Siete palabras y un mensaje

Meditaciones cuaresmales

P. Jason Jorquera M., IVE.

… “¿quién podrá explicar el amor de Cristo?… callen los hombres, callen las criaturas… callémonos a todo, para que en el silencio oigamos los susurros del Amor, del Amor inmenso, infinito que nos ofrece Jesús con sus brazos abiertos desde la cruz”.

 San Rafael Arnáiz.

En este sencillo escrito, simplemente me limito a transcribir y retocar algunos apuntes personales acerca de las denominadas “siete palabras”, que no son otras que las siete veces en que nuestro Señor Jesucristo habla desde la cruz antes de expirar y, por lo tanto, con toda razón podemos decir que son el maravilloso testamento del Redentor.

Muchos otros han escrito antes acerca de estas siete palabras, y de manera excelente, por ejemplo, los padres de la iglesia, Mons. Fulton Sheen, el P. Royo Marín, etc., por lo tanto, aquí no se encontrarán más que sencillas y personales reflexiones que si de algún provecho sirven a alguno creeré justificado el haberlas puesto por escrito.

La primera palabra

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

Lc 23,34

 Una frase breve y, sin embargo, cargada de toda la profundidad que puede tener aún una sola palabra salida de los labios del Hijo de Dios.

… El perdón, Jesucristo vino a traer el perdón que sólo Dios podía conceder, para lo cual decidió venir Él mismo a ofrecerlo a todo aquel que quiera aceptarlo. Quien se encarna es el Hijo, sí, pero es la Trinidad Santísima toda quien se hace presente en este momento culminante de la vida terrena del “gran perdonador”, que se extingue dejando perennes destellos de luz que iluminan a todo aquel que lo reciba en su corazón: ahí está el Hijo, padeciendo, redimiendo, rescatando las almas, implorando… y muriendo también por ellas; ahí está el Espíritu Santo, santificando, sacralizando el sacrificio voluntario, la entrega generosa; ahí está el Padre, aceptando la cruenta satisfacción por los pecados de la humanidad entera.

Oh cuán desapercibido pasa el perdón de Jesús ante los ojos de aquellos que se burlan; cuán inapreciable se vuelve injustamente ante los hombres este gesto único de amor puro, es decir, oblativo. Podría Jesús haber exclamado simplemente “los perdono a todos”, y tal vez quedarse esperando una respuesta, pero no, puesto que como su perdón fue siempre evidente, ya que no vino por los justos sino por los pecadores[1], hizo mucho más que eso: suplicó en favor de todos los hombres el perdón del Padre eterno: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, es como si hubiese dicho “Padre mío, yo ya los he perdonado, por favor te pido que también Tú los perdones”. ¿Cómo no iba a perdonar Aquel que defendió a la pecadora arrepentida asegurándole que Él, Señor y Mesías, “tampoco” la condenaba?[2]; el amor de Jesús no sabe de límites y no conforme con perdonar hasta la crueldad, hasta la sangre y hasta la muerte misma, dedica los últimos momentos de su paso redentor por este mundo a rogar por quienes lo han entregado a la muerte… “Padre, perdónalos…”, Jesús no quiso quedarse “esperando” una respuesta, sino que ha ofrecido un sacrificio que “exige” una respuesta. Por eso afirma acertadísimamente Mons. Fulton Sheen que ante el crucifijo no cabe la indiferencia, o se lo acepta o se lo rechaza.

Un alma que no es capaz de perdonar lleva consigo la ponzoñosa mancha del rencor. Un cristiano que no perdona profesa un cristianismo mutilado. ¿Me cuesta perdonar?, pues mirando a Jesucristo crucificado es menos difícil: he aquí que Jesús nos muestra su “setenta veces siete”[3] perdonando e implorando perdón para los culpables aun en medio de sus terribles y acerbos tormentos.

¿Quién no es culpable?, ¿Quién no ha sido concebido bajo el sello del pecado entre las creaturas?; sólo María santísima, que contempla con fortaleza inefable a Aquél que tomó la sangre de sus purísimas entrañas para verterla toda sobre el madero y sobre las almas, derramando junto con ellas su perdón y el que suplica al Padre celestial.

Nadie puede eximirse de esta plegaria amorosa; nadie puede afirmar que el Salvador no rezó por él, puesto que Jesucristo se entregó por todas y cada una de las almas, por lo tanto, nada más cierto que estas palabras saliendo del Divino Inocente traspasado y penetrando con estruendo en las mismas entrañas de los cielos e intercediendo por mi eterna salvación.

Oración: Señor Jesús, admirable paradigma del perdón, te pido la gracia de perdonar siempre como Tú lo has hecho conmigo; que comparta con los demás lo que de Ti he recibido y que no me canse de agradecer la misericordia que ofreces constantemente a los pecadores que, como yo, tanto la necesitan y tantos beneficios recibimos de ella.

Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

La segunda palabra

Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso

Lc 23,43

 No es difícil notar, una vez más, la inmensa desproporción entre lo que Jesucristo nos pide y lo que nos ofrece: el buen ladrón, reconociendo su culpa y el señorío de Jesús, le pide simplemente “que lo recuerde” y Él, el mesías siempre misericordioso, le ofrece “desproporcionalmente” el paraíso; ¡bendita desproporción la que a todos se nos ofrece!, ¡renunciar al pecado en esta corta vida a cambio de una gloria que no se acabará jamás!

La actitud de “Dimas” (según nos cuenta la tradición), es una actitud completamente humilde y como Dios “enaltece a los humildes[4]  fue así que el Hijo de Dios quiso elevar al ladrón arrepentido desde la cruz, junto consigo, al paraíso. No pide ser desclavado como sí lo hacía el otro ladrón en medio de insolencias y blasfemias; no pedía que se aliviasen sus dolores y ni siquiera pedía la muerte para que éstos se terminaran: ¡Oh alma que te dejaste cautivar por el Cordero sufriente!, ¡oh pecador arrepentido que te convertiste en ejemplo de conversión y santa resignación!, aseguras merecer “justamente” tu condena  y defiendes la causa de Jesús[5]; reprochas al impío buscando la compunción de su corazón y le pides a Aquel que vendrá con su reino, simplemente, que se acuerde de ti[6]… y es mucho más lo que consigues.

Jesús está sufriendo como nadie: sostiene su cuerpo llagado y destruido tan sólo con los tres inamovibles clavos; casi no puede respirar; escucha las burlas, los insultos, blasfemias, y como si esto no bastara su alma triste hasta la muerte[7] soporta, además, todos los pecados de todos los hombres y de todos los tiempos. Es en medio de este aberrante tormento que, entre indecibles dolores se levanta, mira con ternura, y con las pocas fuerzas que le van quedando se dirige a este ladrón de su costado para prometerle Él mismo, puerta y llave divina, que “ese mismo día” estarán juntos en el paraíso[8]: Dios misericordioso y pecador arrepentido, porque Dios también se deja conmover de la humildad y fue ésta la que juntamente con la fe del buen ladrón le concedieron “arrebatar el cielo” a un Dios tan bueno que ha enviado a su propio Hijo a ofrecerlo a todos aquellos que quieran aceptarlo. Jesucristo siempre es un desproporcionado con nosotros: desproporción fue elegir a un pobre pescador, sabiendo que lo negaría[9], como administrador de la inefable riqueza del perdón divino y convertirlo en su vicario; desproporción fue renunciar a la defensa de la corte celestial para dejarse clavar por los hombres[10]; desproporción fue hacerse un simple carpintero siendo el Rey de los cielos[11];  desproporción fue venir Él mismo a buscar a quienes rechazaron a Dios… desproporción, así la llamamos nosotros mientras que los ángeles y los santos en el cielo lo llaman amor, amor divino.

La promesa que Jesucristo hiciera a san Dimas hace casi 2000 años sigue “latiendo” en el divino corazón; promesa que trasciende el tiempo mismo para penetrar en la eternidad; promesa que se nos repite “a todos los Dimas”, es decir, a todos aquellos que hemos ofendido a Dios con nuestros pecados; promesa que se cumplirá fielmente en todos aquellos que, reconociendo su maldad y la bondad y realeza de Jesucristo, depositen tan sólo en Él su esperanza. Dimas se convirtió en “san Dimas”, sencillamente por haber confiado en Dios.

