Medios para adquirir la virtud (II/II)

Texto tomado de

“El joven cristiano”

Por San Juan Bosco

 

artículo 4º.— La primera virtud que debe brillar en la juven­tud es la obediencia a los padres y superiores

Así como una tierna planta, aunque colocada en un jardín bien cultivado, tiene necesidad de un sostén para desarrollarse convenientemente, así vosotros, amados jóvenes, os doblegaréis seguramente al mal si no os dejáis guiar por los que están en­cargados de vuestra educación y del bien de vuestra alma. Es­tos no son otros que vuestros padres o aquellos que hacen sus veces, a quienes debéis obedecer exactamente: “Honra a tu padre y a tu madre, y vivirás largo tiempo sobre la tierra”, dice el Señor.

Pero ¿cómo se les honrará? Obedeciéndoles, respetándolos y prodigándoles los cuidados que debemos. Obedeciéndoles. Para llenar cumplidamente esta primera obligación, es preciso que, cuando os ordenen alguna cosa, la hagáis prontamente sin mostrar disgusto; y guardáos de ser del número de los que dan señales de disgusto, ya moviendo la cabeza o de otro modo, ya, lo que es peor aún, respondiendo con insolencia. Estos incu­rren en la indignación de Dios mismo, quien se vale de los pa­dres para manifestarles su voluntad. Nuestro Salvador, aunque omnipotente, quiso enseñaros a obedecer, sometiéndose en todo a la Santísima Virgen y a San José, al practicar el humilde oficio de artesano: Et erat subditus illis. Por obedecer a su Padre celestial, se ofreció a morir en la cruz y sufrir los más crueles tormentos: Factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis.

Debéis, asimismo, respetar mucho a vuestro padre y a vues­tra madre; nada hagáis sin su permiso, ni os mostréis impacien­tes en su presencia, guardándoos de descubrir sus defectos. Nada hacía San Luis sin permiso; y cuando no estaban sus padres en casa, obedecía a sus mismos domésticos.

El joven Luis Comollo[1], habiéndose visto obligado, a pesar suyo, a permanecer fuera de su casa más tiempo del que le había sido concedido, al volver pidió humildemente perdón a sus padres, derramando lágrimas por aquella desobediencia invo­luntaria.

Mostrad siempre deferencia a vuestros padres, ya sirvién­doles afectuosamente, ya entregándoles el dinero, los regalos que os hagan y, en una palabra, todo lo que os pertenezca, para emplearlo según su consejo. Debéis, además, rogar todos los días por ellos, para que Dios les conceda los bienes espirituales y temporales que necesitan.

Lo que digo aquí de vuestros padres, debe aplicarse también a los superiores eclesiásticos o seglares y a los maestros, de quie­nes recibiréis con humildad y respeto todas las instrucciones, consejos y correcciones; porque en todo lo que os mandan no procuran sino vuestro mayor bien: además, obedeciéndoles, obe­decéis al mismo Jesucristo y a la Santísima Virgen.

Os recomiendo, sobre todo, dos cosas: la primera, que seáis sinceros con vuestros superiores, no ocultándoles nunca vuestras fallas con disimulo, y aun menos negando el haberlas come­tido. Decid siempre con franqueza la verdad, porque la fal­sedad os hace hijos del demonio, príncipe de la mentira, y os hará perder el honor y la reputación cuando vuestros superiores y compañeros lleguen a descubrir la verdad. La segunda, que toméis por regla de conducía los consejos y advertencias de esos mismos superiores. ¡Dichosos si así lo hacéis! Pasaréis una vida feliz, porque todas vuestras acciones serán siempre buenas, edificando, además, al prójimo. Concluyo diciéndoos que el niño obediente llegará a ser santo; al contrario, el desobediente va por una senda que le conducirá a la perdición.

Artículo 5º. — Respeto u las iglesias y a los ministros del Señor

La obediencia y el respeto que habéis de tener a los supe­riores se debe extender a las iglesias y a los actos de religión.

Como cristianos, debemos venerar todo lo que se relaciona con el templo del Señor, puesto que es un lugar santo y casa de oración. Cualquiera petición que dirijamos a Dios en la igle­sia, si es para bien de nuestras almas, estemos seguros de que será atendida. Omnis enim qui petit, accipit. ¡Qué gloria daréis a Jesucristo, amados hijos, y qué buen ejemplo a los fieles man­teniéndoos allí con devoción y recogimiento! Cuando San Luis iba al templo, todos salían a verle, y quedaban edificados de su piedad y modestia. Luego, cuando lleguéis a la iglesia, entrad en ella sin correr ni hacer ruido; santiguaos con agua bendita; y, puestos de rodillas, adorad a la Santísima Trinidad rezando tres Gloria Patri.

