Jesucristo sacramentado

La Eucaristía: fuente de vida cristiana

San Alberto Hurtado

 

Padre Hurtado, celebrando su primera santa Misa.

Fuente de vida cristiana. Ya que el cristianismo no es tanto una ética, como el protestantismo, ni una filosofía, ni una poesía, ni una tradición, ni una causa externa, sino la divinización de nuestra vida o, más bien, la transformación de nuestra vida en Cristo, para tener como suprema aspiración hacer lo que Cristo haría en mi lugar; esa es la esencia de nuestro cristianismo.

Y la esencia de nuestra piedad cristiana, lo más íntimo, lo más alto y lo más provechoso es la vida sacramental, ya que mediante estos signos exteriores, sensibles, Cristo no sólo nos significa, sino que nos comunica su gracia, su vida divina, nos transforma en Sí [mismo]. La gracia santificante y las virtudes concomitantes…

La gran obra de Cristo, que vino a realizar al descender a este mundo, fue la redención de la humanidad. Y esta redención en forma concreta se hizo mediante un sacrificio. Toda la vida del Cristo histórico es un sacrificio y una preparación a la culminación de ese sacrificio por su inmolación cruenta en el Calvario. Toda la vida del Cristo místico no puede ser otra que la del Cristo histórico y ha de tender también hacia el sacrificio, a renovar ese gran momento de la historia de la humanidad que fue la primera Misa, celebrada durante veinte horas, iniciada en el Cenáculo y culminada en el Calvario…

Ahora bien, la Eucaristía es la apropiación de ese momento, es el representar, renovar, hacernos nuestra la Víctima del Calvario, y el recibirla y unirnos a ella. Todas las más sublimes aspiraciones del hombre, todas ellas, se encuentran realizadas en la Eucaristía:

  1. La Felicidad: El hombre quiere la felicidad y la felicidad es la posesión de Dios. En la Eucaristía, Dios se nos da, sin reserva, sin medida; y al desaparecer los accidentes eucarísticos nos deja en el alma a la Trinidad Santa, premio prometido sólo a los que coman su Cuerpo y beban su Sangre (cf. Jn 6,48ss).
  2. Cambiarse en Dios: El hombre siempre ha aspirado a ser como Dios, a transformarse en Dios, la sublime aspiración que lo persigue desde el Paraíso. Y en la Eucaristía ese cambio se produce: el hombre se transforma en Dios, es asimilado por la divinidad que lo posee; puede con toda verdad decir como San Pablo: “ya no vivo yo, Cristo vive en mí” (Gal 2,20); y cuando el que viene a vivir en mí es de la fuerza y grandeza de Cristo, se comprende que es Él quien domina mi vida, en su realidad más íntima.
  3. Hacer cosas grandes: El hombre quiere hacer cosas grandes por la humanidad… por hacer estas cosas los hombres más grandes se han lanzado a toda clase de proezas, como las que hemos visto en esta misma guerra; pero, ¿dónde hará cosas más grandes que uniéndose a Cristo en la Eucaristía? Ofreciendo la Misa salva la raza y glorifica a Dios Padre en el acto más sublime que puede hacer el hombre: opone a todo el dique de pecados de los hombres, la sangre redentora de Cristo; ofrece por las culpas de la humanidad, no sacrificios de animales, sino la sangre misma de Cristo; une a su débil plegaria la plegaria omnipotente de Cristo, que prometió no dejar sin escuchar nuestras oraciones y ¡cuándo más las escuchará que cuando esa plegaria proceda del Cristo Víctima del Calvario, en el momento supremo de amor…! …

He aquí, pues, nuestra oración perfectísima. Nuestra unión perfectísima con la divinidad. La realización de nuestras más sublimes aspiraciones.

  1. Unión de caridad: En la Misa, también nuestra unión de caridad se realiza en el grado más íntimo. La plegaria de Cristo “Padre, que sean uno… que sean consumados en la unidad” (Jn 17,22-23), se realiza en el sacrificio eucarístico. Al unirnos con Cristo, a quien todos los hombres están unidos: los justos con unión actual; los otros, potencial.

 [Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome… en unión con Cristo.

¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!].

Después de la comunión, quedar fieles a la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás:

¡Eso es comulgar!

 

San Juan Bosco a los jóvenes

La importancia de practicar la virtud

(“El joven cristiano instruido”, prólogo)

San Juan Bosco

San Juan Bosco, confesando a sus jóvenes

Dos son los ardides principales de que se vale el demonio para alejar a los jóvenes de la virtud. El primero consiste en persuadirles de que el servicio del Señor exige una vida melan­cólica y exenta de toda diversión y placer. No es así, queridos jóvenes. Voy a indicaros un plan de vida cristiana que pueda manteneros alegres y contentos, haciéndoos conocer al mismo tiempo cuáles son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres, para que podáis exclamar con el santo profeta David: “Sirvamos al Señor con alegría”: Servite Domino in laetitia. Tal es el objeto de este devocionario; esto es, deciros cómo ha­béis de servir al Señor sin perder la alegría.

El otro ardid de que se vale el demonio para engañaros es haceros concebir una falsa esperanza de vida larga, persuadién­doos de que tendréis tiempo de convertiros en la vejez o a la hora de la muerte. ¡Sabedlo, hijos míos, que así se han perdido infinidad de jóvenes! ¿Quién os asegura larga vida? ¿Po­déis acaso hacer un pacto con la muerte para que os espere hasta una edad avanzada? Acordaos de que la vida y la muer­te están en manos de Dios, quien puede disponer de ellas como le plazca.

