La salvación que se promete con el nombre «Jesús» no es una salvación social, sino más bien espiritual. No habría de salvar necesariamente a la gente de la pobreza, sino del pecado.
Fulton Sheen
El nombre «Jesús» era muy corriente entre los judíos. En la forma hebrea originaria era «Josué». El ángel dijo a José que María Parirá un hijo, al que darás el nombre de Jesús; porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mt 1, 21)
La primera indicación de la naturaleza de su misión sobre la tierra no hace mención de su doctrina, ya que la doctrina sería ineficaz a menos que primero hubiera la salvación. Al mismo tiempo se le dio otro nombre, el de «Emmanuel».
He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel; que, traducido, quiere decir: Dios con nosotros. (Mt 1, 23)
Este nombre fue tomado de la profecía de Isaías, y aseguraba algo además de la divina presencia: junto con el nombre «Jesús», significaba una divina presencia que libera y salva. El ángel también dijo a María:
Y he aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le darás el nombre de Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y su reino no tendrá fin. (Lc 1, 31-33)
El título «Hijo del Altísimo» es el mismo que dio al Redentor el mal espíritu que tenía obseso al joven de Gerasa. De este modo, el ángel caído confesó que Él era lo mismo que el ángel no caído había anunciado que sería:
¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? (Mc 5, 7)
La salvación que se promete con el nombre «Jesús» no es una salvación social, sino más bien espiritual. No habría de salvar necesariamente a la gente de la pobreza, sino del pecado. Destruir el pecado es arrancar las raíces de la pobreza. El nombre «Jesús» evocó para los judíos el recuerdo de aquel gran caudillo que los llevó a la tierra prometida. El hecho de que Jesús estuviera prefigurado por Josué indica que poseía las cualidades militares necesarias para la victoria final sobre el mal, victoria que provendría de la aceptación gozosa del sufrimiento, del valor inquebrantable, de la resolución de la voluntad y de la firme devoción al mandato del Padre.
El pueblo judío, esclavizado bajo el yugo romano, anhelaba liberación; de ahí que presintiera que todo cumplimiento profético de Josué tendría algo que ver con la política. Más tarde la gente le preguntaría cuándo iría a liberarlos del poder del césar. Pero aquí, en el mismo comienzo de su vida, el divino soldado afirmaba por medio de un ángel que habría que vencer a un enemigo mayor que el césar. De momento tenían que dar al césar las cosas que fuesen del césar, ya que la misión de Él era librarlos de una tiranía mucho más grande, la del pecado. Durante toda su vida, el pueblo continuaría materializando el concepto de salvación, creyendo que la liberación había de interpretarse solamente en términos de política. El nombre de «Jesús», o «Salvador», no le fue dado después de haber obrado la salvación, sino en el preciso instante en que fue concebido en las entrañas de su madre. El fundamento de su salvación se hallaba en la eternidad, y no en el tiempo.