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Oración por la paz
del Papa Francisco
Oración por la paz
Señor Jesús, ante ti quiero volcar el espanto por el horror y el error de la guerra.
Me sangra el corazón por los ayes del sufrimiento de miles de seres humanos
que se ven envueltos en un conflicto que no quieren ni han creado.
Ante ti, Señor, me pregunto:
«¿Qué precio tiene la paz?, ¿a qué acciones nos reta?».
Ayúdanos, Señor, a humanizar la sociedad, abriendo nuestro corazón
a una cultura de la ternura y la paz, favorecedora de bienestar social.
Para que la paz sea eficaz, todos debemos comprometernos
con actitudes auténticas de sana humildad.
Una actitud del corazón y una comprensión de la mente
que deja a los otros ser ellos mismo, con todos los derechos de ser humanos.
Dios Padre de todos, danos ojos grandes para ver y mirar a los demás
como hermanos y hermanas a quienes debemos solo amar y respetar.
Y saca de nuestro interior la violencia
y el gesto amenazador que hiere y aplasta a los demás.
Tú nos dices: «Mi paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» .
Que tu Espíritu nos infunda la serena confianza.
Tú fuiste víctima de la violencia que te llevó a la muerte en cruz.
Que tu resurrección nos lleve a realizar el sueño amoroso de la paz
y de la felicidad que Dios quiere para sus hijos e hijas amadas.
Amén
Oración por la paz
Para rezar especialmente en estos momentos
(San Juan Pablo II)
Dios de nuestros padres, ¡grande y misericordioso!
Señor de la vida y la paz, Padre de todos los hombres.
Tu voluntad es la paz, no un tormento.
Condena la guerra y derroca el orgullo de los violentos.
Enviaste a tu Hijo Jesucristo para predicar la paz
a los que están cerca de Él y a otros que no lo están tanto,
y unir a todas las razas y generaciones en una sola familia.
Oye el grito de todos tus hijos, motivo de angustia de toda la humanidad.
Que no haya más guerra, esta mala aventura de la que no hay vuelta atrás,
que no haya más guerra, este torbellino de la lucha y la violencia.
Haz que se detenga la guerra (…)
que amenaza a tus criaturas en el cielo, en la tierra y en el mar.
Con María, la Madre de Jesús y la nuestra, te rogamos,
habla a los corazones de las personas responsables de la suerte de las naciones.
Destruye la lógica de la venganza
y danos a través del Espíritu Santo ideas de nuevas soluciones, generosas y nobles,
en el diálogo y la espera paciente,
más fructíferas que los actos violentos de la guerra.
Padre, concede a nuestros días los tiempos de paz.
Que no haya más guerra.
Amén.
Exposición del Padre Nuestro
San Francisco de Asís
Oh santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro.
Que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien. Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.
Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.
Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.
Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti.
No nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, súbita o importuna.
Y líbranos del mal: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre, etc.
Vía Crucis de san Juan Pablo II
“La cruz, en la que se muere para vivir;
para vivir en Dios y con Dios,
para vivir en la verdad, en la libertad
y en el amor,
para vivir eternamente”.
San Juan Pablo II
El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24).
I. Jesús es condenado a muerte
Del Evangelio según San Marcos (15, 14-15).
Pero ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícale!» Pilatos, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado».
Meditación
La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Mc 15, 13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran sólo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19, 16), así como su verdad del reino (Jn 18, 36-37), debía de afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3, 16).
También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.
II Jesús carga con la cruz
Del Evangelio según San Marcos (14, 20).
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.
Meditación
Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terrible-mente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce Homo! (Jn 19, 5 ). En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5).
Está también presente en Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19,5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!» En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!»
Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce Homo! Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27,17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19,17). Ha empezado la ejecución.
III Jesús cae por primera vez
Del libro del Profeta Isaías (53, 4-6).
Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Meditación
Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposi-ción al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26,53). No lo pide. Habiendo acepta-do el cáliz de manos del Padre (Mc 14, 3 6, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo eso? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24,21). «Si eres el Hijo de Dios…» (Mt 27,40), le provocarán los miembros del Sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15,31; Mt 27,42), gritará la gente.
Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de sumisión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esta afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14,36, etc.). Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.
IV Jesús encuentra a su madre
Del Evangelio según San Lucas (2, 34-35.51).
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!
a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»…
Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
Meditación
La Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de Él es su cruz, la humillación de Él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así lo capta su corazón: «…y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,3 5 ). Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!
«¡Oh tú, que has padecido junto con El!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «compasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V Simón Cireneo ayuda a Jesús
Lectura del Evangelio según San Marcos (15, 21-22).
Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario
Meditación
Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15,21; Lc 23,26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. Le han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15,21). Le han llamado, le han obligado.
¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso» (cf. Mt 25,35.36), llevaba la cruz… ¿La llevaste conmigo?… ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?
No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a San Pedro (cf. Rm 16,13).
VI La Verónica limpia el rostro de Jesús
Lectura del Libro del profeta Isaías (53, 2-3).
No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto
que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro.
Meditación
La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que –aunque, como mujer, no cargara físicamente con la cruz y no se la obligara a ello– llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles.
Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.
VII Jesús cae por segunda vez
Del Libro de las Lamentaciones (3, 1-2. 9. 16).
El hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor.
Él me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz…
Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos… Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
Meditación
«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (Sal 22 [21],7): las palabras del Salmista-profeta encuentran su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del Salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.
Y Él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del Profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?» (Mt 26,54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22[21],7); por tanto, ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19,5); menos aún, peor todavía.
El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre. Remordimiento por esta segunda caída.
VIII Jesús encuentra las mujeres de Jerusalén
Del Evangelio según San Lucas (23, 28-31).
Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron!
Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?»
Meditación
Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloran a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.
Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2,25) y siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios, que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos. Dice: «No lloréis»; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es Él el que lleva la cruz.
Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
IX Jesús cae por tercera vez
Del Libro de las Lamentaciones (3, 27-32).
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud.
Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza;
que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios.
Porque no desecha para siempre… si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor
Meditación
«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz «(Fl 2,8 ). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.
Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6).
Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes… ¿Quién es el que cae?¿Quién es Jesucristo? «Quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fl 2, 6-8 ).
X Jesús es despojado de sus vestiduras
Del Evangelio según San Marcos (15, 24).
Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.
Meditación
Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15,24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52,14). El misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt 1,23; Lc 1,26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda…, pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40 [39], 8.7; Hb 10,6.5). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el amor al Padre: «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Sal 40 [39], 9; Hb 10,7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas, en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad profanada.
El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.
En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.
XI Jesús es clavado en la cruz
Del Evangelio según San Marcos (15, 25-27).
Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos».
Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Meditación
«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22 [21],17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el Hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula; todo en máxima tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos: terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la cruz, va a ser aniquilado, hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí (cf. Jn 12,32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.
Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del Crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba» (Jn 8,23). Sus palabras desde la cruz son: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
XII Jesús muere en la cruz
Del Evangelio según San Marco (15, 33-34.37, 39).
Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra
hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz:
«Eloí, Eloí, ¿lama sabactaní?», que quiere decir
—«¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»…
Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró… Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo:
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»
Meditación
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca, al Padre (cf. Mc 15,34; Mt 27,46; Lc 23,46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10,30); «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5,17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En Él…. vivimos y nos movemos y existimos» (Hch 17,28). En Él: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.
El misterio de la Redención.
XIII Jesús es bajado de la cruz
Del Evangelio según San Marcos (15, 42-43. 46).
Y ya al atardecer… vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios,… quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz.
Meditación
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su reino no tendrá fin» (Lc 1,31-33). María sólo dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento. En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos con un Don de lo alto (St 1,17) y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Co 6,20; 7,23; Hch 20,28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.
A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,35). También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!
Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2,16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2,14), en Nazaret (cf. Lc 2,39-40). La Piedad.
XIV Jesús es puesto en el sepulcro
Del Evangelio según San Marcos (15, 46-47).
José de Arimatea,… lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena
y María la de Joset se fijaban dónde era puesto.
Meditación
Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gn 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.
En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15,42-46, etc. ). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19,31), que empezaba en el crepúsculo. Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ego mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!» (1ª antif. Laudes del Sábado Santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51). Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gn 3,19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección.
Novena para la solemnidad de la Encarnación del Hijo de Dios
Monasterio de la Sagrada Familia, Séforis-Tierra Santa
Oraciones para cada día
Día primero: Por el Papa y por la Iglesia
Señor Jesús, Cordero de Dios, cuya Encarnación fue necesaria para rescatarnos de las consecuencias del pecado; te pedimos por el santo Padre y por tu Iglesia, para que seamos fieles al salvífico Evangelio que nos predicaste por medio de tu santa humanidad.
Día segundo: por la unidad de los cristianos
Señor Jesucristo, cuyo amor por los hombres te llevó a encarnarte en busca de su redención, te pedimos por la unidad de los cristianos, que cumplamos en nosotros aquel deseo que elevaste al Padre eterno de que todos seamos uno[1] por tu amor, así como Tú y el Padre lo son con el Espíritu Santo desde toda la eternidad.
Día tercero: Por las Misiones Ad Gentes que han sido confiadas al Instituto, particularmente en los lugares más difíciles
Señor y Dios nuestro, que por tu Encarnación nos manifestaste al mismo tiempo tu bondad, sabiduría y poder infinitos, asumiendo nuestra pobre naturaleza humana para hacerla recuperar, mediante tu cruz, la gracia perdida por Adán; te pedimos por las Misiones Ad Gentes encomendadas a nuestra Familia Religiosa, especialmente las más difíciles; que tu copiosa gracia convierta los corazones más empedernidos y se siga extendiendo junto con tu doctrina salvífica por el mundo entero.
Día cuarto: Por todos los miembros del IVE, por nuestra fidelidad al carisma recibido y perseverancia en la vocación
Señor Jesucristo, que en virtud de tu Encarnación nos dejaste en tu santa humanidad ejemplo de todas las virtudes para que siguiéramos tus huellas, te pedimos por todos los miembros del Instituto del Verbo Encarnado, para que seamos fieles al Carisma del Espíritu Santo que recibió nuestro fundador, y para que podamos perseverar hasta el final en la vocación a la vida consagrada que tu bondad nos concedió, y que podamos cumplir tu voluntad en todas nuestras empresas.
Día Quinto: Por las Servidoras del Señor y la Virgen de Matará
Señor Jesús, que mediante tu Encarnación viniste a hacernos partícipes de tu divinidad mediante la gracia, elevando así nuestra naturaleza a la excelsa dignidad de hijos del Altísimo, te pedimos por las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, para que permanezcan siempre fieles a tu servicio y entregadas totalmente a tu gloria y salvación de las almas.
Día sexto: Por los miembros de la Tercera Orden
Señor y Dios nuestro, en cuya Encarnación asumiste todo lo verdaderamente humano, menos el pecado, te pedimos por los miembros de nuestra Tercera Orden, para que perseveren fielmente en el compromiso asumido dentro de nuestra “Familia del Verbo Encarnado”, tomando siempre parte activa en la defensa de la Verdad revelada.
Día séptimo: Por nuestros difuntos
Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida para nuestras almas, que haciéndote hombre cimentaste en Ti mismo nuestra fe, te pedimos por nuestros difuntos, que puedan gozar eternamente de la gloria que la fe nos ofrece junto a Ti.
Día octavo: Por las vocaciones
Señor y Dios nuestro, en cuya Encarnación encontramos una fuente inagotable de esperanza, ya que en ella se nos demuestra cuán grande es el amor de Dios por el pecador que viene a rescatar, te pedimos por el aumento, perseverancia y santificación de las vocaciones consagradas, que jamás falten operarios que correspondan con una entrega total al servicio de tu mies.
Día noveno: Por nuestros benefactores
Señor Jesucristo, cuyo amor inabarcable por los hombres nos manifestaste en tu sagrada Encarnación, liberándonos de la esclavitud del pecado y dándonos por medio de ella la posibilidad de corresponder a tu infinita bondad; te pedimos por nuestros benefactores, tanto materiales como espirituales, por su santificación e intenciones, y para que nunca falten a tu Iglesia almas generosas que la quieran ayudar y contribuir a tu mayor gloria y salvación de las almas.
Letanías del Verbo Encarnado
Ant: Bendito sea el Verbo que se encarnó de María Virgen.
- Bendito sea el Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
- Bendito sea el Verbo, que preexiste desde siempre.
- Bendito sea el Verbo, por quien todas las cosas fueron hechas.
- Bendito sea el Verbo, que se hizo carne y habitó entre nosotros.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que ilumina a todos los hombres.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que se anonadó a sí mismo tomando forma de esclavo.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que se formó por nueve meses en el seno de la Santísima Virgen María.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que fue bautizado por Juan en el Jordán.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que eligió a sus discípulos.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que proclamó las bienaventuranzas.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que predicó la penitencia.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que todo lo hizo bien.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, pobre, casto, y obediente hasta la muerte.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, sacerdote, rey, y profeta.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, pan para la vida del mundo.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, varón de dolores.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, manso y humilde de corazón.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que descendió a los infiernos.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que resucitó al tercer día según las Escrituras.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que ascendió a los cielos.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que ha de venir nuevamente.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, sumo y eterno Sacerdote.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Cabeza de todas las cosas, celestes y terrestres.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, presente en toda alma en gracia.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, presente bajo las especies de pan y vino.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, en la espada del Espíritu, que es su Palabra.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, en quien todas las cosas han de ser restauradas.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Rey de todos los pueblos.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, signo de contradicción.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Sol que nace de lo alto.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Camino, Verdad y Vida.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, que envió al Espíritu Santo.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, en los siete sacramentos que nos entregó.