Aun cuando quisiese el Señor concederos muchos años de vida, escuchad, no obstante, la advertencia que os dirige: “El hombre sigue en la vejez, y hasta la muerte, el mismo camino que ha emprendido en su adolescencia”: Adolescens iuxta viam suam etiam cum senuerit, non recedet ab ea. Esto significa que si empezamos temprano una vida cristiana, la continuaremos hasta la vejez y tendremos una muerte santa, que será el principio de nuestra bienaventuranza eterna. Si, por el contrario, nos conducimos mal en nuestra juventud, es muy probable que continuemos así hasta la muerte, momento terrible que decidirá nuestra eterna condenación. Para prevenir una desgracia tan irreparable, os ofrezco un método de vida corto y fácil, pero suficiente, para que podáis ser el consuelo de vuestros padres, buenos ciudadanos en la tierra y después felices poseedores del cielo.

Queridos jóvenes: os amo con todo mi corazón, y me basta que seáis aún de tierna edad para amaros con ardor. Hallaréis escritores mucho más virtuosos y doctos que yo, pero difícilmente encontraréis quien os ame en Jesucristo más que yo y que desee más vuestra felicidad. Y os amo particularmente porque en vuestros corazones conserváis aún el inapreciable tesoro de la virtud, con el cual lo tenéis todo, y cuya pérdida os ha­ría los más infelices y desventurados del mundo.

Que el Señor sea siempre con vosotros y os conceda la gra­cia de poner en práctica mis consejos para poder salvar vues­tras almas y aumentar así la gloria de Dios, único fin que me he propuesto al escribir este librito.

Que el cielo os dé largos años de vida feliz, y el santo te­mor de Dios sea siempre el gran tesoro que os colme de celes­tiales favores en el tiempo y en la eternidad.

Afmo. in C. J.

“Un manantial de bendiciones”

San Joaquín y santa Ana 2017 en Séforis

Queridos amigos:
Ciertamente que “todos” los beneficios espirituales que Dios derrama incesantemente sobre nuestras almas jamás podrán ser conocidos en este mundo, pero es cierto también que muchos de esos beneficios –que a menudo llevan consigo algún aspecto externo- sí los podemos conocer y mediante ellos elevar nuestra gratitud hacia lo alto. Pues bien, en esta oportunidad les queremos compartir algunas de las tantas gracias con que Dios mismo nos fue ayudando a preparar la celebración de san Joaquín y santa Ana de este año.

Las gracias se fueron sucediendo una tras otra, comenzando por las personas que sin saber cómo llegaron a este lugar. Y en esto nos detenemos para contarles que justamente una persona que llegó acá “sin saber cómo, porque iba hacia otra parte” mientras estábamos en la adoración Eucarística de la tarde, en la cual actualmente nos acompaña todas las semanas cuando puede, se convirtió en un instrumento más de la divina providencia; y a partir de esto comenzó una especie de cadena de gracias demasiado intensa y a la vez hermosa durante este último mes: vinieron amigos de su grupo de oración, luego una familia regaló e instaló el aire acondicionado para la capilla y otra la escalera de entrada a la misma; luego comenzaron a venir a Misa aquí los Domingo, siendo que para ellos implica el gran esfuerzo de levantarse temprano y movilizarse con sus hijos (la mayoría niños todavía); y en seguida comenzamos a tener monaguillos, lectores, y hasta un organista, cuando hasta ahora siempre éramos sólo los tres monjes en la santa Misa dominical. Después vinieron las preguntas sobre nuestro monasterio y estilo de vida, y todos admirados y contentos “¿cómo hacen para hablar sólo una hora al día?” –salvo los Domingos y solemnidades- preguntaban, pero enseguida agregando “qué bueno que ustedes recen siempre por nosotros”. A continuación vinieron más ofrecimientos, y gracias a “los voluntarios” este año, por primera vez, pudimos limpiar “todo el terreno”, cosa que en años anteriores no se había podido realizar debido a todo lo que implica -además de la fiesta- el mantenimiento regular del monasterio y haber sido hasta la celebración anterior sólo dos monjes para todos los trabajos (pues este año fue el primero en que participa nuestro tercer miembro de la fiesta), y todo en un clima de gran alegría; además tuvimos primeras confesiones, y también una segunda gran jornada de trabajo que estuvo totalmente marcada por la alegría de los voluntarios: “qué bueno trabajar y sudar junto con ustedes”, “qué paz se respira en este lugar”, “qué gusto poder ayudarlos”, etc., eran los comentarios de los jóvenes, los cuales se fueron “todos” confesados luego del intenso día trabajo.
Posteriormente fue apareciendo todo lo que nos faltaba para la fiesta, tanto de liturgia como para los festejos y la santa Misa con muchísimas personas de todos lados, familias enteras festejando “el día de los abuelos de Jesús” y siempre con una sonrisa en los labios.

Finalmente festejamos con las familias, amigos y benefactores del monasterio en un clima completamente ameno, dónde muchas personas pudieron conocer a nuestros religiosos y religiosas que trabajan en diferentes partes de Medio Oriente y que, en la medida de sus posibilidades, nos acompañaron es este día tan importante para nuestra comunidad monástica.

Damos gracias a la Sagrada Familia y a ustedes por sus oraciones, y nos encomendamos nuevamente a ellas para perseverar en la voluntad de Dios y en su servicio en favor de las almas, siempre fundados en una intensa vida de oración.

Con nuestra bendición, en Cristo y María: Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.