La magnanimidad

LA VIRTUD QUE NOS MUEVE A LA GRANDEZA
P. Antonio Royo Marín, O.P.
Es una virtud que inclina a emprender obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad. En este sentido es la corona, ornamento y esplendor de todas las demás virtudes.
La magnanimidad supone un alma noble y elevada. Se la suele conocer con los nombres de «grandeza de alma» o «nobleza de carácter». El magnánimo es un espíritu selecto, exquisito, superior. No es envidioso, ni rival de nadie, ni se siente humillado por el bien de los demás. Es tranquilo, lento, no se entrega a muchos negocios a la vez, sino a pocos, pero grandes o espléndidos. Es verdadero, sincero, poco hablador, amigo fiel. No miente nunca, dice lo que siente, sin preocuparse de la opinión de los demás. Es abierto y franco, no imprudente ni hipócrita… Objetivo en su amistad, no se obceca para no ver los defectos del amigo. No se admira demasiado de los hombres, de las cosas o de los acontecimientos. Sólo admira la virtud, lo noble, lo grande, lo elevado: nada más. No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las ciencias, pero sobre todo la virtud. Es virtud muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente magnánimos son los santos.
A la magnanimidad se oponen cuatro vicios: tres por exceso y uno por defecto. Por exceso se oponen directamente:
La presunción: que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas.
La ambición: que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro estado y merecimientos.
La vanagloria: que busca fama y nombradía sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo.
Como vicio capital que es, de él proceden otros muchos pecados, principalmente la jactancia, el afán de novedades, hipocresía, pertinacia, discordia, disputas y desobediencias.
Por defecto se opone a la magnanimidad la pusilanimidad, que es el pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismos o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución todos los medios y energías de que Dios les ha dotado.

Acto de confianza

San David Uribe, sacerdote;

Mártir de la eucaristía

 

Estoy convencido Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti y de que no puede faltar cosa alguna a los que aguardan de Ti todas las cosas, que he determinado vivir en adelante sin ningún cuidado, descargando en Ti todas mis solicitudes.

“Dormiré y descansaré en paz, fiado en tus promesas, porque Tú Señor, de una manera singular has llenado mi corazón de verdadera y sólida esperanza”. Pueden los hombres despojarme de los bienes y de la honra; pueden las enfermedades privarme de las fuerzas y medios para servirte; es más, puedo yo por mi culpa perder tu gracia pecando, pero jamás perderé la esperanza en tu misericordia, antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida, y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno para arrancármela.

Esperen otros la dicha de sus riquezas y de sus talentos; descansen otros en la inocencia de su vida, o en la esperanza de sus penitencias, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones: en cuanto a mí, Señor, toda mi confianza se funda en mi misma confianza: “porque Tú, Señor, de una manera singular has llenado mi corazón de verdadera y sólida esperanza”.

Confianza semejante nunca salió fallida a nadie: “nadie esperó en el Señor y quedó burlado”. Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero. “En Ti, Señor, tengo puesta mi esperanza”; no seré eternamente confundido. Conozco, es verdad, demasiado, conozco que soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas, he visto caer estrellas del cielo y estremecerse las columnas del firmamento, pero nada de eso logra acobardarme si Tú estás conmigo, y lo estarás siempre mientras yo espere en Ti. Así estoy a salvo de toda desgracia y cierto estoy también, de que esperaré siempre, porque espero de Ti esa esperanza invariable. En fin, para mí es seguro ¡oh Dios mío!, que nunca será demasiado lo que espere de Ti y nunca tendré menos de lo que hubiere esperado.

Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes, y me defenderás en medio de los ataques más furiosos y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, sin reserva y sin límites. Y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse ¡oh Dios mío!, espero en Ti mismo, y así confío que después de haberte conocido, amado y servido en el tiempo, tendré la dicha de verte y gozarte por toda la eternidad. Amén.