Acto de confianza
San David Uribe, sacerdote;
Mártir de la eucaristía
Estoy convencido Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti y de que no puede faltar cosa alguna a los que aguardan de Ti todas las cosas, que he determinado vivir en adelante sin ningún cuidado, descargando en Ti todas mis solicitudes.
“Dormiré y descansaré en paz, fiado en tus promesas, porque Tú Señor, de una manera singular has llenado mi corazón de verdadera y sólida esperanza”. Pueden los hombres despojarme de los bienes y de la honra; pueden las enfermedades privarme de las fuerzas y medios para servirte; es más, puedo yo por mi culpa perder tu gracia pecando, pero jamás perderé la esperanza en tu misericordia, antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida, y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno para arrancármela.
Esperen otros la dicha de sus riquezas y de sus talentos; descansen otros en la inocencia de su vida, o en la esperanza de sus penitencias, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones: en cuanto a mí, Señor, toda mi confianza se funda en mi misma confianza: “porque Tú, Señor, de una manera singular has llenado mi corazón de verdadera y sólida esperanza”.
Confianza semejante nunca salió fallida a nadie: “nadie esperó en el Señor y quedó burlado”. Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero. “En Ti, Señor, tengo puesta mi esperanza”; no seré eternamente confundido. Conozco, es verdad, demasiado, conozco que soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas, he visto caer estrellas del cielo y estremecerse las columnas del firmamento, pero nada de eso logra acobardarme si Tú estás conmigo, y lo estarás siempre mientras yo espere en Ti. Así estoy a salvo de toda desgracia y cierto estoy también, de que esperaré siempre, porque espero de Ti esa esperanza invariable. En fin, para mí es seguro ¡oh Dios mío!, que nunca será demasiado lo que espere de Ti y nunca tendré menos de lo que hubiere esperado.
Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes, y me defenderás en medio de los ataques más furiosos y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, sin reserva y sin límites. Y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse ¡oh Dios mío!, espero en Ti mismo, y así confío que después de haberte conocido, amado y servido en el tiempo, tendré la dicha de verte y gozarte por toda la eternidad. Amén.
¡Llenemos el Cielo de oraciones!
Desde Tierra Santa
Queridos amigos, queridos muchísimos amigos:
Como ya todos saben, el pasado 7 de octubre cambió absolutamente el ambiente en Tierra Santa y más allá, pues ha hecho eco, y ese eco se sigue extendiendo. Personalmente, me encontraba en el jardín con el hermano Diego poniendo los letreros nuevos de la oración a santa Ana y san Joaquín, y estábamos realmente felices pues cada último arreglo en el monasterio, por pequeño que fuera, había sido realizado gracias a la ayuda de los últimos grupos que nos venían a visitar de manera cada vez más seguida. Pero a eso del mediodía revisé el teléfono, y vi que me estaban entrando un montón de mensajes preguntando si estábamos bien, a partir de los cuales revisamos las noticias y nos encontramos ante esta triste realidad que desde entonces sigue azotando esta bendita tierra y sus contornos, triste acontecimiento ante el cual no hay más que doblar las rodillas ante el sagrario y redoblar las oraciones y los sacrificios suplicando por el fin de esta guerra que como siempre y como todas, no deja de golpear y llevarse con ella a tantos inocentes y dejando dolor por donde pasa y más allá, pues la injusticia de sus males grita fuerte y los dolores que genera llegan lejos, llegan dentro, y no pueden pasar desapercibidos por nuestros corazones y los de todos aquellos que hoy por hoy miran hacia Tierra Santa con aflicción…, pero no tan sólo aquí, pues en diversas partes del mundo este mal tiene sus sucursales de sufrimiento. Sin embargo, ante esta triste realidad que nos ha envuelto con su sombra, quiero compartir con ustedes también aquella otra realidad que para muchos está pasando desapercibida, una realidad que aun en medio de todo este dolor arrastra aires de consuelo, consuelo sobrenatural, claro, aquel en sabe ofrecer esperanza entre las lágrimas, aquel que ofrece paz interior al que pone sus ojos en el Cielo, aquel que entusiasma y mueve a abrazar la cruz de Cristo y la nuestra con todas nuestras fuerzas, con toda su crudeza, sí, pero también con aquella misteriosa convicción de que “todo ocurre para el bien de los que aman a Dios”, palabras difíciles de comprender en circunstancias tan oscuras como estas, pero no por eso menos verdaderas pues son palabra de Dios y Dios no miente, y es Él mismo quien no deja de ofrecer su eternidad a todos aquellos que, pese a todo sufrimiento, perseveren con fe hasta el final. Esa realidad, esa consoladora realidad, es el aquella que nos dice que nuestro Dios nos ama tanto, que aun en medio de toda esta situación no deja de sacar bienes; porque su paterna bondad no deja de abrirse paso entre los escombros, ni entre las heridas más profundas o ante la angustia más cruel. Sé bien lo difícil que puede ser leer estas palabras, pero no deseo más que compartirles lo que desde este lugar, y en medio de todo esto, no dejamos de contemplar con gran esperanza sobrenatural; pues no podemos llegar a percibir los bienes sobrenaturales, reitero, que se están suscitando y extendiendo al mismo tiempo que el mal desea hacerlo, y que son más poderosos, porque apuntan hacia el Cielo, porque hacen milagros en las almas: no podría en este momento contar la cantidad de mensajes de apoyo desde tantas partes del mundo que nos han llegado a partir de aquel oscuro y terrible 7 de octubre; no podemos mensurar la cantidad de personas que están comprometiendo sus oraciones y sacrificios por la paz en Medio Oriente y en el mundo entero, formando parte de una especie de cruzada espiritual en la que cada día se unen más corazones para clamar al Cielo por el fin de la guerra, es decir, todo este mal que es ciertamente real, cruel, horrible, y sin embargo no ha podido impedir el obrar de Dios en tantos corazones que, movidos por la compasión, por la fraternidad, por la misma fe, han comenzado a sentirse y saberse enardecidos por la el santo deber cristiano de rezar unos por otros, especialmente por los más necesitados. Con esto, obviamente, no pretendo aminorar en nada esta espantosa calamidad, ¡nada de eso!: debemos seguir rezando más y más para que todo esto termine y no haya más víctimas inocentes ni de uno ni de otro bando, ¡ni de ninguna parte!; lo que estamos diciendo es que debemos continuar y hacer imparable este bien espiritual de la oración y el sacrificio ofrecidos por el término de las guerras y por el bien espiritual de tantas almas que quizás se han podido mantener en pie gracias a estas oraciones y sacrificios que se están uniendo con constancia y confianza a la gracia de Dios que es la que concede fortaleza y la esperanza sobrenatural. “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” dice Jesucristo, sí, el Hijo de Dios y Dios verdadero, el que “nos sostiene en nuestras luchas”; ahora bien, desde todo el mundo no somos solamente dos o tres sino innumerables corazones, y cada vez más, los que estamos rezando y llenando el Cielo de oraciones y sacrificios en este momento, unidos por esta noble causa y santa obligación de amor; pero no sólo eso, sino que muchas personas a partir de esta generosidad en elevar fielmente sus plegarias, han comenzado a recibir hermosas gracias en recompensa, especialmente gracias de conversión, que han encontrado una veta de entrada en sus corazones a partir de la compasión por sus hermanos más necesitados; muchas almas se están comprometiendo con Dios en este momento; muchas almas que antes no lo hacían están comenzando a rezar; muchas almas que en el mundo habían tomado cierta distancia de otras por diversas razones, se están uniendo ahora para presentar al Cielo sus ofrendas espirituales en favor de los demás. Nos han escrito personas de otras religiones comprometiendo sus oraciones por nosotros; nos han llegado mensajes de personas que hace años habían dejado de asistir a la Iglesia para decirnos que nos tienen presente en sus oraciones; acá mismo, sólo Dios sabe cuántas almas se habrán acercado al sacramento de la confesión de cara a la posibilidad de tener que presentarse ante el Creador solamente con sus obras, es decir, lo que hemos hecho con el don de la vida; cuántas personas en los lugares más afectados se han reunido en las iglesias para rezar como nunca antes lo habían hecho, descubriendo y aferrándose al hermoso tesoro de saberse en paz con Dios, de tener la certeza de encontrarse entre sus amigos más cercanos, sus íntimos, por saberse en gracia y estar ahora sincera y confiadamente abandonados a su santa voluntad; cuántos grupos de oración se han revitalizado o se han formado, incluso entre las familias; cuántas cadenas de oración se han ido extendiendo; cuántas novenas, triduos, peregrinaciones, etc., han comenzado en estos días para seguir llenando el Cielo, como hemos dicho, de oraciones y sacrificios; cuántas familias se han acercado o reconciliado con sus seres queridos, especialmente los que están en los lugares de mayor peligro, etc.
La lista podría ser bastante más extensa, pero creo que con esto es suficiente para dar una pincelada acerca de lo que desde acá podemos constatar y deseamos compartirles, un ápice de aquellos bienes ocultos y fecundísimos que, pese a todos estos sufrimientos, no dejan de abrirse paso silenciosamente hasta llegar a lo más profundo de las almas que más los necesitan, todo gracias a la bondad divina y a vuestras valiosísimas oraciones y sacrificios.
Queridos todos, sigamos rezando por favor, sigamos ofreciendo y no dejemos, no nos cansemos de golpear las puertas de los Cielos pidiendo el fin de esta y de todas las guerras.
Desde este sencillo lugar, correspondemos a vuestras plegarias con las nuestras, y pedimos especialmente por medio de la Sagrada Familia, que Dios siga bendiciendo vuestra bondad y ofrecimientos con abundantes gracias espirituales; y les pedimos también unirse a una especial petición que llevamos haciendo desde hace un tiempo y ahora más que nunca deseamos compartir: que Dios suscite grandes santos en estos tiempos difíciles, para que con sus oraciones y ejemplos nos sostengan y “arrastren” con su caridad a incontables almas para el Cielo.
P. Jason, IVE.
Monasterio de la Sagrada Familia.
El Papa convoca para el 27 de octubre una Jornada de Oración y Ayuno por la Paz
Refrigerio de las almas sedientas
P. Gustavo Pascual, IVE.
El agua nos reconforta después de una larga travesía, nos refresca y calma nuestra sed. No hay nada mejor para un caminante, que ha caminado mucho, que el agua.
¡Muy necesario es el refrigerio para el alma agostada por el fuego de las pasiones! Cuando la pasión ha quemado nuestro corazón y cuando el corazón hecho fuego se ha vuelto un bosque encendido, es decir, cuando la pasión nos ha llevado al pecado y el pecado se ha vuelto vicio, el alma busca un refrigerio. Quiere salir de su estado, pero las llamas la envuelven nuevamente y otra vez se enciende. Hay bosques que arden por mucho tiempo como corazones apasionados que se queman en sus vicios y desean un alivio, un refrigerio y parece casi imposible la paz.
¿Dónde encontrarán estas almas el refrigerio? En María. Ella es refugio de pecadores. Ella alcanzará la gracia necesaria y moverá el corazón para que se vuelva definitivamente a Dios y deje de arder en ese fuego lacerante. Ella dará el refrigerio que tanto anhela aquella alma abrazada que vive como en un infierno. El alma quiere salir de su estado y no puede. Sale por momentos y vuelve a encenderse por sus malas pasiones. María, si recurrimos a ella sinceramente y con fe, nos sacará de ese estado de tormento. En definitiva, el alma tiene sed de Dios, quiere retener a Dios sin dejarlo partir, pero el amor desordenado a las criaturas no se lo permite.
Ella dice en el Cantar de los cantares que Dios la ha colocado en el mundo para ser nuestra defensa: “Yo soy muro y mis pechos como una torre: Desde que me hallo en su presencia he encontrado la paz” (Ct 8, 10). Y por eso ha sido constituida mediadora de paz entre Dios y los hombres: De aquí que san Bernardo anima al pecador, diciéndole: “Vete a la madre de la misericordia y muéstrale las llagas de tus pecados y ella mostrará (a Jesús) a favor tuyo sus pechos. Y el Hijo de seguro escuchará a la Madre”. Vete a esta madre de misericordia y manifiéstale las llagas que tiene tu alma por tus culpas; y al punto ella rogará al Hijo que te perdone por la leche que le dio; y el Hijo, que la ama intensamente, ciertamente la escuchará. Así, en efecto, la santa Iglesia nos manda rezar al Señor que nos conceda la poderosa ayuda de la intercesión de María para levantarnos de nuestros pecados con la conocida oración: “Señor, Dios de misericordia, fortalece nuestra fragilidad a fin de que, honrando la memoria de la Santa Madre de Dios, nos levantemos del abismo de nuestros pecados por su auxilio e intercesión”[1].
María puede refrescar a esta alma en este estado y ganarla definitivamente para Dios.
Hay, sin embargo, una sed mayor, no ya de las almas que buscan a Dios porque lo han perdido sino de las almas que tienen a Dios, pero tienen sed de poseerlo más plenamente, más permanentemente, más profundamente.
¿Dónde encontrarán estas almas el refrigerio? En María. Ella es la mujer mística, la que vive intensamente la unión con Dios. Ella es maestra de vida interior, la que ha recorrido el camino de la unión con Dios, pero de una forma extraordinaria. Fue concebida en unión con Dios. Fue llamada en un momento en que su gracia era plena, “llena de gracia”, y creció durante su vida en gracia, en unión con Dios.
Toda alma que quiera llenarse de Dios, que quiera apagar su sed de vida interior tiene que recurrir a María. Ella es camino expedito para llegar a Jesús. Ella trajo su Hijo a los hombres y ella lleva a los hombres hasta su Hijo. No hay mejor camino porque de haber mejor camino Cristo lo hubiese elegido.
Los oasis son raros en el desierto, de tal manera, que si el caminante del desierto no da con ellos muere de sed. Pero María no es difícil de hallar. Está siempre a nuestro lado porque es nuestra Madre y ¿qué buena madre no permanece siempre cercana al hijo? María, así como estuvo siempre al lado de Jesús está cercana a nosotros desde que Cristo traspasó su maternidad sobre nosotros.
No hace falta gritar ni buscar desesperadamente. María no es un espejismo que nos ilusiona y desaparece. María está realmente cerca de nosotros. Basta un susurro pidiendo su ayuda y ella recurrirá a ayudarnos. Ella es Madre de esperanza que se nos hace encontradiza con rapidez para que acabe nuestra espera y no nos asalte el mal de la desesperanza.
María viene en nuestra ayuda para que la sed no nos agoste, para que no nos debilite, porque la sed es una de las cosas que menos puede sufrir el hombre. Tanto la sed de Dios que tiene el hombre cuando no puede salir de su pecado como la sed que tiene el alma santa. La sed de Dios consume al hombre y María viene en su ayuda para que no muera en el camino y le da el agua en abundancia, de acuerdo a su necesidad. A los primeros el agua necesaria para salir de su pecado, que es una gracia actual, y a los santos el agua sin medida de acuerdo a su deseo y en la medida que Dios ha dispuesto para ellos. Ambas las da María en el tiempo oportuno. Ni antes ni después. No antes para que la sed crezca y se desee el refrigerio de su gracia. No después porque el alma desesperaría y Dios no permite la prueba más allá de la que cada uno pueda sobrellevar.
¡Cuántas veces María habrá llevado de la fuente de Nazaret agua a su esposo y a su Hijo sedientos por el trabajo del día! Así lo hará con nosotros cuando las fatigas de cada día nos agobien, cuando volvamos sedientos en busca de un refrigerio, cuando nuestras fuerzas desfallezcan.
¡María no nos abandones, acude en nuestra ayuda cuando tengamos sed de Dios para que nunca nos separemos de Él y crezca cada día más nuestra unión con Él hasta la saciedad de la vida eterna!
[1] San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María 2, 2
Oración por la paz
del Papa Francisco
Oración por la paz
Señor Jesús, ante ti quiero volcar el espanto por el horror y el error de la guerra.
Me sangra el corazón por los ayes del sufrimiento de miles de seres humanos
que se ven envueltos en un conflicto que no quieren ni han creado.
Ante ti, Señor, me pregunto:
«¿Qué precio tiene la paz?, ¿a qué acciones nos reta?».
Ayúdanos, Señor, a humanizar la sociedad, abriendo nuestro corazón
a una cultura de la ternura y la paz, favorecedora de bienestar social.
Para que la paz sea eficaz, todos debemos comprometernos
con actitudes auténticas de sana humildad.
Una actitud del corazón y una comprensión de la mente
que deja a los otros ser ellos mismo, con todos los derechos de ser humanos.
Dios Padre de todos, danos ojos grandes para ver y mirar a los demás
como hermanos y hermanas a quienes debemos solo amar y respetar.
Y saca de nuestro interior la violencia
y el gesto amenazador que hiere y aplasta a los demás.
Tú nos dices: «Mi paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» .
Que tu Espíritu nos infunda la serena confianza.
Tú fuiste víctima de la violencia que te llevó a la muerte en cruz.
Que tu resurrección nos lleve a realizar el sueño amoroso de la paz
y de la felicidad que Dios quiere para sus hijos e hijas amadas.
Amén
Las obras: el traje de gala
Homilía: Domingo XXVIII del tiempo Ordinario, Ciclo A
P. Jason, IVE
Oración por la paz
Para rezar especialmente en estos momentos
(San Juan Pablo II)
Dios de nuestros padres, ¡grande y misericordioso!
Señor de la vida y la paz, Padre de todos los hombres.
Tu voluntad es la paz, no un tormento.
Condena la guerra y derroca el orgullo de los violentos.
Enviaste a tu Hijo Jesucristo para predicar la paz
a los que están cerca de Él y a otros que no lo están tanto,
y unir a todas las razas y generaciones en una sola familia.
Oye el grito de todos tus hijos, motivo de angustia de toda la humanidad.
Que no haya más guerra, esta mala aventura de la que no hay vuelta atrás,
que no haya más guerra, este torbellino de la lucha y la violencia.
Haz que se detenga la guerra (…)
que amenaza a tus criaturas en el cielo, en la tierra y en el mar.
Con María, la Madre de Jesús y la nuestra, te rogamos,
habla a los corazones de las personas responsables de la suerte de las naciones.
Destruye la lógica de la venganza
y danos a través del Espíritu Santo ideas de nuevas soluciones, generosas y nobles,
en el diálogo y la espera paciente,
más fructíferas que los actos violentos de la guerra.
Padre, concede a nuestros días los tiempos de paz.
Que no haya más guerra.
Amén.
Ejemplos de muertes santas
La muerte
San Alberto Hurtado
Meditación de unos Ejercicios Espirituales predicados por Radio ‘Mercurio’, entre el lunes 7 y sábado 12 de Mayo de 1951. Un disparo a la eternidad, pp. 208-215.
Si no fuera más que para afrontar con serenidad la muerte, y con alegría la vida, ya la fe tendría plena justificación. Cuántas anécdotas, mis hermanos, podría narraros de las dulces muertes que he visto o he leído descritas. Permitidme recordaros la de once marineros españoles, muertos en los días trágicos del terrorismo rojo en España. La última noche de su vida les interroga el alcaide cuál es su suprema voluntad y ellos contestan: un sacerdote que nos confiese. Pasan la noche en íntima comunicación con él y uno de ellos le dice: “Padre, qué dicha la nuestra, somos once, entre nosotros no hay ningún Judas y Ud. representa a Cristo”. El fusilamiento debía tener lugar a las seis, uno mira el reloj y dice: “Amigos, que estafa, son las 6 1/2. Nos han robado media hora de cielo”.
Vosotros recordareis al sacerdote colombiano que entre nosotros hizo tanto bien, el Rev. Padre Juan María Restrepo, él no pudo ver la muerte de su madre, pero su hermano, senador colombiano se la describía así.
Se fue apagando su vida
en un dulce agonizar,
sin estertores ni gritos,
ni angustioso forcejear,
como en la playa de arena,
duermen las olas del mar,
como al caer de la tarde
muere la lumbre solar…
Dios la llamaba del Cielo
y al Cielo se fue a morar…
Junto al lecho arrodillados
la miramos expirar,
sin alaridos ni gritos,
de vana inconformidad.
Apenas si se escuchaba
tenuísimo sollozar
de quienes saben que el viaje
es un viaje y nada más
y que en la orilla lejana
nos volveremos a hallar,…
La madre nos dijo: Hijitos
los espero en el hogar.
Hasta luego madrecita
ayúdanos a llegar.
No resisto a leeros estas líneas encontradas en el bolsillo de la chaqueta de un soldado norteamericano desconocido destrozado por una granada en el campo de batalla: “Escucha, Dios…, yo nunca hablé contigo. Hoy quiero saludarte: ¿cómo estás? ¿Tú sabes…? Me decían que no existes y yo, tonto de mí, creí que era verdad. Yo nunca había mirado tu gran obra. Y anoche, desde el cráter que cavó una granada, vi tu cielo estrellado y comprendí que había sido engañado… Yo no sé si tú, Dios, estrecharás mi mano; pero voy a explicarte y comprenderás… Es bien curioso: en este horrible infierno he encontrado la luz para mirar tu faz. Después de esto, mucho que decirte no tengo. Tan sólo que me alegro de haberte conocido. Pasada medianoche habrá ofensiva. Pero no temo: sé que tú vigilas. ¡La señal!… Bueno, Dios: ya debo irme… Me encariñé contigo… aún quería decirte que, como tú lo sabes, habrá lucha cruenta y quizás esta misma noche llamaré a tu puerta. Aunque no fuimos nunca muy amigos, ¿me dejarás entrar, si llego hasta ti? Pero… ¡si estoy llorando! ¿Ves, Dios mío?, se me ocurre que ya no soy impío. Bueno, Dios: debo irme… ¡Buena suerte! Es raro, pero ya no temo a la muerte”.
Exposición del Padre Nuestro
San Francisco de Asís
Oh santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro.
Que estás en el cielo: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para el conocimiento, porque tú, Señor, eres luz; inflamándolos para el amor, porque tú, Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien. Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.
Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.
Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.
Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti.
No nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, súbita o importuna.
Y líbranos del mal: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre, etc.