Si no han empezado los santos oficios, rezad los “Siete gozos de María” o haced cualquier otro ejercicio de piedad.

Jamás os riáis y no habléis sin necesidad; basta a veces una sonrisa, una palabra, para escandalizar y distraer a los que nos rodean. San Estanislao de Kostka estaba en la iglesia con una devoción tal, que a veces no sentía que le llamaban; y ocasión hubo en que sus criados le tuvieron que tocar para advertirle que ya era tiempo de volver a su casa.

Os recomiendo, además, mucho respeto a los sacerdotes y religiosos; recibid con veneración sus consejos, descubríos en señal de reverencia cuando los encontréis, y tened cuidado es­pecial de no ofenderlos con vuestras acciones y palabras. Acor­dáos del terrible castigo dado por Dios a unos niños que se burlaron del profeta Eliseo: cuarenta fueron destrozados por unos feroces osos que salieron de un bosque vecino. El que no respeta a los ministros del Señor debe esperar un castigo muy severo. Imitad a Luis Comollo, que decía: “De los sacerdotes se debe hablar siempre bien; o, de otra suerte, callar”.

Por último, os advierto que no os avergoncéis de aparecer cristianos aun fuera de la iglesia; por tanto, cuando paséis por delante de la casa de Dios o de una imagen de María o de algún santo descubríos en señal de reverencia. De este modo os mostraréis buenos cristianos; y el Señor os colmará de ben­diciones por el buen ejemplo que dais al prójimo.

artículo 6°.—La lectura espiritual y la palabra divina

Además del tiempo destinado a vuestras oraciones de la mañana y de la noche, os aconsejo que dediquéis algún rato a la lectura de libros que traten de cosas espirituales, como son La imitación de Cristo; la Filotea (o Introducción a la vida devota) de San Francisco de Sales; la Preparación para la muerte, de San Alfonso María de Ligorio; Jesús al corazón del joven, vidas de santos y otros libros se­mejantes. Grandes ventajas conseguirá vuestra alma con la lec­tura de estos libros; y doble será el mérito ante los ojos de Dios si los leéis delante de quienes no saben leer. Al paso que os recomiendo la lectura de los buenos libros, debo encarecidamente encomendaros que huyáis, como de la peste, de los malos. Los libros, diarios o folletos en que se menosprecia la santa religión y la moral, echadlos al fuego, como haríais con un veneno. Imitad a los cristianos de Éfeso, quienes, tan pronto como oyeron de San Pablo el mal que producen tales libros, se apresuraron a llevarlos a la plaza pública, e hicieron de ellos una hoguera, juzgando mejor que cayesen los libros en el fuego que sus almas en el infierno.

Así como nuestro cuerpo se debilita y muere si no lo alimen­tamos, del mismo modo pierde nuestra alma su vigor si no le damos lo que necesita: el alimento del alma es la palabra de Dios, es decir, los sermones, la explicación del Evangelio y el catecismo. Apresuraos, pues, a ir pronto a la iglesia: estad en ella con la mayor atención y aprovechaos de los consejos que os puedan convenir. Es muy útil y hasta necesaria para vosotros la asistencia al catecismo. No os excuséis diciendo que ya ha­béis hecho la primera comunión: pues, aun después de ella, te­néis necesidad de sustentar el alma, como alimentáis siempre el cuerpo: y si la priváis de este alimento espiritual, la exponéis a grandes males.

Evitad, al oír la palabra divina, las sugestiones del demonio, que os engaña diciéndoos: “Esto lo dice por fulano, aquello por zutano”. No, queridos hijos; el predicador se dirige a cada uno de vosotros y quiere que os apliquéis las verdades que os ex­pone.

Además, lo que no sirva para corregiros de lo pasado, ser­virá para preservaros de caer en nuevas faltas en lo por venir. Cuando oigáis algún sermón, tratad de recordadlo du­rante el día; y a la noche, antes de acostaros, deteneos un instante a reflexionar sobre lo que habéis oído; de esa mane­ra sacaréis gran provecho para vuestra alma.

También os encarezco que, a ser posible, cumpláis con vuestros deberes religiosos en la propia parroquia, siendo el párroco la persona destinada especialmente por Dios para cuidar de vuestra alma.

[1] Joven del Oratorio de San Juan Bosco, que consiguió alcanzar una vida de santidad en muy poco tiempo, obedeciendo a sus superiores.