Refrigerio de las almas sedientas

P. Gustavo Pascual, IVE.

            El agua nos reconforta después de una larga travesía, nos refresca y calma nuestra sed. No hay nada mejor para un caminante, que ha caminado mucho, que el agua.

¡Muy necesario es el refrigerio para el alma agostada por el fuego de las pasiones! Cuando la pasión ha quemado nuestro corazón y cuando el corazón hecho fuego se ha vuelto un bosque encendido, es decir, cuando la pasión nos ha llevado al pecado y el pecado se ha vuelto vicio, el alma busca un refrigerio. Quiere salir de su estado, pero las llamas la envuelven nuevamente y otra vez se enciende. Hay bosques que arden por mucho tiempo como corazones apasionados que se queman en sus vicios y desean un alivio, un refrigerio y parece casi imposible la paz.

¿Dónde encontrarán estas almas el refrigerio? En María. Ella es refugio de pecadores. Ella alcanzará la gracia necesaria y moverá el corazón para que se vuelva definitivamente a Dios y deje de arder en ese fuego lacerante. Ella dará el refrigerio que tanto anhela aquella alma abrazada que vive como en un infierno. El alma quiere salir de su estado y no puede. Sale por momentos y vuelve a encenderse por sus malas pasiones. María, si recurrimos a ella sinceramente y con fe, nos sacará de ese estado de tormento. En definitiva, el alma tiene sed de Dios, quiere retener a Dios sin dejarlo partir, pero el amor desordenado a las criaturas no se lo permite.

Ella dice en el Cantar de los cantares que Dios la ha colocado en el mundo para ser nuestra defensa: “Yo soy muro y mis pechos como una torre: Desde que me hallo en su presencia he encontrado la paz” (Ct 8, 10). Y por eso ha sido constituida mediadora de paz entre Dios y los hombres: De aquí que san Bernardo anima al pecador, diciéndole: “Vete a la madre de la misericordia y muéstrale las llagas de tus pecados y ella mostrará (a Jesús) a favor tuyo sus pechos. Y el Hijo de seguro escuchará a la Madre”. Vete a esta madre de misericordia y manifiéstale las llagas que tiene tu alma por tus culpas; y al punto ella rogará al Hijo que te perdone por la leche que le dio; y el Hijo, que la ama intensamente, ciertamente la escuchará. Así, en efecto, la santa Iglesia nos manda rezar al Señor que nos conceda la poderosa ayuda de la intercesión de María para levantarnos de nuestros pecados con la conocida oración: “Señor, Dios de misericordia, fortalece nuestra fragilidad a fin de que, honrando la memoria de la Santa Madre de Dios, nos levantemos del abismo de nuestros pecados por su auxilio e intercesión”[1].

María puede refrescar a esta alma en este estado y ganarla definitivamente para Dios.

Hay, sin embargo, una sed mayor, no ya de las almas que buscan a Dios porque lo han perdido sino de las almas que tienen a Dios, pero tienen sed de poseerlo más plenamente, más permanentemente, más profundamente.

¿Dónde encontrarán estas almas el refrigerio? En María. Ella es la mujer mística, la que vive intensamente la unión con Dios. Ella es maestra de vida interior, la que ha recorrido el camino de la unión con Dios, pero de una forma extraordinaria. Fue concebida en unión con Dios. Fue llamada en un momento en que su gracia era plena, “llena de gracia”, y creció durante su vida en gracia, en unión con Dios.

Toda alma que quiera llenarse de Dios, que quiera apagar su sed de vida interior tiene que recurrir a María. Ella es camino expedito para llegar a Jesús. Ella trajo su Hijo a los hombres y ella lleva a los hombres hasta su Hijo. No hay mejor camino porque de haber mejor camino Cristo lo hubiese elegido.

Los oasis son raros en el desierto, de tal manera, que si el caminante del desierto no da con ellos muere de sed. Pero María no es difícil de hallar. Está siempre a nuestro lado porque es nuestra Madre y ¿qué buena madre no permanece siempre cercana al hijo? María, así como estuvo siempre al lado de Jesús está cercana a nosotros desde que Cristo traspasó su maternidad sobre nosotros.

No hace falta gritar ni buscar desesperadamente. María no es un espejismo que nos ilusiona y desaparece. María está realmente cerca de nosotros. Basta un susurro pidiendo su ayuda y ella recurrirá a ayudarnos. Ella es Madre de esperanza que se nos hace encontradiza con rapidez para que acabe nuestra espera y no nos asalte el mal de la desesperanza.

María viene en nuestra ayuda para que la sed no nos agoste, para que no nos debilite, porque la sed es una de las cosas que menos puede sufrir el hombre. Tanto la sed de Dios que tiene el hombre cuando no puede salir de su pecado como la sed que tiene el alma santa. La sed de Dios consume al hombre y María viene en su ayuda para que no muera en el camino y le da el agua en abundancia, de acuerdo a su necesidad. A los primeros el agua necesaria para salir de su pecado, que es una gracia actual, y a los santos el agua sin medida de acuerdo a su deseo y en la medida que Dios ha dispuesto para ellos. Ambas las da María en el tiempo oportuno. Ni antes ni después. No antes para que la sed crezca y se desee el refrigerio de su gracia. No después porque el alma desesperaría y Dios no permite la prueba más allá de la que cada uno pueda sobrellevar.

¡Cuántas veces María habrá llevado de la fuente de Nazaret agua a su esposo y a su Hijo sedientos por el trabajo del día! Así lo hará con nosotros cuando las fatigas de cada día nos agobien, cuando volvamos sedientos en busca de un refrigerio, cuando nuestras fuerzas desfallezcan.

¡María no nos abandones, acude en nuestra ayuda cuando tengamos sed de Dios para que nunca nos separemos de Él y crezca cada día más nuestra unión con Él hasta la saciedad de la vida eterna!

[1] San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María 2, 2