Vía Crucis

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 

…El precio de esta mi alma pecadora

fue un Dios crucificado

que ofrece eternidad a quien quisiere

morar en su costado.

 

 Señor, que vuestra muerte sea mi muerte

que aquí con vos me muero.

la vida que sufriente me ganasteis

clavado en vos espero.

 

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto expiró”  (Lc 23,46). Se ha cumplido la hora perentoria… y Jesús permaneció fiel.

El universo entero se muestra dolorido por la muerte del Verbo Encarnado: los cielos se revisten de tinieblas; la tierra vehemente reprocha el deicidio de los hombres estremeciéndose con furia; los mares se agitan, los vientos arrecian, pero los hombres simplemente huyen. El velo del templo se rasga por la mitad porque el Santo de los Santos, venido en carne, fue entregado a la muerte por aquellos que vino a salvar.

¿Ya ves, Jesús mío, cómo he huido tantas veces de tu cruz?, huyo ante los temblores que agitan mi conciencia, ante las mociones de tu espíritu que soplan en mi alma, ante la sombría miseria que se cierne sobre mí, y, sin embargo, tú permaneces ahí, convertido tu cuerpo exangüe en monumento divino-humano de aceptación a la voluntad del Padre, de amor por los hombres y entrega absoluta hasta la muerte por causa de mi alma.

Considera, alma mía, cuánto valió tu salvación; considera la bendita vida del Mesías que humildísimo, siendo Creador de cielo y tierra, se hizo pequeño candil para iluminar tus tinieblas con su luz, aquella luz que despreciaron tus innumerables faltas y que ahora se apaga lentamente con su propia sangre para mostrarte hasta qué punto es capaz de llegar el amor divino por ti.

 Señor y Dios mío, por tu santa muerte, por tus clavos, tus espinas, tu madero, concédeme, te suplico encarecido, un crecido, intenso y constante dolor de mis pecados; concédeme por favor la gracia de crucificarme cada día y morir contigo. Mi buen Jesús, permíteme llorar mis pecados con mi vida tomando cada día mayor conciencia de que sólo cobra sentido si la vivo a la luz de tu entrega por mí hasta la muerte.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason.

Vía Crucis

11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Jesús, Varón de dolores,

traspasado en el madero,

derramando sus amores

silencioso cual cordero,

ruega al Padre que perdone

la crueldad que le infligieron.

 

 Los encarnizados clavos taladran sin compasión las manos y los pies de Jesús. Terrible sufrimiento del Mesías en que atraviesan también su corazón y, sin embargo, de este mismo corazón herido brota con inefable ternura aquel perdón inabarcable , tan divino como sincero, que implora al Padre eterno una vez más intercediendo por los hombres: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”   (Lc 23,34).

Contempla alma mía el arquetipo divino del perdón, contempla aquella copiosa sangre, divina e inocente, que desea empaparte por completo y purificar tus inmundicias, arrancarte los parásitos del rencor y el resentimiento que buscan continuamente anidar en ti; que quiere enseñarte la verdadera semejanza con Cristo que comienza en el perdón y culmina con la cruz, porque Jesucristo al ser clavado por tus pecados rogó a su Padre por ti. Comparte con los demás lo que has recibido de Dios, lo que Cristo te alcanzó, lo que no mereciste sino en su sangre.

Te suplico Jesús mío, enséñame a perdonar con sincero corazón las pequeñas ofensas, porque muchas más y terribles recibiste por mi causa y sin embargo tu perdón fluye en un desbordante torrente cuyo cause es el madero de la cruz.

Señor, que nunca olvide tu misericordia para ser misericordioso con los demás, y que pueda compartir el tesoro inmensurable de tu perdón contemplando constantemente los impíos clavos en tus pies y manos, pues tan misterioso es el don divino de tu perdón que mientras más se comparte, más abundante se vuelve.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason.

Vía Crucis

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 

Arrancan y reparten sus vestidos

verdugos que reviven las heridas

que cubren todo el cuerpo del Ungido:

cumpliendo, una vez más, las profecías

                                     (Mt 27,35)

 

 Los soldados sin compasión y con burlona insolencia  arrancan a Jesús los vestidos que traía ya adheridos a su lastimado cuerpo, reviviendo sus heridas, abriendo sus terribles llagas, y atentando impíamente contra su santo pudor. Jesús queda casi desnudo, cubierto con un manto de sangre y una punzante corona de espinas. ¿Hasta dónde llegará la ponzoñosa actitud de los soldados?; reparten sus vestidos y sortean la túnica, tal cual vaticinaron las escrituras (Sal 22,19).