Oración: Señor Jesús, que prometes el paraíso al pecador arrepentido, concédeme por favor un corazón compungido y confiado inquebrantablemente en tu misericordia infinita. Que no me deje abatir por mis miserias sino más bien que de ellas aprenda constantemente a levantarme con tu gracia redentora.

Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

 

La tercera palabra

Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre

Jn 19, 26-27

 Si mal no recuerdo, es Mons. Fulton Sheen quien dice que “Jesús, cuando ya no le quedaba nada más para darnos, nos dio a María, su Madre”

Jesucristo ya nos había dado sus deseos, puesto que deseaba “ardientemente”[12] comer la pascua y convertirse Él mismo en nuestra pascua; ya nos había dado su amor firmado con tres clavos; ya nos daba su vida terrena que estaba a punto de extinguirse; nos había dado sus palabras de vida eterna[13]; sus milagros[14] para confirmar su misión, su ejemplo para que sigamos sus huellas[15]; su cansancio, sus fatigas y trabajos e inclusive su propia sangre y su perdón: ¿qué más podía darnos este divino sufriente?, pues una sola cosa le quedaba, y lícitamente, pero hasta de ello quiso desprenderse y dárnoslo como cosa propia; es así que nos quiso regalar a su propia madre como Madre Nuestra: ¡oh santísima ofrenda!; cuando todas las mujeres de Israel soñaban con dar a luz al mesías anunciado[16] la Virgen María, en cambio,  acepta tiernamente desprenderse de su amado Hijo y hacerse madre de la humanidad entera redimida por Él, haciéndose así corredentora en esta noble empresa. ¡Oh bendito dechado del amor!, ¡desprendido hasta de aquella que fielmente te acompañó desde que entraste en este mundo hasta que “saliste” de Él!… aunque para regresar para siempre.

Qué doloroso y amante desprendimiento el de Jesucristo, impronta del amor más puro, pues todo verdadero amor implica renuncia y Cristo mismo quiso asumir esta renuncia inclusive hasta regalarnos a María… y el fruto de este amor del Hijo de Dios es que propiamente no pierde a su Madre, sino que la llena de Hijos extendiendo su tierna maternidad a toda la creación.

Ahí tienes a tu Madre”, ¿qué me dicen estas palabras?: que el Hijo eterno del Padre, desde toda la eternidad, se eligió para sí a la creatura más perfecta de todas, la más humilde y santa de las mujeres y la hizo su Madre, pero como su bondad divina nunca se conforma con dar mucho nos lo dio todo y es así que quiso hacernos hijos también de esta Virgen Inmaculada, por la cual ha venido la salvación del mundo; también dicen que es imposible que el hombre esté huérfano en esta tierra pues tiene una buena Madre que lo acompaña siempre en su peregrinar hacia la eternidad; que quien desespera lo hace por no ir a abrazar a la Madre del cielo que al igual que su Hijo espera pacientemente a sus “hijos pródigos”[17] con los brazos abiertos para presentarlos ante el Padre eterno; que desde aquel momento se han creado lazos imborrables entre María santísima y cada uno de sus hijos, pero con una relación de maternidad y filiación del todo particular: María entra así a formar parte integral y fundamental en la vida espiritual del creyente puesto que Jesucristo nos vino por María y es por ella también que nosotros debemos ir a su Hijo.

María santísima nos fue dada por Madre, y nosotros le fuimos dados por hijos: ¿cómo no querer ser cada día menos indignos de tan pura Madre celestial? A María se la debe acoger tierna y filialmente en la morada del alma, como la gracia, pues es la llena de gracia[18] y, por lo tanto, le corresponde reinar junto con su Hijo en los corazones de los hombres.

Oración: oh María santísima, Madre de los dolores, Señora de los cielos y Reina de las almas, recibe sobre tus tiernos brazos a este pobre hijo tuyo pecador que, arrepentido de sus muchos pecados, se abandona a tu siempre maternal protección suplicando a tu purísimo corazón que lo conduzca siempre por los caminos del Padre. Virgen santísima, por la sangre de tu Hijo que tomó de tus entrañas para convertirse en el garante de mi alma, te suplico que “jamás me dejes, ni me dejes que te deje”. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

La cuarta palabra

Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?

Mt 27,46

 Para darnos a conocer hasta dónde llegaron sus sufrimientos por amor a las almas, Jesús deja salir de sus propios labios las palabras más tristes que jamás se hayan podido decir ni con tanto dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; ¡¿qué más triste que experimentar el abandono de Dios?!, ¿qué más doloroso que sentirse, Jesucristo, Hijo único de Dios, como desterrado del divino seno de su Padre?; ¿qué noche puede decirse más oscura que este día?; ¿qué agonía sino ésta tuvo como protagonista al Siervo sufriente y Varón de dolores[19] anunciado por las Escrituras?; ¿qué soledad se puede llamar mayor que ésta?, ¿qué angustia más terrible?, ¿qué tormentos más crueles?, ¿qué suspiros más profundos?, ¿qué melancolía más intensa?, ¿qué corazón más destrozado?, ¿qué voluntad más inmolada?, y ¿qué sentidos más escarnecidos?

Ni aun si se convirtiera el mundo entero en un árido yermo con un solo habitante podría sentirse éste tan solitario como Jesús, que hasta del consuelo de su Padre quiso privarse para redimir al pecador.

A la luz de este acerbo sufrimiento cabe preguntarse, además ¿acaso es posible dudar siquiera de que Jesucristo puede compadecerse de nuestras miserias?, ¡eso jamás!, ¿acaso un Dios que estuvo dispuesto a sentirse abandonado del Padre abandonará a los pecadores en sus angustias?, ¡imposible! He aquí cómo “arremete” toda la humanidad de Jesucristo para mostrarnos su anonadamiento; he aquí cómo el Verbo eterno se humilló por amor, al punto de experimentar la sola humanidad, débil, aunque paciente, que ante el sacrificio más doloroso de la historia deja escapar esta triste exclamación que fue a la vez tan profunda (pues penetró en la creación entera) que el mismo cielo quiso cubrir con un lúgubre manto de nubes[20]: ¡Dios se ha hecho hombre! Grita la creación, ¡Dios se ha hecho hombre para poder padecer por los hombres!

Después del pecado original, el hombre debió asumir todas las consecuencias de su culpa, comenzando por el destierro del Edén y terminando con la muerte que, a su vez, le negaba la entrada en el paraíso. La Sagrada Escritura pone palabras humanas en boca de Dios, y en esta sencilla reflexión quisiera, con toda reverencia y consciente del abismo existente entre la majestad divina y mi miseria, imaginar que al marcharse Adán y Eva habrán comprendido en sus conciencias que la voz de Dios se hacía sentir de alguna manera que se podría también expresar con palabras: “Adán, ¿por qué me has abandonado?” … y justamente este abandono de Adán –y en él, de todo hombre al pecar- es el que Dios en persona ha venido a redimir, para lo cual no rechazó siquiera asumir la frágil humanidad: el hombre abandonó a Dios y el Hijo hecho hombre experimenta ahora el abandono del Padre para terminar con toda excusa que se pudiera interponer entre el alma y su redención. El Hijo de Dios experimentó por nuestra causa el abandono; y a nosotros nos corresponde imitar el ejemplo de este segundo Adán que siempre caminó bajo la tierna mirada del Padre, a la luz de sus preceptos, y no hacer en cambio como el primero, que abandonó a Dios mediante el pecado.

Dios mío, Dios mío…” dice Jesús para manifestar su total humillación puesto que deja hablar a su agonizante humanidad, pero siempre confiando en el Padre, por eso no le habla en tercera persona sino como quien sabe que el Padre vela por él aun entre la oscuridad… le habla directamente, como quien sabe que es escuchado.

Oración: Oh Jesús mío, Dios y hombre perfecto, que por mi causa experimentaste el sufrimiento hasta sentir el abandono de tu Padre eterno; te suplico que me ayudes a no hacerte sentir el abandono de mi alma alejándose de ti tras el pecado, sino más bien quédate siempre a mi lado y no permitas que me separe de ti.

Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

 

La quinta palabra

Tengo sed

Jn 19,28

       Sabiendo Jesús que ya todas las cosas estaban cumplidas… dice: Tengo sed.” Ciertamente que después de la flagelación, después del extenuante camino hacia el calvario y luego de estar clavado durante horas en la cruz desangrándose, entre crueles espasmos, no resulta extraño que Jesucristo tenga sed, de hecho, daba así cumplimiento una vez más a las Escrituras, puesto que el salmo que comienza con la cuarta palabra reza claramente: “Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta…”[21]. Está sediento, el Hijo de Dios está sediento, pero no es ésta una sed cualquiera, ¡oh, no!, no es tan sólo la necesidad del agua para satisfacer al cuerpo… es mucho más que eso; más que una necesidad es un deseo ardiente de quien “ardientemente” ha deseado comer esta pascua[22], y ardientemente también esperaba su momento triunfal en el madero, y que sólo se comprende con los ojos de la fe: Jesucristo desde siempre, pero sobre todo desde la cruz, tiene una vehemente sed de almas: ¿cómo no tenerla en esta hora culminante de su obra el Buen Pastor que vino a dar la vida por sus ovejas? [23]; ¿cómo no tenerla quien se hizo Camino, Verdad y Vida[24] para quien se hallaba bajo el sello del pecado? Oh misteriosos designios divinos, locura para la sabiduría humana[25], ápice del amor divino para la fe: quien vino a saciar la sed de Dios que tenían los hombres, hombre también se hace y de ellos tiene sed; el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás[26], le dijo a la samaritana, y en ella a todos nosotros y, sin embargo, Él mismo tiene sed; ¡qué gran paradoja, un Dios encarnado y padeciendo por amores!, ¡el Dios de vida, sediento de dar vida!; y es que este es el precio que el amor impuso a quien nos amó primero[27]: saciar nuestra sed de eternidad, la que comenzó al salir del Edén a causa de un desordenado deseo de ser como dioses[28], a cambio de un sacrificio tan grande que implicó la crucifixión del Hijo de Dios que muere sediento de las almas de los hombres que vino a conducir de regreso al redil de su Padre[29].

Al leer la quinta palabra no podemos menos que movernos a compasión. Pero si, en cambio, nos detenemos unos instantes a meditarla se deja traslucir claramente que es más bien una invitación a la acción que se resume en esta sencilla pregunta: ¿acaso tengo derecho a no querer saciar la sed de mi alma que tiene Jesucristo?… y la respuesta es más que evidente.

A partir de este momento podríamos decir que la vida del creyente consiste en realizar de su parte todos los actos que, de alguna manera, tienen la capacidad de ir saciando la sed de Cristo, es decir, todo aquello que contribuya a “irle entregando el alma”: la práctica de las virtudes, las renuncias, el ofrecimiento de nuestros sufrimientos, etc., y todo esto siguiendo el ejemplo del maestro crucificado, es decir, hasta la muerte, hasta que llegue el tiempo de presentarle el alma pidiéndole que la tome para sí como ofrenda generosa y a la vez conquista de su sangre, para saciar en alguna medida su sed, que es sed de almas y sólo con almas se saciará.

Oración: Señor Jesús, Dios y hombre verdadero, sediento de las almas que viniste a conquistar para la eternidad, te ruego que me concedas la gracia de tener un corazón generoso, capaz de darse constantemente a Ti buscando, según mis muchas limitaciones pero movido por una profunda confianza en Ti, aliviar cuanto pueda tu sed, que es deseo ardiente de llevar a tu redil, que es la santa Iglesia, a todos aquellos hombres y mujeres que has amado “insaciablemente” hasta la muerte. Que no te niegue nada Señor mío: ni mis acciones, ni mis pensamientos, ni mi vida, que todo sea tuyo; he ahí tu triunfo, he ahí mi verdadera felicidad.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

La sexta palabra

Todo está consumado

Jn 19,30

 Consumar quiere decir llevar a cabo totalmente algo, terminarlo hasta en los más mínimos detalles. Así, pues, consumar una obra no es otra cosa que terminarla perfectamente. ¿Qué es lo que Jesucristo ha consumado?, pues nada menos que su gran obra, la de venir al mundo a entregar su vida y ofrecerla al Padre en reparación de los pecados de los hombres, alcanzándoles así su redención.

Todo está consumado, porque en Jesucristo se cumplen las Escrituras, Él es el siervo sufriente que, por su obediencia al Padre, se ha convertido en el Defensor vivo del hombre[30], porque ha venido a morir, pero para resucitar y ofrecer resurrección.

Jesucristo no ha venido a abolir la ley ni los profetas[31], sino a dar cumplimiento a los misteriosos designios de salvación, dando con su muerte en la cruz cumplimiento perfecto a las profecías, pues ¿acaso no era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?[32] Jesucristo consuma su paso por la tierra dándonos su vida para volver a tomarla Él mismo después, glorificado, porque Cristo nunca deja las cosas a medias: no se limitó tan sólo a defender a la mujer adúltera arrepentida, sino que además le perdonó sus pecados[33]; no se conformó con alabar la fe de la mujer cananea delante de todos sino que además le aseguró el cumplimiento de lo que pedía[34]; no restringió la salvación tan sólo al pueblo elegido sino que la extendió a todos los hombres que quieran abrazarla; y ahora, en sus últimos momentos de vida mortal, nos manifiesta claramente que no le bastó con el Tabor sino que quiso llegar hasta el Gólgota para, desde allí, atraer a todos hacia Él[35].

Es llamativo encontrar aquí estas palabras con que Jesús se dirige al Padre ofreciéndole toda su obra en favor de las almas y no, por ejemplo, en la Ascensión, ¿Por qué?, ¿acaso no falta aún la resurrección y la segunda venida?, ¿cómo es posible que todo esté consumado en el momento en que se va extinguiendo poco a poco la vida terrena del Cordero de Dios?, y la respuesta es, sencillamente, que justamente en ese mismo momento Jesús comenzaba su triunfo[36], porque la victoria de Jesús está latente en la cruz, donde venció la muerte muriendo, y junto con ella al pecado para enseñarnos que también nuestra vida no podrá jamás decirse triunfante sobre el pecado si no es en la cruz que manifiesta su entrega total, absoluta, es decir, que allí y sólo allí, realmente “todo está consumado”. De la misma manera que no hubiese habido pascua sin el cordero pascual, tampoco hubiese habido redención sin el sacrificio del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo [37]y da la vida eterna a sus ovejas, pero esta vida eterna debía ser conquistada mediante este misterioso holocausto llevado a cabo en el Gólgota y sobre el altar santo de la cruz, donde la Víctima perfecta se ofrece plenamente hasta consumirse en ese amor del Padre que tanto amó al mundo[38]

El sacrificio requería un ministro, y éste fue el Sacerdote eterno; exigía una víctima, y ésta fue el mismo Cordero de Dios; necesitaba fuego, y éste fue el fuego del amor divino; y, finalmente, la ofrenda debía consumirse completamente, y ésta fue la vida del Hijo de Dios que se extingue lentamente perfumando eternidad… nada más falta: “Todo está consumado”.

Oración: Oh Jesús mío, Cordero de Dios sin mancha, concédeme la gracia de consumar mi vida a tu servicio; te ruego que escuches mi sencilla súplica y me brindes, por tu infinita misericordia, la triple perseverancia: en la vocación que me has dado, en la gracia que me has concedido, y en el trance final de mi breve paso por este mundo en búsqueda de tu gloria y mi eterna salvación.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

La séptima palabra

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

Lc 23,46

  Las primeras palabras que Jesucristo declamó en la cruz fueron dirigidas al Padre y en favor de los hombres. Éstas últimas también se dirigen al Padre, pero esta vez para poner en sus manos la obra que acaba de consumar entregando hasta el último hálito de vida, cerrando así esta especie de “testamento ejemplar”, que se pronunció con palabras humanas pero se escribió con la sangre divina del Hijo… y fue sellado con la aceptación benévola del Padre.

