El hombre: imagen de Dios

Catecismo de la Iglesia Católica 355-361

EL HOMBRE

“Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).

“A imagen de Dios”

De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12,3); es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).

Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.

Dios creó todo para el hombre (cf. GS 12,1; 24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:

«¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha» (San Juan Crisóstomo, Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587D – 588A).

“Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22,1):

«San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo […] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir […] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: “Yo soy el primero y yo soy el último”». (San Pedro Crisólogo, Sermones, 117: PL 52, 520B).

Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios “creó […] de un solo principio, todo el linaje humano” (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):

«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios […]; en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; […] en la unidad de su Redención realizada para todos por Cristo (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus, 3; cf. Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 1).

“Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibíd.), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.

María reina

22 de agosto

 

Celebramos hoy la memoria litúrgica de Santa María Reina (Reina de todo lo creado) por ser Madre de Jesús, Rey del Universo.

Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino también por mérito el título de Reina Madre.

La virgen María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

Como sabemos, todo hijo ha sido hecho a imagen de sus padres; toma de ellos sus rasgos, sus gustos, algunos gestos, a veces la manera de pensar, de discernir, etc. En María, en cambio, se da algo exclusivo: en ella se da el único caso en que la madre ha sido hecha de tal manera para tal Hijo, o mejor dicho, en vez de ser el hijo según la madre, María ha sido tal madre según su Hijo, que es también el Hijo de Dios.

María, desde toda la eternidad jugó un papel fundamental en la historia de la redención de todo el universo: fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.
Según San Luis María, la virgen tiene el título, además, de reina de los corazones:

Y dice… María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: “El reino de Dios está en medio de ustedes”, del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma. Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las creaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones.

Para que María reine verdaderamente en nuestros corazones, junto con su Hijo, debemos hacernos esclavos de amor de ella, pues esta es la única esclavitud que libera al alma pues quien se hace esclavo de amor de María es conducido por ella misma hacia su Hijo. El devoto sincero de la santísima Virgen vive amándola con su vida. Ama a María, pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable por sí misma. Por esto el verdadero devoto la ama y la sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.
La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.
María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.
A ella le pedimos que nos conceda un corazón como el suyo, humilde y casto, para que su Hijo pueda entrar a morar en él.

P. Jason Jorquera M.

El rumbo de la vida

Meditación escrita en un viaje en barco

San Alberto Hurtado

Padre Hurtado celebrando la santa Misa durante su viaje en barco

Un regalo de mi Padre Dios ha sido un viaje de 30 días en barco de Nueva York a Valparaíso, y mayor regalo porque en buque chileno. Por generosidad del bondadoso Capitán tenía una mesa en el puente de mando, al lado del timonel, donde me iba a trabajar tranquilo con luz, aire, vista hermosa… La única distracción eran las voces de orden con relación al rumbo del viaje. Y allí aprendí que el timonel, como me decía el Capitán, lleva nuestras vidas en sus manos porque lleva el rumbo del buque. El rumbo en la navegación es lo más importante. Un piloto lo constata permanentemente, lo sigue paso a paso por sobre la carta, lo controla tomando el ángulo de sol y horizonte, se inquieta en los días nublados porque no ha podido verificarlo, se escribe en una pizarra frente al timonel, se le dan órdenes que, para cerciorarse que las ha entendido, debe repetirlas cada una. “A babor, a estribor, un poquito a babor, así como va…”. Son voces de orden que aprendí y no olvidaré.

Algunas veces al día el piloto sube al púlpito de la cabina del timonel a verificar el rumbo por otro procedimiento. Tiene también allí otro instrumento de verificación: la rosa en el compás magistral que verifica el rumbo de la nave en compás de gobierno. Cuando un timonel entrega el timón al que lo reemplaza tiene obligación de indicarle el rumbo, además de tenerlo escrito en la pizarra: “178, 178″ llevamos, a la altura de Antofagasta…”. La corredera: otro instrumento preciso para medir lo recorrido y poder así controlar la exactitud de la posición del buque, frente al rumbo recorrido.

Cada vez que subía al puente y veía el trabajo del timonel no podía menos de hacer una meditación fundamental, la más fundamental de todas, la que marca el rumbo de la vida.

En Nueva York multitud de buques, de toda especie. ¿Qué es lo que los diferencia más fundamentalmente? El rumbo que van a tomar. El mismo Illapel en Valparaíso tenía rumbo Nueva York o Río de Janeiro; en Nueva York tenía rumbo Liverpool o Valparaíso.

Apreciar la necesidad de tomar en serio el rumbo. En un barco al Piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo?

Hay quienes tienen rumbo a Moscú, para otros su rumbo es Berlín; para otros rumbo al Banco, rumbo al prostíbulo; para los santos el rumbo es Cristo, y por Cristo al Padre Dios. ¿Cuál es tu rumbo? ¡Problema macizo! Cada año, más aún, cada día deberíamos verificarlo. Los Jesuitas tenemos obligación de señalarlo cada mañana, y de dos rectificaciones cada día….

Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada ejercitante que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar.

Barco magnífico: Queen Elizabeth, 70.000 toneladas (un Illapel cargado son 8.000 toneladas). Si me tiento por su hermosura y me subo en él sin cuidarme de su rumbo, corro el pequeño riesgo que en lugar de llegar a Valparaíso, ¡¡llegue a Manila!! Y en lugar de estar con ustedes vea caras filipinas.

Cuántos van sin rumbo y pierden sus vidas… las gastan miserablemente, las “gaspillent”, las dilapidan sin sentido alguno, sin bien para nadie, sin alegría para ellos y al cabo de algún tiempo sienten la tragedia de vivir sin sentido. Algunos toman rumbo a tiempo, otros naufragan en alta mar, o mueren por falta de víveres, extraviados, ¡o van a estrellarse en una costa solitaria!

El trágico problema de la falta de rumbo, tal vez el más trágico problema de la vida. El que pierde más vidas, el responsable de mayores fracasos. La tragedia del barco en la costa del Brasil.

Luego la otra tragedia, tal vez la nuestra, es no tomar en serio el rumbo. La geografía me da el punto y la línea de viaje; la experiencia marina me señala los escollos; lo sé y sin embargo lanzo el buque por caminos que no son los señalados; ¡veo los escollos y obro como si no existieran! Yo pienso que si los escollos morales fueran físicos, y la conducta de nosotros fuera un buque de fierro, por más sólido que haya sido construido, no quedaría sino restos de naufragios.

Si la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los escollos, tomémoslos en serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y como a cada momento, las olas y las corrientes desvían, rectificar, rectificar a cada instante, de día y de noche… ¡No las costas atractivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la gracia grande: ser hombres de rumbo.

1º punto. Mi rumbo. Puerto de partida. Es el primer elemento básico para fijarlo. Y aquí clavar mi alma en el hecho básico: Dios y yo. El primer hecho macizo de toda filosofía, de todo sistema de vida. En el fondo este es el pensamiento que califica todos los sistemas que dividen el mundo: Materialismo ateo, totalitarismo, comunismo, materialismo craso, socialismo auténtico, behaviorismo en psicología.

Posición tomada: No hay Dios; punto de partida: Vengo de la materia.

Agnosticismo: No sé de dónde vengo.

Filosofía religiosa: Vengo de Dios.

Filosofía religiosa al 50%: Vengo de Dios, sí… pero…

Filosofía del santo: Vengo de Dios, sí, de Él. Todo de Él. Nada más cierto, y sobre este hecho voy a edificar mi vida, sobre este primer dato voy a fijar mi rumbo.

No somos materialistas, ni agnósticos, pero nuestro problema está en la mezcla de agnosticismo en la teoría, de imprecisión en la práctica.

Y aquí como siempre: ¿Este hecho es así? ¿Es un hecho? Porque la religión se funda sobre hechos, no sobre teorías. El hecho de mi ser que postula un ser necesario, el hecho de mi espíritu que postula un espíritu.

Ateos no los hay… La idea de Dios, no sólo no la niega nadie, sino que la acepta positivamente la inmensa mayoría. Encuesta en l’École de Sciences… Se defienden de no negarlo, luchan por Él. En EE.UU., a pesar de tanta gente sin confesión religiosa a Dios no lo niega nadie. Pero aquí está la diferencia: nadie lo niega pero unos prescinden de Él y otros toman en serio el hecho hallado.

Yo descubro que Dios es… y es Causa Primera de todo cuanto existe y ha sido hecho sin Él: ex nihilo sui et subjecto… definición del Vaticano. Autor de todo: visible e invisible, no existiría un pensamiento sin Él. Luego, es dueño de todo cuanto existe. Nuestro Señor.

Nuestro Padre. Su hijo. Apuntes.

Tomar en serio estas verdades: Que sirvan para fundar mi vida, para darme rumbo. Uno es cristiano tanto cuanto saca las consecuencias de las verdades que acepta. De aquí también esa actitud, no de orgullo, pero sí de valentía, de serenidad y de confianza, que nos da nuestra fe: No nos fundamos en una cavilación sino en una maciza verdad.

2º punto. El puerto de término. Es el otro punto que fija el rumbo. ¿Valparaíso o Liverpool? De Nueva York salía junto a nosotros Liberty, portaaviones… ¿A dónde se dirigen? Desde la Universidad de Chile o desde la fábrica ¿a dónde? El término de mi vida es Él! (apuntes ).

Dios: Señor… Mi Padre: Soy su hijo. Soy para Él.

Bondad (Apuntes).

Belleza.

Amor… Amor de Padre que todo me lo da. El mismo pensamiento de Grandmaison: Todo es vuestro.

3º punto. El camino: Tengo los dos puntos, los dos puertos. ¿Por dónde he de enderezar mi barco? Al puerto de término, por un camino que es la voluntad de Dios.

La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la gran sabiduría. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto: En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. Trabajar en conocerla, trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada mañana, qué quieres Señor de mí, de los Ejercicios muy en especial. Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Esta es mi gran misión, mayor que hacer milagros.

Sobre cada uno una voluntad especial que uno ha de tratar de descubrir, pero sobre todo una voluntad general:

a) La santificación. Dios nos quiere santos. Ésta es la voluntad de Dios: no mediocres, sino santos. Esta es la flor que le interesa recoger en el mundo: Aspirar ese perfume de la creación. No le interesa el mundo por el mundo. El mundo por el hombre y el hombre para que lo conozca, ame, sirva.

El hombre constituido rey no por su cuerpo, pequeño e indefenso, el más indefenso de los animales… cuando el hombre comienza a poder servirse de él, ¡han muerto ya muchos!. Es rey por su espíritu. Inteligencia: la facultad de conocerlo a Él… la tendencia de la inteligencia a Dios (argumento de Maréchal )… al ser ilimitado. La inteligencia puede ser definida como la facultad de tender a Dios. En Él se completa y se perfecciona. ¡Alabarlo!, ¡de aquí alabanzas, doxologías! Amarlo. Como un hijo al Padre. Servirlo. ¡A sus órdenes! Adoración: de rodillas. Servirlo. Colaborar con Él. Porque he aquí una de las grandezas del hombre: puede hacer algo por su Dios. Le da la grandeza de ayudarlo. Lo toma en serio. Dios, el padre que asocia a su hijo a su trabajo; más aún, confía su trabajo a su hijo: depende de su hijo, se entrega a su hijo. Su obra, la más grande de sus obras, la que vino a realizar el Hijo de Dios, entregada a sus hijos de aquí… para que la completen. Dios creó hombres y de nosotros depende la salud, la prosperidad, el bienestar, la instrucción, la vida y la muerte de esas creaturas. Jesucristo, Hijo de Dios, vino a revelarnos una doctrina y de nosotros depende que esa doctrina sea conocida y en gran parte que sea aceptada, si sabemos ser testigos incorruptos de ella. Jesucristo vino a redimirnos y de nosotros depende que la redención se aplique a cada alma. Él dejó los sacramentos; de nosotros depende que se administren… Fundó una Iglesia y nos dejó el plan y los materiales de construcción: hasta calculada la resistencia de los materiales. El Arquitecto para dirigir las obras lo envió del cielo: el Espíritu Santo; pero de nosotros depende que la Iglesia se construya. Si nos declaramos en huelga, habrá países en que no se construirá, habrá épocas que no alcanzarán a gozar de ella. Somos colaboradores reales de Dios y su obra está entregada en nuestras manos.

