LA FE QUE CRUZÓ EL MAR: Extranjeros que vuelven agradecidos

¿Ninguno volvió para dar gracias a Dios, sólo este extranjero? – Lc 17, 11-19

“Propio es de corazones nobles, de espíritus magnánimos, saber dar gracias. Cristo pasó su vida en la tierra dando gracias al Padre. Frecuentemente levantaba sus ojos al cielo, alababa, bendecía, decía bien. Imitémoslo también en esto.”[1] Así nos exhortaba en cierta ocasión el P. Alfredo Sáenz, SJ en un sermón que dio sobre el Evangelio de este Domingo. Se nos propone para reflexión el Evangelio de la curación de los diez leprosos, hecho que en sí mismo (es decir, el curar uno o diez) no significa tanto en el ministerio del Señor, pero, el evangelista lo narra pues se destaca algo interesante que el Señor quiso remarcar bien en su enseñanza y que nos sirve muy a propósito a cada uno de nosotros:

Al ver que uno solo de los diez había regresado para agradecer al Señor la gracia recibida, el Señor le dirige esta pregunta: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?” Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado.

Dos cosas me gustaría remarcar aquí en este versículo del Evangelio de Lucas para de ahí tomar pie para el eje central que quiero desarrollar en este sermón. En primer lugar, el hecho de haber sido un extranjero: un hombre que era “despreciado” por los que se consideraban “los elegidos”, o más bien “los intocables”, que no podrían mezclarse con ningún otro porque el Señor los había elegido, apartado de los demás pueblos y los había hecho un “pueblo de bendición”. Por supuesto que no niego que hay sí, verdad en todo esto, pero hay un detalle: el momento en que se da la curación de este extranjero, está comprendido dentro de lo que San Pablo ha llamado de la plenitud de los tiempos, es decir, los tiempos mesiánicos, tiempo en el que Jesús ha venido a dar pleno cumplimiento a la ley. Ahora lo que cuenta es la fe en el Cristo, el Mesías, el Redentor y Él mismo ha dicho en diversas ocasiones que ha venido a socorrer a los pecadores, a los impíos, a los enfermos, en otras palabras: ha venido a mezclarse y llevar la buena nueva del Evangelio a todos los que se abrieran a la gracia del Reino de Dios, extranjeros, desconocidos, pueblos que ni siquiera habían podido imaginar que existían en aquel entonces.

El segundo punto que me gustaría remarcar es justamente el de la fe. A este hombre extranjero, hombre de espíritu noble, como hemos mencionado al comienzo, le ha salvado su fe. El Papa Benedicto XVI en un Ángelus, comentando este Evangelio dijo: “Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: ‘gracias’![2]

En el domingo pasado, hemos reflexionado sobre la parábola que el Señor contó sobre el grano de mostaza, si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella les obedecería. (Cfr. Lc 17, 3-10) Esta misma fe capaz de mover montañas, la fe de este hombre noble, extranjero que fue curado por nuestro Señor Jesucristo, que es una fe en el Hijo del Hombre, en Nuestro Señor Jesucristo, es la que, en cierto sentido estamos celebrando hoy del otro lado del océano Atlántico.

Este domingo, 12 de octubre, en Brasil se celebra la Virgen Aparecida, patrona del País, en España se celebra la Virgen del Pilar y en toda hispano américa, se celebra el día de la Hispanidad, pues en un 12 de octubre del año del Señor de 1492, cuando reinaban en Castilla y Aragón Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, por título de su Santidad el Papa Alejandro VI[3], apenas algunos meses tras haber concluido lo que fue la epopeya de la Reconquista con la toma de Granada, en ese mismo día (12 de octubre), Cristóbal Colón comandando la nave de Santa María, la cabeza de una flotilla con tres carabelas, avistaron una puntita del Nuevo Mundo, lo que hoy conocemos por América. Por esto me gustaría hoy en este sermón, hacer una especie de elogio al hecho de la Conquista de América y como esto nos hace agradecidos a Dios por el don de la fe que hemos recibido, así como el extranjero del Evangelio, hoy nos presentamos a los pies del Señor Jesucristo para decirle gracias.