Es muy significativo que Jesús hable aquí de “las manos del Padre”, por toda la riqueza nocional que posee esta realidad aplicada a Dios, espiritual y, por tanto, incorpóreo. Las manos sirven para trabajar, manifiestan poder, fuerza; son capaces de defender y defenderse, de ayudar, de dar… y también de recibir, de aceptar, e inclusive nos ayudan a rezar. A la luz de esta sencilla consideración podríamos notar que Jesucristo se encomienda en las manos divinas del Padre que han sido las mismas que escribieron  la historia de la salvación del hombre: Ellas lo formaron[39], ellas lo protegieron, le enviaron mensajeros para preparar la venida del mesías Redentor[40], ellas acompañaron toda la obra de Cristo desde que entró en este mundo como Hijo del Altísimo[41] para salvarlo, y ahora, en esta hora culminante, son estas mismas manos las que reciben paternalmente el sacrificio del Cordero sin mancha[42], porque las manos de Dios siempre están abiertas, tanto para dar como para recibir, y ¡¿cuánto más para aceptar este santo sacrificio obrado por su Hijo amado, aquel en quien tiene sus complacencias?! [43]

Toda obra puesta en las manos de Dios y según su voluntad produce siempre frutos abundantes y tal es la virtud, la eficacia de la obra redentora de Jesús, que nos alcanzó las llaves de los cielos que con el pecado se habían extraviado, puesto que Jesucristo vino para cumplir la voluntad del Padre[44]  y la llevó a cabo en plenitud.

…“en tus manos encomiendo mi espíritu”… lo único que le quedaba a Jesús era su vida, consagrada toda a pregonar la misericordia infinita del Padre, a ofrecer su perdón a los pecadores, en definitiva, a salvar lo que se había perdido[45]; esta maravillosa vida es la que encomienda con su espíritu en las manos del Padre. Jesús cita el salmo 31 y se lo apropia en este último aliento que le queda para luego expirar triunfantemente en el madero de la cruz, manifestando así que toda su confianza está puesta en el Padre, ya que el versículo termina afirmando: “Tú, el Dios leal, me librarás[46]; leal, porque Dios no puede fallar; libertador, porque ciertamente que librará a su Hijo de la muerte, al igual que a todos aquellos que aprovechen esta sangre redentora que, a partir de este momento, seguirá llamando a las almas junto al seno del Padre hasta el fin de los tiempos. De esta manera la invitación de Jesucristo permanecerá latente mientras permanezca la cruz en el mundo, invitación a encomendarse sin reservas a “las manos del Padre”, cada uno uniendo su cruz a la del Cordero de Dios que desea con ardor compartir su cáliz: copa de eternidad, locura para el mundo, pero sabiduría de Dios y victoria del alma sobre el pecado y sobre la muerte.

Oración: Dios Padre Todopoderoso, te suplico por tu Hijo Jesucristo, que me concedas la gracia de encomendarte la vida sin condiciones ni reservas, sino completamente abandonado a tu santa voluntad y no a mis caprichos. Que te sea fiel hasta la muerte, en la fe que me has brindado, en la enseñanza que me has dejado, en la santa Iglesia que has instituido como madre de las almas, y en el seguimiento de tu Hijo amado, obediente hasta la Cruz.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

El mensaje de Cristo

Algunos dicen que el mensaje de Cristo es el mensaje de la cruz. Hay quienes aseguran que es el amor, y otros afirman que es el de la misericordia de Dios. Debemos decir que estamos de acuerdo absolutamente con esto… con que es un mensaje del amor de Dios, amor que en Dios se identifica con su misericordia y que a tal punto llegó a encenderse que se clavó en una cruz; por lo tanto, todas estas afirmaciones se resumen en el amor.

El amor más perfecto –y propiamente verdadero- es el amor oblativo, es decir, el que se entrega y es capaz de renunciar incluso a la propia vida por aquel a quien ama. Es por esto que aquel amor que nos manifestó el Hijo de Dios hasta entregarse a la cruz por nosotros, no puede ser más grande, puesto que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos[47]…; y Jesucristo nos hizo sus amigos al momento de reconciliarnos con Dios. No nos referimos aquí, entonces, al amor meramente sensible, imperfecto, sino al amor que llega a negarse completamente en miras al bien del amado. El amor que Jesucristo nos revela es el amor sin límites, crucificado, incondicional, viril, sincero, profundo…, y sólo este amor era capaz de satisfacer por los pecados de todo el género humano, porque implicaba la más absoluta de las entregas, como hemos dicho: la de la vida y, junto con ella, la de la voluntad, es decir, que el sacrificio del amor de Cristo fue completamente libre, porque el amor verdadero está siempre dispuesto al sacrificio y Dios, para perfeccionarlo, lo convirtió Él mismo en sacrificio.

A partir de este momento, a partir de la cruz, ya no hay más excusas para con Dios, pues desde la crucifixión hasta ahora sigue resonando el mensaje del amor de Dios por los hombres, ya que “…tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”[48] Y éste “Hijo amado del Padre” seguirá invitando a cada alma hasta el fin de los tiempos a reconocer que no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.[49] Puesto que en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados.[50] Jesucristo es quien nos ha venido a ofrecer el verdadero amor de Dios que desea morar en cada alma que le abra la puerta dispuesta a unirse a Él y a su victoria en la cruz a cambio, tan sólo, de dejarse crucificar también con Él para alcanzar así la gloria imperecedera, que no es otra cosa que la consecuencia lógica del amor de Dios en el alma que lo recibe y de esta manera permite que tome amorosa posesión de ella: he aquí el mensaje de Cristo, el mensaje de la cruz, el mensaje del amor de Dios.

«Antes de iluminar a la inteligencia, el amor se instala en la voluntad; antes de derramarse como conocimiento de connaturalidad, se apodera del alma, la transforma y la une a Dios. Además, entrega el alma a Dios, como instrumento de sus designios, antes incluso o, más bien, al mismo tiempo, que hace del hombre un contemplativo que descubre el amor.

 Unida a Dios y transformada en él, el alma ya no puede separarse de él y le acompaña por todas partes donde la arrastra el peso de la misericordia. Vuelve de nuevo al mundo con Cristo y encuentra en la Iglesia su objeto pleno, Dios y el prójimo. Activa y realizadora, no puede la caridad sino compartir los trabajos de inmolación de Cristo en favor de su Iglesia[51]

A.M.D.G.

 

[1] Cf. Mt 9,13  “Id, pues, a aprender qué significa  Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

[2] Cf. Jn 8, 2-11

[3] Cf. Mt 18, 21-22

[4] Cf. Lc 1,52; Stgo 4,6; 1Pe 5,5

[5] Lc 23,41  “Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.”

[6] Lc 23,42  Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.”

[7] Cf. Mc 14,34  Y les dice: “Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad.”

[8] Lc 23,43  Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

[9] Cf. Mt 26,75  Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.” Y, saliendo fuera, lloró amargamente.

[10] Cf. Mt 26,53  ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?

[11] Cf. Mt 13,55  ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?

12 Cf. Lc 12,15

[13] Jn 6,68  Le respondió Simón Pedro:Señor,  ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras  de vida eterna”.

[14] Cf. Mt 13,54; Mt 13,58; Mt 21,15; Mc 6,2; etc.

[15] 1Pe 2,21  Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.

[16] Is 7,14  Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.

[17] Cf. Lc 15, 11-32, Parábola del “hijo pródigo”.

[18] Cf. Lc 1,28

[19] Is 53,3

[20] Mc 15,33  Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.

[21] Sal 22,16

[22] Lc 22,15

[23] Cf. Jn 10,11

[24] Cf. Jn 14,6

[25] Cf. 1 Cor 1,23

[26] Jn 4, 14

[27] Cf. 1Jn 4,19

[28] Cf. Gén 3,5

[29] Cf. Jn 10,16

[30] Cf. Job 19,25

[31] Cf. Mt 5,17

[32] Lc 24,26

[33] Jn 8,11

[34] Cf. Mt 15,28

[35] Cf. Jn 12, 32

[36] San Alberto Hurtado, La  búsqueda de Dios, Las virtudes viriles pp. 50-56.

[37] Cf. Jn 1,29

[38] Jn 3,16  “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

[39] Cf. Gén 1,26 y sgts.

[40] Cf. Jer 29,19

[41] Lc 1,35  “El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios.”

[42] Cf. Lev 9,3; 23,12; Núm 6,14; Ez 46,13; etc.

[43] Cf. Mt 17,5

[44] Cf. Lc 22,42

[45] Mt 18,11

[46] Sal 31,6

[47] Jn 15,13

[48] Jn 3,16

[49] Hch 4,12

[50] 1Jn 4,10

[51] P. María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, Èditions du Carmel, 4ª ed. Pág. 773

Madre y Señora

Sobre la esclavitud mariana[1]

P. Gustavo Pascual, IVE.

            María es nuestra madre, pues, nos dio a luz al pie de la cruz[2].

