Jesús se fija en los detalles

“Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos…”

 Leyendo nuevamente aquel hermoso pasaje del Evangelio que nos narra la fugaz historia de la viuda pobre que echó sus dos únicas moneditas en la ofrenda del templo, no podemos no admirar a esta alma buena cuyo nombre desconocemos y cuya grandeza de alma pasó desapercibida para la gran mayoría de los presentes… mas no para Jesús, nuestro buen Dios con corazón de hombre, que quiso compartir “el hermoso secreto de la viuda” que en aquel momento también el Padre celestial observaba con agrado. Personalmente, esta maravillosa pincelada que se quedó como escondida dentro del inmenso lienzo de la vida pública de nuestro Señor, siempre me dejó una entusiasta curiosidad  respecto a esta buena mujer; es decir, el Sagrado Corazón que veía lo que los demás no, es el mismo que se compadece ante las miserias de la humanidad y que sabe bien recompensar la fe de los pequeños, los humildes y sencillos, predilectos de Dios por sus necesidades; es así que espontáneamente surge la pregunta sobre ¿cómo se habrá preocupado Dios por asistir a esta alma ejemplar que le ofrecía todo lo que tenía con absoluta confianza? …Sólo Dios lo sabe. Pero volvamos a nuestro Señor.

A Jesucristo, como hemos dicho, no se le pasa por alto ninguna de nuestras acciones; cada una de ellas recae bajo su mirada sublime, profunda, que ve y sopesa nuestras obras con exactitud; es por eso que nos confesamos, por ejemplo, para que nos perdone aquello que Él bien conoce y espera que nosotros reconozcamos con total sinceridad y arrepentimiento: Jesús contempla nuestra historia en su totalidad, con todas las veces en que le hemos fallado, con cada infidelidad a su bondad alzando la mano en alto, con cada propósito incumplido, cada falta no corregida, cada pecado cometido y no detestado, etc., y si la conciencia de esta realidad me lleva a la verdadera compunción pues bendito sea Dios, que ilumina al pecador que desea realmente enmendarse y comenzar a tejer junto con su gran Perdonador una nueva historia, que a través del amor y la purificación se dedica a buscar la gloria que a este buen Dios le debe tributar. Y exactamente en este punto debemos repetir y considerar un nuevo aspecto sobre el título de esta sencilla reflexión: “Jesucristo se fija en los detalles”, pero ¿a qué detalles nos referimos?, pues a aquellos detalles que al igual que las dos moneditas de la viuda ejemplar, parecen pequeñeces que para otros podrían no tener importancia, pero no es así para Dios; esos que los intereses mundanos dejan pasar desapercibidos mientras los intereses divinos los aprecian y dejan bien agendados sobre la balanza de la expiación y de los méritos para la eternidad, es decir, esos pequeños detalles que en realidad no son pequeños porque son capaces de ir forjando la grandeza, como ese mal pensamiento rechazado con gran esfuerzo para que no pueda llegar a asentarse con comodidad en nuestro corazón; esos pequeños sacrificios con que “negociamos” para adquirir las virtudes de las cuales carecemos o estamos flacos; esa lengua refrenada para no dañar a mis hermanos; esos perdones tácitos ante las ofensas recibidas que se visten de caridad, de concordia y oración por quienes nos han herido; esos dolores secretos por el bien que no terminamos de hacer a causa de la debilidad de nuestra voluntad; esas lágrimas calladas ante la necesidad; esas espinas que no se pueden quitar mientras veamos alejados de Dios a quienes más amamos y las plegarias prolongadas que miran con confianza, sí, los frutos de la fe, pero desde lejos y apoyadas a veces en las partes más oscuras de la fe…  o hasta el santo sufrimiento por no darle a Dios la gloria que le corresponde.

Todos estos “detalles que parecen tristes”, sin embargo, no lo son, ¡por supuesto que no!; porque Jesucristo los conoce, los valora y los mira siempre con tierna aprobación: nos deja en claro que sí importan, ¡que sí suman!, por pequeños que nos parezcan o que de alguna manera lo sean, pero que no deben dejar de hacerse.

