LA PREHISTORIA DE CRISTO – FULTON SHEEN

En la inmensidad de la eternidad, la palabra estaba con Dios. Pero hubo un momento en el tiempo en que Él no había venido de la Divinidad, tal como hay un momento en que un pensamiento de la mente humana no ha sido formulado todavía. 

Fulton Sheen

El Señor que había de nacer de María es la única persona del mundo que tuvo alguna vez una prehistoria; una prehistoria a estudiar no en el cieno primigenio y en las selvas primitivas, sino en el seno del eterno Padre. Aunque apareció como el hombre de las cavernas en Belén, ya que nació en un establo franqueado en la roca, su comienzo en el tiempo como hombre careció de comienzo, como Dios en la inmensidad de la eternidad. Sólo progresivamente fue revelando su divinidad, y esto no fue debido a que fuera creciendo en la conciencia de su divinidad, sino más bien a su deseo de no apresurarse a revelar el propósito de su venida. Al comienzo de su evangelio, refiere san Juan la prehistoria de Cristo como Hijo de Dios:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios; y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por Él, y sin Él nada fue hecho. (Jn 1, 1-3)

«En el principio era el Verbo.» Todo lo que hay en el mundo ha sido hecho conforme al pensamiento de Dios, pues todas las cosas exigen el pensamiento. Todo pájaro, toda flor, todo árbol fueron hechos conforme a una idea que existía en la divina mente. Los filósofos griegos sostenían que el pensamiento era algo abstracto. Ahora bien, el pensamiento o la Palabra de Dios se nos revelan como algo personal. La sabiduría es revestida de personalidad. Antes de su existencia terrena, Jesucristo es eternamente Dios, la sabiduría, el pensamiento del Padre. En su existencia terrena, Él es aquel pensamiento o Palabra de Dios que habla a los hombres. Las palabras de los hombres desaparecen cuando han sido concebidas y pronunciadas, pero la Palabra de Dios es pronunciada eternamente y jamás puede dejar de ser pronunciada. Por medio de su Palabra, el eterno Padre expresa todo lo que Él entiende, todo lo que Él conoce. Así como la mente conserva consigo misma por medio del pensamiento y ve y conoce el mundo merced a su pensamiento, el Padre se contempla a sí mismo como en un espejo en la persona de su Palabra. La inteligencia finita necesita muchas palabras para expresar ideas; pero Dios habla una vez por todas consigo mismo, una sola Palabra que alcanza el abismo de todas las cosas que son conocidas y pueden ser conocidas. En esa Palabra de Dios se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría, todos los secretos de las ciencias, todas las formas de las artes, todo el saber de la humanidad. Pero este saber, comparado con la Palabra, es solamente la sílaba más insignificante.

En la inmensidad de la eternidad, la palabra estaba con Dios. Pero hubo un momento en el tiempo en que Él no había venido de la Divinidad, tal como hay un momento en que un pensamiento de la mente humana no ha sido formulado todavía. Así como el sol nunca está sin su resplandor, así el Padre no está jamás sin su Hijo; y así como el pensador no está sin un pensamiento, de la misma manera, en grado infinito, la divina mente no está nunca sin su Palabra. Dios no pasó las eternas edades en una sublime actividad solitaria. Tenía una Palabra con Él, que era igual a Él mismo.

Todo fue hecho por Él y nada sin Él fue hecho. De todo ser Él era la vida; y la vida era la luz de los hombres. Y la luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no han podido alcanzarla. (Jn 1, 3-5)

Todo lo que existe en el espacio y en el tiempo, existe en virtud del poder creador de Dios. La materia no es eterna; el universo posee una personalidad inteligente que lo respalda, un arquitecto, un constructor, un sustentador. La creación es obra de Dios. El escultor trabaja con mármol, sobre el lienzo trabaja el pintor, pero ninguno de ellos puede crear propiamente nada. Realizan nuevas combinaciones con cosas ya existentes, pero nada más. La creación es obra exclusivamente de Dios. Dios escribe su nombre en el alma de cada ser humano. La razón y la conciencia son el Dios que tenemos dentro de nosotros en el orden natural.

Los padres de la primitiva Iglesia solían hablar de la sabiduría de Platón y de Aristóteles como si se tratara del Cristo inconsciente que tenemos dentro de nosotros. Los hombres son a manera de muchos libros que salen de la prensa divina, y si ninguna otra cosa se halla escrita en ellos, por lo menos el nombre de su Autor se encuentra grabado en la última página. Dios es como la marca de agua del papel, sobre la cual puede escribirse sin que desaparezca jamás.

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