- Bendita sea la Madre del Verbo Encarnado, María Santísima.
- Bendita sea la Madre del Verbo Encarnado, Corredentora.
- Bendito sea el Verbo Encarnado, Principio y Fin, Alfa y Omega, Primero y Último.
Oración final
Señor, Dios nuestro, que quisiste que tu Verbo se encarnase en el seno de la santísima Virgen María, concede a quienes proclamamos que nuestro Redentor es Dios y hombre verdadero, que lleguemos a ser partícipes de su naturaleza divina, y que jamás dejemos de trabajar esforzadamente por tu gloria y por las almas que tu misericordia sin límites nos ha encomendado.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[1] Cf. Jn 17,21
Siete palabras y un mensaje
Meditaciones cuaresmales
P. Jason Jorquera M., IVE.
… “¿quién podrá explicar el amor de Cristo?… callen los hombres, callen las criaturas… callémonos a todo, para que en el silencio oigamos los susurros del Amor, del Amor inmenso, infinito que nos ofrece Jesús con sus brazos abiertos desde la cruz”.
San Rafael Arnáiz.
En este sencillo escrito, simplemente me limito a transcribir y retocar algunos apuntes personales acerca de las denominadas “siete palabras”, que no son otras que las siete veces en que nuestro Señor Jesucristo habla desde la cruz antes de expirar y, por lo tanto, con toda razón podemos decir que son el maravilloso testamento del Redentor.
Muchos otros han escrito antes acerca de estas siete palabras, y de manera excelente, por ejemplo, los padres de la iglesia, Mons. Fulton Sheen, el P. Royo Marín, etc., por lo tanto, aquí no se encontrarán más que sencillas y personales reflexiones que si de algún provecho sirven a alguno creeré justificado el haberlas puesto por escrito.
La primera palabra
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
Lc 23,34
Una frase breve y, sin embargo, cargada de toda la profundidad que puede tener aún una sola palabra salida de los labios del Hijo de Dios.
… El perdón, Jesucristo vino a traer el perdón que sólo Dios podía conceder, para lo cual decidió venir Él mismo a ofrecerlo a todo aquel que quiera aceptarlo. Quien se encarna es el Hijo, sí, pero es la Trinidad Santísima toda quien se hace presente en este momento culminante de la vida terrena del “gran perdonador”, que se extingue dejando perennes destellos de luz que iluminan a todo aquel que lo reciba en su corazón: ahí está el Hijo, padeciendo, redimiendo, rescatando las almas, implorando… y muriendo también por ellas; ahí está el Espíritu Santo, santificando, sacralizando el sacrificio voluntario, la entrega generosa; ahí está el Padre, aceptando la cruenta satisfacción por los pecados de la humanidad entera.
Oh cuán desapercibido pasa el perdón de Jesús ante los ojos de aquellos que se burlan; cuán inapreciable se vuelve injustamente ante los hombres este gesto único de amor puro, es decir, oblativo. Podría Jesús haber exclamado simplemente “los perdono a todos”, y tal vez quedarse esperando una respuesta, pero no, puesto que como su perdón fue siempre evidente, ya que no vino por los justos sino por los pecadores[1], hizo mucho más que eso: suplicó en favor de todos los hombres el perdón del Padre eterno: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, es como si hubiese dicho “Padre mío, yo ya los he perdonado, por favor te pido que también Tú los perdones”. ¿Cómo no iba a perdonar Aquel que defendió a la pecadora arrepentida asegurándole que Él, Señor y Mesías, “tampoco” la condenaba?[2]; el amor de Jesús no sabe de límites y no conforme con perdonar hasta la crueldad, hasta la sangre y hasta la muerte misma, dedica los últimos momentos de su paso redentor por este mundo a rogar por quienes lo han entregado a la muerte… “Padre, perdónalos…”, Jesús no quiso quedarse “esperando” una respuesta, sino que ha ofrecido un sacrificio que “exige” una respuesta. Por eso afirma acertadísimamente Mons. Fulton Sheen que ante el crucifijo no cabe la indiferencia, o se lo acepta o se lo rechaza.
Un alma que no es capaz de perdonar lleva consigo la ponzoñosa mancha del rencor. Un cristiano que no perdona profesa un cristianismo mutilado. ¿Me cuesta perdonar?, pues mirando a Jesucristo crucificado es menos difícil: he aquí que Jesús nos muestra su “setenta veces siete”[3] perdonando e implorando perdón para los culpables aun en medio de sus terribles y acerbos tormentos.
¿Quién no es culpable?, ¿Quién no ha sido concebido bajo el sello del pecado entre las creaturas?; sólo María santísima, que contempla con fortaleza inefable a Aquél que tomó la sangre de sus purísimas entrañas para verterla toda sobre el madero y sobre las almas, derramando junto con ellas su perdón y el que suplica al Padre celestial.
Nadie puede eximirse de esta plegaria amorosa; nadie puede afirmar que el Salvador no rezó por él, puesto que Jesucristo se entregó por todas y cada una de las almas, por lo tanto, nada más cierto que estas palabras saliendo del Divino Inocente traspasado y penetrando con estruendo en las mismas entrañas de los cielos e intercediendo por mi eterna salvación.
Oración: Señor Jesús, admirable paradigma del perdón, te pido la gracia de perdonar siempre como Tú lo has hecho conmigo; que comparta con los demás lo que de Ti he recibido y que no me canse de agradecer la misericordia que ofreces constantemente a los pecadores que, como yo, tanto la necesitan y tantos beneficios recibimos de ella.
Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
La segunda palabra
“Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”
Lc 23,43
No es difícil notar, una vez más, la inmensa desproporción entre lo que Jesucristo nos pide y lo que nos ofrece: el buen ladrón, reconociendo su culpa y el señorío de Jesús, le pide simplemente “que lo recuerde” y Él, el mesías siempre misericordioso, le ofrece “desproporcionalmente” el paraíso; ¡bendita desproporción la que a todos se nos ofrece!, ¡renunciar al pecado en esta corta vida a cambio de una gloria que no se acabará jamás!
La actitud de “Dimas” (según nos cuenta la tradición), es una actitud completamente humilde y como Dios “enaltece a los humildes”[4] fue así que el Hijo de Dios quiso elevar al ladrón arrepentido desde la cruz, junto consigo, al paraíso. No pide ser desclavado como sí lo hacía el otro ladrón en medio de insolencias y blasfemias; no pedía que se aliviasen sus dolores y ni siquiera pedía la muerte para que éstos se terminaran: ¡Oh alma que te dejaste cautivar por el Cordero sufriente!, ¡oh pecador arrepentido que te convertiste en ejemplo de conversión y santa resignación!, aseguras merecer “justamente” tu condena y defiendes la causa de Jesús[5]; reprochas al impío buscando la compunción de su corazón y le pides a Aquel que vendrá con su reino, simplemente, que se acuerde de ti[6]… y es mucho más lo que consigues.