Entre burlas y desprecios, Jesús mío, continúas padeciendo por amores; ¿cuánto  más soportarás por mí?; ya comprendo, Señor, ya comprendo; de la misma manera quieres que arranque de mí toda falta de recato, toda inmodestia y precipitación.

Considera, alma mía, la misericordia de Cristo que por ti se deja desgarrar, pero más aún ten en cuenta cómo se destroza su Corazón divino cada vez que buscándote a ti misma le arrancas del lugar que por derecho le corresponde a Él para poner allí tus desordenados afectos y tus vicios.

Despójate, alma mía, de tus afectos mundanos así como Jesucristo fue despojado de sus vestidos y de su sangre, revístete de una vez con esta sangre divina que hermosea y fortalece en la adversidad, que purifica y mueve a perseverar en el bien.

Señor Jesús, que tan terribles afrentas padeciste por mis innumerables culpas, concédeme la gracia de arrancar de mi alma los afectos mundanos, cueste el trabajo que cueste, duela cuanto duela, o sangre cuanto sangre.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason.

Obispos y sacerdotes en Séforis

Muchos consagrados nos visitan

 

Queridos amigos:
Como ya saben, parte de nuestro apostolado es la recepción de peregrinos en este santo lugar, es decir, aquellos que por gracia de Dios han podido visitar Tierra Santa y que dentro de su itinerario han decidido incluir los restos de la casa de santa Ana. Con gran alegría les compartimos un par de visitas muy especiales, ya que hemos tenido la gracia de recibir a 20 obispos de la Conferencia Episcopal de República Checa, y a un grupo de nuestros sacerdotes misioneros en Extremo Oriente.

Obispos de República Checa
El pasado 12 de marzo, hemos recibido a un grupo de 20 Obispos y 4 colaboradores, de República Checa, quienes quisieron aprovechar esta peregrinación para hacer una tarde de formación y retiro en nuestro Monasterio. Al principio les explicamos que no contamos con un lugar para conferencias ni nada más grande que nuestra pequeña capilla, en la cual podrían entrar bastante ajustados agregando algunas sillas; sin embargo, insistieron en que el jardín estaría bien y, en caso de mal tiempo, entrarían sin problemas en la capilla. Providencialmente se nubló antes que llegaran y así permaneció toda la tarde, así que luego del correspondiente recibimiento y presentación comenzaron con una plática y luego reflexión personal por el monasterio, especialmente el jardín de la Cruz.
Antes de partir se quisieron despedir todos de nosotros; se mostraron muy contentos y agradecidos, y por supuesto nos pidieron oraciones por su labor en la Iglesia, esperando “volver a vernos” más adelante si se llega a dar nuevamente la oportunidad.

Nuestros misioneros
Escribía san Juan Pablo II: “Inculturación es lo que permite a la Iglesia encarnar el Evangelio en las diferentes culturas, asumiendo lo que hay de bueno en estas culturas, y renovándolas desde su interior. La inculturación constituye un camino hacia una plena evangelización para que todo hombre pueda acoger a Jesucristo en la integridad de su ser personal, cultural, económico y político, de cara a su plena y total unión con Dios Padre y de una vida santa bajo la acción del Espíritu Santo…”; para lo cual se necesitan almas misioneras, que lleven el mensaje de Jesucristo por todo el mundo; y es así que siempre para nosotros es una gracia recibir a nuestros misioneros que tienen la oportunidad de visitarnos, quienes junto con pedirnos oraciones por la misión de nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado y de la Iglesia, además nos cuentan acerca del trabajo que realizan en sus distintas misiones, motivo de acción de gracias y renovación y aumento de plegarias y sacrificios, para cada día sean más las almas que se beneficien del Anuncio del Evangelio.

En esta oportunidad, contamos con la visita nuestros sacerdotes: P. Gervais Baudry, misionero Hong Kong; los padres Salvador Curutchet, Luis Zapata, misioneros en Filipinas; y el P. Michael Zhang, misionero en Taiwan.; quienes celebraron la santa Misa en nuestra capilla y nos acompañaron durante la Adoración Eucarística de la tarde, para luego rezar todos juntos las Vísperas y terminar con una grata cena en Familia.

Damos gracias a Dios por permitirnos recibir a los peregrinos en este santo lugar, especialmente en esta ocasión en que en tan pocos días recibimos a tantos consagrados, es decir, “obreros que trabajan para la mies del Señor”; a quienes encomendamos a sus oraciones junto con pedirles también que tengan presente en ellas el aumento de las vocaciones a la vida consagrada, especialmente para que cada día sean más las almas dispuestas a dejarlo todo por llevar el Evangelio de Jesucristo hasta los confines del mundo.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia;
Séforis, Tierra Santa.

