¡Jesucristo se merece honores!

Reflexión de viernes santo en Nazaret

Hubo un viernes diferente,

que en silencio respetuoso

fue testigo doloroso

-resignado e impotente-,

del error más insolente;

escondido tras el manto

de la fe que guarda tanto,

y veía en el madero

más que un hombre un fiel cordero,

¡que era el Santo de los santos!

Cada año, por gracia de Dios, en viernes santo podemos participar, entre otras piadosas ceremonias, del emotivo “funeral de Cristo”. Este año fue en Nazaret, donde nuevamente este día fue el de mayor participación de los feligreses, quienes llenaban la basílica hasta el tope para ver y tratar de acercarse a la hermosa imagen de nuestro Señor difunto, de tamaño natural, y como siempre sobre su correspondiente colchón de flores rojas, tan deseadas por los presentes para ser llevadas a sus casas como precioso recuerdo de este día tan especial, tan conmemorativo y a la vez tan distinto de aquel primer viernes santo de la historia… en seguida me explico.

El primer viernes santo fue absolutamente gris: nuestro Señor, abandonado a la tristeza de muerte de su corazón que caminaba sin retorno hacia el calvario, entre burlas y maledicencias; quedando exangüe de camino y finalmente habiendo consumado su sacrificio de manera totalmente opuesta a la entrada triunfal con que, una semana antes, había sido recibido. Y no hubo funeral. Lo bajaron con presteza para llevarlo al sepulcro lo antes posible; sin honores, sin aclamaciones, sin reconocimiento; recibiendo el tierno abrazo de su madre como único homenaje a su sacratísimo cuerpo malherido. Hoy, en cambio, sí hay funeral. Hoy en día en viernes santo, los creyentes hacemos lo posible por “contradecir” aquella entrega redentora que, externamente, terminó en tinieblas; porque nosotros sí sabemos quién es el que se entrega, y somos bien conscientes de que dicha entrega nos abrió las puertas de los Cielos; es por eso que conmemoramos el viernes santo de manera tan distinta, porque tenemos que hacerlo así, ¡Jesucristo se merece honores!, ¡su sacrificio ha de ser reconocido!, ¡nuestro Señor no puede pasar desapercibido!

La liturgia del funeral de Cristo es por eso profundamente emotiva: todos los sacerdotes presentes rodean respetuosamente el féretro del Señor yacente, el cual es rociado con agua bendita e incensado antes de comenzar la solemne procesión que poco a poco debe abrirse paso entre el mar de feligreses, que acercan sus manos para tocarlo y persignarse, y continuar rezando mientras acompañan lentamente el homenaje. Es realmente hermoso cuando, al llegar a las puertas de la basílica para salir al patio externo nos encontramos con que ni siquiera las escaleras que bajan hasta la gruta, ni las que suben hacia el portón de salida, pueden verse, pues también están abarrotadas de feligreses honrando la muerte redentora de nuestro Señor; y los “Hosanas” de los niños del primer Domingo de ramos parecen encontrar un eco en los labios de los niños pequeños que besan la hermosa imagen levantados en brazos de sus padres conforme ésta va pasando, mientras el coro de la basílica y los instrumentos cantan y suenan con todas sus fuerzas, porque es lo que corresponde. Hoy en día, nosotros debemos tomar el lugar de aquellos beneficiarios que antaño no se presentaron para el funeral del Señor: aquel día no estaban los que habían sido leprosos, sordomudos, endemoniados ni aquejados de cualquier otro mal del cual Jesús los había librado; pero hoy estamos nosotros, ¡debemos estar nosotros!, y no sólo en viernes santo sino durante toda nuestra vida, rindiendo valiente homenaje a nuestro Señor, porque somos sus actuales beneficiarios: somos los redimidos, los perdonados, los que podemos recibir su gracia, los que podemos salir del pecado y hasta hacernos santos gracias al Cordero de Dios que se ha entregado por nosotros a la muerte.

Acompañemos siempre a nuestro Señor: en su pasión, para alcanzar la conversión del corazón, cada vez más cerca del suyo; en su resurrección, para animarnos a buscar su gloria puestos nuestros ojos en la meta, donde el Hijo de Dios, nuestro gran triunfador, espera a los que valientemente estén dispuestos a rendirle honores con sus vidas.

P. Jason Jorquera M., IVE.