¿Cuál es el Camino de mi vida? La voluntad de Dios: santificarme, colaborar con Dios, realizar su obra. ¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar?

¡¡Llegar al Puerto!!

Y para llegar al puerto no hay más que este camino que conduzca… ¡¡Los otros a otros puertos, que no son el mío!! Y aquí está todo el problema de la vida. Llegar al puerto que es el fin de mi existencia. El que acierta, acierta; y el que aquí no llega es un gran errado, sea un Rostchild, un Hitler, un Napoleón, un afortunado en amor, si aquí no acierta, su vida nada vale; si aquí acierta: feliz por siempre jamás. ¡¡Amén!!

Conclusión: ¿Qué es la vida? La breve vida de hoy, una sombra; flor de heno, que hoy es y mañana no (cf. Is 40,7-8); amapola de verano… Breve viaje del que ya hemos recorrido una buena parte.

¿De dónde? ¡Lo sé! ¿Lo sé? ¿Me doy cuenta?

¿Hacia dónde? ¡Qué grande!

¿Camino? Enfrentar el rumbo: El gran rumbo.

El pequeño rumbo de mi barco… Enfrente rumbo. El timón firme en mi mano y cuando arrecien los vientos: Rumbo a Dios; y cuando me llamen de la costa; rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!!

¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vida! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.

Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella de los mares, Dulce Virgen María.

La Eucaristía: sacrificio de alabanza

Catequesis sobre la Eucaristía 


Audiencia General, S.S. Juan Pablo II
11 de octubre, 2000

????????????????????????????????????

1. “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”. Con esta proclamación de alabanza a la Trinidad se concluye en toda celebración eucarística la plegaria del Canon. En efecto, la Eucaristía es el perfecto “sacrificio de alabanza”, la glorificación más elevada que sube de la tierra al cielo, “la fuente y cima de toda la vida cristiana, en la que los hijos de Dios ofrecen al Padre la víctima divina y a sí mismos con ella” (cf. Lumen gentium, 11). En el Nuevo Testamento la carta a los Hebreos nos enseña que la liturgia cristiana es ofrecida por un “sumo sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos”, que ha realizado de una vez para siempre un único sacrificio “ofreciéndose a sí mismo” (cf. Hb 7, 26-27). “Por medio de él -dice la carta-, ofrecemos a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza” (Hb 13, 15). Así queremos evocar brevemente los temas del sacrificio y de la alabanza, que confluyen en la Eucaristía, sacrificium laudis.

2. En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: “Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre” (Mt 26, 26. 28). Pero el Cristo presente en la Eucaristía es el Cristo ya glorificado, que en el Viernes santo se ofreció a sí mismo en la cruz. Es lo que subrayan las palabras que pronunció sobre el cáliz del vino: “Esta es mi sangre de la Alianza, derramada por muchos” (Mt 26, 28; cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20). Si se analizan estas palabras a la luz de su filigrana bíblica, afloran dos referencias significativas. La primera es la expresión “sangre derramada”, que, como atestigua el lenguaje bíblico (cf. Gn 9, 6), es sinónimo de muerte violenta. La segunda consiste en la precisión “por muchos”, que alude a los destinatarios de esa sangre derramada. Esta alusión nos remite a un texto fundamental para la relectura cristiana de las Escrituras, el cuarto canto de Isaías: con su sacrificio, “entregándose a la muerte”, el Siervo del Señor “llevó el pecado de muchos” (Is 53, 12; cf. Hb 9, 28; 1 P 2, 24).

