Consagración al Sagrado Corazón de Santa Margarita María de Alacoque

Yo N.N. me dedico y consagro al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo; le entrego mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, para no querer ya servirme de ninguna parte de mi ser sino para honrarle, amarle y glorificarle. Esta es mi irrevocable voluntad: pertenecerle a El enteramente y hacerlo todo por amor suyo, renunciando de todo mi corazón a cuanto pueda disgustarle.

Te tomo, pues, Corazón divino, por único objeto de mi amor, por protector de mi vida, seguridad de mi salvación, remedio de mi fragilidad y mi inconstancia, reparador de todas las faltas de mi vida, y mi asilo seguro en la hora de la muerte. Sé, pues, Corazón bondadoso, mi justificación para con Dios Padre, y desvía de mí los rayos de su justa indignación. Corazón amorosísimo, en ti pongo toda mi confianza, porque, aun temiéndolo todo de mi flaqueza, todo lo espero de tu bondad. Consume, pues, en mi todo cuanto pueda disgustarte o resistirte. Imprímase tu amor tan profundamente en mi corazón, que no pueda olvidarte jamás, ni verme separado de ti. Te ruego encarecidamente, por tu bondad, que mi nombre esté escrito en ti. Ya que quiero constituir toda mi dicha y toda mi gloria en vivir y morir llevando las cadenas de lo esclavitud. Así sea.

Las Bienaventuranzas de santo Tomás Moro

Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben callar y escuchar porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio,porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por los imprevistos.
Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreir cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aun cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobretodo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.

Oración para pedir los Dones del Espíritu Santo

 Ven, Espíritu Santo, y concédenos el don de la Sabiduría, que dándonos a conocer la verdadera dicha, nos separe de las cosas del mundo y nos haga gustar y amar los bienes celestiales.

Gloria.

Ven, Espíritu Santo, y concédenos el don del Entendimiento, para que más fácilmente conozcamos y penetremos las verdades y misterios de nuestra fe.

Gloria.

Ven, Espíritu Santo, y concédenos el don del Consejo, que nos haga elegir en todo momento lo que contribuya más a la gloria de Dios y a nuestra propia santificación.

Gloria.

Ven, Espíritu Santo, y concédenos el don de la Fortaleza, que haciéndonos superar todos los obstáculos que se oponen a nuestra salvación, nos una tan íntimamente a Dios nuestro Señor, que nada ni nadie pueda separarnos de Él.

Gloria.

Ven, Espíritu Santo, y concédenos el don de la Ciencia, que nos de el perfecto conocimiento de Dios y de nosotros mismos así como de los medios que debemos poner en práctica y de los peligros que debemos evitar para llegar al cielo.

Gloria

Ven, Espíritu Santo, concédenos el don de la Piedad, que nos conduzca a cumplir con facilidad todo lo que sea del servicio de Dios y nos haga encontrar dulce y ligero el yugo del Señor.

Gloria.

Ven Espíritu Santo, y concédenos del don del Temor de Dios, que nos haga evitar con el mayor cuidado, en todos los instantes de nuestra vida, todo lo que pueda desagradar a nuestro Padre celestial.

Gloria.

Ven, Espíritu Consolador, Padre de los pobres, Esposo y suave refrigerio de las almas; ven y enriquécenos con las misericordias de tus siete dones, y danos con ellos tus preciosos frutos, a fin de que con tu divina asistencia guardemos puro nuestro corazón en la tierra y merezcamos después ver a Dios eternamente en el cielo. Así te lo pedimos por Cristo Señor nuestro que contigo y el eterno Padre vive y reina por los siglos de los siglos. Amén

Oración para antes del estudio

Escrita por Santo Tomás de Aquino
Inefable Creador, que dispusiste tan primorosamente el universo, y recurriendo a tu sabiduría, sobre el empíreo diseñaste, con orden admirable, la triple jerarquía de los ángeles; Tú, principio eminentísimo, que eres llamado fuente de luz y de sabiduría, infunde tu claridad sobre las dos tinieblas de mi mente con las cuales he nacido, removiendo ambas, la del pecado y la ignorancia.
Tú que haces elocuente la lengua de los niños, habilita la mía, y pon tu bendición sobre mis labios. Dame agudeza para entender, capacidad para retener, facilidad y método para aprender, sagacidad para interpretar, y tu abundante ayuda para hablar. Muéstrame el ingreso, dirige mi progreso, y concédeme el éxito. Tú verdadero Dios y verdadero hombre, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Vía Crucis

Quisiera caminar Señor contigo

la senda del Calvario que te viera

herido de dolor, y en tal manera

que triste el mismo Cielo fue testigo…

P. Jason Jorquera Meneses, IVE.

Por la señal . . .

