(Poesía religiosa)
P. Jason Jorquera M., IVE
I
No se planta la semilla
sin romper antes el suelo;
no se pesca sin anzuelo,
ni se forma la gavilla
si primero no se trilla
con esfuerzo y con sudores,
despreciando los dulzores
con espíritu austero,
como lo hace el misionero
tras celestes amores.
II
Porque el alma que se entrega
al servicio del Dios bueno
por el bien se va de lleno
pero sólo si se niega
a sí misma, mientras riega
con renuncias su misión,
estrechando así la unión
con el Dueño de la mies
que le pide sin doblez
darse entera, sin fracción;
III
Es por eso que el quiera
abrazar la noble empresa
del apóstol que no cesa
de luchar y hacer la guerra
al pecado y su bandera,
no pretenda la conquista
si en las cruces no se alista
con el alma bien briosa,
decidida y generosa
de sufrir lo que la embista…
IV
De las cruces la primera
es aquella que va dentro:
la que quiere ser el centro
y sin cansancio persevera
bien atenta, como fiera,
siendo espina que ha mellado
la existencia del creado
para amar y no lo deja,
como el mal que siempre aqueja:
es la herida del pecado.
V
Pero, aunque haya un aguijón
que acompañe la existencia
no por eso la exigencia
de esta noble vocación
retrocede, y con tesón
se dispone hasta el suplicio
si lo pide el Dios del juicio,
del amor y la piedad,
que establece su amistad
bajo el plan del sacrificio;
VI
Sacrificio generoso,
voluntario y sin sayón
más que el propio corazón
que se ofrece bien celoso
de la gloria del Esposo,
al que sigue en la vigilia
y en la pena que concilia
el afán de misionar
y el pesar de abandonar
a su patria y su familia.
VII
Luego vienen los dolores
que en silencio va llevando
el que vive cultivando
las razones superiores,
misteriosos bienhechores
que combaten el orgullo
con firmeza y sin barullo,
demostrándole al alma
que sólo reina la calma
si renuncia a lo que es suyo;
VIII
Los dolores escondidos
que conoce sólo el Cielo,
como el grande desconsuelo
de saberse incomprendido,
o quedarse confundido
por la falta de respuesta
del rebaño que le cuesta
oración y penitencia,
juntamente con paciencia,
tan probada como expuesta.
IX
Además, en la misión,
siempre hay lobo si hay cordero,
por lo cual el misionero
no está exento de aluvión,
y hasta la persecución
puede ser su compañera
si el Eterno permitiera
que golpeara su puerta;
y por eso estar alerta
nunca es opción somera…
X
¿Qué es lo que hace al consagrado,
sin embargo, ser feliz?;
¿qué razón le da el matiz
de una dicha que ha empezado
al momento que el arado
tomó firme, con sus manos,
dejando casa y hermanos
sin querer mirar atrás?;
justamente aquella Faz
de designios arcanos;
XI
Es feliz el misionero
pues la fe le da la luz
para hallar allí en la Cruz
al Señor que lo hizo obrero
de su mies y amó primero;
cruz que ahora le comparte
pues allí se hizo el arte
del amor crucificado
-el más grande y acendrado-,
que hoy se ha vuelto su baluarte.