Un autor, Juan Pedro Ramos, mejicano, hablando sobre la Conquista de América decía: “No era un azar del destino. Dios había puesto en el alma de Portugal y España, aislados por el Pirineo y el mar, un destino imperial semejante, que abarca, en el acto, la inmensidad de la tierra. El de España consistió en traer a América el esfuerzo poblador más vasto y de aspiración más alta que haya tenido hasta hoy el hombre.”[4] Tenían el deseo de llevar la fe en Nuestro Señor Jesucristo a estas tierras desconocidas. Si el Señor ha dicho -y escuchamos en el domingo pasado- que el que tuviera fe como un grano de mostaza haría con que un árbol si trasplantase de la tierra al mar, cómo habrá sido la fe de los Reyes Católicos para impulsar a que se llevase el anuncio del Árbol de la Cruz hasta el alén mar[5], hasta un nuevo continente.

Estamos aludiendo a lo que, en palabras de Juan P. Ramos ya mencionado: “Es el cumplimiento de la orden que dio la palabra evangélica de Nuestro Señor Jesucristo a la fe de sus Apóstoles.”[6] Y refleja esta santidad de España de la cual habla el autor en otro lugar: “La santidad de España se revela en su propósito civilizador, donde brilla, con evidencia irrefragable, el resplandeciente designio de la conquista.”[7]

No es mi intención entrar aquí en el tema de los hechos memorables que tuvieron lugar en esta gran empresa española que fue la Conquista de América[8], basta que nos recordemos del Salmo que hemos escuchado hoy día que puede resumir muy bien lo que hasta aquí venimos diciendo. En el refrán, hemos escuchado (Cfr. Sal 97, 1-7) “El Señor revela a las naciones su salvación.” Y después continúa: “El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.” Esto es posible, pues como dijo el Apóstol Pablo en la segunda lectura: “…la palabra de Dios no está encadenada…” y el mandato del Señor se ha cumplido para nosotros allá, del otro lado del océano Atlántico, hemos recibido el don de la fe -por el cual damos continuamente gracias a Dios, como el “noble” extranjero que fue curado en el Evangelio de hoy.

Damos gracias también porque, así como Naamán, el Sirio que, en la primera lectura ha dicho al profeta Eliseo: “Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor.” (Cfr. II Re 5, 10.14-17) Así como él, nuestros antepasados también se abrieron a la gracia de Dios, al don de la fe y dejaron de ofrecer culto a dioses paganos.

Acercándonos más a la conclusión de este sermón, habremos de reconocer que este inapreciable don de la fe que hemos recibido, tanto lo que es Hispano América, cuanto nosotros que somos luso americanos (es decir, los americanos que somos hijos de Portugal), nos ha sido dado por las manos de María, la Virgen que se celebra hoy en España bajo la advocación del Pilar, en Brasil bajo el nombre de Aparecida, y que en su aparición en Guadalupe, recibe el título de Emperatriz de América, en definitiva, es la única madre de todos nosotros, de todos los pueblos.

Para concluir esta homilía, me gustaría traer a colación algunos textos tomados de la liturgia de ambas fiestas (Pilar y Aparecida), que ayudarán a ilustrar un poco esta maternidad de la Virgen, esta providencial protección y cuidado que tuvo, tiene y tendrá siempre para con nuestras tan queridas tierras americanas.

Del Elogio a la Virgen del Pilar: “La devoción al Pilar tiene una gran repercusión en Iberoamérica, cuyas naciones celebran la fiesta del descubrimiento de su continente el día doce de octubre, es decir, el mismo día del Pilar. Como prueba de su devoción a la Virgen, los numerosos mantos que cubren la sagrada imagen y las banderas que hacen guardia de honor a la Señora ante su santa capilla testimonian la vinculación fraterna que Iberoamérica tiene, por el Pilar, con la patria española.”[9] Entre estas banderas, está también la de Brasil…

Tomada de la Primera lectura[10] de la Misa de la Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida: “Al ver la reina Ester parada en el vestíbulo, [el rey] miró hacia ella con agrado y extendió hacia ella el cetro de oro que tenía en la mano, y Ester se acercó para tocar la punta del cetro. Entonces, el rey le dijo: ‘Lo que me pidas, Ester; ¿qué quieres que te haga? Aunque me pidieras la mitad de mi reino, yo te la concedería.’ Ester le respondió: ‘Si he ganado tu agrado, oh rey, y si fuere de tu voluntad, concédeme la vida – ¡he aquí mi pedido! – y la vida de mi pueblo – ¡he ahí mi deseo!

Del libro del Eclesiástico en la primera lectura del Oficio de la Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida (Cfr. Eclo 24, 1-7.12-16.24-31): “En las alturas de los cielos fijé mi morada, mi trono se alzaba sobre una columna de nubes. Entonces el Creador del universo me dio una orden, el que me creó me indicó el lugar de mi tienda y me dijo: ‘Establece tu morada en Jacob, toma tu heredad en Israel, y echa raíces en medio de mis elegidos’. Desde el principio, antes de los siglos, Él me creó, y no cesaré de existir por todos los siglos. En la morada santa ejercí mi ministerio ante él, y así me establecí en Sion. En la ciudad amada me hizo reposar, y en Jerusalén está el asiento de mi dominio.”

Y eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y fijé mi morada en la asamblea de los santos. Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí se halla toda la gracia del camino y de la verdad, en mí toda esperanza de vida y virtud.

Por fin, Juan Pablo II en la dedicación de la Basílica Nacional de Nuestra Señora Aparecida, en el año de 1980 dijo: “Su madre [María] dijo a los que servían: ‘Haced lo que él os diga’. ¿Cuál es la misión de la Iglesia si no la de hacer nacer el Cristo en el corazón de los fieles, por la acción del mismo Espíritu Santo, por medio de la evangelización? Así, la ‘Estrella de la Evangelización’, como la llamó mi predecesor Pablo VI, apunta e ilumina los caminos del anuncio del Evangelio. Este anuncio de Cristo Redentor, de su mensaje de salvación, no puede ser reducido a un mero proyecto humano de bienestar y felicidad temporal. Tiene ciertamente incidencias en la historia humana colectiva e individual, pero es fundamentalmente un anuncio de liberación del pecado para la comunión con Dios, en Jesucristo.” [11]

Por esto, en este día tan especial para nosotros, pidámosle a la Santísima Virgen María, bajo su advocación del Pilar y de Aparecida, que nos conceda la gracia de tener siempre este espíritu noble que tuvo el extranjero del Evangelio de hoy, y que sepamos siempre agradecer, que sepamos estar constantemente agradecidos por el inestimable don de la fe que hemos recibido allá en nuestras tierras y que nos mantiene hoy dónde estamos.

Ave María Purísima.

P. Harley D. Carneiro, IVE

 

 

[1] ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida – Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed.Gladius, 1994, pp. 280-285.

[2] BENEDICTO XVI, Ángelus, pronunciado en domingo 14 de octubre de 2007

[3] Título concedido a Isabel y Fernando por la Bula Si Convenit, con fecha del 19 de diciembre del año de 1496

[4] RAMOS, Juan P., La cultura española y la Conquista de América, «Revista Sol y Luna», N° 9, Buenos Aires – 1949, págs. 29-48.

[5] Expresión del Gallego arcaico que significa: allende el mar: o en lenguaje más moderno: más allá del mar

[6] RAMOS, op. cit.

[7] Ibid.

[8] Apenas para mencionar algunos personajes de los más destacados: En México (Fray Antonio de Roa, Juan de Zumárraga, Don Vasco de Quiroga, Beato Sebastián de Aparicio, Beato Pedro de San José, Beato Junípero Serra); en Nueva Granada )San Luis Bertrán, San Pedro Claver); en Brasil (San José de Anchieta, Padre Antonio Vieira, Padre Manuel da Nóbrega); en Chile (Pedro de Valdivia, Tomás de Loayza)

[9] Eulogio de nuestra Señora del Pilar, tomado de la segunda lectura del Oficio en la Fiesta de Nuestra Señora del Pilar (12 de octubre)

[10] Est 5, 1b-2;7, 2b-3

[11] JUAN PABLO II, Homilía en la dedicación de la Basílica Nacional de Aparecida, 04/07/1980

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