Catequesis sobre la Eucaristía
S.S. Juan Pablo II
1. Entre los múltiples aspectos de la Eucaristía destaca el de “memorial”, que guarda relación con un tema bíblico de gran importancia. Por ejemplo, en el libro del Éxodo leemos: “Dios se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob” (Ex 2, 24). En cambio, en el Deuteronomio se dice: “Acuérdate del Señor, tu Dios” (Dt 8, 18). “Acuérdate bien de lo que el Señor, tu Dios, hizo…” (Dt 7, 18). En la Biblia el recuerdo de Dios y el recuerdo del hombre se entrecruzan y constituyen un componente fundamental de la vida del pueblo de Dios. Sin embargo, no se trata de la simple conmemoración de un pasado ya concluido, sino de un zikkarón, es decir, un “memorial”. Esto “no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres. En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales” (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1363). El memorial hace referencia a un vínculo de alianza que nunca desaparece: “El Señor se acuerda de nosotros y nos bendice” (Sal 115, 12).
Así pues, la fe bíblica implica el recuerdo eficaz de las obras maravillosas de salvación. Esas obras se profesan en el “Gran Hallel”, el Salmo 136, que, después de proclamar la creación y la salvación ofrecida a Israel en el Éxodo, concluye: “En nuestra humillación se acordó de nosotros, porque es eterna su misericordia. (…) Nos libró (…), dio alimento a todo viviente, porque es eterna su misericordia” (Sal 136, 23-25). En el evangelio encontramos palabras semejantes en labios de María y de Zacarías: “Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia (…). Se acordó de su santa alianza” (Lc 1, 54. 72).
2. En el Antiguo Testamento el “memorial” por excelencia de las obras de Dios en la historia era la liturgia pascual del Éxodo: cada vez que el pueblo de Israel celebraba la Pascua, Dios le ofrecía de modo eficaz el don de la libertad y de la salvación. Así pues, en el rito pascual se entrecruzaban los dos recuerdos, el divino y el humano, es decir, la gracia salvífica y la fe agradecida: “Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor (…). Y esto te servirá como señal en tu mano, y como recordatorio ante tus ojos, para que la ley del Señor esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto” (Ex 12, 14; 13, 9). En virtud de este acontecimiento, como afirmaba un filósofo judío, Israel será siempre “una comunidad basada en el recuerdo” (M. Buber).
3. El entrelazamiento del recuerdo de Dios con el del hombre también está en el centro de la Eucaristía, que es el “memorial” por excelencia de la Pascua cristiana. En efecto, la “anámnesis”, o sea, el acto de recordar es el corazón de la celebración: el sacrificio de Cristo, acontecimiento único, realizado …fÆpaj, es decir, “de una vez para siempre” (Hb 7, 27; 9, 12. 26; 10, 12), difunde su presencia salvífica en el tiempo y en el espacio de la historia humana. Eso se expresa en el imperativo final que san Lucas y san Pablo refieren en la narración de la última Cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío (…). Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (1 Co 11, 24-25, cf. Lc 22, 19). El pasado del “cuerpo entregado por nosotros” en la cruz se presenta vivo en el hoy y, como declara san Pablo, se abre al futuro de la redención final: “Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Co 11, 26). Por consiguiente, la Eucaristía es memorial de la muerte de Cristo, pero también es presencia de su sacrificio y anticipación de su venida gloriosa. Es el sacramento de la continua cercanía salvadora del Señor resucitado en la historia. Así se comprende la exhortación de san Pablo a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de entre los muertos” (2 Tm 2, 8). Este recuerdo vive y actúa de modo especial en la Eucaristía.
4. El evangelista san Juan nos explica el sentido profundo del “recuerdo” de las palabras y de los acontecimientos de Cristo. Frente al gesto de Jesús que expulsa del templo a los mercaderes y anuncia que será destruido y reconstruido en tres días, anota: “Cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2, 22). Esta memoria que engendra y alimenta la fe es obra del Espíritu Santo, “que el Padre mandará en nombre” de Cristo: “él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). Por consiguiente, hay un recuerdo eficaz: el interior, que lleva a la comprensión de la palabra de Dios, y el sacramental, que se realiza en la Eucaristía. Son las dos realidades de salvación que san Lucas unió en el espléndido relato de los discípulos de Emaús, marcado por la explicación de las Escrituras y por el “partir del pan” (cf. Lc 24, 13-35).
5. “Recordar” es, por tanto, “volver a llevar al corazón” en la memoria y en el afecto, pero es también celebrar una presencia. “Sólo la Eucaristía, verdadero memorial del misterio pascual de Cristo, es capaz de mantener vivo en nosotros el recuerdo de su amor. De ahí que la Iglesia vigile su celebración; ya que si la divina eficacia de esta vigilancia continua y dulcísima no la fomentara; si no sintiera la fuerza penetrante de la mirada del Esposo fija sobre ella, fácilmente la misma Iglesia se haría olvidadiza, insensible, infiel” (carta apostólica Patres Ecclesiae, III: Enchiridion Vaticanum 7, 33; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 15). Esta exhortación a la vigilancia hace que nuestras liturgias eucarísticas estén abiertas a la venida plena del Señor, a la aparición de la Jerusalén celestial. En la Eucaristía el cristiano alimenta la esperanza del encuentro definitivo con su Señor.
Audiencia General, 4 de octubre, 2000