Como las flores del campo

Vivir sólo para Dios

P.  Alfonso Torres, S.J.

Las flores del campo viven y mueren sólo para Dios

Las flores que nosotros cultivamos nacen, crecen y mueren para recreo de las creaturas, mientras que las flores del campo nacen, crecen y mueren sólo para Dios. ¡Cuántas de esas flores no sentirán posarse sobre ellas una mirada humana! Sólo Dios las ve, sólo Dios goza de su hermosura, sólo Dios, por decirlo así, aspira sus perfumes.

 Esas florecillas perdidas en la inmensidad de los campos, lejos de los poblados, que los ojos humanos no descubren, que no tienen más fin que dar gloria a Dios, que celan las galas de su hermosura para que únicamente recreen los ojos divinos. Se desliza la existencia humilde de esas florecillas entre idilios y tragedias, según reciban un rocío bienhechor o una mortífera helada, pero siempre sin testigos humanos que las admiren ni las compadezcan.

La flor del campo es imagen del perfecto abandono. Fíjense en una de esas florecillas insignificantes que nacen en cualquier parte, en las hendiduras de una roca o en un valle, en la ladera de un monte o en un páramo. Están expuestas a todas las inclemencias y rigores del clima, a soles, vientos y tempestades, sin la menor defensa. Tampoco mitiga nadie la pobreza o dureza del suelo en que nacen; están completamente abandonadas al cuidado de la Providencia, que les sostiene la vida y les da hermosura, sin que con artificios la procuren. Ya en el Evangelio, cuando el Señor quiso recomendarnos el abandono en manos del Padre Celestial, escogió precisamente el ejemplo de los lirios de los valles, que ni hilan ni se afanan, y a los que, sin embargo, viste Dios de hermosura. Las flores del campo son flores de martirio, porque son flores expuestas a vendavales: lo mismo sufren un día un sol abrasador que una lluvia torrencial; lo mismo viven en las horas sosegadas que en las que se desatan los más recios vendavales; alzan su corola al Padre celestial para que haga con ellas lo que quiera, lo que les conviene; que las cubra el rocío o la escarcha, el sol o la lluvia, es igual; esa entrega, ese abandono a la Providencia del Señor para que Él pueda hacer enteramente lo que quiera de ellas, sin que se encojan por el temor de que Dios haga eso o lo otro, sin que reserven sus perfumes, nada de esto.

Llega un día, señalado por Él, en que termina su paso por el mundo. Mueren, y como no han lucido para nadie y no se las ha visto hacer grandes cosas, como han sido así insignificantes, cualquiera diría que su vida ha sido inútil, que no ha servido para nada. Pero, por una divina paradoja, estas almas han hecho el apostolado más fecundo en la Iglesia de Dios, y su apostolado fructifica antes o después, como florecimiento espléndido de vida espiritual y de innumerables bienes espirituales para nuestras almas.

También nosotros somos florecillas del campo

Cristo Jesús es la más bella flor que ha brotado en el campo de este mundo, flor cuya belleza es sobre toda ponderación; y toda su vida vivió como esas flores del campo, abandonado a la voluntad del Padre en el grado más perfecto. Pero donde este abandono de la flor divina llegó a lo sumo fue en el Calvario. Plantada allí, en la más ingrata de las tierras, expuesta a los furores de la tempestad más violenta que vieron los siglos, se abre su corola por completo hacia el cielo, exhalando sus más exquisitos perfumes, abandonándose al huracán furioso, sin cuidarse de otra cosa que de agradar a su Padre celestial.

Así hemos de ser nosotros también, florecillas del campo. Abandonándonos a la Providencia de Dios. Él sabe las condiciones de la tierra en que nos ha plantado, Él es quien envía los vientos y las tempestades que quizás combaten nuestra flor. Dejémosle hacer, aunque sintamos la ingratitud de la tierra, de las creaturas y el calor resecante de las pasiones. Dejémosle hacer, abandonándonos a sus cuidados sin afanes propios, como flores del campo, sin otra solicitud que abrir nuestra corola hacia lo alto y ofrecer nuestro aroma de adoración siempre y en todo.

El mejor apostolado es el que ejercen las flores del campo esparciendo, aunque el mundo no se entere, sus aromas, esparciendo el olor de Jesucristo sobre la tierra.

“Agradeciendo sus oraciones”

Breves del Monasterio de la Sagrada Familia

Queridos amigos:
Dice Dom Columba Marmion que “la gratitud es el primer sentimiento que debe hacer nacer en nosotros la gracia bautismal; el segundo es el gozo. Jamás deberíamos pensar en nuestro bautismo sin un profundo sentimiento de alegría interior”; y enseña el catecismo que: “Hay algunas obras admirables y ciertos dones riquísimos del Espíritu Santo, que se dice que nacen y provienen de Él, como de una fuente inagotable de bondad […]; con la palabra “don” se significa lo que se da afectuosa y gratuitamente, sin tener esperanza alguna de remuneración; y, por consiguiente, cualesquiera dones y beneficios que nos hace Dios ¿y qué cosa tenemos, como dice el Apóstol, que no la hayamos recibido de Dios?, debemos reconocer con ánimo piadoso y agradecido que se nos dieron por consentimiento y gracia del Espíritu Santo”.
Siguiendo con esta hermosa realidad, queremos compartir con ustedes algunas de las actividades que hemos podido realizar en nuestro monasterio, siendo tiempos muy intensos de trabajo y oración, a modo de agradecimiento, como siempre, a Dios, la Sagrada Familia y a todos aquellos que rezan por los monjes de la casa de santa Ana, y que constantemente nos escriben para reiterarnos su acompañamiento a la distancia.
Trabajos
Después de mucho tiempo, finalmente pudimos conseguir una habitación externa para hacer las veces de cuarto de herramientas y depósito, el cual nos era sumamente necesario, debido a que nuestro monasterio ubicado junto a las ruinas de la basílica cruzada, es en sí mismo es muy pequeño y por esa razón las herramientas y algunas otras cosas debíamos guardarlas a veces en el pasillo mismo del monasterio o en nuestras celdas, pero gracias a este nuevo cuarto, todo ese espacio ha quedado nuevamente libre y todo lo que necesitamos para cuidar la casa de santa Ana ya tiene su propio lugar para quedar ordenado después de las horas de trabajo. Hicimos nosotros mismos la base de cemento con la ayuda de nuestros padres misioneros que nos visitaron unos días (haciendo como pudimos las veces de albañiles: es que en tierra de misión hay que aprender a hacer de todo según las necesidades), y posteriormente trajeron e instalaron la habitación.
Artesanías
Terminamos de envasar en botellas más pequeñas el último aceite que nos quedaba: 33 botellas de casi un litro cada una, poniendo ocho junto con los maceteros de cactus que preparamos también con algunos cactus del monasterio y otros conseguidos afuera, ya que acá les encantan los del jardín y constantemente nos lo dicen. Al día siguiente de terminar de envasar todo, vino un grupo grande de cristianos rusos, con quienes pudimos compartir un diálogo como siempre agradable, respondiendo a sus preguntas acerca de la vida monástica y ofreciéndoles de los productos que hacemos en el monasterio. Lo más interesante y anecdótico fue que ese grupo en 10 minutos ya se había llevado todo el aceite, siendo de gran ayuda para el monasterio y de gran apostolado al llevarse con ellos el trabajo de los monjes.
Nuestra Señora de los dolores
Pudimos celebrar la exaltación de la santa Cruz con la correspondiente solemnidad con nuestra familia religiosa en Belén, al igual que al otro día temprano a nuestra Señora de los dolores, aniversario de votos perpetuos de muchos de nuestros religiosos, festejando en la casa de las hermanas y saliendo hacia Jerusalén después del desayuno festivo, para rezar en el Santo Sepulcro y pedir por las intenciones y necesidades de todas las almas encomendadas a nuestras oraciones.
Le pedimos a María santísima la gracia de permanecer siempre fieles a los buenos propósitos que le hemos hecho a Dios, y serle siempre agradecidos por tantos dones dispensados por su infinita misericordia.