Lope de Vega
Besando está Jesucristo
de un hombre infame los pies,
después de haberlos lavado
y regalado también.
Como eran los pies autores
de aquella traición cruel,
con la boca está probando
si los puede detener.
¡Oh besos tan mal pagados!
Mi vida, no le beséis,
pues sólo para que os prendan
os ha de besar después.
¡Oh estéril planta perdida,
que regada por el pie,
y dándole el sol de Cristo,
no tuvo calor de fe!
¿Los pies le laváis, Señor?
Pero si os van a vender,
¿cómo pueden quedar limpios,
aunque vos se los lavéis?
De aquello que vos laváis
decía un Profeta Rey,
que más que nieve sería,
y en estos pies no lo fue.
Mas no lo quedar el dueño
no estuvo en vos, sino en él,
que mal puede sin materia
imprimir la forma bien.
¡Oh soberana humildad!
¿Quién no se admira que esté
el infierno sobre el cielo,
que es más que el mundo al revés?
Nunca en la Iglesia de Cristo
los hombres pensaron ver
que esté el pecador sentado
y el Sacerdote a los pies.
Hoy parece un falso apóstol
más soberbio que Luzbel,
que el otro quiso igualarse,
y éste más alto se ve.
Amigo, entre sí le dice,
¿cómo me quieres poner
en manos de mi enemigo
por tan pequeño interés?
La forma tengo de siervo,
porque le dijo a Gabriel
mi Madre que ella lo era
y desde allí lo quedé.
Pero es el precio muy poco,
y partes en mí se ven
que al fin por treinta dineros
es lástima que las des.
Hijo soy de Dios eterno,
y tan bueno como él,
de su sentencia engendrado
y con su mismo poder.
Con las gracias que hay en mí,
mudos hablan, ciegos ven,
muertos viven, que tú sólo
no quieres vivir ni ver.
Mi hermosura aquí la miras,
mis años son treinta y tres,
que aún a dinero por año
no has querido que te den.
Aunque es mi madre tan pobre
que te diera, yo lo sé,
más que aquellos mercaderes
de la sangre de José.
¿Cómo diste tan barato
todo el trigo de Belén,
pan de la tierra y el cielo
se han de sustentar con él?
¿Qué Cordero aquestas Pascuas
para la Ley de Moisés,
no valdrá más que yo valgo,
siendo de gracia mi ley?
Dulce Jesús de mi vida,
más inocente que Abel,
no lavéis más estas plantas,
piedras son, que no son pies.
Quitad la boca, Señor,
de ese bárbaro infiel,
y esas manos amorosas
en nuestras almas poned.
Porque lavadas de vos
vayan con vos a comer
ese Cordero divino
a la gran Jerusalén.