Jesús está sufriendo como nadie: sostiene su cuerpo llagado y destruido tan sólo con los tres inamovibles clavos; casi no puede respirar; escucha las burlas, los insultos, blasfemias, y como si esto no bastara su alma triste hasta la muerte[7] soporta, además, todos los pecados de todos los hombres y de todos los tiempos. Es en medio de este aberrante tormento que, entre indecibles dolores se levanta, mira con ternura, y con las pocas fuerzas que le van quedando se dirige a este ladrón de su costado para prometerle Él mismo, puerta y llave divina, que “ese mismo día” estarán juntos en el paraíso[8]: Dios misericordioso y pecador arrepentido, porque Dios también se deja conmover de la humildad y fue ésta la que juntamente con la fe del buen ladrón le concedieron “arrebatar el cielo” a un Dios tan bueno que ha enviado a su propio Hijo a ofrecerlo a todos aquellos que quieran aceptarlo. Jesucristo siempre es un desproporcionado con nosotros: desproporción fue elegir a un pobre pescador, sabiendo que lo negaría[9], como administrador de la inefable riqueza del perdón divino y convertirlo en su vicario; desproporción fue renunciar a la defensa de la corte celestial para dejarse clavar por los hombres[10]; desproporción fue hacerse un simple carpintero siendo el Rey de los cielos[11]; desproporción fue venir Él mismo a buscar a quienes rechazaron a Dios… desproporción, así la llamamos nosotros mientras que los ángeles y los santos en el cielo lo llaman amor, amor divino.
La promesa que Jesucristo hiciera a san Dimas hace casi 2000 años sigue “latiendo” en el divino corazón; promesa que trasciende el tiempo mismo para penetrar en la eternidad; promesa que se nos repite “a todos los Dimas”, es decir, a todos aquellos que hemos ofendido a Dios con nuestros pecados; promesa que se cumplirá fielmente en todos aquellos que, reconociendo su maldad y la bondad y realeza de Jesucristo, depositen tan sólo en Él su esperanza. Dimas se convirtió en “san Dimas”, sencillamente por haber confiado en Dios.
Oración: Señor Jesús, que prometes el paraíso al pecador arrepentido, concédeme por favor un corazón compungido y confiado inquebrantablemente en tu misericordia infinita. Que no me deje abatir por mis miserias sino más bien que de ellas aprenda constantemente a levantarme con tu gracia redentora.
Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
La tercera palabra
“Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre”
Jn 19, 26-27
Si mal no recuerdo, es Mons. Fulton Sheen quien dice que “Jesús, cuando ya no le quedaba nada más para darnos, nos dio a María, su Madre”
Jesucristo ya nos había dado sus deseos, puesto que deseaba “ardientemente”[12] comer la pascua y convertirse Él mismo en nuestra pascua; ya nos había dado su amor firmado con tres clavos; ya nos daba su vida terrena que estaba a punto de extinguirse; nos había dado sus palabras de vida eterna[13]; sus milagros[14] para confirmar su misión, su ejemplo para que sigamos sus huellas[15]; su cansancio, sus fatigas y trabajos e inclusive su propia sangre y su perdón: ¿qué más podía darnos este divino sufriente?, pues una sola cosa le quedaba, y lícitamente, pero hasta de ello quiso desprenderse y dárnoslo como cosa propia; es así que nos quiso regalar a su propia madre como Madre Nuestra: ¡oh santísima ofrenda!; cuando todas las mujeres de Israel soñaban con dar a luz al mesías anunciado[16] la Virgen María, en cambio, acepta tiernamente desprenderse de su amado Hijo y hacerse madre de la humanidad entera redimida por Él, haciéndose así corredentora en esta noble empresa. ¡Oh bendito dechado del amor!, ¡desprendido hasta de aquella que fielmente te acompañó desde que entraste en este mundo hasta que “saliste” de Él!… aunque para regresar para siempre.
Qué doloroso y amante desprendimiento el de Jesucristo, impronta del amor más puro, pues todo verdadero amor implica renuncia y Cristo mismo quiso asumir esta renuncia inclusive hasta regalarnos a María… y el fruto de este amor del Hijo de Dios es que propiamente no pierde a su Madre, sino que la llena de Hijos extendiendo su tierna maternidad a toda la creación.
“Ahí tienes a tu Madre”, ¿qué me dicen estas palabras?: que el Hijo eterno del Padre, desde toda la eternidad, se eligió para sí a la creatura más perfecta de todas, la más humilde y santa de las mujeres y la hizo su Madre, pero como su bondad divina nunca se conforma con dar mucho nos lo dio todo y es así que quiso hacernos hijos también de esta Virgen Inmaculada, por la cual ha venido la salvación del mundo; también dicen que es imposible que el hombre esté huérfano en esta tierra pues tiene una buena Madre que lo acompaña siempre en su peregrinar hacia la eternidad; que quien desespera lo hace por no ir a abrazar a la Madre del cielo que al igual que su Hijo espera pacientemente a sus “hijos pródigos”[17] con los brazos abiertos para presentarlos ante el Padre eterno; que desde aquel momento se han creado lazos imborrables entre María santísima y cada uno de sus hijos, pero con una relación de maternidad y filiación del todo particular: María entra así a formar parte integral y fundamental en la vida espiritual del creyente puesto que Jesucristo nos vino por María y es por ella también que nosotros debemos ir a su Hijo.
María santísima nos fue dada por Madre, y nosotros le fuimos dados por hijos: ¿cómo no querer ser cada día menos indignos de tan pura Madre celestial? A María se la debe acoger tierna y filialmente en la morada del alma, como la gracia, pues es la llena de gracia[18] y, por lo tanto, le corresponde reinar junto con su Hijo en los corazones de los hombres.
Oración: oh María santísima, Madre de los dolores, Señora de los cielos y Reina de las almas, recibe sobre tus tiernos brazos a este pobre hijo tuyo pecador que, arrepentido de sus muchos pecados, se abandona a tu siempre maternal protección suplicando a tu purísimo corazón que lo conduzca siempre por los caminos del Padre. Virgen santísima, por la sangre de tu Hijo que tomó de tus entrañas para convertirse en el garante de mi alma, te suplico que “jamás me dejes, ni me dejes que te deje”. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
La cuarta palabra
“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”
Mt 27,46
Para darnos a conocer hasta dónde llegaron sus sufrimientos por amor a las almas, Jesús deja salir de sus propios labios las palabras más tristes que jamás se hayan podido decir ni con tanto dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; ¡¿qué más triste que experimentar el abandono de Dios?!, ¿qué más doloroso que sentirse, Jesucristo, Hijo único de Dios, como desterrado del divino seno de su Padre?; ¿qué noche puede decirse más oscura que este día?; ¿qué agonía sino ésta tuvo como protagonista al Siervo sufriente y Varón de dolores[19] anunciado por las Escrituras?; ¿qué soledad se puede llamar mayor que ésta?, ¿qué angustia más terrible?, ¿qué tormentos más crueles?, ¿qué suspiros más profundos?, ¿qué melancolía más intensa?, ¿qué corazón más destrozado?, ¿qué voluntad más inmolada?, y ¿qué sentidos más escarnecidos?
Ni aun si se convirtiera el mundo entero en un árido yermo con un solo habitante podría sentirse éste tan solitario como Jesús, que hasta del consuelo de su Padre quiso privarse para redimir al pecador.
A la luz de este acerbo sufrimiento cabe preguntarse, además ¿acaso es posible dudar siquiera de que Jesucristo puede compadecerse de nuestras miserias?, ¡eso jamás!, ¿acaso un Dios que estuvo dispuesto a sentirse abandonado del Padre abandonará a los pecadores en sus angustias?, ¡imposible! He aquí cómo “arremete” toda la humanidad de Jesucristo para mostrarnos su anonadamiento; he aquí cómo el Verbo eterno se humilló por amor, al punto de experimentar la sola humanidad, débil, aunque paciente, que ante el sacrificio más doloroso de la historia deja escapar esta triste exclamación que fue a la vez tan profunda (pues penetró en la creación entera) que el mismo cielo quiso cubrir con un lúgubre manto de nubes[20]: ¡Dios se ha hecho hombre! Grita la creación, ¡Dios se ha hecho hombre para poder padecer por los hombres!
Después del pecado original, el hombre debió asumir todas las consecuencias de su culpa, comenzando por el destierro del Edén y terminando con la muerte que, a su vez, le negaba la entrada en el paraíso. La Sagrada Escritura pone palabras humanas en boca de Dios, y en esta sencilla reflexión quisiera, con toda reverencia y consciente del abismo existente entre la majestad divina y mi miseria, imaginar que al marcharse Adán y Eva habrán comprendido en sus conciencias que la voz de Dios se hacía sentir de alguna manera que se podría también expresar con palabras: “Adán, ¿por qué me has abandonado?” … y justamente este abandono de Adán –y en él, de todo hombre al pecar- es el que Dios en persona ha venido a redimir, para lo cual no rechazó siquiera asumir la frágil humanidad: el hombre abandonó a Dios y el Hijo hecho hombre experimenta ahora el abandono del Padre para terminar con toda excusa que se pudiera interponer entre el alma y su redención. El Hijo de Dios experimentó por nuestra causa el abandono; y a nosotros nos corresponde imitar el ejemplo de este segundo Adán que siempre caminó bajo la tierna mirada del Padre, a la luz de sus preceptos, y no hacer en cambio como el primero, que abandonó a Dios mediante el pecado.
“Dios mío, Dios mío…” dice Jesús para manifestar su total humillación puesto que deja hablar a su agonizante humanidad, pero siempre confiando en el Padre, por eso no le habla en tercera persona sino como quien sabe que el Padre vela por él aun entre la oscuridad… le habla directamente, como quien sabe que es escuchado.
Oración: Oh Jesús mío, Dios y hombre perfecto, que por mi causa experimentaste el sufrimiento hasta sentir el abandono de tu Padre eterno; te suplico que me ayudes a no hacerte sentir el abandono de mi alma alejándose de ti tras el pecado, sino más bien quédate siempre a mi lado y no permitas que me separe de ti.
Tú que vives y reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
La quinta palabra
“Tengo sed”
Jn 19,28
“Sabiendo Jesús que ya todas las cosas estaban cumplidas… dice: Tengo sed.” Ciertamente que después de la flagelación, después del extenuante camino hacia el calvario y luego de estar clavado durante horas en la cruz desangrándose, entre crueles espasmos, no resulta extraño que Jesucristo tenga sed, de hecho, daba así cumplimiento una vez más a las Escrituras, puesto que el salmo que comienza con la cuarta palabra reza claramente: “Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta…”[21]. Está sediento, el Hijo de Dios está sediento, pero no es ésta una sed cualquiera, ¡oh, no!, no es tan sólo la necesidad del agua para satisfacer al cuerpo… es mucho más que eso; más que una necesidad es un deseo ardiente de quien “ardientemente” ha deseado comer esta pascua[22], y ardientemente también esperaba su momento triunfal en el madero, y que sólo se comprende con los ojos de la fe: Jesucristo desde siempre, pero sobre todo desde la cruz, tiene una vehemente sed de almas: ¿cómo no tenerla en esta hora culminante de su obra el Buen Pastor que vino a dar la vida por sus ovejas? [23]; ¿cómo no tenerla quien se hizo Camino, Verdad y Vida[24] para quien se hallaba bajo el sello del pecado? Oh misteriosos designios divinos, locura para la sabiduría humana[25], ápice del amor divino para la fe: quien vino a saciar la sed de Dios que tenían los hombres, hombre también se hace y de ellos tiene sed; el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás[26], le dijo a la samaritana, y en ella a todos nosotros y, sin embargo, Él mismo tiene sed; ¡qué gran paradoja, un Dios encarnado y padeciendo por amores!, ¡el Dios de vida, sediento de dar vida!; y es que este es el precio que el amor impuso a quien nos amó primero[27]: saciar nuestra sed de eternidad, la que comenzó al salir del Edén a causa de un desordenado deseo de ser como dioses[28], a cambio de un sacrificio tan grande que implicó la crucifixión del Hijo de Dios que muere sediento de las almas de los hombres que vino a conducir de regreso al redil de su Padre[29].
Al leer la quinta palabra no podemos menos que movernos a compasión. Pero si, en cambio, nos detenemos unos instantes a meditarla se deja traslucir claramente que es más bien una invitación a la acción que se resume en esta sencilla pregunta: ¿acaso tengo derecho a no querer saciar la sed de mi alma que tiene Jesucristo?… y la respuesta es más que evidente.
A partir de este momento podríamos decir que la vida del creyente consiste en realizar de su parte todos los actos que, de alguna manera, tienen la capacidad de ir saciando la sed de Cristo, es decir, todo aquello que contribuya a “irle entregando el alma”: la práctica de las virtudes, las renuncias, el ofrecimiento de nuestros sufrimientos, etc., y todo esto siguiendo el ejemplo del maestro crucificado, es decir, hasta la muerte, hasta que llegue el tiempo de presentarle el alma pidiéndole que la tome para sí como ofrenda generosa y a la vez conquista de su sangre, para saciar en alguna medida su sed, que es sed de almas y sólo con almas se saciará.
Oración: Señor Jesús, Dios y hombre verdadero, sediento de las almas que viniste a conquistar para la eternidad, te ruego que me concedas la gracia de tener un corazón generoso, capaz de darse constantemente a Ti buscando, según mis muchas limitaciones pero movido por una profunda confianza en Ti, aliviar cuanto pueda tu sed, que es deseo ardiente de llevar a tu redil, que es la santa Iglesia, a todos aquellos hombres y mujeres que has amado “insaciablemente” hasta la muerte. Que no te niegue nada Señor mío: ni mis acciones, ni mis pensamientos, ni mi vida, que todo sea tuyo; he ahí tu triunfo, he ahí mi verdadera felicidad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
La sexta palabra
“Todo está consumado”
Jn 19,30
Consumar quiere decir llevar a cabo totalmente algo, terminarlo hasta en los más mínimos detalles. Así, pues, consumar una obra no es otra cosa que terminarla perfectamente. ¿Qué es lo que Jesucristo ha consumado?, pues nada menos que su gran obra, la de venir al mundo a entregar su vida y ofrecerla al Padre en reparación de los pecados de los hombres, alcanzándoles así su redención.
Todo está consumado, porque en Jesucristo se cumplen las Escrituras, Él es el siervo sufriente que, por su obediencia al Padre, se ha convertido en el Defensor vivo del hombre[30], porque ha venido a morir, pero para resucitar y ofrecer resurrección.
Jesucristo no ha venido a abolir la ley ni los profetas[31], sino a dar cumplimiento a los misteriosos designios de salvación, dando con su muerte en la cruz cumplimiento perfecto a las profecías, pues ¿acaso no era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?[32] Jesucristo consuma su paso por la tierra dándonos su vida para volver a tomarla Él mismo después, glorificado, porque Cristo nunca deja las cosas a medias: no se limitó tan sólo a defender a la mujer adúltera arrepentida, sino que además le perdonó sus pecados[33]; no se conformó con alabar la fe de la mujer cananea delante de todos sino que además le aseguró el cumplimiento de lo que pedía[34]; no restringió la salvación tan sólo al pueblo elegido sino que la extendió a todos los hombres que quieran abrazarla; y ahora, en sus últimos momentos de vida mortal, nos manifiesta claramente que no le bastó con el Tabor sino que quiso llegar hasta el Gólgota para, desde allí, atraer a todos hacia Él[35].
Es llamativo encontrar aquí estas palabras con que Jesús se dirige al Padre ofreciéndole toda su obra en favor de las almas y no, por ejemplo, en la Ascensión, ¿Por qué?, ¿acaso no falta aún la resurrección y la segunda venida?, ¿cómo es posible que todo esté consumado en el momento en que se va extinguiendo poco a poco la vida terrena del Cordero de Dios?, y la respuesta es, sencillamente, que justamente en ese mismo momento Jesús comenzaba su triunfo[36], porque la victoria de Jesús está latente en la cruz, donde venció la muerte muriendo, y junto con ella al pecado para enseñarnos que también nuestra vida no podrá jamás decirse triunfante sobre el pecado si no es en la cruz que manifiesta su entrega total, absoluta, es decir, que allí y sólo allí, realmente “todo está consumado”. De la misma manera que no hubiese habido pascua sin el cordero pascual, tampoco hubiese habido redención sin el sacrificio del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo [37]y da la vida eterna a sus ovejas, pero esta vida eterna debía ser conquistada mediante este misterioso holocausto llevado a cabo en el Gólgota y sobre el altar santo de la cruz, donde la Víctima perfecta se ofrece plenamente hasta consumirse en ese amor del Padre que tanto amó al mundo[38]…
El sacrificio requería un ministro, y éste fue el Sacerdote eterno; exigía una víctima, y ésta fue el mismo Cordero de Dios; necesitaba fuego, y éste fue el fuego del amor divino; y, finalmente, la ofrenda debía consumirse completamente, y ésta fue la vida del Hijo de Dios que se extingue lentamente perfumando eternidad… nada más falta: “Todo está consumado”.
Oración: Oh Jesús mío, Cordero de Dios sin mancha, concédeme la gracia de consumar mi vida a tu servicio; te ruego que escuches mi sencilla súplica y me brindes, por tu infinita misericordia, la triple perseverancia: en la vocación que me has dado, en la gracia que me has concedido, y en el trance final de mi breve paso por este mundo en búsqueda de tu gloria y mi eterna salvación.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
La séptima palabra
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Lc 23,46
Las primeras palabras que Jesucristo declamó en la cruz fueron dirigidas al Padre y en favor de los hombres. Éstas últimas también se dirigen al Padre, pero esta vez para poner en sus manos la obra que acaba de consumar entregando hasta el último hálito de vida, cerrando así esta especie de “testamento ejemplar”, que se pronunció con palabras humanas pero se escribió con la sangre divina del Hijo… y fue sellado con la aceptación benévola del Padre.
Es muy significativo que Jesús hable aquí de “las manos del Padre”, por toda la riqueza nocional que posee esta realidad aplicada a Dios, espiritual y, por tanto, incorpóreo. Las manos sirven para trabajar, manifiestan poder, fuerza; son capaces de defender y defenderse, de ayudar, de dar… y también de recibir, de aceptar, e inclusive nos ayudan a rezar. A la luz de esta sencilla consideración podríamos notar que Jesucristo se encomienda en las manos divinas del Padre que han sido las mismas que escribieron la historia de la salvación del hombre: Ellas lo formaron[39], ellas lo protegieron, le enviaron mensajeros para preparar la venida del mesías Redentor[40], ellas acompañaron toda la obra de Cristo desde que entró en este mundo como Hijo del Altísimo[41] para salvarlo, y ahora, en esta hora culminante, son estas mismas manos las que reciben paternalmente el sacrificio del Cordero sin mancha[42], porque las manos de Dios siempre están abiertas, tanto para dar como para recibir, y ¡¿cuánto más para aceptar este santo sacrificio obrado por su Hijo amado, aquel en quien tiene sus complacencias?! [43]
Toda obra puesta en las manos de Dios y según su voluntad produce siempre frutos abundantes y tal es la virtud, la eficacia de la obra redentora de Jesús, que nos alcanzó las llaves de los cielos que con el pecado se habían extraviado, puesto que Jesucristo vino para cumplir la voluntad del Padre[44] y la llevó a cabo en plenitud.
…“en tus manos encomiendo mi espíritu”… lo único que le quedaba a Jesús era su vida, consagrada toda a pregonar la misericordia infinita del Padre, a ofrecer su perdón a los pecadores, en definitiva, a salvar lo que se había perdido[45]; esta maravillosa vida es la que encomienda con su espíritu en las manos del Padre. Jesús cita el salmo 31 y se lo apropia en este último aliento que le queda para luego expirar triunfantemente en el madero de la cruz, manifestando así que toda su confianza está puesta en el Padre, ya que el versículo termina afirmando: “Tú, el Dios leal, me librarás”[46]; leal, porque Dios no puede fallar; libertador, porque ciertamente que librará a su Hijo de la muerte, al igual que a todos aquellos que aprovechen esta sangre redentora que, a partir de este momento, seguirá llamando a las almas junto al seno del Padre hasta el fin de los tiempos. De esta manera la invitación de Jesucristo permanecerá latente mientras permanezca la cruz en el mundo, invitación a encomendarse sin reservas a “las manos del Padre”, cada uno uniendo su cruz a la del Cordero de Dios que desea con ardor compartir su cáliz: copa de eternidad, locura para el mundo, pero sabiduría de Dios y victoria del alma sobre el pecado y sobre la muerte.
Oración: Dios Padre Todopoderoso, te suplico por tu Hijo Jesucristo, que me concedas la gracia de encomendarte la vida sin condiciones ni reservas, sino completamente abandonado a tu santa voluntad y no a mis caprichos. Que te sea fiel hasta la muerte, en la fe que me has brindado, en la enseñanza que me has dejado, en la santa Iglesia que has instituido como madre de las almas, y en el seguimiento de tu Hijo amado, obediente hasta la Cruz.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
El mensaje de Cristo
Algunos dicen que el mensaje de Cristo es el mensaje de la cruz. Hay quienes aseguran que es el amor, y otros afirman que es el de la misericordia de Dios. Debemos decir que estamos de acuerdo absolutamente con esto… con que es un mensaje del amor de Dios, amor que en Dios se identifica con su misericordia y que a tal punto llegó a encenderse que se clavó en una cruz; por lo tanto, todas estas afirmaciones se resumen en el amor.
El amor más perfecto –y propiamente verdadero- es el amor oblativo, es decir, el que se entrega y es capaz de renunciar incluso a la propia vida por aquel a quien ama. Es por esto que aquel amor que nos manifestó el Hijo de Dios hasta entregarse a la cruz por nosotros, no puede ser más grande, puesto que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos[47]…; y Jesucristo nos hizo sus amigos al momento de reconciliarnos con Dios. No nos referimos aquí, entonces, al amor meramente sensible, imperfecto, sino al amor que llega a negarse completamente en miras al bien del amado. El amor que Jesucristo nos revela es el amor sin límites, crucificado, incondicional, viril, sincero, profundo…, y sólo este amor era capaz de satisfacer por los pecados de todo el género humano, porque implicaba la más absoluta de las entregas, como hemos dicho: la de la vida y, junto con ella, la de la voluntad, es decir, que el sacrificio del amor de Cristo fue completamente libre, porque el amor verdadero está siempre dispuesto al sacrificio y Dios, para perfeccionarlo, lo convirtió Él mismo en sacrificio.
A partir de este momento, a partir de la cruz, ya no hay más excusas para con Dios, pues desde la crucifixión hasta ahora sigue resonando el mensaje del amor de Dios por los hombres, ya que “…tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”[48] Y éste “Hijo amado del Padre” seguirá invitando a cada alma hasta el fin de los tiempos a reconocer que no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.[49] Puesto que en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados.[50] Jesucristo es quien nos ha venido a ofrecer el verdadero amor de Dios que desea morar en cada alma que le abra la puerta dispuesta a unirse a Él y a su victoria en la cruz a cambio, tan sólo, de dejarse crucificar también con Él para alcanzar así la gloria imperecedera, que no es otra cosa que la consecuencia lógica del amor de Dios en el alma que lo recibe y de esta manera permite que tome amorosa posesión de ella: he aquí el mensaje de Cristo, el mensaje de la cruz, el mensaje del amor de Dios.
«Antes de iluminar a la inteligencia, el amor se instala en la voluntad; antes de derramarse como conocimiento de connaturalidad, se apodera del alma, la transforma y la une a Dios. Además, entrega el alma a Dios, como instrumento de sus designios, antes incluso o, más bien, al mismo tiempo, que hace del hombre un contemplativo que descubre el amor.
Unida a Dios y transformada en él, el alma ya no puede separarse de él y le acompaña por todas partes donde la arrastra el peso de la misericordia. Vuelve de nuevo al mundo con Cristo y encuentra en la Iglesia su objeto pleno, Dios y el prójimo. Activa y realizadora, no puede la caridad sino compartir los trabajos de inmolación de Cristo en favor de su Iglesia.»[51]
A.M.D.G.
[1] Cf. Mt 9,13 “Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
[2] Cf. Jn 8, 2-11
[3] Cf. Mt 18, 21-22
[4] Cf. Lc 1,52; Stgo 4,6; 1Pe 5,5
[5] Lc 23,41 “Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.”
[6] Lc 23,42 Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.”
[7] Cf. Mc 14,34 Y les dice: “Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad.”
[8] Lc 23,43 Jesús le dijo: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
[9] Cf. Mt 26,75 Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.” Y, saliendo fuera, lloró amargamente.
[10] Cf. Mt 26,53 ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
[11] Cf. Mt 13,55 ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?
[13] Jn 6,68 Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
[14] Cf. Mt 13,54; Mt 13,58; Mt 21,15; Mc 6,2; etc.
[15] 1Pe 2,21 Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.
[16] Is 7,14 Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.
[17] Cf. Lc 15, 11-32, Parábola del “hijo pródigo”.
[18] Cf. Lc 1,28
[19] Is 53,3
[20] Mc 15,33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.
[21] Sal 22,16
[22] Lc 22,15
[23] Cf. Jn 10,11
[24] Cf. Jn 14,6
[25] Cf. 1 Cor 1,23
[26] Jn 4, 14
[27] Cf. 1Jn 4,19
[28] Cf. Gén 3,5
[29] Cf. Jn 10,16
[30] Cf. Job 19,25
[31] Cf. Mt 5,17
[32] Lc 24,26
[33] Jn 8,11
[34] Cf. Mt 15,28
[35] Cf. Jn 12, 32
[36] San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Las virtudes viriles pp. 50-56.
[37] Cf. Jn 1,29
[38] Jn 3,16 “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
[39] Cf. Gén 1,26 y sgts.
[40] Cf. Jer 29,19
[41] Lc 1,35 “El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios.”
[42] Cf. Lev 9,3; 23,12; Núm 6,14; Ez 46,13; etc.
[43] Cf. Mt 17,5
[44] Cf. Lc 22,42
[45] Mt 18,11
[46] Sal 31,6
[47] Jn 15,13
[48] Jn 3,16
[49] Hch 4,12
[50] 1Jn 4,10
[51] P. María Eugenio del Niño Jesús, Quiero ver a Dios, Èditions du Carmel, 4ª ed. Pág. 773
Simple oración de san Francisco
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría;
Que no me empeñe tanto:
en ser consolado, como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar;
Porque:
dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida.
Oración para pedir magnanimidad
“Sufrir es el oficio de las almas grandes “
(Santa Teresa de Jesús)
Señor Jesucristo, Tú eres mi Rey. Hazme para contigo un noble corazón caballeresco.
Grande en mi vida; escogiendo lo que sube y se dilata, y no lo que se arrastra y languidece.
