Ese Judas que regresa

Breve reflexión sobre la verdadera conversión

P. Jason Jorquera, IVE.

Una de aquellas misteriosas interrogantes que jamás encontrarán respuesta definitiva en esta vida, aunque sí posibles y fecundas conjeturas, es aquel oscuro misterio que vino a manchar hasta el fin de los tiempos un nombre y un proceder, siempre tristemente recordados como aquel “amigo traicionero” (Cf. Mt 26, 50), aquella columna despeñada, aquel fatídico negocio cuya ganancia fue la pérdida más terrible de todas (Mt 26,14-16), y cuyo autor se convirtió en una especie de manifestación tangible de aquella infidelidad primera de los ángeles, los cercanos de Dios, que decidieron darle la espalda a su Creador y bienhechor, pero con la grande y penosa diferencia, de que esta vez lo que se rompía era aquella novedosa exclusividad que el Hijo de Dios en persona había venido a inaugurar de una manera completamente nueva, íntima: la amistad del hombre-Dios con sus elegidos (Jn 15, 15). Amistad traicionada por Judas.

He aquí una de las posibles preguntas ante el triste acontecimiento: ¿qué hubiera pasado si Judas, “arrepentido y convertido”, hubiese regresado? Formulamos así esta pregunta a la luz de las palabras del santo Cura de Ars, quien en su contundente sermón acerca del “aplazamiento de la conversión”, dice así: “Muchos se pueden haber arrepentido, pero convertirse es otra cosa. Llamar a un sacerdote por temer el mal que viene no implica convertirse, Judas se arrepintió y devolvió el dinero y sin embargo se colgó…” (Cf. Mt 27,3-10); es decir, “se arrepintió” porque se dio cuenta de lo que había hecho, y hasta se deshizo del fruto de su infidelidad; incluso su corazón se llenó de dolor al sopesar que había entregado a su Maestro, este Dios encarnado tan extraordinario y tan enamorado de los pecadores que aun sabiendo cada una de sus faltas lo había elegido y llamado para que estuviese junto con Él. Pero, atendiendo las palabras del santo, el problema de Judas -y de todo aquel que traicione a Dios dándose cuenta, luego, de la malicia de su obrar-, es que dicho arrepentimiento “se quedó incompleto”, pues le faltó la conversión, fruto inmediato de la verdadera compunción, dolor sincero y sin tapujos por haber ofendido a Dios y arruinarle con nuestras faltas los planes de santidad que nos tenía preparados; pero dolor realista a la vez, pues sabe bien que no es imposible para Dios levantarnos del pecado que sea, sacarnos de la corrupción más terrible, transformando nuestro barro en una obra de arte si nos entregamos en sus manos. El pecador que se reconoce como tal y acepta la misericordia de Dios, comprende bien que su miseria se ha convertido en el gran atractivo del Sagrado Corazón, y no por que ame los pecados obviamente, sino porque ama al pecador que anda extraviado, razón de haber asumido nuestra naturaleza herida para venir a invitarnos a aceptar su redención. Esa es la verdadera compunción: un dolor real, pero que confía en quien ha venido libremente por los pecadores, y de ahí a la profunda conversión que conjuga nuestro dolor de los pecados y nuestra confianza en el Padre celestial, con su infinita misericordia para forjar así a las almas agradecidas y enamoradas que comienzan a ser mejores, purificándose de sus faltas y adornándose con virtudes…, estas son las almas que regresaron junto a Dios después de su traición.

Entonces, volvamos a nuestra pregunta: ¿qué hubiera pasado si Judas, “arrepentido y convertido”, hubiese regresado?; y la respuesta no es difícil de formular e imaginar, y hasta la podemos ver reflejada de alguna manera en el vicario que negó a su Señor tres veces: Pedro también le falló a Jesucristo, y enseguida de sus promesas de ir con Él hasta la muerte la noche de su ordenación sacerdotal. Su traición también fue terrible, pero la gran diferencia entre uno y otro “amigo” de Jesucristo, es que uno no desesperó, es que uno sí confió en la compasión que tantas veces había predicado y mostrado su Maestro delante de sus propios ojos, con ellos, los imperfectos, los pasionales, los que no terminaban de comprender la grandeza de su elección ni del amor de su Señor. Pedro lloró amargamente, pues se arrepintió de corazón, y luego no se echó atrás, sino que “regresó junto a Jesús”, porque sabía que Él no sabe de guardar rencores ni de no dar nuevas oportunidades, en su Sagrado Corazón no hay lugar para eso, pero sí para los pecadores, los que se arrepienten, le piden perdón y se deciden a cambiar con la ayuda de su gracia. Pedro se arrojó con el mayor de los entusiasmos donde Aquel a quien había traicionado, porque sabía perfectamente que Jesús no lo rechazaría, ¡y cómo hacerlo, si había dado su vida por él!; el negador sí completó su arrepentimiento, aún siendo imperfecto todavía, y esto le valió para alcanzar la santidad hasta dar la vida por aquel a quien había reconocido como el Cristo, el Hijo de Dios, el mismo que lo elegía, perdonaba y trasformaba a partir de ahora.

Si Judas hubiese regresado, Jesús lo habría recibido también con los brazos abiertos, y al igual que a Pedro y los demás, ciertamente le habría confirmado su elección; tal vez con las mismas palabras de Getsemaní, llamándolo “amigo”, y recibiéndolo con un beso cargado de compasión y de perdón, invitándolo desde aquel mismo momento a reparar la amistad que la traición había destruido.

Por gracia de Dios, por su divina misericordia y eterna bondad, sabemos cuál es el final del pecador arrepentido y convertido que persevera. Sabemos por la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo que si lo hemos ofendido podemos regresar con Él. En definitiva, sabemos bien que podemos ser perfectamente “aquel Judas que regresa”, si es que lo hemos ofendido gravemente. Pero lo más hermosamente fascinante de todo esto, es que ese “ir donde Jesucristo” no se acaba con la conversión, es decir, no es que porque vivimos en gracia de Dios ya cumplimos y punto, sino que constantemente debemos acudir a Él, en la oración, en los sacramentos, en las pruebas, en las purificaciones; y seguir forjando una amistad cada vez más profunda y una intimidad más fecunda, que fue lo que hicieron -y hacen- las almas buenas y santas, que permanecen con Jesucristo, sí, pero que desean ir cada vez más allá en las amorosas consecuencias de esta amistad que Dios mismo ha decidido establecer con nosotros.

Que el posible peso de nuestras culpas no le cierre la puerta al arrepentimiento, y que nuestro arrepentimiento no se quede a medio camino, sino que desemboque en una constante conversión, cimentada en la confianza en Aquel que jamás rechaza a quien acude a Él, y que no deja de esperar nuestra correspondencia a su divina misericordia. Que jamás desesperemos.

“En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón […]. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza (Casiano, Colaciones)

Santa Ana se llenó de peregrinos

Monseñor Paul Mamba, 25 sacerdotes y 350 feligreses…

Queridos amigos:

Desde que comenzó la guerra, hace ya casi un año, Tierra Santa se contempla de una manera muy diferente: ya no se ven las multitudes de devotos peregrinos llenando los santuarios y sus calles con toda la abundancia de colores y estilos en sus vestimentas, ni se oyen a lo lejos los murmullos de las variadas lenguas que poco a poco suelen irse reconociendo en la medida en que uno se va acercando a ellos, ni las graciosas mímicas que a veces -por fuerza- son la única manera de hacerse más o menos entender, sea para preguntar o responder, en busca de indicaciones respecto a los lugares, los horarios y la atención de los mismos peregrinos… Sí, Tierra Santa está silenciosa, de duelo, solitaria en cierta medida, reflexiva en sus consagrados. Y para nosotros, que somos de vida monástica, podría ser tiempo de soledad más recogida y mayor dedicación a la contemplación; y sí, está más tranquilo cuando no están los aviones pasando por encima y las ventanas no se estremecen para hacerse notar, pero la razón de esta relativa tranquilidad (que tristemente no es sinónimo de paz), es lo que sigue entristeciendo a todos aquellos que seguimos rezando por el fin de esta guerra.

 

Nuestra zona está dentro de todo más tranquila, aunque no por eso las personas también lo están, sino todo lo contrario; hay gran preocupación por lo que pueda pasar, embebido de una compleja incertidumbre que a muchos pone fuertemente a prueba; y por esta razón la imagen de santa Ana que custodia el monasterio lleva meses contemplando silenciosa la basílica vacía, porque ya no vienen prácticamente peregrinos a acompañarla y elevar desde allí sus oraciones al Cielo, y prácticamente las únicas figuras que pasan a diario delante de ella son los monjes rumbo a la capilla y cuando la vistan para regar sus flores y encenderle aquella pequeña vela que representa las intenciones de todos sus devotos que, a la distancia, hacen llegar sus peticiones hasta este pequeño y apartado lugar pidiendo su intercesión y la de la Sagrada Familia.

Pues bien, con este panorama y todo este contexto, se imaginarán cuán grande ha sido nuestra alegría al recibir la llamada de los guías que hace meses nos habían pedido celebrar aquí la santa Misa para confirmar su asistencia, con su Obispo a la cabeza, Monseñor Paul Mamba, Obispo de Senegal, 25 sacerdotes y 350 feligreses, además de los guías de los distintos buses que traían en grupos a estos entusiastas peregrinos que nos hicieron revivir el colorido y la alegre algarabía que nos anunciaba su llegada, y el silencio respetuoso que se iba produciendo en la medida que iban entrando a la basílica y se encontraban con la hermosa imagen de nuestra querida santa con su hija, para ir a saludarla y poner en sus manos sus devotas oraciones para que ella desde el Cielo las presente delante de su nieto.

Es muy digno de mención el hecho de que, en medio de esta guerra y soledad de Tierra Santa, esta haya sido hasta ahora la primera santa Misa así de concurrida, sin tener en cuenta la del día 26 de julio, día de los santos abuelos del Señor; y acompañada por un obispo y tantos sacerdotes asistiendo a sus feligreses desde antes, pues la celebración era a las 5:00 pero ya desde las 3:30 estaban llegando los primeros y los sacerdotes atendían sus confesiones mientras tanto.

Después de la devota celebración, pudimos saludar a Monseñor y agradecer su visita y su paternal compromiso de rezar por nosotros y la paz del mundo entero.

Finalmente, luego de despedirnos de los peregrinos, nuevamente todo regresó al silencio… pero un silencio diferente, pues esta vez se había convertido en una muy grata acción de gracias; no por haber sido un tiempo de compañía después de todos estos meses solitarios, pues somos monjes y el silencio es lo habitual, sino porque la Sagrada Familia nos concedió la hermosa gracia de ver uno de los frutos por los cuales siempre estamos rezando: para que sean cada vez más las almas devotas que puedan elevar al Cielo sus plegarias desde la casa de santa Ana.

Demos a Dios siempre las gracias.

Sagrada Familia, ruega por nosotros.