“Virgen íntegra por la fe, la Iglesia imita su fidelidad al Esposo, Cristo Jesús”
P. Gustavo Pascual, IVE.
Las referencias bíblicas de este título son las usadas por la liturgia en las Misas en honor de la Virgen María imagen y madre de la Iglesia[1].
“La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2 P 3, 10), brilla ante el Pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo”[2].
“María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. LG 63): ‘La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es la virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo’ (LG 64)”[3].
“Madre de la Iglesia […] este título nos permite penetrar en todo el misterio de María, desde el momento de la Inmaculada Concepción, a través de la Anunciación, la Visitación y el Nacimiento de Jesús en Belén, hasta el Calvario. Él nos permite a todos nosotros encontrarnos de nuevo […] en el Cenáculo donde los Apóstoles junto con María, Madre de Jesús, perseverando en oración, esperando, después de la Ascensión del Señor, el cumplimiento de la promesa, es decir, la venida del Espíritu Santo, para que pueda nacer la Iglesia”[4].
“¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia! Te acogemos en nuestro corazón, como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz. Y en cuanto discípulos de tu Hijo, nos confiamos sin reservas a tu solicitud porque eres la Madre del Redentor y la Madre de los redimidos”[5].
La Virgen como Madre de la Iglesia ha sido tratado en el capítulo ocho de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, cuyo título es “La Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia en el misterio de Cristo y de la Iglesia”.
El día 21 de noviembre de 1964, en la homilía de la solemne Misa con que se clausuraba la IIIª sesión del Concilio Vaticano II, Pablo VI declaró a “María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, así de los fieles como de los Pastores, quienes la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”[6].
Desde ese momento muchas Iglesias locales y familias religiosas comenzaron a venerar a la Bienaventurada Virgen bajo el título de “Madre de la Iglesia”. Y en el año 1974, para fomentar las celebraciones del Año Santo de la Reconciliación se compuso una misa que, poco después, fue incorporada a la edición típica del Misal Romano, entre las misas de la Bienaventurada Virgen María.
Podemos contemplar los múltiples vínculos con que la Iglesia está unida a la Bienaventurada Virgen y, especialmente, su oficio maternal en la Iglesia y a favor de la Iglesia.
Cuatro momentos cumbres de la relación María-Iglesia:
La encarnación del Verbo, en la cual la Virgen María acogiendo con un corazón sin mancha al Hijo de Dios mereció concebir en su seno virginal y dando a luz al fundador, animó los orígenes de la Iglesia.
La pasión de Cristo, porque el Unigénito de Dios, clavado en la cruz, constituyó a la Virgen María, su Madre, como Madre nuestra.
Pentecostés, en la cual la Madre del Señor uniendo sus plegarias a las súplicas de los discípulos sobresale cual modelo de la Iglesia orante.
La asunción de la Virgen, porque Santa María elevada a la gloria de los cielos, sigue de cerca, con amor maternal a la Iglesia peregrina y cuida benigna, sus pasos hacia la patria, hasta que llegue el día glorioso del Señor.
María es modelo de virtudes para la Iglesia:
De caridad; por lo que los fieles piden: “concede a tu Iglesia que sumisa como ella al mandamiento del amor brille ante todas las naciones como sacramento de tu predilección”.
De fe y de esperanza; por ello los fieles ruegan que la Iglesia al contemplar continuamente a la Virgen Bienaventurada arda por el celo de la fe y sea fortalecida por la esperanza de la gloria futura.
De profunda humildad; nos has dejado en la Bienaventurada Virgen María el modelo de la más profunda humildad.
De perseverancia y de oración común; pues los apóstoles y los primeros discípulos perseveraban en la oración, con María la Madre de Jesús[7] y con los apóstoles oraba en común.
De culto espiritual; se ofrece a tu Iglesia como modelo de culto espiritual, por el que debemos ofrecernos a nosotros mismos como hostia santa y agradable en tu presencia[8] .
De auténtico culto litúrgico; la Madre de Jesús -como advierte Pablo VI- aparece como ejemplo de la actividad espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16); porque María es la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen Madre, la Virgen actuante (Cf. MC 16-21), la Virgen vigilante que espera sin vacilar la resurrección de su Hijo. En una palabra, María es ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del culto divino (MC 21).
La Iglesia contempla a María como imagen profética de su peregrinación terrena hacia la gloria futura del cielo (Cf. SC 103).
La Virgen María espejo sin mancha de la majestad de Dios[9] se ofrece a los ojos de la Iglesia como la imagen más pura de la discípula perfecta en el seguimiento de Cristo, para que fijos sus ojos en ella, siga fielmente a Cristo y se conforme a su imagen; Virgen íntegra por la fe, la Iglesia imita su fidelidad al Esposo, Cristo Jesús (Cf. LG 64); esposa fiel que acompañó a su Hijo durante toda la vida y en quien la Iglesia contempla más a fondo el misterio de la Encarnación (Cf. LG 65) y Reina gloriosa llena de virtudes en quien la Iglesia ve el reflejo de su gloria futura (Cf. SC 103)[10].
[1] Gn 3, 9-15.20; Hch 1, 12-14; Ap 21, 1-5a; Jn 2, 1-11; 19, 25-27; Lc 1, 26-38. Cf. Colección de misas de la bienaventurada Virgen María…
[2] Vaticano II, Documentos Conciliares, Constitución Dogmática Lumen Gentium nº 68, Paulinas Buenos Aires 1981, 89. En adelante L.G.
[3] Cat. Igl. Cat. nº 507…, 119.
[4] Juan Pablo II en Polonia, Paulinas, Buenos Aires 1980, 64
[5] Juan Pablo II, Vino y enseñó, Conferencia Episcopal Argentina, of. del libro Buenos Aires 1987, 152
[6] Acción Católica Española, Colección de Encíclicas y documentos pontificios [Concilio Vaticano II], t. II, Publicaciones de la Junta Nacional Madrid 19677, 2981.
[7] Cf. Hch 1, 12-14
[8] Cf. Rm 12, 1
[9] Cf. Sb 7, 26
[10] He seguido en esta última parte a Colección de misas de la bienaventurada Virgen María…, 98-107. Resumo usando sus mismas palabras.