Madre Inmaculada

María, elegida por Dios para ser Madre del Verbo Encarnado

P. Gustavo Pascual, IVE.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”[1].

“¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti!”[2].

            También los Santos Padres hablan de la Madre Inmaculada. “Como si dijese: ¡No he venido a engañarte, sino también a dar la absolución del engaño, no he venido a robarte tu virginidad inviolable, sino a preparar tu seno para el autor y el defensor de la pureza!; ¡no soy ministro de la serpiente, sino enviado del que aplasta la serpiente, vengo a contratar esponsales, no a maquinar asechanzas! Así, pues, no la dejó atormentada con alarmantes consideraciones, a fin de no ser juzgado como ministro infiel de su negociación”[3]. “La Virgen encontró gracia delante de Dios, porque, adornando su propia alma con el brillo de la pureza, preparó al Señor, una habitación agradable; y no solo conservó inviolable la virginidad, sino que también custodió su conciencia inmaculada”[4].

            Por magisterio citamos las palabras de Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus: “Dios […] eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios”[5].

            “Para ser la Madre del Salvador, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante’ (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la Anunciación, la saluda como ‘llena de gracia’ (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios”[6].

Pero, ¿qué es la mácula por el pecado?

            “Así como un cuerpo brillante pierde su brillo por el contacto con otro opaco, análogamente, se puede decir que se produce una mancha en el alma por el pecado mortal.

            El hombre posee una doble luz, la luz de la razón natural para dirigir sus propios actos y la luz de la gracia (luz divina) para obrar bien.

            El hombre se adhiere muchas veces por el amor a las cosas sensibles contra lo que le indica la luz divina, despoja a Dios y pone otra cosa, deja de obrar de acuerdo a la recta razón y obra movido por la concupiscencia. El alma tiene una especie de tacto que al adherirse a las cosas pecaminosas no sólo pierde el brillo, sino que queda manchada. Es el alma misma la que se adhiere desordenadamente no las cosas al alma, según aquello de Os 9, 10: “se hicieron abominación como el objeto de su amor”. La mancha permanece en el alma hasta que el hombre arrepentido por haberse vuelto a la criatura y rechazado al Creador, recupera la gracia y con ésta la luz de la razón o de la ley divina. La razón es que el pecado establece distancia con Dios, y esto causa falta de esplendor en el alma. Por tanto, así como se suprime el movimiento local no se suprime la distancia local, tampoco cesando el pecado se quita la mancha, porque es necesario volverse a Dios. De este modo la distancia a Dios se anula y la mancha desaparece[7].

            En el pecado venial, siguiendo la analogía de los cuerpos, así como ellos tienen un doble brillo: uno extrínseco que surge de la disposición de sus miembros y del color y otro de la exterior claridad que sobreviene, el alma también posee un brillo habitual que es el de la gracia y otro actual como fulgor exterior. El pecado venial impide, pues, el brillo actual porque impide el acto de la caridad, pero no la excluye ni la disminuye[8].

            María fue inmaculada en su concepción ya que fue preservada del pecado original. ¿Pero acaso María no desciende de Adán? Si, María desciende de Adán, pero por privilegio especial de Dios debido a que iba a ser la Madre del Salvador, en el plan divino estuvo eternamente, que a María se le aplicaran anticipadamente los méritos que Cristo ganaría por su pasión y muerte en la cruz. A este tipo de redención se la llama preventiva y únicamente María contó con esta gracia especialísima.

            “El misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María expresa de manera plena la fidelidad de Dios a su plan de salvación. María, la llena de gracia, la mujer nueva, ha sido ‘como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo’ (LG 56). En ella, Dios ha querido dejar bien grabadas las huellas del amor con que ha rodeado desde el primer instante a la que iba a ser la Madre del Verbo Encarnado”[9].

            María también fue inmaculada en toda su vida. Por ser preservada del pecado original no cabía en ella pecado alguno ni siquiera venial, ni imperfección, tampoco inclinación al pecado. A los que Dios elige para una misión determinada, los prepara y dispone de suerte que la desempeñan idónea y convenientemente según aquello de San Pablo “nos hizo Dios ministros idóneos de la nueva alianza”[10].

            Ahora bien, la Santísima Virgen María fue elegida por Dios para ser Madre del Verbo Encarnado y no puede dudarse de que la hizo por su gracia perfectamente idónea para semejante altísima misión.

            Pero no sería idónea Madre de Dios si alguna vez hubiera pecado, aunque fuera levemente.

+ Porque el honor de los padres redunda en los hijos según se dice en los Proverbios: “los padres son el honor de los hijos”[11], luego por contraste y oposición la ignominia de la Madre hubiera redundado en el Hijo.

 + Porque el Hijo de Dios, que es la Sabiduría divina, habitó de un modo singular en el alma de María y en sus mismas entrañas virginales. Pero en el libro de la Sabiduría se nos dice: “en alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado”[12].

Hay que concluir, por consiguiente, de una manera absoluta, que la bienaventurada Virgen no cometió jamás ningún pecado, ni mortal ni venial, para que en ella se cumpla lo que se lee en el Cantar de los Cantares: “¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti!”[13].

[1] Lc 1, 28

[2] Ct 4, 7

[3] Catena Áurea, Lucas (IV)…, Focio a Lc 1, 30-33, 17-18

[4] Ibíd.…, Interpr. Griego, o Focio a Lc 1, 30-33, 18.

[5] Ineffabilis Deus, 1…

[6]  Cat. Igl. Cat. n° 490…, 115.

[7]  Cf. I-II, 86, 1 y 2

[8]  Cf. I-II, 89, 1

[9] Juan Pablo II. Discursos y mensajes de su Santidad en su visita al Paraguay 1988. Conferencia Episcopal Paraguaya, Universidad Católica ‘Nuestra Señora de la Asunción’. Edición Oficial, 76.

[10] 2 Co 3, 6

[11] Pr 17, 6

[12] Sb 1, 4

[13]  Ct 4, 7