¿Por qué la conveniencia de que sea nuestra señora? Son muchas las conveniencias de hacerse esclavo de amor de la Santísima Virgen.

 

  1. La esclavitud mariana nos consagra totalmente al servicio de Dios.
  2. Nos hace que imitemos el ejemplo de Jesucristo y practiquemos la humildad.
  3. Nos alcanza su protección maternal.

 

  1. Es un medio excelente para procurar la mayor gloria de Dios

 

Muchas veces no obramos por la gloria de Dios porque no sabemos por qué medios le damos mayor gloria o porque no la buscamos.

Nosotros al ceder el valor y mérito de nuestras buenas obras a esta gran Señora sabemos que ella las aplica a la mayor gloria de Dios.

 

  1. Conduce a la unión con el Señor

 

+ Camino fácil

– Camino abierto por Jesús.

– Camino por el que se avanza suave y tranquilamente.

– Camino que tiene la permanente compañía de María.

– Camino de cruces pero endulzado por nuestra madre.

 

+ Camino corto

– Porque en él nadie se extravía.

– Se avanza por él con rapidez, gusto y facilidad.

– Se adelanta más, en menos tiempo.

– Porque por la sumisión a María el alma pronto se enriquece.

– Hasta los jóvenes se hacen viejos en sabiduría celestial.

 

+ Camino perfecto

Porque María es la más perfecta y santa de las criaturas y Jesucristo ha venido a nosotros de la manera más perfecta y no tomó otro camino que María.

 

+ Camino seguro

– Porque esta devoción de esclavitud no es nueva. Muchos santos la han practicado desde antiguo y llegaron al cielo.

– Es medio seguro para ir a Jesucristo. Porque María tiene por oficio llevarnos a Jesús y éste a Dios Padre.

Pues quien desee tener el fruto perfecto Jesucristo debe tener el árbol que lo produce.

– Cuanto mas uno busque a María en oraciones, contemplaciones, acciones y padecimientos más perfectamente hallará a Jesús que esta siempre en María.

– Además donde esta María no esta el maligno.

– Para avanzar sin temor e ilusiones hay que seguir esta devoción de esclavitud de amor.

  1. Nos lleva a la plena libertad de los hijos de Dios

Libertad interior.

– Quita del alma todo escrúpulo y temor servil.

– Ensancha el corazón con santa confianza en Dios.

– Nos inspira amor filial y tierno.

 

  1. Procura grandes ventajas al prójimo

– Se le da el valor satisfactorio e impetratorio de nuestras obras y ella las aplica a quien quiere.

 

  1. Es un medio maravilloso de perseverancia

– Somos débiles en perseverar.

– Nos confiamos por esta devoción a su fidelidad.

 

“Cuando ella te sostiene, no caes; cuando ella te protege, no temes; cuando ella te guía, no te fatigas; cuando ella te es favorable, llegas hasta el puerto de salvación” (San Bernardo).

            “Si confío en ti, oh Madre de Dios, me salvare; protegido por ti, nada temeré; con tu auxilio combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga porque ser devoto tuyo es un arma de salvación que Dios da a los que quiere salvar” (San Juan Damasceno).

 

  1. Hacer todo POR María

 

Obedecer en todo a María.

Regirse por su espíritu que es el Espíritu de Dios.

María jamás se condujo por su propio espíritu, siempre, por el espíritu de Dios, el cual fue Dueño y Señor de ella que tuvo su mismo espíritu.

María es grande por renunciar a su propio espíritu.

“El que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo”[3].

La humildad es base de la magnanimidad.

 

Tenemos que tener como ella:

+ Espíritu suave, manso y fuerte, es decir, santo abandono para grandes empresas, principalmente para llevar la cruz.

+ Espíritu celoso, con grandes deseos de glorificar a Dios y salvar las almas. Grandes deseos de ser santos.

+ Espíritu prudente, humilde y valeroso.

+ Espíritu puro, que viva la castidad a pleno en pensamientos, palabras y obras.

+ Espíritu fecundo, que arrastre al seguimiento y engendre hijos.

 

Para poseer éste espíritu hay que:

+ Renunciar al propio espíritu, luces y voluntad antes de hacer cualquier cosa.

+ Entregarse al espíritu de María para ser movidos y conducidos por ella.

Estar atentos… La voluntad de Dios se manifiesta a través de los mandamientos, del cumplimiento del deber de estado, de los superiores, etc.

Abandonarse sin preocupaciones, lo que no quiere decir inmovilidad y quietismo.

Dirigirle jaculatorias “renuncio a mí mismo por vos”, “me doy a vos, querida madre”.

 

  1. Hacer todo CON María

 

Mirar a María, conocerla y penetrar en los misterios de su vida.

Como lo hizo María o como lo haría María.

 

Meditar y examinar sus virtudes:

  • Su fe viva. Que nuestra fe sea inconmovible a pesar de la sensibilidad.
  • Su humildad profunda. Que nos lleve a ocultarnos.
  • Su pureza.

Que María sea nuestro molde.

 

III. Hacer todo EN María

 

+ Hay que entender y meditar lo siguiente: María es el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán.

  • En ella se albergó nueve meses Cristo.
  • En ella está el árbol de la vida. Allí encontramos a Cristo y también el cielo.
  • En ella está el árbol de la ciencia del bien y del mal. En ella encontramos la Sabiduría encarnada y la sabiduría para conducirnos en esta vida.

 

+ Para entrar en ella es necesaria la gracia del Espíritu Santo.

  • Debemos pedirla.
  • Debemos ser fieles para que el Señor se digne concedernos esa gracia.
  • Debemos, una vez conseguida, permanecer en ella con perseverancia.
  • Allí seremos alimentados de gracia y misericordia.
  • Seremos librados de temores y escrúpulos.
  • Estaremos a salvo de los enemigos del alma.

 

  1. Hacer todo PARA María

 

Todo hacerlo para ella como un siervo, como un esclavo.

Ella debe ser el fin próximo de nuestro obrar y así le agradaremos.

No permanecer ociosos. Para llegar a imitarla hay que tener un deseo eficaz.

Con su protección emprender grandes obras.

Defender sus privilegios.

Sostener su gloria.

Atraer a todos hacia ella.

Clamar y hablar contra los que abusan de su devoción.

Sólo debemos buscar como recompensa servir a esta gran Señora.

 

 

 

[1] Cf V.D. nº 135-182…, 513-41; 257-265…, 578-84.

[2] Cf. Jn 19, 27

[3] Mt 20, 27

Romance sobre los votos en general

Siguiendo las Constituciones, Parte 4, Artículo 1

P. Gonzalo Arboleda, IVE.

 

Tres votos nos ha entregado

Su Divina Majestad

Para por ellos tender

A perfecta caridad.

Y tanto bien es pa’l alma

Vivir según estos votos

Que no hay camino más recto

Al cielo, ni lo hay más corto.

Consideremos, por tanto

Los votos y su sentido

Para mejor apreciar

Lo que Dios ha concedido.

Y para hacerlo, propongo

Con la bondad del Señor

Usar aquel texto hermoso

Que nos diera el Fundador.

En primer lugar, digamos

Que la vida religiosa

Extraerá del bautismo

Su gracia la más copiosa.

Pues en el mismo morimos

Pa’ vivir resucitados;

Los votos, que son más muerte

Dan más vida al consagrado.

Segunda cosa: los votos

Son un martirio incruento

no se derrama la sangre

Pero se derrama el ego.

Pues como dijo el Gregorio

Con su habitual elocuencia

Con la espiritual espada

Matamos concupiscencias.

Si el mártir se va pa’l cielo

Al instante de su muerte

Al religioso inmolado

No le tocará otra suerte.

Siguiendo con lo tercero

Se debe bien destacar

Que la vida religiosa

Es holocausto sin par.

Holocausto significa

La victima abrasada

En el fuego consumida

Y de ella no queda nada.

Así pues, la religiosa

Por los tres votos entrega

Los tres bienes que más ama

Y no queda nada de ella.

Por la pobreza, la herencia

Por la castidad, el cuerpo

Por la obediencia consagro

Sin duda lo que más quiero;

La libertad, el albedrío

La autonomía, el yo

Así el religioso queda

Toda una cosa de Dios.