 Oración  inicial

Oh Virgen de los dolores que, junto a tu divino  Hijo fuiste en la cruz verdaderamente traspasada en tu adorable corazón de madre, te suplico me alcances la gracia del sincero arrepentimiento, para llorar con mi vida mis pecados, para pregonar con mis obras la misericordia divina, para abrazar mi cruz de cada día con la constancia, paciencia y fortaleza de tu Hijo; y para que el dolor de mis ofensas se convierta en vástago de virtudes que me asemejen al Divino sufriente.

Madre dolorosa, de pureza inmaculada y alma transida, enséñame a contemplar en la heridas de tu Hijo amado aquel amor inefable que junto con su sangre no ha cesado de fluir y derramarse por los hombres; haz que pueda acompañarlo hacia el Calvario con fidelidad acrisolada para ser crucificado junto con Él.

Virgen santa, tú que caminaste con tu Hijo hacia la cruz, conduce también mis pasos para que pueda alcanzar a Aquel que se entregó por mí y presentarme ante Él con sincera y viva contrición. Amén.

 Virgen de los dolores, ruega por nosotros

 1ª ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Jesús oye al furioso

pueblo que pide sentencia,

tan sereno y silencioso

cuan colmado de clemencia:

ya comienza, entre insolencias,

su camino tormentoso.

 Continúas, Jesús mío, aquel magnífico sermón viviente que comenzaste en Getsemaní. ¿No dices nada?, ¿no reprochas las falsas y perversas acusaciones?, ¿hasta dónde llega tu amor por los hombres? Oh Cordero de Dios, que aceptas silencioso la voluntad del Padre; que eres entregado por aquellos mismos que has venido a salvar; que oyes la sentencia inicua de los labios del pueblo elegido para recibir primero la redención; que viniste a liberar del pecado y a cambio recibes condena: ¿dónde están todos aquellos que sanaste?, ¿dónde fueron los que entre alabanzas te recibieron al entrar en Jerusalén?, ¿dónde están aquellos que te seguirían hasta la muerte?; han huido, se escondieron y te abandonaron.

Considera, alma mía, cuántas veces te has hecho partícipe de aquella  aberrante sentencia cada vez que en vez de gratitud devolviste males, cada vez que rechazaste la divina gracia y prefiriéndote a ti misma, a tus gustos y placeres, gritaste también con tus obras: ¡crucifícalo!, ¡que sea crucificado!

¿Qué mal ha hecho? Pregunta Pilato; ¿qué bien no ha hecho? Reprocha mi conciencia: todo lo ha hecho bien, nos responde la Escritura (Mc 7,37).

 Muéstrame, Señor mío, el camino por donde quieres que te siga, muéstrame en cada acción de mi vida la voluntad divina de tu Padre y concédeme la gracia de aceptarla gustoso como tú lo hiciste.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

 2ª Estación: Jesús carga con su cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Abrazando con tesón

el madero de la cruz que cargará

ocultando su blasón,

manifiesta su perdón

y en ejemplo vivo se convertirá.

 Oh mi buen Jesús, llega la hora de cargar sobre tus sacratísimos hombros mis innumerables pecados. Cuanto más pesadas son mis faltas tanto más se derrama tu misericordia sobre mí; ¿por qué cargas Tú mi sentencia?, ¿por qué padeces Tú mi castigo? Señor mío y Dios mío, ahora bien comprendo tus amores, ahora sé bien que te entregaste para concederme vida: misteriosamente eres la misma hostia y la patena que se ofrece al Padre. Todos te observan, pero nadie te ayuda; los hombres se mofan, los cielos se conmueven, mas tú perseveras sin la más mínima queja, abrazando la cruz que llaga lentamente tu santo cuerpo mientras sana nuestras heridas.

