María, depositaria de nuestras promesas y votos
P. Gustavo Pascual, IVE
El culto es una necesidad humana, y necesitamos expresarnos de alguna manera para testimoniar al Señor y a su Madre Santísima o a los Santos nuestra fe, porque sabemos muy bien que ellos pueden socorrernos en nuestra pobreza. Y una manera de hacer patente nuestra piedad son los votos, romerías y promesas que el hombre formula a la Divinidad y a la Virgen Santísima, y también a los Santos, como más cercanos a Dios. Es así que desde un principio vemos cada día multiplicarse más y más las ofrendas y promesas a Nuestra Señora[1].
María también es la depositaria de nuestras promesas y votos.
Las promesas consisten en un intercambio de ofrendas. Le prometemos a la Santísima Virgen para que nos conceda una gracia, prometemos un sacrificio por la salud, prometemos una oración por la conversión de un pecador, prometemos una ofrenda material para conseguir un trabajo, etc.
El voto consiste más bien en una entrega de un bien mayor y posible por amor a ella, para alabarla. Prometemos una Misa en su honor, entregamos a ella nuestros sacrificios, hacemos voto, de cuanto somos y tenemos, dejarlo en sus manos, hacemos voto de ser sus hijos para siempre, nos consagramos a ella bajo voto de esclavitud, etc.
En todos los santuarios marianos suelen haber recordatorios de estas promesas y votos que sus hijos hacen a la Santísima Virgen. Recordatorios de que han estado allí y le han ofrendado desde lo íntimo de su corazón lo que su amor les sugería. En sus santuarios y en la confidencia de la vida del espíritu ellos se han entregado a su Madre. Han entregado toda o parte de su vida para alabarla como medianera universal de gracias o simplemente para reverenciarla como su Madre, merecedora de sus votos de amor.
Y la Virgen da a sus promesantes lo que necesitan, siempre y cuando sea para su bien, y sino no les concede lo que le piden es porque sabe que les va a perjudicar. Y a aquellos que se entregan a ella por el voto les concede una particular protección y una amorosa solicitud para conducirlos a la patria celestial.
Promesas y votos que proceden del amor como también del amor de esta Madre benigna proceden los bienes que derrama sobre sus hijos. Y cuanto más puro es el amor que informa nuestras promesas y votos de mayor estima son ellos. Porque muchas veces es el interés lo que lleva a prometer cosas a María y nos convertimos en devotos interesados.
¿Cuáles son las clases de devotos? Dice San Luis María:
Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber[2]:
1° los devotos críticos;
2° los devotos escrupulosos;
3° los devotos exteriores;
4° los devotos presuntuosos;
5° los devotos inconstantes;
6° los devotos hipócritas;
7° los devotos interesados.
San Luis María Grignion de Montfort nos trae un voto especialísimo para hacer a la Santísima Virgen. Consagrarse a ella con esclavitud de amor.
Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su Santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo y de la Santísima Virgen que se proclamó servidora y esclava del Señor[3].
¿Qué razones nos llevan a abrazar esta devoción?
“+Nos manifiesta la excelencia de la consagración de sí mismo a Jesucristo por manos de María.
+ Nos demuestra que es en sí justo y ventajoso para el cristiano el consagrarse totalmente a la Santísima Virgen mediante esta práctica a fin de pertenecer más perfectamente a Jesucristo.
+ La Santísima Virgen es Madre de dulzura y misericordiosa y jamás se deja vencer en amor y generosidad.
+ Esta devoción, fielmente practicada, es un medio excelente para enderezar el valor de nuestras buenas obras a procurar la mayor gloria de Dios.
+ Esta devoción es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios.
+ Esta devoción da a quienes la practican fielmente una gran libertad interior: la libertad de los hijos de Dios.
+ Abrazar esta práctica reporta grandes bienes a nuestro prójimo.
+ Lo que más poderosamente nos induce a abrazar esta devoción a la Santísima Virgen es el reconocer en ella un medio admirable para perseverar en la virtud y ser fieles a Dios”[4].
Los verdaderos devotos de María Santísima deben ser:
Libres: Verdaderos siervos de la Virgen Santísima, que, como otros tantos Domingos, vayan por todas partes con la antorcha brillante y ardiente del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, abrasar como el fuego y alumbrar las tinieblas del mundo como soles; y que por medio de la verdadera devoción a María, es decir, interior sin hipocresía, exterior sin crítica, prudente sin ignorancia, tierna sin indiferencia, constante sin liviandad y santa sin presunción, aplasten, por dondequiera que fueren, la cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que Vos le echasteis se cumpla enteramente: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza” (Gn 3, 15)[5].
[1] Presas, Nuestra Señora en Luján y Sumampa, Ediciones Autores Asociados Morón Buenos Aires 1974, 200
[2] San Luis María G. de Montfort, O.C., Tratado de la verdadera devoción nº 92, BAC Madrid 1954, 491-2
[3] San Luis María G. de Montfort, O.C., Tratado de la verdadera devoción nº 152-168…, 481
[4] Ibíd., nº 135-173, 513-541
[5] San Luis María g. de montfort, O.C., La Oración Abrasada…, 599