“¡En Cristo también nosotros resucitaremos”

Domingo de resurrección

 

P.  Jason Jorquera M.,

Sermón de Domingo de resurrección

En este domingo junto con toda la iglesia estamos celebrando la resurrección del Señor, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para que nosotros también podamos resucitar con Él en la eternidad. Pero más propiamente podemos decir que nosotros, por la gracia, ya hemos resucitado de alguna manera con Cristo; porque en ella comienza la resurrección de toda la humanidad redimida.

La humanidad, en Cristo, ya ha resucitado; y la salvación le es posible. Pero esto no quiere decir que cada hombre alcance esa salvación; que cada muerto haya resucitado; que cada nacido pueda llamar a Dios su Padre; que todas las plantas, que somos nosotros, florezcan la flor de la santidad.
La Redención está operada, pero hay que aplicarla a cada alma. La fuente de aguas ha brotado en la tierra árida, pero hay que llevarla a cada alma y regar con ella cada planta para que florezca la santidad.
Por la fe miramos a Cristo resucitado, y en Él nos miramos a nosotros mismos.
– Ha resucitado la Cabeza, por tanto también resucitará el Cuerpo;
– Venció a la muerte el Dios de los Ejércitos, por tanto, también sus vasallos;
– Conquistó el reino de la luz el Sol de Justicia, por tanto no experimentaremos la oscuridad y la frialdad de la muerte.

1) Qué nos da a nosotros la fe en Cristo resucitado

Creer en Cristo Resucitado, en primer lugar, da consuelo a nuestros corazones afligidos; da calor a nuestra alma para que se entusiasme nuevamente a reparar nuestra vida de pecado y seguir las huellas del divino Maestro; nos mueve a correr en busca de la Madre de los Dolores, pero no ya para consolarla, sino para contemplarla gloriosa en la gloria de su divino Hijo;
Porque creer en Cristo es sintonizar nuestros corazones con el Corazón del resucitado, con su propio corazón, para que ambos corazones puedan latir juntos por su gracia en el Amor de la redención.
Contemplar la resurrección de Cristo es dar seguridad a nuestra fe, avivar nuestra esperanza, enardecer nuestra caridad. Contemplar la resurrección del Señor es dar descanso y consuelo a nuestro corazón.
La resurrección de Cristo, en definitiva, nos colma de todas las gracias necesarias para llegar a la eternidad.

2) Qué nos pide a nosotros la resurrección

“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios”, hoy nos exhorta San Pablo.
Si la resurrección de Cristo ha sido un consuelo para nuestros corazones, si ha sido la luz gloriosa que disipó la oscuridad del pecado y de la muerte, si ha sido el calor que fermenta en nuestras almas la esperanza de la bienaventuranza final, la resurrección del Señor implica también la exigencia de un nuevo estilo de vida.

Tras la victoria de nuestra Cabeza, debemos mirar hacia el cielo; viviendo en la tierra, debemos tender hacia lo alto.
Cristo resucitado ennoblece nuestra naturaleza caída. Entonces ya no podemos seguir obrando como seres irracionales. Es el mismo Cristo quien nos llama a levantar nuestra cabeza, a vivir la nobleza de ser cristianos. Jesús nos llama a “aspirar a las cosas de arriba”, a buscar lo trascendental por sobre lo caduco, lo que permanece por sobre lo superfluo de las modas y los estilos, lo que pertenece al reino de la luz, por su claridad y belleza, por sobre lo oscuro, intrigante y deforme.
Se nos llama, en definitiva, a elevar y transfigurar nuestro estilo de vida; a recordar que es más importante ser que tener; a darnos cuenta que exigirnos es mejor que reclamar derechos; que vivir con recogimiento es más digno que dedicarse a mil actividades distractivas.
La resurrección de Cristo nos invita a vivir del Resucitado, de la gracia, de su Iglesia, de la belleza de su doctrina. Nos invita a resucitar con Él, a inaugurar un nuevo tipo de vida, muriendo a la vida esclavizante del pecado.
Cristo resucitado se nos ofrece así, como consuelo para nuestros corazones, al mismo tiempo que se vuelve convocatoria a una nueva vida.
Nuestra resurrección por la fe, significa morir a la anterior vida de pecado, para comenzar a vivir seriamente la vida de la gracia, y aprender a vivir muriendo:
– Morir a nuestros gustos desordenados, para vivir en la voluntad de Dios;
– Morir a nuestro orgullo, para vivir en humildad;
– Morir a nuestro egoísmo, para vivir en el amor por los demás.

