SOBRE LA ORACIÓN – San Agustín – Vª Parte

Aquí tienes, a mi juicio, no sólo las condiciones del que ora, sino también lo que ha de pedir. No te lo enseño yo, sino que te lo enseña quien a todos se ha dignado enseñarnos. Hemos de buscar la vida bienaventurada, hemos de pedírsela al Señor. Muchos han discutido interminablemente sobre esa bienaventuranza. Mas ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tantas discusiones?

  1. Esto es lo que sin sombra de duda hemos de pedir para nosotros, para los nuestros, para los extraños y para los mismos enemigos, aunque uno pide por éste, otro pide por aquél, según sean sus relaciones o la lejanía de su familiaridad, mientras en el corazón del que ora haya y arda el afecto. En cambio, supongamos que en la oración alguien repite, por ejemplo: “Señor, multiplica mis riquezas” ; o bien: “Dame tanto cuanto le diste a aquel o aquel otro”; o bien: “Eleva mi dignidad; hazme poderoso y célebre en este mundo”, o cosa parecida; supongamos que dice eso por la concupiscencia que siente hacia esos bienes y no por el provecho que pueden traer a los hombres según la voluntad de Dios; seguramente no hallará en la oración dominical una sentencia a la que ajustar su petición. Vergüenza debiera darle pedir eso, si no le da vergüenza el apetecerlo; y si es que le da vergüenza, pero le domina la apetencia, mucho mejor será que pida al Señor que le libre de su concupiscencia, diciéndole:Mas líbranos de mal.
  2. Aquí tienes, a mi juicio, no sólo las condiciones del que ora, sino también lo que ha de pedir. No te lo enseño yo, sino que te lo enseña quien a todos se ha dignado enseñarnos. Hemos de buscar la vida bienaventurada, hemos de pedírsela al Señor. Muchos han discutido interminablemente sobre esa bienaventuranza. Mas ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tantas discusiones? La Escritura de Dios nos dice breve y verazmente:Bienaventurado es el pueblo cuyo Dios es el Señor68.Para permanecer dentro de ese pueblo y para contemplar a Dios y para que podamos vivir con El sin fin, el fin del precepto es la caridad del corazón puro, de la conciencia buena y de la fe no fingida69. Al numerar las tres propiedades, se coloca la esperanza en lugar de la conciencia buena. Por lo tanto, la fe, la esperanza y la caridad70 conducen a Dios al que ora, es decir, al que cree, espera y desea, y advierte en la oración dominical lo que ha de pedir al Señor. Mucho ayudan también a la oración los ayunos, la mortificación de la concupiscencia carnal, sin dañar a la salud, y principalmente las limosnas para que podamos decir: En el día de mi tribulación busqué al Señor con mis manos, por la noche, en su presencia, y no fui defraudado71. ¿Cómo se ha de buscar con las manos al Señor, que es impalpable e incorporal, si no se le busca con las obras?
  3. Quizá me preguntes aún por qué dijo el Apóstol: No sabemos lo que hemos de pedir como conviene72.No hemos de pensar que él o los cristianos a quienes esto decía ignoraban la oración dominical. Por otra parte, no pudo hablar temeraria y falsamente. ¿Por qué dijo esto, sino porque de ordinario aprovechan las molestias y tribulaciones temporales para curarnos el tumor de la soberbia, o para probarnos y ejercitarnos la paciencia, a la que se asigna mayor y más noble premio cuando está probada y ejercitada, o, en fin, para borrar y castigar cualesquiera pecados? Sin embargo, como nosotros no vemos el provecho, deseamos vernos libres de toda tribulación. El Apóstol da a entender que ni él mismo se libró de esa ignorancia, aunque quizá sabía pedir como conviene, cuando en la alteza de sus revelaciones, y para que no se enorgulleciese, se le dio el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, con el fin de que le abofetease73. Entonces pidió tres veces al Señor que le librase de él, seguramente sin saber lo que pedía como conviene. Al fin oyó la respuesta de Dios, manifestando por qué no se realizaba lo que tan grande santo pedía y por qué no convenía que se realizase:Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad74.
  4. En estas tribulaciones, que pueden ocasionarnos utilidad y ruina, no sabemos lo que hemos de pedir como conviene. Y, sin embargo, porque son molestas, porque van contra nuestro débil natural, todos coincidimos en pedir que se nos libre de ellas. Pero a nuestro Señor debemos la merced de pensar que no nos abandona cuando no nos las quita, sino que nos animamos a esperar mayores bienes soportando piadosamente los males. Y de este modo la virtud se perfecciona en la enfermedad. El Señor, airado contra algunos, que se lamentaban, les concedió lo que pedían, mientras se mostró piadoso al negárselo al Apóstol. En efecto, leemos lo que pidieron y lo que recibieron los israelitas. Mas, una vez satisfecha la concupiscencia, fue duramente castigada su impaciencia75. Cuando le pidieron un rey según el corazón de ellos y no según el de Dios, se lo concedió también76. Hasta al diablo le otorgó lo que pedía para que fuese tentado y probado su siervo Job77. Escuchó también a los inmundos espíritus que le pedían permiso para entrar en la piara de cerdos78. Esto se escribió para que nadie se enorgullezca si Dios le escucha cuando pide con impaciencia lo que no le convendría pedir, y juntamente para que nadie se apoque y desespere de la divina misericordia para con él, si Dios no le escucha cuando quizá pide algo cuya recepción sería riguroso tormento o ruina, por dejarse el beneficiario corromper por la prosperidad. En esos casos no sabemos pedir como conviene. Si algo acaece en contra de lo que hemos pedido, hemos de tolerarlo con paciencia, dando por todo gracias a Dios, sin dudar lo más mínimo de que lo más conveniente es lo que acaece por voluntad de Dios y no por la nuestra. Nuestro Salvador se nos puso de modelo cuando dijo:Padre, si es posible, pase de mí este cáliz,pues transformando la voluntad humana, que tenía por su encarnación, añadió en seguida: pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú79. De aquí que, con razón, por la obediencia de uno se hacen justos muchos80.
  5. Mas quien pida al Señor aquella única cosa mencionada y la busque81, pide con certidumbre y seguridad; no teme que haya obstáculo para recibir, pues sin ella de nada le servirá cualquiera otra cosa que pida como conviene. Ella es la única y sola vida bienaventurada: contemplar el deleite del Señor para siempre, dotados de la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. Por sola ella se piden, y se piden convenientemente, las demás cosas. Quien ésta tuviere, tiene cuanto quiere; ni podrá allí querer algo que no convenga. Allí está la fuente de la vida82, cuya sed hemos de avivar en la oración mientras vivimos de esperanza. Ahora vivimos sin ver lo que esperamos, bajo las alas de aquel ante quien presentamos nuestro deseo, para embriagarnos de la abundancia de su casa y abrevarnos en el torrente de su dicha: porque en él está la fuente de la vida y en su resplandor hemos de ver la luz83. Y entonces se satisfará en los bienes nuestro deseo, y nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo tendremos gozando. Y, con todo, ya que ella es la paz que sobrepuja a todo entendimiento, no sabemos lo que pedimos, como conviene84, cuando se la pedimos a Dios en la oración. No podemos imaginarlo como ello es en sí, y, por lo tanto, lo ignoramos. Y en verdad todo lo que nos viene a la imaginación lo rehuimos, rechazamos, reprobamos; sabemos que no es eso lo que buscamos, aunque no sabemos cómo es lo que buscamos.
  6. Eso quiere decir que hay en nosotros una docta ignorancia, por decirlo así, pero docta por el espíritu de Dios, que ayuda nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol:Si lo que no vemos lo esperamos, por la paciencia lo aguardamos;y a continuación añade: De un modo semejante el espíritu socorre nuestra debilidad; porque no sabemos lo que hemos de pedir como conviene; mas el mismo espíritu interpela por nosotros con gemidos inenarrables. Y quien escruta los corazones conoce lo que sabe el Espíritu, pues interpela según Dios por los santos85. No hemos de entender esas palabras como si el Espíritu de Dios, que en la Trinidad de Dios es inmutable y un solo Dios con el Padre y con el Hijo, interpelase a Dios como alguien distinto de Dios. Se dice que interpela por los santos porque impulsa a los santos a interpelar. Del mismo modo se dice: Os tienta el Señor vuestro Dios para ver si le amáis86es decir, para que vosotros lo conozcáis. El Espíritu Santo impulsa a interpelar a los santos con gemidos inenarrables, inspirándoles el deseo de esa tan grande realidad, que todavía nos es desconocida y que esperamos con paciencia. Pero ¿cómo se narra lo que se ignora cuando se desea? Porque en verdad, si enteramente nos fuese ignorada, no la desearíamos. Y, por otra parte, si la viésemos, no la desearíamos ni la pediríamos con gemidos.

De la carta 130 de San Agustín a Proba