Considera alma mía lo que el Señor quiere enseñarte: el Divino Inocente puesto en tu lugar, asumiendo tus pecados y padeciendo silencioso aquel tormento ignominioso cuando tú te quejas de pequeñeces y palabras vanas. El Cordero de Dios carga tus culpas en su cruz y tú alegas por unas pocas astillas. Aprende junto con Él a recorrer la senda hacia el Calvario pues ella es la puerta estrecha que conduce al Reino de los cielos; la perla preciosa escondida en el lodo que hacia el final deslumbrará mostrando toda la hermosura que ahora esconden sus penas pero que dimana destellos de eternidad para quienes sepan apreciarla con los ojos de la fe.

Enséñame Señor a caminar este sendero emulando y asimilando tu paciencia, fortaleza, humildad y amor a la cruz, pero una cruz querida, aceptada y abrazada.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

3ª Estación: Jesús cae por primera vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 Ya los miembros de Jesús

padeciendo cruel espasmo se quebrantan:

bajo el peso de la cruz

sus rodillas ya no aguantan

y sucumbe ante las penas que lo aplastan.

Extenuado bajo el peso de la cruz sucumbe el frágil cuerpo del Mesías pues el cansancio lo abruma y ya sus miembros temblorosos no pueden sostenerlo más. Si Cristo cae no es por voluntad propia sino porque las fuerzas lo abandonan. Cae por mis culpas que son muchas, lo aplastan mis iniquidades.

¿Quién lo ayudará?, ¿los escribas?, ¿los fariseos?, ¿el pueblo?, ¿sus apóstoles?; pues nadie… cae solo y solo deberá levantarse.

Considera alma mía cómo tus caídas han desplomado al Salvador; la maldad de tus pecados ha hecho insoportable el peso de la cruz que por ti carga el Mesías. Observa en esa caída cuánto daño sufre Cristo: la cruz lo aplasta, se incrustan las espinas de su corona, sus rodillas quedan casi deshechas y reviven cruelmente sus dolores. Mira bien el fruto de tu egoísmo, de tu autoconfianza; ¿cuántas veces pretendiste triunfar sin invocar el nombre divino en la batalla?, y qué conseguiste: tan sólo heridas y derrotas que ahora sufre el Cordero inocente.

Levántate ya alma mía y haz la firme resolución de no confiar nunca más en tus fuerzas sino sólo en el auxilio divino que se alcanza únicamente con la fidelidad a la gracia.

Haz Señor, te suplico, que con tu gracia me levante prontamente de mis miserias y pueda cumplir con humildad aquellos propósitos que tantas veces te hice cayendo luego por mi egoísmo.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

4ª Estación: Jesús se encuentra con su santísima Madre

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 ¡Cuán hermosa y triste escena ante mis ojos!

¡Virgen Santa, digna madre del Cordero!,

soportando ver a tu hijo entre despojos

tu alma gime, mas tu amor se queda entero.

 Sus miradas como el oro se fundieron

entre lágrimas de madre en fuego tierno;

corazones que en amor juntos latieron;

palpitar que aquel día se hizo eterno.

 Jesús entre insolencias y humillaciones, entre gritos y salivazos, entre el pretorio y el Calvario es acompañado fielmente por su Madre que intenta con grandes esfuerzos llegar a Él… hasta que finalmente lo consigue. Serán tan sólo unos instantes, pero bastarán para tomar con sus inmaculadas y virginales manos de madre aquellas llagadas, ensangrentadas y temblorosas manos de su Hijo que vio crecer entre las suyas y que tanto recién nacido como ahora besa con ternura angelical.

 ¿Quién conforta a quién? se pregunta el cielo, ¿acaso no van muriendo los dos? interrogan los ángeles, pero María santísima simplemente responde con sus lágrimas: Oh, vosotros cuantos pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada” (Lam 1,2).

Contempla, alma mía, cómo ambas miradas se compenetraron, ambos corazones latieron juntos y ambos aceptaron con misteriosa y santa resignación la voluntad divina del Padre; porque ambos vivían con el alma puesta en el cielo: ¿dónde pones tú los ojos?, ¿dónde pones tus amores?, ¿en el cielo o en la tierra?

Virgen castísima, madre del Cristo sufriente, alcánzame la gracia, te lo ruego, de convertir las amarguras de mi camino en esperanza y consuelo poniendo siempre la mirada de mi alma en las alturas de la eternidad.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

5ª Estación: Jesús es ayudado por el cireneo

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

De los hombres que vino a salvar

quiso ayuda el Salvador

para hacerlos participar

de su misma redención.

 Con vergüenza el cireneo

va a ayudarlo con la cruz,

pero bien comprende luego:

cualquier hombre no es Jesús.