Vía Crucis

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 

Por tercera vez rendido

bajo el leño inexorable

se desploma malherido,

cuan divino y lamentable,

Jesucristo escarnecido.

 

 Una vez más el Mesías cae por tierra agobiado y extenuado de sufrimientos. Los soldados le gritan toda clase de insolencias, no sea que no llegue al Calvario. Con perversa ironía los fariseos le preguntan ¿por qué no haces ahora un milagro?, ¿por qué no te sanas a ti mismo?, acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere (Sal 21, 9). Pero Jesús, que en su pasión no profería amenazas, simplemente guarda silencio.

Señor Jesús, Varón de dolores, te golpeas contra el suelo y desde allí observas atento cómo te desprecian aquellos por quienes caes; ¡basta ya!, Señor de misericordia, ¡compadécete de ti mismo!: ¿acaso no te asistieron los ángeles en el desierto?, ¿acaso no te consoló un ángel en el huerto?, mas ahora ni siquiera ellos te vienen a ayudar. Señor, bien veo que mis reincidencias en el pecado te han arrojado por tierra; bien comprendo ahora que mis incumplidas promesas te precipitan nuevamente sin compasión.

Contempla, alma mía, cuán maliciosa tibieza la tuya que hace padecer estos crueles ultrajes al Verbo eterno que vino a salvarte. Considera los frutos de tu deplorable actitud: ¿siembras mediocridad?, entonces cosecharás perdición; ¿condesciendes con el pecado?, entonces recibirás tu justa paga. Mira cuánto se esfuerza el Salvador para que tú no caigas.

Señor Jesús, toma mi voluntad y fortalécela con tu gracia; toma mi arrepentimiento y riégalo con tu preciosa sangre para que pueda cosechar tu misericordia divina. Concédeme la gracia de levantarme con un firme propósito de enmendar mi vida y convertirme a ti con sincero corazón.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason.

Vía Crucis

8ª Estación: Jesús conforta a las mujeres piadosas de Jerusalén

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Tan dolidas como el cielo

lloran mares las piadosas

mujeres cuyo anhelo

es que acabe la horrorosa

vejación tan lastimosa.

 

Mas rompiendo sus lamentos

el Sufriente, pues, les dijo:

“No lloréis por mis tormentos,

mas llorad por vuestros hijos

y por vuestros sufrimientos”.

  

Unas mujeres piadosas seguían el camino de Jesús entre sollozos y empujones. Los fariseos se burlan de ellas, los soldados las menosprecian, pero ellas quieren acompañar el Salvador por su vía dolorosa. Se acercan a Él mas no pueden decir nada, tanta es su aflicción por Jesús que rompen continuamente en llanto. Sin embargo, ocurre lo menos esperado; es el mismo Jesús quien intenta confortarlas: “no lloréis por mí”… ¿quién consuela a quién?, quisieron ayudar y ellas mismas son animadas por las palabras siempre vivas del Mesías. Llorad por vosotras mujeres piadosas, llorad más bien por vuestros hijos (Lc 23,28)

Señor Jesús, ¿Cuántas veces he consolado a los demás en sus aflicciones?, ¿cuántas veces me olvidé de mis astillas para aliviar las cruces de mi prójimo?, ¿cuántas veces renuncié a mis preocupaciones para ocuparme de lo verdaderamente importante?

Considera, alma mía, qué bien te enseña el Señor con su vivo ejemplo, mira con cuánta claridad y sencillez te instruye: siempre habrá alguien sufriendo más que tú; siempre encontrarás una pena para aliviar, un consejo para brindar, una verdad para enseñar: un motivo para ayudar.

Jesús paciente, que ofreces consuelo al pecador que te aflige con sus males, otórgame la gracia de consolarte en los demás, olvidándome de mis astillas por el amor de tu cruz.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason Jorquera M.

El sentido cristiano de la penitencia: la conversión del corazón

Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica

nº 1430-1439

 

La penitencia interior

Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores “el saco y la ceniza”, los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).

La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).

El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos” (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).

«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4).

Después de Pascua, el Espíritu Santo “convence al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 27-48).

Diversas formas de penitencia en la vida cristiana

La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1 P 4,8).

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; “es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales” (Concilio de Trento: DS 1638).

La lectura de la sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.

Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).

El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso” (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

Vía Crucis

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Contempla nuevamente la caída

injusta y cruel

de Aquel que padeciendo vil mancilla

se queda fiel

al plan del Padre eterno que da vida.

 

  El cuerpo herido de Jesús, ablandado por la dureza del camino, los malos tratos y vejaciones de los soldados, nuevamente sucumbe de cansancio.