Que, de hecho, nos lleva al cuarto

Punto de este discurso:

El religioso es sagrado;

No se pertenece, es Suyo.

Sagrado por “consagrado”,

Separado pa’l Tres-Santo;

De aquí se desprende dicha

Pa’ unos, y pa’ otros llanto.

Porque el que por el pecado

De Dios profanara el templo,

A su crimen desgraciado

Aumentará sacrilegio.

Para avanzar el discurso

Y cabalmente entender

La doctrina espiritual

Conviene ahora rever.

Ahora bien, recordemos:

Son tres las inclinaciones

Que heredamos del pecado

De los primogenitores.

El deseo de la carne,

El deseo de los ojos,

La soberbia de la vida;

Las tres te quieren de hinojos.

Que corresponden precisas

A la tentación que el diablo

Le sugirió a Jesucristo

Y que Él venció cómo sabio.

Y las tres concupiscencias

¡Con los votos anulamos!

No sólo con profesarlos

Sino si los practicamos.

Habiendo ya resumido

Los votos en general

Dejemos para otro día

Se estudio en particular.

Y dando fin al discurso

A ti, María, me dirijo

Para suplicar me alcances

La gracia que necesito.

Y no confiando en mí mismo

Sino sólo en tu bondad,

Renuevo hoy mi obediencia

Mi pobreza y castidad,

Y ser siempre yo tu esclavo

Y verte siempre de Madre

Para gloria del Tres-Santo:

Espiritu, Hijo, y Padre.

 

 

 

 

 

 

La cruz y el misionero

(Poesía religiosa)

P. Jason Jorquera M., IVE

I

No se planta la semilla

sin romper antes el suelo;

no se pesca sin anzuelo,

ni se forma la gavilla

si primero no se trilla

con esfuerzo y con sudores,

despreciando los dulzores

con espíritu austero,

como lo hace el misionero

tras celestes amores.

II

Porque el alma que se entrega

al servicio del Dios bueno

por el bien se va de lleno

pero sólo si se niega

a sí misma, mientras riega

con renuncias su misión,

estrechando así la unión

con el Dueño de la mies

que le pide sin doblez

darse entera, sin fracción;

III

Es por eso que el quiera

abrazar la noble empresa

del apóstol que no cesa

de luchar y hacer la guerra

al pecado y su bandera,

no pretenda la conquista

si en las cruces no se alista

con el alma bien briosa,

decidida y generosa

de sufrir lo que la embista…

IV

De las cruces la primera

es aquella que va dentro:

la que quiere ser el centro

y sin cansancio persevera

bien atenta, como fiera,

siendo espina que ha mellado

la existencia del creado

para amar y no lo deja,

como el mal que siempre aqueja:

es la herida del pecado.

V

Pero, aunque haya un aguijón

que acompañe la existencia

no por eso la exigencia

de esta noble vocación

retrocede, y con tesón

se dispone hasta el suplicio

si lo pide el Dios del juicio,

del amor y la piedad,

que establece su amistad

bajo el plan del sacrificio;

VI

Sacrificio generoso,

voluntario y sin sayón

más que el propio corazón

que se ofrece bien celoso

de la gloria del Esposo,

al que sigue en la vigilia

y en la pena que concilia

el afán de misionar

y el pesar de abandonar

a su patria y su familia.

VII

Luego vienen los dolores

que en silencio va llevando

el que vive cultivando

las razones superiores,

misteriosos bienhechores

que combaten el orgullo

con firmeza y sin barullo,

demostrándole al alma

que sólo reina la calma

si renuncia a lo que es suyo;

VIII

Los dolores escondidos

que conoce sólo el Cielo,

como el grande desconsuelo

de saberse incomprendido,

o quedarse confundido

por la falta de respuesta

del rebaño que le cuesta

oración y penitencia,

juntamente con paciencia,

tan probada como expuesta.

IX

Además, en la misión,

siempre hay lobo si hay cordero,

por lo cual el misionero

no está exento de aluvión,

y hasta la persecución

puede ser su compañera

si el Eterno permitiera

que golpeara su puerta;

y por eso estar alerta

nunca es opción somera…

X

¿Qué es lo que hace al consagrado,

sin embargo, ser feliz?;

¿qué razón le da el matiz

de una dicha que ha empezado

al momento que el arado

tomó firme, con sus manos,

dejando casa y hermanos

sin querer mirar atrás?;

justamente aquella Faz

de designios arcanos;

XI

Es feliz el misionero

pues la fe le da la luz

para hallar allí en la Cruz

al Señor que lo hizo obrero

de su mies y amó primero;

cruz que ahora le comparte

pues allí se hizo el arte

del amor crucificado

-el más grande y acendrado-,

que hoy se ha vuelto su baluarte.

 

 

Convivium en el Monasterio de la Sagrada Familia

Desde la casa de santa Ana

Queridos amigos:

Durante el tiempo de formación en nuestras casas religiosas, ya sea en los seminarios como en los conventos, normalmente una vez al año realizábamos los siempre recordados “Convivium”, que consisten básicamente en juntarse un día específico a compartir con todos los que deseen participar, poesías, canciones, ensayos, etc., compuestos normalmente por nuestros religiosos, fomentando así el desarrollo de los talentos de los consagrados, y siendo un gesto más de la fraternidad que, gracias a Dios, se vive notablemente durante el tiempo de formación.

De alguna manera los días previos a los Convivium no podían pasar desapercibidos, ya que siempre se encontraba a algún compañero durante el tiempo libre escribiendo, memorizando, o ensayando alguna canción o poesía; y llegado el día se disponía una de las aulas de clase para recibir a los participantes. El ambiente, por supuesto, es sumamente familiar, ya que están algunos de los sacerdotes y compañeros de los distintos cursos de filosofía y teología, así como más de una guitarra y órgano para las exposiciones de los trabajos que tanto disfrutábamos escuchar, y que en más de una ocasión nos revelaron un talento desconocido hasta el momento, especialmente con los de los primeros años. A veces el Convivium proponía un tema específico, otras simplemente era tema libre… lo importante era compartir.

Pues bien, queriendo revivir de alguna manera estos momentos que tantos buenos recuerdos nos dejaron antes de partir a nuestras tierras de misión, quisimos realizar un Convivium en nuestro monasterio, bajo el tema de  “La vida consagrada”, invitando a los que quisieran venir de nuestros religiosos, bastante conscientes de que sería muy difícil que todos pudieran asistir debido a las actividades y trabajos propios de cada lugar de misión; sin embargo, gracias a Dios y con un gran esfuerzo, contamos con la presencia y participación de nuestros padres misioneros en Belén y Jerusalén, así como las hermanas de la nueva comunidad de Mughar, a pocos kilómetros de aquí, con quienes luego del clásico canto que siempre abría los Convivium (https://www.youtube.com/watch?v=l9yeUvimgoU), pudimos escuchar lo que cada uno preparó para compartir: un himno pidiendo por la santidad de los sacerdotes; una antífona de consagración a la Virgen; poesías a los sagrados votos, a la cruz del misionero, a san Pedro, la Cruz y el Santo Sepulcro, a la misma consagración y una breve exposición sobre la primera Iglesia dedicada a la “Teothokos” en Jerusalén.

Finalmente dimos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos, y también a quienes pudieron participar de esta fructífera actividad.

Agradecemos a la Sagrada Familia y a nuestros formadores, quienes supieron inculcarnos e incentivarnos más aún, a escribir, desarrollar y compartir con los demás los posibles dones y habilidades, así como a valorar desde la misión, todo aquello de grandioso que recibimos en el seminario para llevarlo y hacerlo fructificar en el destino al cual Dios quiera llevarnos.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:

Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,

Séforis, Tierra Santa.

 

Devoción a Nuestra Señora

San Alberto Hurtado

Es un elemento esencial en la vida cristiana. En los Ejercicios aparece continuamente: En todos los grandes coloquios: Infierno, Reino, Banderas, 3 grados de humildad; en las meditaciones de la Encarnación y del Nacimiento, en 2ª y 3ª semanas; en la oblación del Reino; mis votos religiosos en presencia de María.

El alma cristiana está llena de esta devoción. Los cruzados al caer: “Madre de Dios, ten misericordia de mí”, y los sarracenos los remataban: “Perro pagano, Dios no tiene Madre”. En países de misión, el Islam que avanza, se ve detenido por María. Esas religiosas indígenas, todas con títulos de María, Capillas, Rosario, Escapulario, Templos, Peregrinaciones, Grutas.

