ligar amistades, hacer caer, por las relaciones diarias y amistosas, sus prevenciones contra nosotros; por medio de la conversación y el ejemplo de nuestra vida, modificar sus ideas; procurar la instrucción propiamente dicha, hacer, en fin, la educación entera de estas almas; enseñarles por medio de escuelas y colegios lo que se aprende en los mismos; enseñarles por el contacto diario y estrecho lo que se aprende en la familia; hacerse de su familia… Obtenido este resultado, sus ideas serán modificadas infinitamente, sus costumbres mejoradas por ellos mismos, y el paso al Evangelio se hará fácilmente. Sin duda alguna, Dios lo puede todo; puede, por su gracia, convertir a los musulmanes y lo que quiera en un instante; pero hasta ahora no ha querido hacerlo; parece, aún más, que no esté en sus designios conceder esta conversión solamente a la santidad, pues si la reserva para la santidad, ¿cómo es que San Francisco de Asís no la ha obtenido? Quedan por emplear los medios que parecen más razonables, todo, y santificándose lo más posible y acordándose que se hace el bien en la medida en que se es bueno.

    Estos medios, lentos e ingratos, con pueblos que nos rechazan y desprecian, que nos llaman «salvajes» y «paganos», que están tan alejados de nosotros en costumbres, lengua y en tantas cosas; estos medios lentos e ingratos son la educación por el contacto y la instrucción. Sobre todo, es necesario no desanimarse ante la dificultad, sino decirse que cuanto más la obra es difícil, lenta e ingrata, más es necesario ponerse apresuradamente a la obra y hacer grandes esfuerzos; la frase de San Juan de la Cruz «no se deben medir los trabajos según nuestra debilidad, sino nuestros esfuerzos en los trabajos», debe estar continuamente ante nuestros ojos.

    ¿Qué hacer solo ante esta tarea? Por vocación debo tener una vida oculta, solitaria y no una vida de predicación y de viajes. Por otra parte, las almas de estos lugares, para los cuales yo estoy solo, exigen, en tanto que no haya otros obreros, ciertos viajes. Procuro conciliar las dos cosas. Tengo dos ermitas, a mil quinientos kilómetros una de otra. Paso tres meses en la del Norte, seis meses en la del Sur y tres meses en ir y venir cada año. Cuando estoy en una de las ermitas, vivo en ella en clausura, procurando hacer una vida de trabajo y oración, una vida de Nazaret. En el camino, pienso en la huida a Egipto y en los viajes anuales de la Santa Familia a Jerusalén… En las ermitas, como en el camino, procuro tomar contacto, en tanto que me sea posible, con los indígenas, haciéndoles pequeños servicios, hablando con ellos, divirtiéndoles como a los niños, por medio de estampas o cuentos, procurando empezar un poco esa parte de la educación que se hace en el seno de la familia. En la ermita, es la vida del claustro, pero en la forma en que ella lo es para el Hermano portero, encargado de recibir las personas y de hacerles el bien en lo posible… Pero, en suma, esto no es nada al lado de lo que sería necesario hacer. Haría falta, no un obrero, sino un centenar; con obreros, y no solamente ermitaños, sino también apóstoles, yendo y viniendo, tomando contacto y asimismo instruyéndoles.

    Este pueblo Tuareg es particularmente interesante, puesto que musulmán de nombre solamente, poco ferviente, está muy cerca de nosotros por sus costumbres, su viva inteligencia y su facilidad para intimar. Desgraciadamente, está bien lejos de nosotros, por su extrema ignorancia, sus prevenciones y su poco gusto por la instrucción… Es necesario trabajar y rogar al Padre de Familia que envíe obreros a su campo.

9 de febrero 1909

    Sus oraciones me son demasiado preciosas para que yo no se las pida, de cuando en cuando, para mí y para los pobres infieles que me rodean. Esta parte del reino de Jesús queda dolorosamente abandonada. El venerado y santo prefecto apostólico del Sahara no dispone más que de algunos sacerdotes para unas poblaciones dispersas sobre inmensos espacios, y usted se dará cuenta que las dificultades no faltan, viniendo de todas partes… En este momento estoy al sur de In Salah; al fin del verano volveré a Beni Abbés, cerca de la frontera de Marruecos, y allí la miseria espiritual es mayor todavía, pues numerosas gentes están en un abandono más grande aún… Rogad por tantas almas, que después de mil novecientos años no han recibido aún la Buena Nueva, o han perdido el conocimiento y el recuerdo después de tantos siglos. Recomendad estos pueblos a las oraciones de las almas piadosas. ¡Hay por aquí partes del campo del Padre de Familias bien abandonadas! Lugares donde las almas, desprovistas de nuestros medios de salvación, esclavas del error y del vicio, caen en el infierno en masa… Cristo ha muerto por cada una de ellas… ¿Qué no debemos hacer por estas almas, de las cuales el precio es la Sangre de Jesús? Rogad para que el Padre de Familia envíe obreros, buenos obreros a su campo; ¡y rogad por el pobre y miserable obrero que soy yo, a fin que sea lo que quiera Jesús!

 

* En «Escritos Espirituales», 5ª edición, Editorial Herder – Barcelona – 1988.

JESUCRISTO IDEAL DEL SACERDOTE [FRAGMENTO]

“Imitad el misterio del que vosotros sois los ministros”, no solamente significa celebrar la Misa con espíritu de piedad, sino, sobre todo, unir a la ofrenda de Jesús la oblación más completa de nuestra vida.”

D. Columba Marmion

Podemos contemplar a Jesucristo em cada uno de los estados de su vida, y en cada una de sus virtudes. Él es el ideal que todos deben imitar. Lo mismo el niño que el adulto y el obrero como la virgen o el religioso encuentran en Él el modelo más acabado para su respectivo estado.

Pero hay en Jesús un Santo de los santos, un tabernáculo cerrado, donde el alma del sacerdote debe desear entrar, porque allí está la fuente de donde mana toda la vida interior de Jesús. Desde el punto mismo de su encarnación, “el Salvador se entregó enteramente al cumplimiento de la voluntad del Padre”: Ecce venido… ut faciam, Deus, voluntatem tuam (Hebr. X, 7). Y nunca renunció al cumplimiento de esta voluntad.

He aquí nuestra consigna: imitar a Jesús en la entrega total de su vida a la gloria de Dios y la salvación del mundo. Tal es la perfección que corresponde al sacerdote y esta vocación supera a la angélica.

Obedecer a esta invitación: “Imitad el misterio del que vosotros sois los ministros”, no solamente significa celebrar la Misa con espíritu de piedad, sino, sobre todo, unir a la ofrenda de Jesús la oblación más completa de nuestra vida. Debemos caer en la cuenta de que la muerte de Jesús en la cruz se preparó a todo lo largo de su existencia terrena. “Por nosotros” bajó del cielo, como dice el Credo: Propter nos homines et propter nostram salutem. Cuando vivía en Nazaret, en el modesto taller de José, tenía plena conciencia de que era la víctima destinada a la suprema inmolación. Y aceptó por anticipado toda la trama de su vida y previó su pasión con todo el cortejo de sus afrentas y sufrimientos. Y cuando llegó su hora, Jesús, movido por un impulso de inmenso amor, se ofreció por nuestra redención: Crucifixus etiam pro nobis.

Esta aceptación plena de todos los designios de Dios nos servirá de modelo. Imitamini… Presentemos también nosotros en el altar al Señor todo el desarrollo de nuestra existencia, aceptándolo, amándolo, ofreciéndolo y consagrándolo amorosamente a la causa de Dios y al bien de las almas. Esta imitación diaria de la ofrenda de Jesús nos permitirá penetrar gradualmente en la intimidad misteriosa del alma del divino Maestro.

Fragmento del libro Jesucristo Ideal del Sacerdote, de D. Columba Marmion.

SAN JOSÉ

   Hijo ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te estábamos buscando con angustia.

   El Justo.

   Esposo de la Madre de Dios.

   Padre adoptivo del Redentor.

   Lugarteniente de Dios Padre.

   Patrono de la Iglesia Universal.

   Abogado de una Buena Muerte.

   Defensor de todos los Obreros.

   Modelo de todos los Padres de familia,

y al mismo tiempo el Santo de quien menos se sabe, el más humilde y escondido, como una estrella que hay en el cielo tan al lado del Sol que nadie ha visto.

   La Escritura dice de San José una sola palabra: que era justo, lo cual en el lenguaje de la Escritura significa santo, perfecto, cabal. Es tan grande la virtud de la justicia.

   Una virtud perfecta presupone todas: muchos se distinguen en alguna virtud, no hay hombre que no tenga alguna: generoso, leal, compasivo, recto, valiente, franco, piadoso, religioso, sobrio… Pero hay quienes son compasivos y débiles, generosos e incontinentes, fuertes y orgullosos, humildes y pusilánimes.

   Las tres virtudes que resplandecen en lo que el Evangelio nos narra de San José son la castidad, el trabajo y la oración.

  La castidad en el pasaje de San Lucas que cuenta la Anunciación de Nuestra Señora, donde se deduce que San José había ofrecido a Dios su castidad perpetua prenunciando así lo que había de ser después el estado religioso.

   El trabajo humilde y oscuro: “¿Acaso no es este el hijo del carpintero?”.

   La oración de San José está en las dos moniciones del ángel, la de recibir a su esposa y la de huir a Egipto.

   La Castidad. La narración de San Lucas es un pasaje delicadísimo. Lucas nos presenta de golpe las cosas ya hechas: una doncella prometida, el anuncio de que va a ser Madre del Mesías. La respuesta de María: “No conozco varón” ni lo conocerá nunca. “No importa”, dice el ángel: “será un milagro”. El milagro será la realización de la profecía de Isaías al rey Acaz: “El Señor mismo os dará una señal: he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”[3].

   La Virgen consiente. Ese consentimiento es un poema de alabanza a San José, porque supone que los dos jóvenes habían hecho juramento de castidad. San José había aceptado casarse con María y vivir con ella como hermano y hermana. La virgen tenía plena confianza en la fidelidad de San José.

   El Espíritu Santo había inspirado a estos dos jóvenes esa actitud tan insólita en las costumbres de Israel. San José era joven, por lo menos relativamente, pues su misión era proteger y criar a Jesús durante treinta años. El matrimonio virginal de San José y la virgen fue matrimonio válido y no fingimiento porque lo que constituye al sacramento del matrimonio no es la unión conyugal propiamente sino el consentimiento de la voluntad ante el sacerdote. Porque el hombre es un cuerpo y es antes de todo una voluntad.

   San José es así ejemplo de una de las virtudes más necesarias de nuestros tiempos perturbados. La castidad significa el domino del hombre sobre los propios apetitos, aun los más violentos, el respeto a la propia dignidad y al honor ajeno, la limpieza y decoro delante de Dios y delante de los hombres. Perdida esta virtud, trae como consecuencia toda clase de terribles castigos; y el mundo moderno lo sabe perfectamente porque a un especial desenfreno de impureza, vemos cuántas plagas, desórdenes y catástrofes siguen. Sois vasos del Espíritu Santo, Dios mora en vosotros, sois miembros de Cristo, no ensuciéis vuestros cuerpos con torpezas, dice San Pablo.

   El Trabajo. San José fue encargado de una de las misiones más grandes del mundo. Personaje importantísimo. Nos asombramos ante la misión de un Colón, de un San Martín, de un Dus… San José es el eje sobre el que gira la redención –el mayor de los santos fuera de la madre de Dios– y mirad cómo son las vías de Dios: trabajo el más oscuro, humilde, insignificante. Trabajo manual rudo toda la vida. Pero, ¿cómo? ¿Vos, oh, San José, sois padre del Mesías, mandáis al Verbo de Dios, tenéis en vuestra casa a la esperanza de toda la humanidad y estáis haciendo arados, manceras, vigas, puertas, postigos, batientes, ataúdes…?

   No se puede decir que el mundo moderno no trabaje; trabaja quizá demasiado, pero trabaja mal. Ha robado al trabajo su sello divino y humano y ese es quizá el peor crimen de nuestra época, trabajo de bestias, trabajo de esclavos, máquinas, enfermos enloquecidos… Trabajan los pobres explotados por algunos ricos; trabajan ricos esclavizados al dios cruel del Lucro de la Avaricia, del más tengo más quiero; y al dios estúpido del placer frívolo y la diversión incesante que los trae con fiebre continua y se llama Vida Social, Figuración, Vida Mundana. Y sobre este mundo que ha olvidado la dignidad humana y cristiana del trabajo planea la más grande de las revoluciones de la historia.

   La Oración. La oración es necesaria. El mundo moderno anda perturbado porque ha perdido el contacto con Dios. Anda ciego detrás del Placer o del Oro porque no ve ni conoce más a Dios. La oración es necesaria al ser humano. El niño necesita de sus padres para poder llegar a su estado perfecto, a ser adulto. El hombre necesita de Dios para llegar a su Último Fin que es el mismo Dios. Representaos el estado de un hombre sin oración como el estado de un niño sin sus padres, y en medio de un bosque. La oración es necesaria para la salvación. Sin oración no hay salvación. El cielo nos lo da Dios. Nos lo da por nuestras buenas obras, pero nos lo da. “Pedid y recibiréis”. Y nuestras buenas obras nos las da Dios. “Sin mí nada podéis”.

   Por eso la Iglesia nos manda a hacer oraciones vocales, asistir a la misa dominical y a ciertas solemnidades.

   San José hablaba con Dios continuamente y penetraba las palabras de Jesús. ¿Por qué murió antes de la predicación de Jesús? Porque no la necesitaba. ¿Y por qué la Virgen? Porque Jesús necesitaba de ella. La contemplación de los santos, San Ignacio, Santa Teresa, es nada al lado de la de San José.

   Se ora poco en el mundo. A Dios gracias hay santa almas que oran por otras. Pero las naciones no oran, porque en ellas ha triunfado el liberalismo. Y bien, he aquí que las naciones se derrumban. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, el centinela vigila en vano”. Las guerras son efectos de los pecados. Dice De Maistre que cuando los pecados, ciertos pecados, se acumulan, estalla la guerra:

   1°: Los vicios nefandos

   2°: la explotación del pobre, claman al cielo.

  Un mundo muere. Que se salve. Y nosotros morimos. La muerte, que tenemos tan olvidada, hecho trascendental para el hombre. Patrón de la buena muerte, salvadnos. Enséñanos a mirar la muerte sin horror y sin desesperación haciendo que nuestra alma penetre, como la tuya, el Misterio Grande de Jesús y de María.

P. Leonardo Castellani

Publicado en Gladius, n° 52 – año 2001

LA AMISTAD DEL SACERDOTE CON JESUCRISTO

Aquellos sacerdotes que ven a Cristo como un extraño total están en contradicción consigo mismos, como un policía que hace tratos con los ladrones. Una cosa hemos de tener clara en nuestra mente: ser igual que Cristo significa pobreza, mucho sufrimiento, estar solo, ser incomprendido, ser perseguido, arrostrar dolor y ser desgraciado.

P. Segundo Llorente, SJ

[…] Mi idea al ir a la Isla de las Zanahorias era decirle al Señor que allí me tenía toda una semana a su entera disposición sin hacer absolutamente nada más que escucharle a Él. En nuestro quehacer diario tenemos tiempo para todo excepto para rezar. El Señor está esperando constantemente hasta que llegue su turno, pero raras veces llega porque siempre hay algo que se interpone. Aquí yo tenía una semana entera. “Habla, Señor, Tu servidor está dispuesto ahora”. Normalmente, el Señor esperaba hasta que yo acababa de hacer mi camino en la playa. Entonces era cuando Su divina inspiración era más clara y profunda. Para ser otro Cristo hay que llevar la cruz.

Para muchos, Cristo es un extraño; vemos al Señor distante, como un ser abstracto perdido en algún lugar en las nubes. Eso explica por qué algunos curas dicen misa diariamente y acaban abandonando el sacerdocio y, en algunos casos, perdiendo su fe. Y es porque no hay un conocimiento de Cristo, un verdadero interés en estudiarle más de cerca, no existe un esfuerzo para intimar más fuertemente con Él. En otras palabras, Cristo y el sacerdote no son en estos casos verdaderos amigos.

El error, naturalmente, es del sacerdote que no vive inmerso en estos asuntos desde la mañana a la noche.

Recomiendo a todo sacerdote que pase una semana entera en soledad junto al Señor con un espíritu de fe y humildad. El Señor le colmará de divina luz y de esta manera verá las cosas desde el punto de vista que las ve Dios. Y quizás uno de los primeros cambios que note el sacerdote sea el desorden que regula su vida. Él verá enseguida que debe distanciarse de cada una de las formas de atadura: tabaco, bebida, programas de TV, literatura basura, comida delicatessen y viajar. Denle al Señor una oportunidad. Mantengan el silencio. Mediten al pie del altar. Dios hará el resto.

En la Isla de las Zanahorias -si puedo ya llamarla así-, desafié al Señor a hacer esta prueba. “Habla, Señor, tu Siervo está escuchando”, como Samuel fuera instruido a responder cuando escuchó la voz de Dios al invocarle.

El poder de Dios se manifiesta a sí mismo hablando al alma sin decir una palabra. Dios inunda el alma de luz. El alma ve, comprende, entiende y, al mismo tiempo, siente una fuerza divina que viene hacia ella en su rescate. Y esto va acompañado de una paz interior profunda. El alma se da cuenta de que esto es bueno para ella y se vuelve insaciable, queriendo más y más. Pero también apercibe que el Señor no va a ser manipulado en ningún sentido. Él es el jefe; Él está en todo momento a cargo de la situación y no está para tonterías. Si el alma vuelve a su estado anterior, digamos a los tiempos pasados, se encuentra a sí misma pobre, ignorante, ciega, débil, y entonces comprende que todo el problema parte de ella. Tiene que postrarse de rodillas de nuevo y rogar como lo hiciera el hijo pródigo. Esta es la meta de los retiros anuales donde el alma evalúa sus pérdidas y ganancias.

Cristo le dirá al sacerdote que espera de él que aspire a la transformación total hacia Él. Solo así activará Dios Padre en el sacerdote la obra que ejecutó en Su Divino Hijo. en los planes de Dios solo hay un Sacerdote, el Gran Sacerdote Jesús, y cualquier otro sacerdote en la tierra tiene que transformarse en uno con Jesucristo. Cuando Dios Padre contempla a Jesús, ve a todos los otros sacerdotes en Él; y cuando mira a los sacerdotes, a cualquiera de ellos, Él ve a Jesús en ellos. Dios dijo sobre las aguas del Jordán que Él estaba muy satisfecho con su Hijo, Jesús. Del mismo modo estará satisfecho con cualquier sacerdote en proporción al parecido de Jesús que cada uno lleva en sí mismo.

Aquellos sacerdotes que ven a Cristo como un extraño total están en contradicción consigo mismos, como un policía que hace tratos con los ladrones. Una cosa hemos de tener clara en nuestra mente: ser igual que Cristo significa pobreza, mucho sufrimiento, estar solo, ser incomprendido, ser perseguido, arrostrar dolor y ser desgraciado. Las almas se compran con sufrimiento, y no con cualquier sufrimiento, sino con el mayor de los sufrimientos unido al dolor de Cristo. De aquí vendrán la redención y la salvación. Tener una vida cómoda no es el camino de un cristiano. Los sacerdotes no pueden ser de este mundo y, sin embargo, no pueden escapar del mismo.

Dios entiende que los sacerdotes, siendo hombres, pueden cogerse una rabieta antes o después; son la naturaleza y el carácter de esta rabieta los que importan, ya que hay rabietas y rabietas; ya que, cuando dicha rabieta pasa, entonces queda el rencor, la amargura, el egotismo prolongado y, finalmente, la rebelión abierta. Cristo en Getsemaní gritó con lágrimas de sangre rogando al Padre eterno que le ahorrase todo aquello que se le venía encima. Pero enseguida apartó cualquier atisbo de rebelión añadiendo: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Este es el programa para cada sacerdote cuando el camino es áspero. Esta es la receta para salvar las almas.”

 

Fragmento del Libro Memorias de un sacerdote en el Yukón, del P. Segundo Llorente, SJ