Yo, mi vida presente, examen de virtud, fe

De los escritos de san Charles de Foucauld

En todo, tener siempre presente a Dios sólo; Dios es nuestro Creador, nosotros somos posesión suya; debemos dar frutos para Él, como el árbol para su dueño… Dios es el ser infinitamente amado, debemos amarle desde lo más profundo de nuestra alma, y, por consiguiente, mirarle sin cesar, tenerle constantemente presente y hacer todo lo que hagamos por Él, como cuando se ama se hace todo por el Ser amado…  Recibimos todo de Dios: el ser, la conservación, el cuerpo, la mente; habiéndolo recibido todo de Él, justo es que correspondamos en todo. «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.» Lo que es de Dios es todo nuestro ser, todos nuestros instantes, los latidos de nuestro corazón, pues todo procede de Él y no es más que para Él.

Vos no habéis podido tener fe, mi Señor Jesús, puesto que teníais la clara visión de todo… Pero nos lo habéis ordenado sin cesar por medio de vuestras palabras. La fe es lo que nos hace creer, desde lo profundo del alma, todos los dogmas de la religión, todas las verdades que la religión nos enseña, el contenido de la Santa Escritura, y todas las enseñanzas del Evangelio; en fin, todo lo que nos es propuesto por la Iglesia… El justo vive verdaderamente de esta fe, pues ella reemplaza para él a la mayor parte de los sentidos de la naturaleza; transforma de tal manera todas las cosas, que difícilmente aquellos pueden servir al alma, que no recibe por ellos más que engañadoras apariencias, la fe le muestra las realidades. La vista le hace ver a un pobre, la fe le muestra a Jesús; el oído le hace escuchar injurias y persecuciones, la fe le canta: «regocíjate y alégrate de gozo». El tacto nos hace sentir las pedradas, la fe nos dice: «¡Tener una gran alegría, por haber sido juzgados dignos de sufrir cualquier cosa por el nombre de Cristo!» El paladar nos hace gustar un poco de pan sin levadura, la fe nos muestra a Jesús Salvador, Hombre y Dios, Cuerpo y Alma. El olfato nos hace sentir el olor del incienso, la fe nos dice que el verdadero incienso «son los ayunos de los santos»… Los sentidos nos seducen por medio de las bellezas creadas, la fe piensa en la Belleza increada y tiene piedad de todas las criaturas que son como una nada y polvo al lado de esta Belleza divina… Los sentidos tienen horror del dolor, la fe lo bendice como la corona de desposorios que le une a su Bienamado… Los sentidos se rebelan contra la injuria, la fe la bendice: «bendecid a aquellos que os maldicen»; la encuentra merecida, pues piensa en sus pecados; la encuentra suave, pues esto es participar de la misma suerte que Jesús. Los sentidos son curiosos; la fe no quiere conocer nada; tiene sed de sepultarse y quisiera pasar toda su vida al pie del Tabernáculo… Los sentidos aman la riqueza y el honor, la fe los tiene horror: «Todo engreimiento es abominación delante de Dios…» ¡Bienaventurados los pobres! Y ella adora la pobreza y la abyección, de la cual Jesús se cubrió toda su vida como con un vestido que le era inseparable… Los sentidos tienen horror del sufrimiento, la fe te lo bendice, como un don venido de la mano de Jesús, como una parte de su Cruz, que Él se digna darnos a llevar… Los sentidos se espantan de lo que ellos llaman peligro, de lo que puede ocasionar el dolor o la muerte; la fe no se espanta de nada, sabe que no ocurrirá nada que no proceda de Dios: «Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados», y todo lo que Dios querrá, será siempre para su bien… «Todo lo que sucede es para el bien de los elegidos…» Así, cualquier cosa que pueda ocurrir, pena o alegría, salud o enfermedad, vida o muerte, la fe está contenta de antemano y no tiene miedo de nada… Los sentidos están inquietos por el mañana, se preguntan cómo vivirán al día siguiente; la fe no tiene ninguna inquietud. «No estéis inquietos—dijo Jesús—; ved las flores de los campos y los pájaros; Yo los alimento y los visto… Vosotros valéis más que ellos… Buscad a Dios y su Justicia y todo os será dado por añadidura…»

Los sentidos están ligados a la guarda de la presencia de la familia, la posesión de los bienes; la fe se apresura a hacer desaparecer lo uno y lo otro; «Aquel que haya dejado por Mí a su padre, su madre, casa, campo, recibirá el céntuplo en este mundo y en el otro la vida eterna.» Así, pues, la fe es iluminada totalmente por una nueva luz, diferente de la de los sentidos, más brillante y diferente… Así, aquel que vive de la fe tiene el alma llena de ideas nuevas, de nuevos gustos y juicios; éstos son horizontes maravillosos, iluminados por una luz celestial y hermosa de la Belleza divina… Envuelto de estas verdades enteramente nuevas, de las que el mundo no duda, comienza necesariamente una nueva vida, opuesta al mundo, al que estos actos parecen una locura… El mundo está en tinieblas, en una noche profunda; el hombre de fe vive en plena luz…