 Jesús, tembloroso y agotado, apenas puede continuar; ha perdido mucha sangre y las consecuencias de los azotes y el cansancio  se dejan ver claramente en todo aquel dañado cuerpo. Entonces el cireneo es forzado a ayudarlo, y lo hace avergonzado y de mala gana, pero pronto comprende que aquella sangre del condenado no fluye solamente por el cuerpo sino que se derrama también por las almas.

Compadécete, alma mía, compadécete de Aquel de quien recibiste compasión. ¿Acaso tu dureza y frialdad son tales que no querrías ayudarlo?, ¿acaso no es la cruz de tus pecados la que carga el Redentor? Ayúdalo tú también, ayúdalo muriendo a tu amor propio, ayúdalo venciendo el respeto humano. ¿Te avergüenzas de quien no se avergonzó de ponerse en tu lugar?; no importa lo que digan los hombres, da testimonio de Él ante ellos y Él abogará por ti ante su Padre.

Concédeme, Señor, la gracia de testimoniar con gran valor la verdad ante los hombres, de ser tu fiel discípulo ante el mundo despreciando la vanagloria y viviendo siempre conforme a tu voluntad.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

6ª Estación: Jesús imprime su rostro en el velo de la verónica

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Sobre el blanco velo

dibuja su rostro sangriento

el Señor del cielo,

y en el triste suelo

se imprime también un lamento.

 La piadosa Verónica contempla horrorizada al Mesías ultrajado. Se acerca reverente y le ofrece lo único que tiene: su sencillo velo para que el Siervo sufriente pueda secar aquel terrible sudor que se ha mezclado con su sangre. Pero Jesucristo no se deja ganar en gratitud y le concede la augusta y maravillosa reliquia de su rostro herido dibujado con su misma sangre sobre el velo; con aquella sangre misericordiosa capaz de plasmar la imagen divina en los corazones de los hombres que la perdieron por el pecado.

Considera, alma mía, aquella imagen doliente del Salvador que, como la redención, se escribió con sufrimientos. ¿Quieres dejar impresa en ti la imagen de Cristo?, ¿quieres parecerte al Salvador?, ¿quieres convertirte en una especie de bosquejo divino como lo fuiste al bautizarte y hasta antes de pecar?, pues este boceto divino sólo se dibuja en virtud de esta sangre sacrosanta; solamente puede formarse con el cincel del sufrimiento; solamente termina de fijarse con la paciencia, y solamente es fiel a los detalles en la medida que se emprenda con alegría.

Transforma, Jesús mío, mi alma en aquel velo capaz de recibir tu imagen, aquella que mis faltas de paciencia fueron borrando, aquella que se fue gastando por mi tibieza, por mi mediocridad. Concédeme, te lo ruego, la gracia de aprender a sufrir con paciencia y recuperar con creces aquella imagen divina que imprimiste en mi alma el día de mi bautismo como la verdadera llave del cielo.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Contempla nuevamente la caída

injusta y cruel

de aquel que padeciendo vil mancilla

se queda fiel

al plan del Padre eterno que da vida.

 El cuerpo herido de Jesús, ablandado por la dureza del camino, los malos tratos y vejaciones de los soldados, nuevamente sucumbe de cansancio.

“Levántate y camina” dijo Jesús al paralitico (Lc 5,25), mas no es simple decírselo ahora a su cuerpo maltratado pues el paralitico cargaba tan sólo sus pecados, en cambio Jesús carga los del mundo entero: los pecados de quienes lo circundan, de quienes ni siquiera lo conocen, de quienes lo rechazaron y de todos los hijos de Adán. Pero hay un peso particular que fue la causa de esta caída de Jesús y esos fueron mis pecados, mis propias recaídas.

Considera, alma mía, cómo el Señor del cielo cae por tierra a causa de tus culpas; mira en esta cruel escena tu inconstancia, tus faltas de firmeza en la enmienda que propones. ¿Cuántas veces dijiste “nunca más” de tal pecado y, sin embargo, ante el primer pequeño ventarrón caíste nuevamente?, ¿qué harás, entonces, cuando arrecie con vehemencia el vendaval de la tormenta?; Jesús cae porque tú has caído, porque quiere mostrarte las consecuencias de tu inestabilidad: asienta tus propósitos y decisiones en la roca firme del odio al pecado y el amor a la cruz.

Jesús mío, demando a tus dolores la gracia de levantarme de mis muchas caídas a causa de la tristeza y el desaliento. Concédeme, Señor, la fortaleza que necesito para no recaer en las culpas pasadas y levantarme con prontitud de la fosa ruin de mis pecados.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

8ª Estación: Jesús conforta a las mujeres piadosas de Jerusalén

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Tan dolidas como el cielo

lloran mares las piadosas

mujeres cuyo anhelo

es que acabe la horrorosa

vejación cuán lastimosa.

 Mas rompiendo sus lamentos

el Sufriente, pues, les dijo:

“No lloréis por mis tormentos,

mas llorad por vuestros hijos

y por vuestros sufrimientos”.

 Unas mujeres piadosas seguían el camino de Jesús entre sollozos y empujones. Los fariseos se burlan de ellas, los soldados las menosprecian, pero ellas quieren acompañar el Salvador por su vía dolorosa. Se acercan a Él mas no pueden decir nada, tanta es su aflicción por Jesús que rompen continuamente en llanto. Sin embargo, ocurre lo menos esperado; es el mismo Jesús quien intenta confortarlas: “no lloréis por mí”… ¿quién consuela a quién?, quisieron ayudar y ellas mismas son animadas por las palabras siempre vivas del Mesías. Llorad por vosotras mujeres piadosas, llorad más bien por vuestros hijos (Lc 23,28)

Señor Jesús, ¿Cuántas veces he consolado a los demás en sus aflicciones?, ¿cuántas veces me olvidé de mis astillas para aliviar las cruces de mi prójimo?, ¿cuántas veces renuncié a mis preocupaciones para ocuparme de lo verdaderamente importante?

Considera, alma mía, qué bien te enseña el Señor con su vivo ejemplo, mira con cuánta claridad y sencillez te instruye: siempre habrá alguien sufriendo más que tú; siempre encontrarás una pena para aliviar, un consejo para brindar, una verdad para enseñar: un motivo para ayudar.

Jesús paciente, que ofreces consuelo al pecador que te aflige con sus males, otórgame la gracia de consolarte en los demás, olvidándome de mis astillas por el amor de tu cruz.

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Por tercera vez rendido

bajo el leño inexorable

se desploma malherido,

cuan divino y lamentable,

Jesucristo escarnecido.

 Una vez más el Mesías cae por tierra agobiado y extenuado de sufrimientos. Los soldados le gritan toda clase de insolencias, no sea que no llegue al Calvario. Con perversa ironía los fariseos le preguntan ¿por qué no haces ahora un milagro?, ¿por qué no te sanas a ti mismo?, acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere (Sal 21, 9). Pero Jesús, que en su pasión no profería amenazas, simplemente guarda silencio.

Señor Jesús, Varón de dolores, te golpeas contra el suelo y desde allí observas atento cómo te desprecian aquellos por quienes caes; ¡basta ya!, Señor de misericordia, ¡compadécete de ti mismo!: ¿acaso no te asistieron los ángeles en el desierto?, ¿acaso no te consoló un ángel en el huerto?, mas ahora ni siquiera ellos te vienen a ayudar. Señor, bien veo que mis reincidencias en el pecado te han arrojado por tierra; bien comprendo ahora que mis incumplidas promesas te precipitan nuevamente sin compasión.

Contempla, alma mía, cuán maliciosa tibieza la tuya que hace padecer estos crueles ultrajes al Verbo eterno que vino a salvarte. Considera los frutos de tu deplorable actitud: ¿siembras mediocridad?, entonces cosecharás perdición; ¿condesciendes con el pecado?, entonces recibirás tu justa paga. Mira cuánto se esfuerza el Salvador para que tú no caigas.

Señor Jesús, toma mi voluntad y fortalécela con tu gracia; toma mi arrepentimiento y riégalo con tu preciosa sangre para que pueda cosechar tu misericordia divina. Concédeme la gracia de levantarme con un firme propósito de enmendar mi vida y convertirme a ti con sincero corazón.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Arrancan y reparten sus vestidos

verdugos que reviven las heridas

que cubren todo el cuerpo del Ungido:

cumpliendo, una vez más, las profecías

                                     (Mt 27,35)

 Los soldados sin compasión y con burlona insolencia  arrancan a Jesús los vestidos que traía ya adheridos a su lastimado cuerpo, reviviendo sus heridas, abriendo sus terribles llagas, y atentando impíamente contra su santo pudor. