La importancia de rezar sin cansarnos

Homilía del Domingo
Lc 18, 1-8

En la parábola que acabamos de escuchar nuestro Señor Jesucristo compara el tesón de una pobre viuda que, una y otra vez, solicitaba justicia ante el juez injusto, con la perseverancia que debemos tener cuando pedimos algo en la oración.
Se trata de la oración de súplica, por la cual pedimos alguna gracia que esperamos de la bondad de Dios.
Dice San Alberto Hurtado: “Nosotros no somos sino discípulos y pecadores. ¿Cómo podremos realizar el plan divino, si no detenemos con frecuencia nuestra mirada sobre Cristo y sobre Dios? Nuestros planes, que deben ser parte del plan de Dios, deben cada día ser revisados, corregidos. Esto se hace sobre todo en las horas de calma, de recogimiento, de oración…”

¿Cuál es el papel de la oración? La unión del alma con Dios en esta vida según el amor que el alma le profese. El alma sin oración es como un cuerpo tullido.

Beneficios:
Ciertamente que de la unión con Dios en la oración se siguen innumerables beneficios para el alma. Mencionamos sólo algunos.
– 1º) Fortalece las convicciones y robustece las decisiones de trabajar y sufrir por Dios. Todo fiel cristiano debe buscar momentos de oración para estar a solas con aquel que sabemos que nos ama. Los novios quieren estar juntos continuamente; se llaman, se escriben, se juntan para estar a solas y conversar, reír, tal vez llorar, etc., cuanto más debe buscar momentos de trato a solas con Dios toda alma que quiere manifestarle su amor y crecer en él.

– 2º) Es luz que precede, orienta e ilumina el camino de unión con el Amado. Cuantas personas no conocemos que viven tristes, amargados, sin ideales, sin metas en la vida. y dicen que no saben qué hacer de sus vidas, que no son felices, que no saben qué es lo que Dios les pide… y uno les pregunta, ¿pero, sueles rezar?, ¿cuánto?, y, a veces voy a misa; cuando me acuerdo; cuando estoy en problemas, cuando necesito algo… ¿cómo voy a recibir los beneficios de Dios si no se los pido?… si no insisto, si no persevero en la oración, si no le demuestro que realmente confío en Él con mi insistencia… como la viuda de la parábola… no, no como la viuda, sino como un hijo a su padre.
El alma que no tiene contacto con Dios en la oración no puede ser plenamente feliz, ni verdaderamente feliz. Tal vez tendrá momentos de felicidad en la vida, pero no podrá llevar una vida feliz, que es muy distinto.

– 3º) La oración es el ejercicio mismo de la vida espiritual, es decir, que guiará la ascesis y removerá los obstáculos que estorban al alma que quiere ir en pos de Dios. ¿cómo es nuestra relación con Dios?, la respuesta es exactamente la misma que si nos preguntáramos ¿cómo es nuestra oración?

En el comentario al Padre nuestro, que es la oración por excelencia, el modelo de toda plegaria, enseña Santo Tomás que este modo de orar ha de estar revestido de algunas cualidades ineludibles, si queremos de veras ser escuchados favorablemente por Dios. La oración deberá ser “confiada, recta, ordenada, devota y humilde”.

Expliquemos brevemente algunas de estas condiciones.

Ante todo, nuestra plegaria habrá de ser confiada
Es decir que, como enseña San Agustín, la hemos de dirigir a Dios con “cierta confianza de que vamos a alcanzar lo que pedimos”. El mismo Jesucristo nos exhortó a ello al decirnos: “Cuando pidáis algo en la oración, creed que ya lo tenéis y lo conseguiréis”. Debemos recordar aquí una verdad fundamental para no desanimarnos cuando no llega lo que esperamos, y es que en primer lugar nuestros tiempos no son los de Dios, Él quiere que le pidamos, y si lo hacemos con fe, tarde o temprano nos concederá todo aquello que le pedimos si así conviene a nuestra alma. Esta disposición debe estar supuesta en nuestra oración. Y por otro lado no debemos olvidar que Dios quiere que le pidamos, quiere que le pidamos los frutos de nuestra oración, pero el hecho de ver esos frutos depende exclusivamente de él… ver los frutos, no se lo podemos exigir.

La oración ha de ser también ordenada
Por esto quiere significarse que en nuestras peticiones a Dios hemos de atender el orden de la caridad. Debemos asegurarnos, por sobre todo, los bienes eternos, y entre ellos, antes que nada, la perseverancia final, que es condición indispensable para la felicidad del cielo. Luego hemos de pedir las virtudes y las gracias actuales que necesitamos para vivir conforme a la voluntad de Dios, incluyendo dentro de este pedido el rechazo de las tentaciones y el consiguiente triunfo sobre las pasiones desordenadas.
También podemos pedir, claro está, cosas materiales, pero con tal de que su obtención sea conforme a la voluntad de Dios y, sobre todo, constituya un verdadero bien para nosotros.

Pero la oración ha de ser sobre todo perseverante
Y esto es lo que principalmente quiere mostramos la parábola de hoy. La perseverancia es el hábito que da vigor y fortaleza a nuestra voluntad para que no abandone el camino del bien, en este caso, de la oración.

San Agustín dice que “puede resultar extraño que nos exhorte a orar Aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues Él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos capaces de recibir los dones que nos prepara.”

Por último, también hemos de tener en cuenta que en algunos casos Dios nos hace esperar siempre, sin concedemos nunca lo que pedimos, no porque no nos oiga, como fácilmente, a veces, suponemos, sino porque lo que pedimos no nos conviene, sea porque nos facilitará algún mal, sea porque impedirá la consecución de algún bien mayor que Él tiene dispuesto para nosotros.

También debemos recordar, de manera muy especial, que la oración es la medida de nuestro amor a Dios. Por eso la santa Misa, expresión sublime de la oración, es una continua plegaria de alabanza y súplica al Señor, y es la oración que más le agrada, por eso debemos participar con devoción.

En la oración se va fortaleciendo nuestra relación con Dios, se van renovando los propósitos de santidad y lo más maravilloso de la oración es que vamos aprendiendo a amar sinceramente a Dios… no puede amar a Dios quien no tiene a ratos a solas con Él. Tal vez al despertarme (me persigno, le ofrezco el día a Él), antes de comer, le pido que bendiga los alimentos; antes de trabajar, se lo ofrezco todo; antes de cocinar, de limpiar, o al barrer. Voy caminando por la calle y rezo interiormente un Padre Nuestro, o un Gloria, o un ave María… o una jaculatoria, etc. Siempre puedo tener momentos de oración, y mejor todavía si puedo ir a visitar al Señor en el sagrario.

Por otra parte, cabe destacar también que en la oración, se dice que no existen las máscaras; porque estamos cada uno de nosotros ante Dios tal cual somos porque Dios ve los corazones: y nos ve con nuestros defectos, con nuestras miserias, con nuestros dolores, sufrimientos, penas… pecados. Pero también nos ve con nuestras buenas intenciones, con nuestros deseos de cambiar, de buscar la santidad, de hacer su voluntad, de pedirle perdón. Nos ve que vamos a misa, que le ofrecemos nuestras acciones, que sufrimos con paciencia, que queremos aprender a amarlo cada vez más y mejor. Y Dios quiere que le recemos, que hablemos con Él, que le contemos nuestras cosas y le pidamos sus gracias.
Es en la oración donde el alma va aprendiendo a Amar a Dios, porque allí es donde vamos descubriendo que Dios nos ama tal cual somos, con todos nuestros defectos y nuestras buenas intenciones, y necesariamente, el alma que va creciendo en el amor de Dios, aprende también a amar a los demás hombres. Sí, Dios nos ama porque ama al pecador, pero no al pecado: es por eso que debemos ir aprendiendo a dejar atrás el pecado que Dios desea ir quitando de nuestras vidas, porque solamente eso Él no quiere de nosotros y en nosotros, por eso hay que ir quitándolo.

Es propio del que ama de verdad, amar también aquello que ama el amado. Y si Dios ama a todos los hombres y a todos ofrece el paraíso, también nosotros debemos amar a los demás. Rezando por ellos, ayudándolos a ser mejores comenzando por nuestro ejemplo, pero sobre todo practicando siempre la caridad… en el trato, en el hablar bien de los demás, en ver primero sus virtudes antes que sus defectos, en ofrecer ayuda a quien la necesite, etc. Invitando a misa o a rezar… eso sólo ya es mucho y una gran obra de caridad, de amor a Dios y al prójimo: buscar más almas que lo amen.

Jesucristo le ofreció el cielo tanto a San Juan, el discípulo amado, como a Judas, el traidor… y por los dos le pidió con insistencia a su Padre del Cielo mediante la oración y su sacrificio. Podrán algunos hombres desaprovechar las oraciones que nosotros, como iglesia de Cristo, elevamos constantemente a los cielos, no importa. Nosotros no debemos cansarnos de pedirle a Dios sus gracias en bien de las almas, porque tenemos la certeza que nos da la fe de que muchas almas se salvarán gracias a nuestras insistentes oraciones. Dios mediante, comenzando por la nuestra.

Que María santísima, medianera de todas las gracias, nos conceda la perseverancia en la confianza y vida de oración para santificarnos y alcanzar así la gloria del Cielo.

P. Jason, IVE.

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