Su resurrección sucedió “el primer día de la semana”. Ese “primer día” fue y es el domingo. Por ello los cristianos cada “día del Señor” –que eso significa “domingo”– nos reunimos a celebrar los misterios del Dios que, haciéndose hombre y habiendo resucitado, se vuelve Eucaristía para alimento de su Cuerpo Místico, la Iglesia, que peregrina hacia la resurrección final.

La resurrección de Cristo es, en cierta manera, el comienzo de la Vida Eterna, el principio de una era nueva sin fin. Vivir la resurrección de Cristo es incorporarse a este nuevo estado, preparándose así a la vuelta gloriosa del Señor. De ahí lo que nos anuncia San Pablo: “Cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, entonces vosotros también apareceréis con Él, llenos de gloria”. Nos toca, pues, vivir la resurrección de Cristo, y pregustar su triunfo definitivo. Mientras tanto, seguimos peregrinando en esta vida mortal, con nuestros defectos y limitaciones, con nuestros pecados y tentaciones. Pero a pesar de todo, en todas nuestras dificultades y en cada una de nuestras batallas nos anima saber que nuestra Cabeza ya ha triunfado. Lo que nos queda es tan sólo librar la batalla y alcanzar la victoria en el interior de nuestro corazón.

3) El gozo de la resurrección

P. Hurtado: Los peces del océano viven en agua salada y a pesar del medio salado, tenemos que echarles sal cuando los comemos: se conservan insípidos, sosos. Así podemos vivir en la alegría de la resurrección sin empaparnos de ella: sosos. Debemos empaparnos, pues, en la resurrección. El mensaje de la resurrección es alentador, porque es el triunfo completo de la bondad de Cristo.

Demos rienda suelta a nuestra alegría. ¡Cristo ha resucitado! Pero no olvidemos que para resucitar tuvo primero que haber una muerte. Justamente nos gozamos por la Pascua de Resurrección, porque antes hubo un Viernes Santo de Pasión. Cada día Cristo quiere resucitar en nuestro corazón por el ardor de la caridad, pero ello no sucederá si antes nuestra voluntad no tiene su pasión y muerte, si cada día no vamos dejando un poco más a nuestros criterios y juicios mundanos, “porque vosotros estáis muertos –dice San Pablo–, y vuestra vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios”.

El gozo de la resurrección que Cristo nos ha brindado se fundamenta en su mismo amor porque, una vez resucitado, no se contentó con gozar Él solo su felicidad, sino que quiso hacernos partícipes de ella invitándonos a vivir desde ya resucitados en su gracia. La alegría de la resurrección está en que por la gracia, tomamos parte desde ahora en la vida eterna que nos mereció Cristo con su cruz y resurrección, y lo único capaz de hacernos perder esa eternidad es el pecado.

En este domingo de resurrección, alegrémonos con Cristo de sabernos salvados por su sacrificio, alegrémonos de sabernos amados por Dios hasta la vida de su propio hijo, alegrémonos de haber recibido la llave del cielo que es la gracia: gocemos en nuestra alma porque Cristo venció nuestra muerte y nos ganó la vida eterna.

Que la alegría pascual se prolongue en nuestras vidas, en cada momento, en cada cosa que hagamos, sabiendo que en nuestra fidelidad a la gracia de Dios ya está presente nuestra resurrección de entre los muertos para vivir junto con Cristo para siempre, para nunca más morir.

Le pedimos esta gracia a la santísima Virgen, madre de Jesucristo resucitado.

P Jason.