Tal vez tengamos solamente dos moneditas para poner en la ofrenda, pero si lo ofrecemos todo eso vale más que los grandes sacrificios y grandes renuncias que otros tal vez podrán hacer con menos pobreza de espíritu y un amor a Dios más bien escaso: examinemos qué tenemos para darle a Dios aunque parezca poco -¡pero que jamás sean migajas, es decir, no las sobras de nuestro tiempo, las renuncias que no nos cuentan ni los “sacrificios sin sudores”!; tiremos rencores a la basura y corrijamos las malas decisiones; ofrezcamos los esfuerzos de nuestras flaquezas, esas pequeñas privaciones que nos cuestan y esos actos de virtudes que tal vez no resplandecen, pero que para nosotros son arduos de realizar, y que poco a poco se irán asentando y acrecentando. Jamás es poco el darlo todo, jamás es vano dar “nuestras dos moneditas” mientras las demos por amor a Dios, porque Él sabe apreciar mejor que nadie lo que encarecidamente le ofrecemos.

 

P. Jason, IVE.

Dios mío, enséñame a amar tu Cruz.

“Mi vida quisiera que fuera un solo acto de amor…, un suspiro prolongado de ansias de Ti…”

San Rafael Arnáiz

Dios mío…, Dios mío, enséñame a amar tu Cruz. Enséñame a amar la absoluta soledad de todo y de todos. Comprendo, Señor, que es así como me quieres, que es así de la única manera que puedes doblegar a Ti este corazón tan lleno de mundo y tan ocupado en vanidades.

Así en la soledad en que me pones, me enseñarás la vanidad de todo, me hablarás Tú solo al corazón y mi alma se regocijará en Ti.

Pero sufro mucho, Señor…, cuando la tentación aprieta y Tú te escondes… ¡cómo pesan mis angustias!…

¡Silencio pides!… Señor, silencio te ofrezco.

¡Vida oculta!… Señor, sea la Trapa mi escondrijo.

¡Sacrificio!… Señor, ¿qué te diré?, todo por Ti lo di.

¡Renuncia!… Mi voluntad es tuya, Señor.

¿Qué queréis Señor, de mi?

¡¡Amor!! ¡Ah!, Señor, eso quisiera poseer a raudales. Quisiera, Señor, amarte como nadie… Quisiera, Jesús mío, morir abrasado en amor y en ansias de Ti. ¿Qué importa mi soledad entre los hombres? Bendito Jesús, cuanto más sufra…, más te amaré. Más feliz seré, cuanto mayor sea mi dolor. Mayor será mi consuelo, tanto más carezca de él. Cuanto más solo esté, mayor será tu ayuda.

Todo lo que Tú quieras seré.

Mi vida quisiera que fuera un solo acto de amor…, un suspiro prolongado de ansias de Ti.

Quisiera que mi pobre y enferma vida, fuera una llama en la que se fueran consumiendo por amor… todos los sacrificios, todos los dolores, todas las renuncias, todas las soledades.

Quisiera que tu vida, fuera mi única Regla

Que tu “amor eucarístico” mi único alimento.

Tu evangelio mi único estudio.

Tu amor, mi única razón de vivir..

¡Quisiera dejar de vivir si vivir pudiera sin amarte!

Quisiera morir de amor, ya que sólo de amor vivir no puedo.

Quisiera, Señor…, volverme loco… Es angustioso vivir así.

¡Es tan doloroso querer amarte y no poder! Es tan triste arrastrar por el suelo del mundo la materia que es cárcel del alma que sólo suspira por Ti… ¡Ah!, Señor, morir o vivir, lo que Tú quieras…, pero por amor

Ni yo mismo sé lo que digo, ni lo que quiero… Ni sé si sufro, ni si gozo…, ni sé lo que quiero ni lo que hago.

Ampárame, Virgen María… Sé mi luz en las tinieblas que me rodean. Guíame en este camino en que ando solo, guiado solamente por mi deseo de amar entrañablemente a tu Hijo.

No me dejes, Madre mía. Ya sé que nada soy y que nada valgo. Miseria y pecados…, eso es lo único, y lo mejor, que puedo alegar para que tú atiendas mi oración.