“Levántate y camina” dijo Jesús al paralitico (Lc 5,25), mas no es simple decírselo ahora a su cuerpo maltratado pues el paralitico cargaba tan sólo sus pecados, en cambio Jesús carga los del mundo entero: los pecados de quienes lo circundan, de quienes ni siquiera lo conocen, de quienes lo rechazaron y de todos los hijos de Adán. Pero hay un peso particular que fue la causa de esta caída de Jesús y esos fueron mis pecados, mis propias recaídas.

Considera, alma mía, cómo el Señor del cielo cae por tierra a causa de tus culpas; mira en esta cruel escena tu inconstancia, tus faltas de firmeza en la enmienda que propones. ¿Cuántas veces dijiste “nunca más” de tal pecado y, sin embargo, ante el primer pequeño ventarrón caíste nuevamente?, ¿qué harás, entonces, cuando arrecie con vehemencia el vendaval de la tormenta?; Jesús cae porque tú has caído, porque quiere mostrarte las consecuencias de tu inestabilidad: asienta tus propósitos y decisiones en la roca firme del odio al pecado y el amor a la cruz.

Jesús mío, demando a tus dolores la gracia de levantarme de mis muchas caídas a causa de la tristeza y el desaliento. Concédeme, Señor, la fortaleza que necesito para no recaer en las culpas pasadas y levantarme con prontitud de la fosa ruin de mis pecados.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason Jorquera M.

Vía Crucis

6ª Estación: Jesús imprime su rostro en el velo de la verónica

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 

Sobre el blanco velo

dibuja su rostro sangriento

el Señor del cielo,

y en el triste suelo

se imprime también un lamento.

 

 La piadosa Verónica contempla horrorizada al Mesías ultrajado. Se acerca reverente y le ofrece lo único que tiene: su sencillo velo para que el Siervo sufriente pueda secar aquel terrible sudor que se ha mezclado con su sangre. Pero Jesucristo no se deja ganar en gratitud y le concede la augusta y maravillosa reliquia de su rostro herido dibujado con su misma sangre sobre el velo; con aquella sangre misericordiosa capaz de plasmar la imagen divina en los corazones de los hombres que la perdieron por el pecado.

Considera, alma mía, aquella imagen doliente del Salvador que, como la redención, se escribió con sufrimientos. ¿Quieres dejar impresa en ti la imagen de Cristo?, ¿quieres parecerte al Salvador?, ¿quieres convertirte en una especie de bosquejo divino como lo fuiste al bautizarte y hasta antes de pecar?, pues este boceto divino sólo se dibuja en virtud de esta sangre sacrosanta; solamente puede formarse con el cincel del sufrimiento; solamente termina de fijarse con la paciencia, y solamente es fiel a los detalles en la medida que se emprenda con alegría.

Transforma, Jesús mío, mi alma en aquel velo capaz de recibir tu imagen, aquella que mis faltas de paciencia fueron borrando, aquella que se fue gastando por mi tibieza, por mi mediocridad. Concédeme, te lo ruego, la gracia de aprender a sufrir con paciencia y recuperar con creces aquella imagen divina que imprimiste en mi alma el día de mi bautismo como la verdadera llave del cielo.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason Jorquera M.

Vía Crucis

5ª Estación: Jesús es ayudado por el cireneo

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

De los hombres que vino a salvar

quiso ayuda el Salvador

para hacerlos participar

de su misma redención.

 

Con vergüenza el cireneo

va a ayudarlo con la cruz,

pero bien comprende luego:

cualquier hombre no es Jesús

 Jesús, tembloroso y agotado, apenas puede continuar; ha perdido mucha sangre y las consecuencias de los azotes y el cansancio  se dejan ver claramente en todo aquel dañado cuerpo. Entonces el cireneo es forzado a ayudarlo, y lo hace avergonzado y de mala gana, pero pronto comprende que aquella sangre del condenado no fluye solamente por el cuerpo sino que se derrama también por las almas.

Compadécete, alma mía, compadécete de Aquel de quien recibiste compasión. ¿Acaso tu dureza y frialdad son tales que no querrías ayudarlo?, ¿acaso no es la cruz de tus pecados la que carga el Redentor? Ayúdalo tú también, ayúdalo muriendo a tu amor propio, ayúdalo venciendo el respeto humano. ¿Te avergüenzas de quien no se avergonzó de ponerse en tu lugar?; no importa lo que digan los hombres, da testimonio de Él ante ellos y Él abogará por ti ante su Padre.

Concédeme, Señor, la gracia de testimoniar con gran valor la verdad ante los hombres, de ser tu fiel discípulo ante el mundo despreciando la vanagloria y viviendo siempre conforme a tu voluntad.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

P. Jason Jorquera M.