3. Esa misma dimensión sacrificial y redentora de la Eucaristía se halla expresada en las palabras de Jesús sobre el pan en la última Cena, tal como las refiere la tradición de san Lucas y san Pablo: “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros” (Lc 22, 19; cf. 1 Co 11, 24). También en este caso se hace una referencia a la entrega sacrificial del Siervo del Señor según el pasaje ya evocado de Isaías: “Se entregó a la muerte (…), llevó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 12). “La Eucaristía es, por encima de todo, un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la nueva alianza, como creemos y como claramente profesan también las Iglesias orientales: “El sacrificio actual -afirmó hace siglos la Iglesia griega (en el Sínodo Constantinopolitano contra Soterico, celebrado en los años 1156-1157)- es como aquel que un día ofreció el unigénito Verbo de Dios encarnado, es ofrecido, hoy como entonces, por él, siendo el mismo y único sacrificio”” (carta apostólica Dominicae Coenae, 9).

4. La Eucaristía, sacrificio de la nueva alianza, se presenta como desarrollo y cumplimiento de la alianza celebrada en el Sinaí cuando Moisés derramó la mitad de la sangre de las víctimas sacrificiales sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Ex 24, 5-8). Esta “sangre de la alianza” unía íntimamente a Dios y al hombre con un vínculo de solidaridad. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su cima. Es la realización de la “nueva alianza” que había predicho Jeremías (cf. Jr 31, 31-34): un pacto en el espíritu y en el corazón, que la carta a los Hebreos exalta precisamente partiendo del oráculo del profeta, refiriéndolo al sacrificio único y definitivo de Cristo (cf. Hb 10, 14-17).

5. Al llegar a este punto, podemos ilustrar otra afirmación: la Eucaristía es un sacrificio de alabanza. Esencialmente orientado a la comunión plena entre Dios y el hombre, “el sacrificio eucarístico es la fuente y la cima de todo el culto de la Iglesia y de toda la vida cristiana. En este sacrificio de acción de gracias, de propiciación, de impetración y de alabanza los fieles participan con mayor plenitud cuando no sólo ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la sagrada víctima y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino que también reciben la misma víctima en el sacramento” (Sagrada Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium, 3).

Como dice el término mismo en su etimología griega, la Eucaristía es “acción de gracias”; en ella el Hijo de Dios une a sí mismo a la humanidad redimida en un cántico de acción de gracias y de alabanza. Recordemos que la palabra hebrea todah, traducida por “alabanza”, significa también “acción de gracias”. El sacrificio de alabanza era un sacrificio de acción de gracias (cf. Sal 50, 14. 23). En la última Cena, para instituir la Eucaristía, Jesús dio gracias a su Padre (cf. Mt 26, 26-27 y paralelos); este es el origen del nombre de ese sacramento.

6. “En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1359). Uniéndose al sacrificio de Cristo, la Iglesia en la Eucaristía da voz a la alabanza de la creación entera. A eso debe corresponder el compromiso de cada fiel de ofrecer su existencia, su “cuerpo” -como dice san Pablo- “como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12, 1), en una comunión plena con Cristo. De este modo una sola vida une a Dios y al hombre, a Cristo crucificado y resucitado por todos y al discípulo llamado a entregarse totalmente a él.

Esta íntima comunión de amor es lo que canta el poeta francés Paul Claudel, el cual pone en labios de Cristo estas palabras: “Ven conmigo, a donde yo estoy, en ti mismo, y te daré la clave de la existencia. Donde yo estoy, está eternamente el secreto de tu origen (…). ¿Dónde están tus manos, que no estén las mías? ¿Y tus pies, que no estén clavados en la misma cruz? ¡Yo he muerto y he resucitado una vez para siempre! Estamos muy cerca el uno del otro (…). ¿Cómo puedes separarte de mí sin arrancarme el corazón?” (La Messe là-bas).

(L’Osservatore Romano – 13 de octubre)