SOBRE LA ORACIÓN – San Agustín – IIIª Parte

La amistad, por su parte, no se reduce a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que hacia otros. Llega hasta los enemigos, pues se nos encarga el orar por ellos. Es decir, nadie hay en el género humano a quien no se le deba la caridad, si no por mutua correspondencia en el amor, por la común participación en la naturaleza.

  1. ¿Te place que, además de la salud temporal mencionada, deseen para sí y para los suyos honores y dignidades? En efecto, es decente el desearlos si con ello se atiende al bien de los subordinados, si no se buscan por sí mismos, sino por el bien que de ellos proviene. No sería decente el desearlos por vana pompa de ostentación, por exhibicionismo superfluo o por una nociva vanidad. Pueden desear para sí y para los suyos esa suficiencia de medios de vida de que habla el Apóstol de este modo:Es una gran ganancia la piedad con lo suficiente. Porque nada trajimos a este mundo y nada nos podremos llevar de él. Si tenemos la comida y el vestido, contentémonos con ellos. Pues los que pretenden enriquecerse caen en la tentación, en lazo y en hartas apetencias necias y nocivas, que sumergen a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque raíz de todos los males es la avaricia. Algunos, al practicarla, se desviaron de la fe y se enredaron en hartas aflicciones32.Quien desea esta suficiencia, y nada más desea, nada inconveniente desea. Porque, en otro caso, no la desea a ella, y, por lo tanto, no desea algo conveniente. Esa deseaba, y por ella oraba el que decía: No me des riquezas ni pobreza; otórgame lo que me es necesario y suficiente, no sea que, saciado, me vuelva mentiroso y diga: “¿Quién me ve?” O, si la pobreza me estrecha, me convierta en ladrón y perjure contra el nombre de Dios33. Ya advertirás que esta suficiencia se desea no por ella, sino por la salud corporal y por el oportuno decoro de la persona humana, decoro que es conveniente para aquellos con quienes se ha de tratar honesta y civilmente.
  2. En todas estas cosas se apetecen por sí mismas la integridad del hombre y la amistad, mientras que la suficiencia de los medios necesarios de vida no se apetece por sí misma cuando se desea como conviene, sino por esos otros dos bienes mencionados. La integridad se refiere a la vida misma: a la salud, a la plenitud del alma y del cuerpo. La amistad, por su parte, no se reduce a esos estrechos límites, pues alcanza a todos los que tienen derecho al amor y a la caridad, aunque se incline hacia unos con mayor facilidad que hacia otros. Llega hasta los enemigos, pues se nos encarga el orar por ellos. Es decir, nadie hay en el género humano a quien no se le deba la caridad, si no por mutua correspondencia en el amor, por la común participación en la naturaleza. Verdad es que nos deleitan mucho y justamente aquellos que a su vez nos aman santa y limpiamente. Hay que orar por esos bienes: cuando se poseen, para que no se pierdan, y cuando no se poseen, para alcanzarlos.
  3. ¿Es esto todo? ¿Se reduce a esto todo lo que constituye la suma de vida bienaventurada? ¿Acaso la verdad nos sugiere alguna otra cosa que haya de anteponerse a esos bienes? En efecto, la suficiencia y la integridad mencionadas, tanto la propia como la de los amigos, mientras se trate de lo temporal, hemos de desdeñarlas cuando se trata de alcanzar la vida eterna. Bien es verdad que, aunque esté sano el cuerpo, no está ya sano el espíritu si no antepone lo eterno a lo temporal, puesto que no se vive útilmente en el tiempo si no se negocia en méritos para la eterna. Luego no cabe duda de que todas las cosas que pueden desearse útil y convenientemente han de ser referidas a aquella vida en la que se vive con Dios y de Dios. Nos amamos a nosotros mismos justamente cuando amamos a Dios. Y, en conformidad con otro precepto, amamos con verdad a nuestro prójimo como a nosotros mismos cabalmente cuando, según nuestras posibilidades, le conducimos a un semejante amor de Dios. Es que a Dios le amamos por sí mismo, y a nosotros mismos y al prójimo nos amamos por El. Pero, aunque vivamos de ese modo, no pensemos que ya hemos alcanzado la vida bienaventurada y que ya nada nos queda por pedir. ¿Cómo puede ser bienaventurada nuestra vida faltándonos el bien único por el que vivimos bien?
  4. ¿Por qué desviar la atención a muchas cosas, preguntando qué hemos de pedir y temiendo nopedir como conviene?Más bien hemos de repetir con el Salmo: Una cosa pedí al Señor, ésta buscaré: que me permita habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida para poder contemplar el gozo de Dios y visitar su santo templo34. En aquella morada no se suman los días que llegan y pasan para componer una totalidad, ni el principio de uno es el fin de otro. Todos se dan simultáneamente y sin fin, pues no tiene fin aquella vida a la que pertenecen los días. Para alcanzar esa vida bienaventurada nos enseñó a orar la misma y auténtica Vida bienaventurada; pero no con largo hablar, como si se nos escuchase mejor cuanto más habladores fuéremos, ya que, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos35. Aunque el Señor nos haya prohibido el mucho hablar, puede causar extrañeza el que nos haya exhortado a orar, siendo así que conoce nuestras necesidades antes de que las expongamos. Dijo en efecto: Es preciso orar siempre y no desfallecer, aduciendo el ejemplo de cierta viuda: a fuerza de interpelaciones se hizo escuchar por un juez inicuo, que, aunque no se dejaba mover por la justicia o la misericordia, se sintió abrumado por el cansancio36. De ahí tomó Jesús pie para advertirnos que el Señor, justo y misericordioso, mientras oramos sin interrupción, nos ha de escuchar con absoluta certeza, pues un juez inicuo e impío no pudo resistir la continua súplica de la viuda. También nos pone ante la vista cuan afable y de buen grado llenará los deseos buenos de aquellos que saben perdonar los pecados ajenos, cuando aquella que trató de vengarse llegó al lugar que apetecía. Y aquel a quien le había llegado un amigo de viaje y no tenía nada que poner a la mesa, deseaba que otro amigo le prestase tres panes, en los cuales tres se simboliza quizá la Trinidad en una sola sustancia. El huésped encontró a su amigo ya acostado, con todos los siervos, pero le despertó, llamando con la mayor insistencia y molestia para que le diese los panes deseados. Y tuvo el amigo que dárselos más bien por librarse de la molestia que pensando en la benevolencia37. Ese ejemplo nos puso Cristo para que entendamos que, si el que está dormido y es despertado contra su voluntad por un pedigüeño se ve obligado a dar, con mayor benignidad nos satisfará el que no puede dormir y hasta nos despierta a nosotros cuando dormimos para que pidamos.

De la carta 130 de San Agustín a Proba