“La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales.” (CIC 955)
La carta a los Hebreos nos advierte: “Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe.” (Heb 13,7) El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 956, al hablar de la intercesión de los santos, nos enseña que por el simple hecho de que “los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la Santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad.”
Esta veneración que les prestamos a los santos, confiando en su auxilio junto a Cristo Señor y esperando recibir las gracias necesarias para que alcancemos el mismo camino que ellos mismos han recorrido y que, por lo tanto, han alcanzado la meta definitiva en la eternidad, es algo de una tradición antiquísima en la Iglesia. Con efecto, en el famoso Martirio de San Policarpo, nos es relatado la siguiente frase del santo obispo, dice san Policarpo: “Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su Rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos.” (CIC 957).
Con gran alegría, esta semana pudimos poner en nuestra sencilla capilla, un nuevo relicario, que nos recuerda toda esta enseñanza milenaria de la Iglesia sobre la veneración de los santos. Es una tradición en nuestra congregación, y en varios otros lugares también, el tener en la capilla un cuadro reservado para las reliquias de los santos, para que ellos también nos acompañen y nos auxilien en nuestro trabajo cuotidiano de amar más y más a Nuestro Señor.
Con ayuda de bienhechores, pudimos mandar confeccionar un relicario más grande, dónde fue posible ordenar no sólo las reliquias que ya teníamos, como también ponerle más reliquias que teníamos guardadas por cuestión de falta de espacio.
Ahora, con mucha alegría, les compartimos esta noticia y, confiados en la intercesión de estos nuestros amigos del Cielo, nos encomendamos unos a otros a su intercesión y ayuda para que ambos podamos alcanzar la gloria de la patria celestial y gozar por toda la eternidad de los gozos y alabanzas al Dios Uno y Trino que vive y reina por los siglos de los siglos, ¡amén!
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia