Celebración en Belén
Queridos amigos:
Por gracia de Dios, hemos podido participar este año de la solemnidad de Pentecostés en Belén, junto con nuestra familia religiosa y voluntarios. Y, providencialmente, como queriendo tomar parte de aquella “variedad en la unidad” que se palpa claramente en Pentecostés, para la ocasión celebramos la santa Misa entre cristianos representantes de Belén mismo, Argentina, Chile, España e Italia; de hecho, la predicación fue en árabe e italiano; todo lo cual no es poco significativo, ya que el Espíritu Santo ha venido a ser el alma de la Iglesia, extendida ahora por todo el mundo y sus diversas culturas, pero bajo la sublime unidad de una misma fe.
La santa Misa fue presidida por el P. Pablo De Santo, quien predicó acerca de cómo el Espíritu Santo santifica a la Iglesia -y en ella a nosotros- con sus dones, para emprender valientemente la misión de ser evangelizadores de Jesucristo. De hecho, luego del envío del Espíritu Santo, el Nuevo Testamento nos narra claramente que, gracias a Él, los discípulos que anteriormente estaban escondidos por temor, salen a predicar llenos del Espíritu divino, sin importar ya ningún sufrimiento con tal de defender y difundir nuestra fe, dándolos así preclaro ejemplo de cómo debemos obrar también nosotros.
Los cantos estuvieron a cargo de los voluntarios italianos y las hermanas, y la liturgia se llevó a cabo en la capilla del Hogar Niño Dios.
Posteriormente pudimos compartir un almuerzo festivo todos juntos, como corresponde a tan importante solemnidad, para, finalmente, regresar al monasterio luego de dicha celebración.
Como siempre, damos gracias a Dios por sus innumerables beneficios, especialmente por darse Él mismo como alma de la Iglesia y guía de los corazones. Nos encomendamos a sus oraciones, y pedimos especialmente por todos los cristianos del mundo, especialmente los que más sufren por dar valiente testimonio de nuestra fe, para que jamás pierdan la confianza en Aquel que sabrá bien recompensar sus sacrificios, y que de nosotros también permanezcamos fieles a Jesucristo hasta las últimas consecuencias.
Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia.
“Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26).”
Lumen Gentium 4.