“A vosotros os llamo amigos…”
P. Jason Jorquera M.
Amor en general
Es bastante conocida la obra literaria de Saint Exupéry titulada “El principito”, en donde el autor narra un inolvidable encuentro con este pequeño hombrecito que busca amigos. Me gustaría citar el libro hacia el final (pero no es el final, por si alguno todavía no lo ha leído), porque resalta de una manera muy clara y a la vez profunda el valor de la verdadera amistad. Comienza así el principito este breve dialogo:
-Mirarás por la noche las estrellas. No sabrás exactamente cuál es la mía pues mi casa es demasiado pequeña. Pero será mejor así. Para ti mi estrella será alguna de todas ellas; te agradará mirarlas y todas serán tus amigas. Luego te haré un regalo…
Rió nuevamente.
-Ah! cómo me gusta oír tu risa!
-Precisamente, será mi regalo… será como el agua…
-No comprendo.
-Las estrellas no significan lo mismo para todas las personas. Para algunos viajantes son guías. Para otros no son más que lucecitas. Para los sabios son problemas. Para mi hombre de negocios eran oro. Ninguna de esas estrellas habla. En cambio tú…, tendrás estrellas como ninguno ha tenido.
-Qué intentas decirme?
-Por las noches tú elevarás la mirada hacia el cielo. Como yo habitaré y reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú poseerás estrellas que saben reír.
Volvió a reír.
-Cuando hayas encontrado consuelo (siempre se encuentra), te alegrarás por haberme conocido. Siempre seremos amigos.
La amistad es una de las especies del amor, es decir, que los amigos realmente se aman y buscan acrecentar ese mutuo afecto, estima y deseo del bien del otro; eso es la amistad.
Antes de seguir adelante, mencionemos brevemente el proceso del amor en general, para comprender mejor la particularidad del amor de Cristo.
Cuando los hombres descubrimos algo de bondad en los demás, ello capta nuestra atención. Luego de detenernos algún tiempo y “comprender” la bondad de aquello que llamó nuestra atención, surge lo que llamamos “atracción” hacia el objeto que contemplamos. Y si el objeto que posee la bondad que nos atrae es capaz de ser alcanzado, brota entonces la esperanza y junto con ella nuestra actitud de ir por él. Finalmente, cuando entre nosotros y el objeto, bajo razón de bien (aun cuando en esto pueda haber error, como el que considera bueno algo que está mal y comete un pecado), se produce verdadera correspondencia entonces surge el amor; y el fruto del amor, es la unión. Es por eso que dos personas que se aman, ya sean hermanos, amigos, esposos, padres e hijos, etc., necesariamente tienden a buscar la unión de corazones; y en la medida que ese amor se vaya acrecentando y se vaya haciendo más puro, el que ama irá haciendo lo posible por entregarse más profundamente a la persona que ama. Y así, pues, podemos decir del amor verdadero que:
– Se corresponde: por ejemplo, los amigos que se buscan constantemente.
– Se manifiesta: como los esposos cada vez que se dicen que se quieren.
– y busca cada vez más la unión de los que se aman.
El amor de Cristo
Habiendo considerado todo esto vemos claramente que el amor de amistad, al igual todas las especies del amor, es capaz de generar lazos tan fuertes entre aquellos que se aman, que se dice que se van volviendo “como una sola alma”, en cuanto que aman lo mismo, es decir, la bondad que descubren en el otro, como por ejemplo David y Jonatán en el Antiguo Testamento: “Saúl ya no dejó que David volviera a su casa, sino que lo mantuvo cerca de él, de modo que Jonatán se hizo muy amigo de David. Tanto lo quería Jonatán que, desde ese mismo día, le juró que serían amigos para siempre, pues lo amaba como a sí mismo” (1 Sam 18, 1-3); “Y Jonatán dijo a David: Lo que deseare tu alma, haré por ti.” (1 Sam 20,4)
La amistad perfecta, verdadera y agradable a los ojos de Dios, es la amistad que se funda en la virtud; por lo tanto:
– no es amistad verdadera la que se funda en el interés,
– no es amistad verdadera la que se funda en el placer,
– y no es amistad verdadera la que se fundamenta en el pecado;
sino la que sinceramente se asienta sobre la base de la virtud, y a partir de ella genera sus lazos. Pero para formase estos lazos se necesita además tiempo y hábito… El deseo de ser amigo puede ser rápido, pero la amistad no lo es. En consecuencia: la amistad con Jesucristo se va a dar esencialmente a partir de nuestro contacto con Él en la oración; en nuestros ratos a solas con Él y en las obras de caridad que hagamos con los demás por amor a Él.
Por parte de Jesucristo, digamos una vez más, que de alguna manera como que rompe todos estos esquemas, pero porque en realidad los trasciende, está por sobre ellos, ya que Él siendo Dios se dignó amar a los hombres por su solo amor: de modo gratuito, y tomando Él mismo la iniciativa contra todo lo que la humana sabiduría nos podría sugerir, ya que:
– No hay proporción entre ambas partes: Dios es perfecto y el hombre pecador.
– El hombre se había enemistado con Dios por el pecado y lo abandonó… pero Dios no abandonó al hombre y, además, le envió a su propio Hijo.
– El hombre había rechazado la gracia divina: pero Dios se la volvió a ofrecer.
– Correspondía el justo castigo por la rebelión: pero Dios prefirió ofrecernos su misericordia.
Y nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que Dios nos ofrezca incansablemente sus dones?, y la respuesta es muy sencilla; Él mismo nos la dejó escrita en una carta que se llama Sª Eª, donde claramente nos dice que “Él nos amó primero”[1]…, porque Dios siempre se nos adelanta; y para que no hubiera lugar a dudas, su propio Hijo decidió hacerse fruto y sacramento de este amor por los hombres “hasta el fin de los tiempos”[2], quedándose presente en la sagrada Eucaristía, con su cuerpo y con su sangre; expresión también de su predilección por los pecadores que ha venido a rescatar y alegría de la humanidad redimida capaz ahora de hacerse poseedora de Dios y de la eternidad: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»[3] Son palabras de Dios hecho hombre, y en favor de los hombres.
Cuando el amor es verdadero, implica el deseo y además la necesidad de darse, y “el que se da, crece” (San Alberto Hurtado). Jesucristo, el Hijo del Dios-Amor, no quiso eximirse de este aspecto y decidió darse a sí mismo a los hombres hecho sacramento. Cierto que nos dio su vida, pero como es Dios bondadoso no se conformó con darnos mucho, y entonces decidió darnos todo. Y Él mismo, para poder dársenos todo y a todos, decidió hacerse sacramento para unir más perfectamente a los hombres con Dios: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.»[4]
El mayor fruto de este amor de amistad íntima que nos ofrece Dios en el sacramento del cuerpo y sangre de su Hijo, es la unión. Y este es “el colmo del amor de Dios”, que colma y sobrepasa nuestra medida, y por eso nosotros tenemos un gran consuelo: que a Dios siempre se lo puede amar más y que Él siempre va a corresponder a ese amor con fidelidad.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Jn 15, 13-16)
[1] 1Jn 4,19
[2] Cfr Mt 28,20
[3] Jn 6,51
[4] Jn 6, 55-56