1. En qué se funda la devoción a María

Es una lástima que prediquen esta devoción poética: Palma de Cades, Rosa de Jericó, ponderando únicamente su hermosura. El verdadero fundamento no lo descubre el hombre raciocinando (pues no acepta la idea de privilegio), sino orando bajo la inspiración del Espíritu Santo. En nuestra oración hallamos tan natural el privilegio de María antes de todo mérito suyo. Se ve en la celebración del 8 de diciembre. El pueblo que ora lo intuye. En Lovaina en el 50º aniversario de la Inmaculada Concepción, había iluminación hasta de las casas más modestas. Un niño es interrogado: En la Fiesta de Nuestra Señora, ¿tú le tienes envidia? -Nadie tiene envidia de la Madre.

2. La gracia de María funcional:

La gracia de María es gracia funcional. Toda gracia es funcional, en provecho de todos los demás, justos y pecadores. No se trata de honores sino de funciones. La función de María es ser Madre de Dios, y su gracia es para nosotros lo que funda nuestra esperanza, ya que la preferida de Dios es mi Madre, ¡qué bien lo entendieron los cristianos de la Edad media, en esos himnos maravillosos!

Todo tu honor, lo alcanzaste para nosotros.

Tú tienes que sernos la puerta de la vida,

como Eva lo fue de la muerte.

La gracia funcional de María persiste: Cuando Dios ha elegido una persona para una función no cambia de parecer. San José, patrono de la Sagrada Familia; la Sagrada Familia creció y es la Iglesia, luego José, patrono de la Iglesia. María al cuidado doméstico de la Sagrada Familia… Ésta crece al cuidado doméstico de la Iglesia: “Así como cuando vivía Jesús iba usted, oh Madre, con el cántaro sobre la cabeza a sacar agua de la fuente, venga ahora a tomar agua de la gracia y tráigala, por favor, para nosotros que tanto la necesitamos”.

3. Modelo de cooperación

María como Madre no quiere condecoraciones ni honras, sino prestar servicios. Y Jesús no va a desoír sus súplicas, Él, que mandó obedecer padre y madre. Su primer inmenso servicio fue el “Hágase”… y el “He aquí la Esclava del Señor” (Lc 1,38). Todos los teólogos de acuerdo en admitir que no habríamos tenido Encarnación si María se hubiese resistido (¡cuántas encarnaciones de Dios en el alma de sus fieles fallan por nuestra culpa!). Dios hizo depender su obra del “Sí” de María. Sin hacer bulla prestó y sigue prestando servicios: esto llena el alma de una santa alegría y hace que los hijos que adoran al Hijo, no puedan separarlo de la Madre. Varonil, fuerte y tierna, esta devoción afirmémosla. ¡Será la defensa de nuestros mejores valores!

 

Madre de misericordia

P. Gustavo Pascual, IVE.

Esta advocación comienza con San Odón, abad de Cluny.

            María es madre de misericordia porque nos dio a Jesucristo y también por ser madre espiritual de los fieles. Ella presenta en el cielo las necesidades de sus hijos ante su Hijo como lo hizo en las bodas de Caná.

            María es la profetiza que ensalza la misericordia de Dios.

            María en el Magnificat alaba la misericordia de Dios:

            “Y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen”[1].

            “Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia”[2].

            Nosotros debemos proclamar la misericordia de Dios como lo hizo María pues tiene con cada cristiano una misericordia particular.

            María es la mujer que ha experimentado de modo especial la misericordia de Dios.

            “María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado —como nadie— la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina”[3].

  1. María participa en grado eminente la misericordia divina

           En el Evangelio se narra la compasión de Jesús por nosotros. En esa compasión está nuestra salvación y seguridad, y en ella debemos aprender a ser misericordiosos con los demás. A mayor misericordia con los demás, alcanzaremos con más prontitud el favor de Dios[4].

            De esta misericordia es ejemplo la Santísima Virgen; ella “es la que conoce mas a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es”[5].

            “La misericordia nace del corazón y se apiada de la miseria ajena de tal manera que le duele y entristece como si fuera propia, llevando a poner los remedios oportunos para intentar sanarla”[6].

            En Jesucristo está la expresión plena de la misericordia divina: se entregó en la cruz, en acto supremo de amor misericordioso y ahora la ejerce desde el Cielo y en el sagrario; “No es tal nuestro Pontífice, que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias […] Lleguémonos, pues, confiadamente, al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia”[7].

            En María la misericordia se une a la bondad de madre; el título de madre de la misericordia fue ganado por ella en su “fiat” en Nazaret y en su “fiat” en el Calvario. “Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz”[8].

  1. Salud de los enfermos; refugio de los pecadores

           El título de madre de misericordia se ha expresado tradicionalmente a través de las siguientes advocaciones: salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos.

            La Santísima Virgen obtiene la curación del cuerpo, sobre todo cuando está ordenada al bien del alma. Otras veces hace entender el dolor, el mal físico como instrumento de la providencia de Dios para nuestro bien.

            La Santísima Virgen nos remedia también las heridas del pecado original que han sido agravadas por nuestros pecados personales. Fortalece a los que vacilan, levanta a los caídos y ayuda a disipar las tinieblas de la ignorancia y del error.

            En María encontramos amparo seguro. Ella acoge a los pecadores y los mueve al arrepentimiento.

  1. Consuelo de los afligidos y auxilio de los cristianos

           Durante su vida fue consuelo de San José en Belén, y también en la huída a Egipto. Fue consuelo de las mujeres en Nazaret y consuelo de los apóstoles en la Pasión y en el Cenáculo.

            Y finalmente auxilio de los cristianos, porque favorece principalmente a quienes ama y nadie amó más a quienes formamos parte de la familia de su Hijo. En ella encontramos todas las gracias para vencer en las tentaciones, en el apostolado, en el trabajo.

            “En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud”[9].

[1] Lc 1, 50

[2] Lc 1, 54

[3] Juan Pablo II, Carta Encíclica “Dives in misericordia” nº 9, Paulinas Buenos Aires 1980, 41-2.

[4] Cf. Mt 6, 14

[5] Juan Pablo II, “Dives in misericordia” nº 9…, 42

[6] Cf. San Agustín, la Ciudad de Dios, 9. Cit. Carvajal, Hablar con Dios, t. III, Palabra Barcelona 1993, 338.

[7] Hb 4, 15-16

[8] L.G. 62

[9] Si 24, 25

Las virtudes en general

Extracto del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica sobre las virtudes humanas y teologales
377. ¿Qué es la virtud?
La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien: “El fin de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios” (San Gregorio de Nisa). Hay virtudes humanas y virtudes teologales.
378. ¿Qué son las virtudes humanas?
Las virtudes humanas son perfecciones habituales y estables del entendimiento y de la voluntad, que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta en conformidad con la razón y la fe. Adquiridas y fortalecidas por medio de actos moralmente buenos y reiterados, son purificadas y elevadas por la gracia divina.
379. ¿Cuáles son las principales virtudes humanas?
Las principales virtudes humanas son las denominadas cardinales, que agrupan a todas las demás y constituyen las bases de la vida virtuosa. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
380. ¿Qué es la prudencia?
La prudencia dispone la razón a discernir, en cada circunstancia, nuestro verdadero bien y a elegir los medios adecuados para realizarlo. Es guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida.
381. ¿Qué es la justicia?
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido. La justicia para con Dios se llama “virtud de la religión”.
382. ¿Qué es la fortaleza?
La fortaleza asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, llegando incluso a la capacidad de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa.
383. ¿Qué es la templanza?
La templanza modera la atracción de los placeres, asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
384. ¿Qué son las virtudes teologales?
Las virtudes teologales son las que tienen como origen, motivo y objeto inmediato a Dios mismo. Infusas en el hombre con la gracia santificante, nos hacen capaces de vivir en relación con la Santísima Trinidad, y fundamentan y animan la acción moral del cristiano,
vivificando las virtudes humanas. Son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.
385. ¿Cuáles son las virtudes teologales?
Las virtudes teologales son la fe, la esperanza y la caridad
386. ¿Qué es la fe?
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, y que la Iglesia nos propone creer, dado que Dios es la Verdad misma. Por la fe, el hombre se abandona libremente a Dios; por ello, el que cree trata de conocer y hacer la voluntad de Dios, ya que “la fe actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
387. ¿Qué es la esperanza?
La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrena.
388. ¿Qué es la caridad?
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Jesús hace de ella el mandamiento nuevo, la plenitud de la Ley. Ella es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14) y el fundamento de las demás virtudes, a las que anima, inspira y ordena: sin ella “no soy nada” y “nada me aprovecha” (1 Co 13, 2-3).
389. ¿Qué son los dones del Espíritu Santo?
Los dones del Espíritu Santo son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir las inspiraciones divinas. Son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
390. ¿Qué son los frutos del Espíritu Santo?
Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones plasmadas en nosotros como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y
castidad” (Ga 5, 22-23 [Vulgata]).

