“Jesucristo sacramentado, desproporción del amor de Dios”

Corpus Christi 2025

Queridos hermanos:

Hoy estamos celebrando junto con toda la Iglesia, el Domingo de Corpus Christi, en donde la principal invitación es a poner la mirada de nuestra alma en este don maravilloso, fruto impensable para nosotros del amor del Hijo de Dios, que como siempre cumple sus promesas, y que de esta manera tan sublime, tan misteriosa y tan enriquecedora para el alma, corrobora sus palabras quedándose con nosotros hasta su segunda venida hecho sacramento de amor, para que podamos recibirlo bajo las especies del pan y del vino.

Como sacerdote puedo compartirles uno de esos dolores escondidos que a veces se renuevan al celebrar la santa Misa, como perfumando de alguna manera los sufrimientos mismos del Calvario donde el Hijo de Dios se entregaba a la muerte por nosotros: aquel primer viernes santo de la historia, no todos aceptaron a Jesucristo, nuestro Señor… muchos se quedaron atrás; y qué decir de los que se burlaban de Él. Y, sin embargo, una de las más grandes verdades que nos deja bien en claro nuestra fe, es el hecho de que Jesucristo se ofreció por cada uno de los presentes y por la salvación del mundo entero, y su Sagrado Corazón sufrió el dolor terrible de los que lo dejaron esperando… y ese dolor profundo, mis queridos hermanos, tristemente se sigue repitiendo hasta nuestros días en que nuestro Señor sacramentado sigue allí en cada sagrario, esperando…, y sigue descendiendo en cada santa Misa y haciéndose una y otra vez sacramento de amor para que nosotros podamos recibirlo como huésped de nuestros corazones… pero a veces, repetimos, se queda paciente y tristemente esperando.

Aclaremos aquí lo que ya sabemos: no se puede recibir la Sagrada Comunión estando en pecado grave, pues sería agregar el pecado de sacrilegio a la falta todavía no arrepentida y confesada; o se está aceptando la ocasión de pecado o se está aceptando a Jesucristo en el corazón, pero ambos al mismo tiempo es imposible. De hecho, quienes no reciben a nuestro Señor sacramentado conscientes de que no están actualmente en condiciones, pero participan de la santa Misa y rezan a Dios para que les ayude a cambiar su situación, para que les conceda la gracia de la conversión, para que llegue el día en que pese más en su corazón el deseo de la gracia que el del pecado o la situación de pecado, van por buen camino y en ello deben perseverar; ¡cuantas personas conocemos que han llegado a la vida de la gracia por haber perseverado en sus buenos propósitos, suplicando dicha conversión y habiendo hecho finalmente un paso -o un salto- de fe y de amor a Dios, recuperando así su vida y crecimiento espiritual, junto con los méritos de Cristo en sus obras, por la gracia santificante recibida o recuperada! Animemos, pues a estas almas, a desear más y más la Eucaristía, poniendo los medios necesarios para poder recibirla.

Con esto en claro, volvamos brevemente al Evangelio de este día que es figura del pan celestial que reemplazó al maná que saciaba el hambre del cuerpo en el desierto del destierro, por la presencia de Dios en nosotros queriendo saciar nuestros más profundos anhelos de correspondencia al amor de Dios y eternidad junto a Él.

Unos 5000 hombres sin contar mujeres y niños, cansados, hambrientos, alimentados con la palabra de Dios en sus corazones, pero seres humanos, al fin y al cabo. Necesitaban comer, y los apóstoles le dicen a Jesús que los mande retirarse en busca de alimento, pues sólo tenían 5 panes y dos peces para todos. Y Jesús, continuando su instrucción mediante un milagro, les deja implícita en esta obra extraordinaria la consoladora verdad que tanto anima y reconforta nuestra vida espiritual: Dios con lo poco y nada que le presentamos puede hacer mucho, puede hacer lo inimaginable, puede saciar nuestros deseos y desbordar sus gracias: ¡qué desproporcionado respecto a nuestra pequeñez! Comieron hasta saciarse y hasta sobraron 12 canastos.

Así como aquel día de la multiplicación de los panes y los peces, Jesucristo continua sin querer despedir a nadie: hombres, mujeres y niños; fuertes y débiles, devotos y “alejados”, a todos quiere bendecir y saciar de sus gracias, a todos quiere alimentar espiritualmente para que su fe se fortaleza, su esperanza se robustezca, su caridad se acreciente y lleguen algún día a recibirlo no ya escondido en la sagrada Eucaristía; en todos nosotros desea “desproporcionar” su amor transformador, santificador. Por eso nuestras disposiciones para la Sagrada Comunión deben ser siempre las mejores, y cada vez mejores, pues si Jesucristo se siente cómodo en nuestros corazones no debemos dudar de que en nosotros y a través de nosotros, hará grandes cosas por la gloria de su Padre y el bien de las almas.

Dice el san Alberto Hurtado: “Toda santidad viene de este sacrificio del Calvario, él es el que nos abre las puertas de todos los bienes sobrenaturales. Por él, el Bautismo nos incorpora a Cristo, la Penitencia nos perdona, la Confirmación nos conforta… De aquí que en realidad el Calvario ha sido siempre considerado el centro de la vida cristiana y esas horas en que Cristo estuvo pendiente en la Cruz han sido los momentos más preciosos de la historia de la humanidad. Por esas horas se abrieron las puertas del cielo, se confirió la gracia, se redimió el pecado, nos hicimos de nuevo agradables a Dios. Ahora bien, la Eucaristía es la apropiación de ese momento, es el representar, renovar, hacernos nuestra la Víctima del Calvario, y el recibirla y unirnos a ella.”

Queridos hermanos, en Corpus Christi celebramos el amor de Dios hecho alimento espiritual para nosotros; la presencia real de nuestro Dios entre nosotros junto con la posibilidad de acompañarlo, contemplarlo, hablarle con confianza y hacer actos de fe y amor que Él sabrá muy bien recompensar. Contemplemos especialmente en este día a Jesús sacramentado, llamando desde las manos del sacerdote, desde los altares y los sagrarios a las almas a recibirlo, especialmente a aquellas que aun lo tienen esperando su conversión y regreso a Él. Volquemos nuestros corazones en el suyo al momento de recibirlo en la Sagrada Comunión, el momento más íntimo ciertamente entre Él y nosotros, y apenas lo recibamos hagamos esa oración profunda y confiada que Él escuchará estando en nosotros incluso sacramentalmente, ¡qué momento tan maravilloso el de la Sagrada Comunión!, ¡desproporción del amor de Dios! Preparémonos, pues, de la mejor manera posible a recibir a nuestro Señor hecho sacramento de amor, con acción de gracias, con actos de reparación, con santos propósitos de conversión y presentándole al Señor con confianza nuestro corazón para que lo sane, lo consuele, lo fortalezca, lo ilumine, lo acreciente y lo santifique, teniendo presente, por ejemplo, esta hermosa oración del Padre Pío de Pietrelcina, un gran santo enamorado de Jesús Eucaristía: “…Quédate conmigo, Señor, porque soy débil y tengo necesidad de Tu fortaleza para no caer tantas veces.  Quédate conmigo, Señor, porque Tú eres mi luz y sin Ti quedo en las tinieblas.  Quédate conmigo, Señor, porque Tú eres mi vida y sin Ti disminuye mi fervor.  Quédate conmigo, Señor, para mostrarme Tu voluntad.  Quédate conmigo, Señor, para que oiga Tu voz y la siga.  Quédate conmigo, Señor, porque deseo amarte mucho y estar en Tu compañía.  Quédate conmigo, Señor, si quieres que te sea fiel.  Quédate conmigo, Señor, porque aunque mi alma sea tan pobre, desea ser para Ti un lugar de descanso, un nido de amor.”

P. Jason Jorquera M., IVE.

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