La gratitud

¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

(Sal 118)

a)   Deber primario, escala para el amor

No hay nada más fecundo que la gratitud para con Dios. Recomendar la gratitud para con Dios, es recomendar el cumplimiento de un deber elementalísimo. Si lo que hacemos lo debemos a Dios, ¿por qué no estar pendientes de Dios? Si tuviéramos claro conocimiento de lo que debemos a Dios, no podríamos hacer otra cosa. Nos sería fácil olvidarnos de nosotros mismos para tener nuestro pensamiento puesto en Dios y en Él moraríamos como en nuestro descanso y nuestra luz. Entonces, viéndolo todo en Dios, serían sobrenaturales nuestros pensamientos, y no se infiltrarían en nuestra vida juicios y máximas del mundo. No viviríamos ausentes de la obra de amor que el Señor en nosotros realiza.

Las almas agradecidas tienen los ojos muy limpios, están iluminadas por el fuego santo del amor, y así llegan a conocer al Señor con una claridad maravillosa, aun dentro de las oscuridades de la fe. La gratitud es como una escala, que comienza con el conocimiento de nuestra propia nada y acaba en el seno mismo de Dios, a quien por ninguna otra senda se conoce mejor. Seamos, pues, agradecidos con eterna gratitud. Esa gratitud nos asegura el Cielo.

Achaque es de almas ruines esquivar la gratitud; las almas santas, en cambio, agradecen a Dios no tan sólo las misericordias que a ellas les hace, sino cuantas hace a los demás. Como saben amar de veras, agradecen los dones divinos donde los ven, y, si además los ven en quienes las aman a ellas con sincero amor, la gratitud se enciende sin medida.

Parece que no podemos o no sabemos descansar nunca en el perdón de Dios, y esto, que podría parecer un sentimiento de humildad, tiene el inconveniente de que apaga mucho la gratitud. Cuando uno reconoce que Dios le ha perdonado, de ese reconocimiento brota espontáneamente la gratitud; en cambio, cuando deja uno ese perdón en duda, la gratitud no puede brotar con tanta fuerza.

b)   La memoria de los beneficios divinos

Los beneficios del Señor no son ni se nos hacen para que apartemos de ellos nuestra mirada; son para que los miremos y los agradezcamos.

No basta el conocimiento general, esquemático, frío, de estos beneficios; eso no es más que una fórmula que se dice con los labios pero que ha dejado helado como un témpano el corazón. La gratitud no es eso. Es aquella meditación profunda, continuada, perseverante, que acaba por convertir en vida del espíritu el recuerdo de cada beneficio del Señor. Así es como la gratitud puede transformar nuestra vida en vida verdadera, y poner su sello en cada una de nuestras obras.

Vivimos sin ese sentimiento fundamental de gratitud que debería ser el sentimiento habitual de nuestra vida a la vista de la providencia amorosísima de Dios y de los beneficios que nos hace, que son infinitos, porque, además de los beneficios que nosotros conocemos, hay muchísimos más que no conocemos.

P. Alfonso Torres.