La redención comienza con el “Sí” de Maria
P. Gustavo Pascual, IVE.
Isabel felicita a María por su fe. Su fe es la llave para entrar en el misterio de Dios. Dicen los Santos Padres que María concibió al Verbo primero en su inteligencia por la fe y luego en su seno.
María ha entrado por la fe en la unión más íntima que puede existir entre el hombre y Dios: la unión hipostática. Ella está en el orden hipostático por su relación con Jesús, por ser la Madre del Verbo Encarnado.
La Redención comienza con el sí de María que es una perfecta realización de la obediencia en la fe y ésta fe la hace bienaventurada por todas las generaciones[2].
La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios[3]. La Virgen María se adhirió totalmente a Dios y llevó vida plenamente religiosa.
A María se le reveló el misterio. Ella indagó sobre las palabras del ángel, “discurría”[4], porque la fe y la razón se ayudan mutuamente, no se excluyen, porque tienen un mismo origen y un mismo fin. Por eso decía San Agustín “creo para comprender y comprendo para creer mejor”[5]. Además María recibió motivos de credibilidad: las profecías del Antiguo Testamento, la presencia del ángel, la futura constatación del milagro de Isabel. En la fe religiosa existe una evidencia indirecta que son los motivos de credibilidad y “creemos lo que no vemos; pero no creyéramos sino viésemos que hay que creer”, dice San Agustín[6].
Y María se entrega totalmente a Dios y en cierta manera se apropia de la omnipotencia divina como todo el que cree “¡todo es posible para el que cree!”[7]. De tal manera que ya nada es imposible para el que cree como “ninguna cosa es imposible para Dios”[8].
Y a mayor adhesión, es decir, a mayor fe, mayores obras, “el justo vive de la fe”[9] . La fe se acrecienta por el mayor abandono en Dios.
María es modelo de fe
Todo cristiano ha hecho profesión de fe en el Bautismo con la finalidad de unirse a Dios y para vivir siempre en su fe bautismal.
Nada hay más nocivo para el cristiano que apartarse de la confianza en Dios y entregarse al peor enemigo de la fe que es el mundo.
El mundo ofrece al cristiano pequeños puntos de apoyo, pequeñas seguridades que debilitan su fe. La fe verdadera está en el absoluto abandono en Dios sin ninguna seguridad terrena, “boga mar adentro”[10], le dice el Señor a Pedro, lejos de las seguridades terrenas si quieres ser un cristiano de fe.
Si el cristiano acepta cosas del mundo va perdiendo su identidad, se va apartando de las máximas de Jesús, se va haciendo inepto para el Reino de Dios como el que ara y mira atrás[11]. Cuando el cristiano acepta cosas del mundo se va polarizando y nadie puede servir a dos señores[12], a la corta o a la larga, o deja el mundo o deja a Cristo.
“Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”[13]. “¡Ánimo!: yo he vencido al mundo”[14].
La gama de mundanización es variada, sutil y a veces imperceptible, por eso hay que estar atento: criterios, conversaciones, costumbres, consumismo, música, deseo inmoderado de cosas materiales, maneras, familiaridades peligrosas, simpatías mundanas, uso de los medios de comunicación, pensamientos, ilusiones, etc.
Nuestra fe debe ser probada, pero eso no quiere decir que la tenemos que poner en ocasiones peligrosas.
La fe verdadera tiene que ser probada en la cruz como la fe de María[15]. La fe sin martirio, sin sufrimiento, sin incomodidad es una fe aguada[16] que se acomoda a los criterios mundanos y es la fe que se nos ofrece como la mayor tentación.
Nuestra fe es adhesión total a Dios, a Cristo y a su Iglesia[17].
Felicitemos a María por su fe como lo hizo Isabel y aprendamos de ella a creer. Renovemos junto a ella nuestras promesas bautismales y hagamos nuevamente una adhesión absoluta a Dios por medio de ella todo tuyo María.
[1] Lc 1, 45
[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 148. En adelante: Cat. Ig. Cat.
[3] Cat. Ig. Cat., 150
[4] Lc 1, 29
[5] Sermón 43, 7, 9. Cf. Cat. Ig. Cat., 158
[6] Castellani, Psicología humana, Jauja Mendoza 19972, 293.
[7] Mc 9, 22
[8] Lc 1, 37
[9] Hb 10, 38
[10] Lc 5, 4
[11] Cf. Lc 9, 62
[12] Cf. Lc 16, 13
[13] 1 Jn 5, 4
[14] Jn 16, 33
[15] Cf. Jn 19, 25
[16] Cf. Castellani, Psicología humana…, 296
[17] Cf. Cat. Ig. Cat., 150-2
		
	
	
En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma que «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos, conviene también que veneren la memoria “ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor”» (n. 52). La constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa, destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.
	
Siempre son pocas las palabras para vislumbrar, aun someramente, los misterios divinos. Siempre se podrá decir algo más para provecho del alma, o tal vez lo mismo, lo importante –dicen- es decirlo de manera diferente para que capte la atención. A esto último me inclino ahora pues no busco escribir nada nuevo o desconocido, sino que simplemente quiero dejar andar esta pobre pluma invitando a reflexionar nuevamente en la siempre inefable verdad de que al consagrar, el sacerdote y Cristo, siendo dos personas, se hacen uno solo en el altar: uno solo siendo dos, misterio siempre vivo que acrecienta su hermosura al transcurrir el tiempo y el camino hacia la eternidad.
	
La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, también san Juan.