Bondad

San Alberto Hurtado

Para amar hay que poner mucha bondad, esto es, mucho don de nosotros mismos. Pensar en los demás, agradarlos, sacrificarse por ellos. Conciliarlo todo en la bondad que acoge, y acoge con alegría.

La bondad no es una simpatía superficial, no es la sensibilidad afectuosa: es la intuición de la situación de otro, de su necesidad, de su llamamiento, de su corazón, de su drama íntimo; porque lo amo, porque entro en comunión con él, con su sufrimiento, y hago confianza a la capacidad de superación que en él existe.

La bondad no es un sentimiento dulzarrón, sino un sentimiento fuerte. El que ama quiere el bien de quien ama. Por eso debe a veces mostrarse duro.

Bondad es comprender al otro, llorar con el otro, orar con el otro, ayudarlo. Bondad, es impedirle que se extravíe. Bondad es aceptar que se crea incomprendido cuando se le contradice por su bien, porque se le ama.

El exceso de bondad es el menos peligroso de los excesos. El exceso de bondad existe sólo cuando se cede al deseo del otro, contra su bien, o contra el bien común.

La bondad supone capacidad para soportar los golpes duros, las incomprensiones, los desfallecimientos, las oposiciones de dentro y las de fuera, el paquete de cada día con noticias desagradables, el asalto de los importunos que le roban lo único que le queda: el tiempo; y muchas veces por motivos totalmente fútiles.

Bondad con los otros y también con uno mismo, pues si no tengo bondad y paciencia conmigo tampoco la tendré con los demás. Bondad ante mi propia debilidad, ante mi pereza, mis prisas infantiles, mi inexperiencia, mis fracasos…

Quedar siempre dueño de mí mismo. Siempre dulce ante las cosas: ellas nunca tienen la culpa. Dulce con los otros. Ellos son lo que son: hay que tomarlos como son. Vale más torcerlos que quebrarlos. Ser bueno conmigo mismo; utilizarme en la mejor forma, en vez de gastarme en recriminaciones. No poseo a nadie sino en la bondad.

Cuando [uno está] descorazonado

Después de un tiempo de trabajo, al examinar el camino recorrido, ¡cuántos fracasos! Todos esos [hombres] que uno ha tratado de sacudir, de alentar, de agrupar… y que poco a poco lo han ido abandonando. Todos esos esfuerzos heroicos, gota a gota, y cuyo resultado no aparece. ¿Qué ha pasado? La obra que se anunciaba tan magnífica, ¿qué queda de ella?.

Esos viajes, esas asambleas, esas miles de diligencias para que reine un poco más de justicia. ¿Qué queda? Tal vez el pensamiento que tú eras un interesado, que trabajabas por ti como un candidato… Tantas diligencias por los pobres, tantas visitas, esfuerzos, mendigar por ellos. ¡Haber perdido el tiempo, las fuerzas, quizás el cariño de los míos, que he abandonado por los extraños…!

Pero no, nada ha sido perdido, porque todo fue realizado con un gran amor. El amor, cuando es profundo, cuando es puro, lleva en sí mismo su plenitud. Toda acción cargada de amor, tiene valor. Ella alcanza a Dios.

No, nada de esos esfuerzos, aparentemente estériles, nada ha sido perdido. Yo he amado, eso basta. Ellos necesitaban más de mi amor que de mi influencia. En Dios yo los encuentro.

Breves del Monasterio de la Sagrada Familia

Queridos amigos:
Junto con la correspondiente acción de gracias a Dios, a la Sagrada Familia y a sus constantes oraciones, considerando los muchos e incontables beneficios recibidos durante el pasado año, pese a la dificultad propia de la situación actual, queremos compartirles brevemente algo acerca de lo que han sido estas últimas e intensas semanas. Ciertamente podríamos escribir algo más extenso respecto a varias de estas actividades por separado, pero por cuestiones de tiempo y de trabajo debemos, por fuerza, resumirlo:
“Navidad en Belén”
Por gracia de Dios este año nuevamente pudimos participar de las celebraciones navideñas en Belén con nuestros padres y hermanas de distintas comunidades, tanto en la basílica principal cuanto en la misma gruta que presenció el nacimiento en el tiempo del Hijo de Dios; una gracia ciertamente maravillosa, donde tuvimos presente las intenciones y necesidades de todas las almas encomendadas a nuestras oraciones y a nuestro ministerio sacerdotal.
“Navidad en el Monasterio”
Después del almuerzo de Navidad en Belén, regresamos al monasterio para celebrar con nuestros amigos que asisten a Misa al Monasterio, pudiendo compartir la cena festiva y la guitarreada a cargo del P. Gonzalo, cantando Villancicos tradicionales de varios países y en distintas lenguas.
“Trabajos”
Además del correspondiente y constante mantenimiento del monasterio, aprovechamos de preparar algunas mermeladas como parte de los regalos para nuestros misioneros, con quienes festejamos como siempre en el más agradable espíritu de familia en el Hogar Niño Dios de Belén, donde nos juntamos los religiosos de las distintas misiones por estos lugares.
“Visitas”
Si bien son pocos los peregrinos que actualmente recibimos, no hemos dejado de tener algunas visitas, como nuestras hermanas de la Parroquia de san Jorge en Mughar, quienes aprovecharon para hacer su retiro mensual aquí, predicado por el P. Jason (quien trató acerca de la importancia de vivir bien la caridad fraterna en nuestras comunidades), aprovechando el favorable silencio del monasterio, así como la Adoración y santa Misa con los monjes. También recibimos -entre otros-, a tres sacerdotes extranjeros residentes en Jerusalén, quienes actualmente se encuentran terminando sus respectivos doctorados en Sagrada Escritura, compartiendo con ellos la Adoración eucarística y la santa Misa. También cabe destacar la visita del P. Carlos Ferrero, nuestro Provincial, con quien pudimos compartir y realizar un par de edificantes peregrinaciones por los santos lugares, aprovechando la especial octava de Navidad.
“Encuentro fronterizo”
Para ir a Belén o Jerusalén desde Galilea, tenemos dos caminos principales; el más largo es la llamada ruta del desierto, donde se puede ir a Jericó antes de llegar a Jerusalén, pasando por el lugar del bautismo de nuestro Señor Jesucristo (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34), donde la Tradición sitúa también el paso del pueblo elegido para entrar en la Tierra Prometida (Jos 3), y donde Eliseo vio a Elías ser arrebatado hacia los cielos (2Re 2, 1-12). Luego de renovar las promesas bautismales y nuestra fe en el Credo católico, y rezar tranquilamente, nos encontramos con nuestros monjes de Jordania “orilla a orilla”, ya que precisamente el lugar del Bautismo es actualmente parte de la frontera entre ambos países, y si bien no se puede pasar de un lado a otro, debido a la corta distancia entre un punto y el otro pudimos conversar tranquilamente y compartir un momento muy agradable, hasta que los grupos que llegaban comenzaron a preguntarnos acerca de quiénes éramos, haciendo un maravilloso apostolado con quienes saben poco o nada acerca de nuestra fe, y atendiendo ambos monjes a las consultas en hebreo o en inglés según se fueron dando las cosas.
Muchas más gracias recibimos, ciertamente, durante todo este tiempo, y por todas ellas agradecemos al Cielo. Nos encomendamos como siempre a sus oraciones y seguimos comprometiendo las nuestras por sus necesidades y las del mundo entero.
Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia;
Séforis, Tierra Santa.

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado