Reflexión sacerdotal.
(Fragmentos de un escrito mucho más extenso, para mis padres y mi hermana)
He titulado este escrito “Cuando elevo mi cáliz” por la hermosa riqueza que él encierra para mí (y para ustedes), en cuanto se podría decir que en él se resumen y encierran los afectos que me han querido manifestar con el hermosísimo gesto no sólo de regalármelo en mi ordenación sacerdotal sino también de mandarlo a hacer entre los tres, cosa que fue el mayor motivo de alegría, inclusive más que el cáliz mismo, pues aunque sea para esta exclusiva ocasión (yo rezando y ustedes confeccionando) estuvimos nuevamente los cuatro juntos, y aquello se vuelve presente, actual y maravilloso cada vez que elevo mi cáliz con la sangre de Cristo consagrada con mis propias manos en la Santa Misa…
El cáliz está íntimamente ligado a la vida del sacerdote, de ahí su importancia, pues lo necesita para realizar el acto más sublime de su sacerdocio, ya que la sangre de Jesucristo que se sigue derramando por los hombres en los altares se confecciona por fuerza en el cáliz. Para todo sacerdote el cáliz –y cuanto más “su cáliz”- junto con la patena son el “signo integral” en que en su Santa Misa se realiza el sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; pero también se refleja cómo y lo que ha de ser su vida entera, su sacerdocio:
Una “patena” en que se ofrece la oblación y Víctima de suave aroma al Padre y un “cáliz” purísimo en que se vierta la preciosísima Sangre que ha venido a fluir ininterrumpidamente por la salvación de los pecadores, convirtiéndose en súplica perpetua hasta la segunda venida de nuestro Redentor…
Cuando elevo mi cáliz, la mayoría de las veces… casi todas, contemplo las cosas tal como son. Ustedes a kilómetros y kilómetros de distancia, pero el cielo siempre cerca de los cuatro, tanto cuanto estemos dispuestos, cada uno por igual, a aceptar con entrega generosa la santa voluntad de Dios. Cada uno de nosotros lo hará donde Dios se lo pida y según una misión particular, concreta, pero siempre posible de parte suya…
Cuando elevo mi cáliz tomo conciencia de que cada noche hay una bendición de Hijo-Sacerdote que atraviesa mares, ríos, aires, nubes, montañas, bosques, y llega siempre con eficacia y cariño para quedarse nuevamente en el alma de una madre bondadosa, de un padre generoso, y de una hermana que ante mí no puede esconder jamás su gran cariño…
Cuando elevo mi cáliz, elevo el cáliz de Cristo y el cáliz nuestro, pues es una sola la sangre que se derrama, en un único sacrificio, y por cada una de nuestras almas.
Cuando elevo “nuestro cáliz”, sé que Dios está queriendo elevarnos junto consigo, sé que revivimos nuestro mutuo abrazo y el amor que nos movió a ofrecerle un cáliz más para que su Hijo Jesucristo siga ofreciendo su redención, su rescate, por cada alma que habitó, habita y habitará en esta tierra hasta el fin de la historia.
Dios los bendiga y María santísima los acompañe siempre.
P. Jason Jorquera Meneses.