Una Madre a quien siempre invocar
P. Jason Jorquera M.
Un nombre consiste en aquella palabra capaz de sintetizar, de alguna manera, la esencia y características propias de las cosas o las personas. Existen nombres cuyo significado cualifica a las cosas, como un tenedor (“el que tiene, o sostiene”), un abogado (el que aboga o defiende) o un padre (el que engendra, educa y protege). Pero cuando se trata de los nombres propios es más bien al revés; no estamos hablando del significado propio de la palabra en cuanto tal, como “Cristofer”, que significa el portador de Cristo; o “Leticia”, que significa alegría; sino que nos referimos a lo que contiene un nombre respecto a la persona que lo posee, como los nombres de nuestros hermanos, que contienen en sí toda las experiencias que hayamos tenido juntos, recuerdos, lágrimas y risas, consejos, aventuras, etc.; o los de cada uno de nuestros amigos y, más aun, de nuestros padres.
Y teniendo todo en cuenta, me quisiera referir en este día a un nombre que sigue extendiendo sus favores a la humanidad, intercediendo por ella ante su Hijo día y noche, cada vez que nosotros lo invocamos con confianza filial y amor incondicional; aquel nombre que se adorna con letanías que podemos rezar y cantar junto con la Iglesia para alabar piadosamente a la purísima creatura que lo lleva, aquella que extiende su misión en cada aspecto de las letanías, de tal riqueza que le agregamos “Puerta del cielo”, “Estrella de la mañana”, “Salud de los enfermos”, “Refugio de los pecadores”, “Consoladora de los Afligidos”, “Auxilio de los cristianos”; Virgen, Madre, Reina, Protectora, Abogada, etc., etc.; y cuya síntesis está expresada y contenida en su dulce nombre, que hoy celebramos; y nos referimos a nuestra madre del Cielo: María, la Virgen Madre.
Recurrir al nombre de María santísima es mucho más que una simple plegaria, pues significa encaminar el corazón hacia Dios por medio de ella; es recurrir al menor y más perfecto medio para hacer llegar nuestras oraciones al Altísimo y ganarnos los favores del Cordero de Dios por medio de las manos corredentoras que se convirtieron en el primer regazo del Hijo de Dios, en Belén; y de la humanidad entera a partir del Calvario.
El nombre de María es tan poderoso que hace temblar a los demonios ante tan grande humildad, y tan eficaz que es capaz de forjar a los hijos más perfectos y agradables a Dios, razón por la cual todo gran santo la tuvo como Madre amadísima; y motivo irrenunciable por el cual nosotros, los monjes del I.V.E., la tomamos como madre bajo voto.
De ahí la hermosa oración de san Bernardo, alma magnánima y devotísima de María, en la cual el santo afirma sin posibilidad de errar, la importancia de acudir constantemente al nombre de María: cada vez que nos sintamos solos, cada vez que arremetan fuertemente las tentaciones, cada vez que el dolor y la angustia quieran anidar en nuestro corazón o cada vez que queramos firmemente amar más y más a Dios… tan sólo debemos invocarla llenos de confianza y amor filial:
“…Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer;
si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia,
con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”. (san Bernardo).
Le pedimos en este día a nuestra Madre, María, la gracia de jamás dejar de acudir a ella en la adversidad, y dejarnos conducir por sus manos maternales hacia la divina voluntad de Aquel que por madre nos la entregó.