Grande en mi trabajo: viendo en él no la carga que se impone, sino la misión que tú me confías.
Grande en mi sufrimiento: soldado verdadero frente a mi Cruz, verdadero Cireneo para las cruces ajenas.
Grande con el mundo: perdonando sus pequeñeces, sin ceder nada a sus engaños.
Grande con los hombres: leal con todos, más servicial con los humildes y pequeños, afanoso de arrastrar hacia ti a los que me aman.
Grande con mis jefes: viendo en su autoridad la belleza de tu rostro que me fascina.
Grande conmigo mismo: nunca replegado sobre mí, y apoyándome siempre en ti.
Grande contigo, Señor Jesucristo; feliz de vivir para servirte, dichoso de morir para abismarme en ti. Así sea.
Oración de un sacerdote
Señor mío y Dios mío, mira a tu pequeño servidor que te dirige esta sencilla plegaria apelando a tus mismas palabras para cumplir su inmerecido ministerio: Pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá[1]… es así , mi buen Padre, que te pido misericordia, que busco tu gloria y llamo a las puertas de tu bondad infinita para implorar tu gracia en favor del plan divino de redención trazado desde la eternidad, rogando en mi indigencia, en mi debilidad y mis limitaciones, que seas Tú mismo el gran conquistador de las almas que me has encomendado.
Señor mío, escucha mis plegarias y bendice mi sacerdocio con una vida de virtud; concédeme olvidarme por completo de mí; que mi única preocupación sea extender tu reinado y llevar almas hacia ti. Moldéame, Señor, en la cruz de tu Hijo para que pueda asemejarme a Él dando la vida por mis ovejas, que en realidad son tuyas, puesto que todo es tuyo[2].
Dios, Padre Todopoderoso, Autor de la vida y la resurrección, te pido por los hijos que me has concedido la gracia de engendrar por el bautismo, que crezca junto con ellos la fe y la gracia, que aprendan a caminar el sendero de la virtud y que no olviden jamás que tienen por Padre al mismo Dios-Creador del cielo.
Concédeme, Señor, te pido, un verdadero espíritu de padre: que aprenda a gastarme y desgastarme por mis hijos, que mi alma esté siempre en vela para socorrer las necesidades del espíritu que aquejan a los pobres pecadores, que eduque primero con el ejemplo y aprenda a morir a cada instante de mi vida con tal de salvar la de los hijos que quieras encomendarme; que los cuide y los proteja mientras caminan hacia Ti por los caminos de tu providencia divina…
Te suplico, Padre eterno, por todos aquellos que han recibido y recibirán de mis frágiles manos aquel divino y santo cuerpo de tu Hijo Jesucristo junto con su sangre, para que aquel manjar de ángeles fortalezca sus almas y acreciente la vida divina que, sembrada en el bautismo, comienza allí a germinar como vástago precioso que exige eternidad.
Te ruego, Padre bondadoso, por mis penitentes; por todos aquellos que vendrán a mi humilde confesionario con sus pecados, miserias y dolores, para que vean no mi rostro sino el tuyo, para que se acusen con sinceridad y contrición, y pueda yo ser aquella caña por la cual fluya copiosa tu misericordia y tu perdón. Señor, que los conforte como un padre, que los instruya como un maestro, que los juzgue con buen discernimiento, que sepa darles los remedios que requieren sus flaquezas; pero sobre todo que se abracen a tu clemencia y desprecien inexorablemente el pecado, confiando absolutamente en aquel perdón divino que ofreces continuamente a los pecadores, al punto de haberlo revestido con la sangre de tu Hijo.
Te suplico, Dios Todopoderoso, Señor de los corazones y fuente de toda virtud, por aquellas almas que han de nutrirse de tus palabras salidas de estos indignos labios: que no pronuncie mi boca más que tu mensaje de salvación; que no enseñe más que la verdad recibida, conservada y transmitida por la santa madre Iglesia, tu cuerpo místico y mi esposa; que este siervo tuyo pueda contribuir en tu obra de disipar las tinieblas del error, de hacer brillar tu luz admirable sobre la tierra en penumbra y de ser una lámpara más de aquellas que no se ocultan bajo el celemín[3] sino que se ponen en lo alto para llevar tu resplandor a donde quiera que vayan.
Otórgame, Señor, un corazón de carne para comprender y consolar el sufrimiento de las almas que conquistaste con la cruz y muerte de tu propio Hijo; dame un corazón de piedra que resista los embates del mundo, del demonio y de mi propia carne; concédeme, mejor, un corazón de espíritu, para poder adentrarme en las verdades eternas y abrazar con ardiente amor tus sagrados misterios y extraer de ellos la preciosa dulzura que mi ministerio exige derramar sobre los demás impregnándome yo primero de ella, pues nadie da lo que no tiene y no es posible invitar a los corazones de los hombres a que te amen si antes no me dejo consumir de celo por tu gloria[4].
Dios omnipotente, concédeme fortaleza en mi debilidad, paciencia en la adversidad, auxilio en la tentación, luz en la oscuridad, confianza en la tribulación y total entrega en mi peregrinar.
Convierte mi vida, Señor, en un continuo ofertorio y que toda ella gire en torno al santo sacrificio del altar, que toda ella se ofrezca en la sagrada patena y sea elevada con ella juntamente hacia las alturas que busca insaciablemente mi alma en esta tierra con la esperanza de llegar algún día a tu presencia en la eternidad sin las manos vacías, sino habiendo fructificado el maravilloso talento, la dádiva preciosa y don celestial del sagrado sacerdocio que por tu sola e infinita misericordia he recibido y que pongo en las manos de la santísima Virgen María, la tierna Señora de los cielos, bajo segura custodia.
Que te ame, Señor, y que te amen; que mi sacerdocio lleve la impronta de tu amor abrasador por las almas; que no anteponga nada a Ti y que sólo te busque a ti en cada alma que venga hacia mí ansiando poder hallarte y nutrirse de tus dones.
Lleva, Señor, mi ministerio al puerto seguro de la salvación, bendícelo y santifícalo, Dios Padre Todopoderoso, y no me permitas, te lo ruego, ser infiel a tu llamado.
“Tuyo es el poder y la gloria por siempre Señor”[5]… tu pequeño servidor te pide, con la sencillez de un niño, que “no abandones la obra de tus manos”[6]
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
P. Jason Jorquera Meneses, IVE.
[1] Mt 7,7
[2] Cfr. 1Cro 29:11 Tuya, oh Yahvé, es la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la majestad; pues tuyo es cuánto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo, oh Yahvé, es el reino; tú te levantas por encima de todo.
[3] Cfr. Lc 11,33 “Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor“.
[4] Cfr. Sal 69,10 “pues el celo por tu Casa me devora, y si te insultan sufro el insulto”.
[5] Misal Romano, del rito de la comunión.
[6] Sal 137, 8