“Como Ella nadie está tan unido con Jesús, la fuente de las aguas vivas..”
P. Gustavo Pascual, IVE.
Las aguas vivas son las que brotan de un manantial y que nunca se agotan. Un pozo de aguas vivas es una gran riqueza, es un tesoro, sobre todo, en las tierras áridas. Alrededor de él brota la vida. Los pozos de agua viva se alimentan por ríos subterráneos que nacen en nevados o cordilleras de las que se filtran sus aguas y emergen en ellos, a veces, distantes muchos kilómetros de las fuentes de agua. Los pozos de aguas vivas son la bendición del desierto. Allí se forman los oasis tan necesarios para los viajantes de las tierras sin agua.
Jesús se encontró con una samaritana en un pozo de aguas vivas, el pozo que había hecho excavar Jacob en Sicar[1] y en el diálogo con ella, estando ella orgullosa por ser propietaria de aquel pozo, escuchó de Jesús algo admirable, que Él le podía dar aguas que calmen para siempre su sed y que su agua transforma a las personas en fuentes de aguas inagotables. Porque el que guarda la palabra de Cristo, su sabiduría, alcanzará la vida eterna y no morirá para siempre.
La Santísima Virgen es un místico pozo de aguas vivas. Como Ella nadie está tan unido con Jesús, la fuente de las aguas vivas, porque Cristo está lleno de gracia y de verdad[2] y por Él nos viene toda gracia y verdad[3]. Sin embargo, esta fuente de aguas vivas alimenta el pozo místico que es María Santísima, de tal manera, que no hay gracia de Jesús que no pase a través de Ella y llegue a nosotros.
María es pozo de aguas vivas por la profundidad de su vida interior. La samaritana le preguntó a Jesús, en aquella oportunidad, que cómo iba a sacar agua, porque no tenía cubo y el pozo era muy profundo. El pozo místico que es la Virgen María es un pozo profundo de vida interior, al cual, podemos llegar para extraer el agua viviendo vida interior porque sólo el que lleva vida interior puede conocer a María, puede descubrir que Ella es el pozo místico donde debemos recoger las gracias de Jesús.
Sobre todo es necesario para recoger el agua de este profundo pozo, la humildad, porque María es grande por su humildad. Dios hizo grandes cosas en María porque vio su humildad[4], y aquellos que quieran llegar a Ella para recoger el agua viva necesitan humildad. Si queremos sacar agua de este pozo tenemos que hacernos pequeños, como niños, y acogernos en los brazos de María.
Para ser profundo es necesaria la humildad. Para ser hombre interior es necesaria la humildad porque, como decía San Agustín, “cuanto más alto queramos construir nuestro edificio interior tanto más profundos tienen que ser los cimientos de la humildad”.
La profundidad de la vida interior de María, que es un ejemplo para nosotros, está en su abandono en Dios. María, por su humildad, dejó que Dios hiciese en Ella grandes obras. La colmó de gracias por encima de todos los ángeles y bienaventurados del Cielo.
En este místico pozo recogemos con abundancia las gracias para nuestra vida interior y cuanto más vacío este nuestro cubo por la humildad más gracias recogeremos. Recogeremos las gracias que Jesús quiera darnos y en la medida que lo tenga predeterminado según su plan eterno para con nosotros. De nuestra parte se requiere la humildad.
¿Y qué gracias recogemos en este místico pozo? Todas las gracias necesarias para nuestra santificación: nuestras necesidades espirituales pero también materiales en orden a la salvación, y principalmente colmamos en este pozo nuestra sed de Dios. Calmamos la sed que las cosas del mundo, de la tierra, no pueden calmar. Porque la sed es acuciante en muchos momentos de nuestra vida y nos hallamos cansados o en lugar desierto y nos es necesaria el agua viva. María nos da el agua viva y nos pone en contacto con la fuente de las aguas vivas. Su agua es la misma agua que brota de la fuente que es Jesús.
Contemplar este pozo de aguas vivas nos conduce a contemplar la fuente. Contemplar a María nos lleva a la contemplación de Jesús, porque no hay unión mayor que la que existe entre María y Jesús. Ella ha llevado a la cumbre la vida mística y es ejemplo acabado de la unión con Jesús.
La vida de María transcurría en una contemplación permanente de Jesús. Lo contempló durante su vida terrena como niño, como joven, como Maestro, pero luego de su muerte también tuvo una unión permanente con Jesús, a pesar, de su ausencia física. María no sólo guardaba en su corazón las cosas vividas con Jesús en los misterios de la infancia sino que guardaba a su Hijo y con Él estaba unida en todo momento. María no salía de sí como otros santos que cuando se unían a Dios entraban en éxtasis. Salían de sí para vivir en Dios. Ella vivía en Dios porque una es la unión transeúnte y otra es la unión permanente, una es la unión habitual y otra la actual. María vivía en acto la unión con Jesús.
Si queremos alcanzar la fuente de aguas vivas recurramos a María, místico pozo de aguas vivas. Entremos en ella y busquemos su vida interior. En esta vida encontraremos el camino seguro, fácil, rápido y perfecto para llegar a Jesús.
¡Madre, a vos acudimos en busca del agua viva! ¡Agua que deseamos tener! ¡Agua que nos hará fuente de aguas vivas que brote hasta la vida eterna!
[1] Jn 4, 5 ss.
[2] Jn 1, 14
[3] Jn 1, 17
[4] Cf. Lc 1, 48