Señora, vine a la Trapa, dejando a los hombres, y con los hombres me encuentro. Ayúdame a seguir los consejos de la Imitación de Cristo, que me dice no busque nada en las criaturas y me refugie en el Corazón de Cristo.

Nada quiero que no sea Dios…, fuera de Él todo es vanidad.

Cosechando en familia

Desde la casa de santa Ana

Queridos amigos:
El año pasado fue notablemente el peor en lo que respecta a la cosecha, y esto en todo el país; de hecho, tuvimos que esperar a que el lugar donde llevamos las aceitunas para hacer el aceite estuviera abierto, lo cual fue unos pocos días a la semana ya que muy pocos llevaban sus frutos, y el tema común mientras esperábamos nuestro turno era siempre la poca cantidad que había salido ese año. Pero por gracia de Dios este año fue mejor, hay más aceitunas y esperamos poder cosechar un poco más.
El trabajo es intenso, no agotador pero intenso; hay que cosechar las partes altas de los árboles que no alcanzamos a podar el año pasado con escaleras y palos largos, juntar, limpiar, embolsar; llevar hasta el pueblo que tiene las máquinas y esperar varias horas hasta conseguir un turno. Luego envasar, etiquetar, etc.; es así que la ayuda que nos ofrecieron nuestras hermanas así como algunos amigos y feligreses del monasterio, ha sido una grandísima ayuda para nosotros, y se ha convertido en una hermosa ocasión para compartir y hasta conocer voluntarios nuevos que se sumaron también a ayudar. La cosecha de este año ha sido, además, un alivio dentro de esta guerra terrible que sigue afectando a tantas personas en Tierra Santa y sus alrededores. Comenzamos el trabajo temprano y durante la jornada hemos podido compartir variados temas sobre la fe, la esperanza, la voluntad de Dios, la Divina Providencia, etc.; además de compartir el almuerzo en el correspondiente clima de alegría y gratitud que hasta hace pasar desapercibida, de vez en cuando, la especial situación por la que estamos pasando.
El año pasado, repetimos, apenas pudimos cosechar unas pocas aceitunas para tener algo de aceite, pero este año es diferente, los frutos son más, abundantes, de igual manera que las gracias de Dios que se abren paso entre toda esta complejidad de Tierra Santa y no han dejado de llegar a bendecir la casa de santa Ana, fruto a su vez de las oraciones de todos ustedes a quienes no dejamos de encomendar a diario a la Sagrada Familia: hemos conocido a nuevos amigos, hemos podido visitar y recibir la visita de nuestros padres y hermanas de otras comunidades; no dejamos de recibir sus saludos y oraciones por nosotros y, gracias a Dios, los motivos para rezar y el trabajo por hacer jamás se acaban, así que seguimos dedicados a vivir nuestra vida religiosa en estas circunstancias particulares siempre hacia adelante, a través de la cruz, con el triunfo de la cruz, y asistidos siempre por Aquel que por nosotros murió en la cruz.
La pequeña reflexión que deseamos compartirles en esta ocasión, es el hecho de que siempre estaremos en guerra: contra el demonio, contra el espíritu mundano, contra nuestras pasiones desordenadas y defectos; pero hay que estar tranquilos: ¡Cristo ya venció!, solamente hay que seguir luchando por unirse a ese triunfo maravilloso, poco a poco, a nuestro ritmo, a través de las pruebas; con trabajo, con esfuerzo, ¡con oración!, siempre con santo entusiasmo por la virtud y agradecidos de las bendiciones de Dios que ningún mal puede impedir, comenzando por la gracia divina en el alma. Habrán años con menor cosecha en el ámbito terreno, pero no es la misma norma para el plano espiritual, donde por el contrario, las sequías y tormentas del alma, bien llevadas y ofrecidas, traen por fuerza una cosecha abundante en gracias: perseverancia, fortaleza, fe, caridad, generosidad, entrega, santo abandono, etc.
Sigamos rezando por el fin de la guerra en todo el mundo, sigamos ofreciendo oraciones y sacrificios; sembremos actos de virtud y cosecharemos virtudes.
Dios los bendiga, muchas gracias a todos por ayudarnos con sus oraciones, cada día se agradecen.
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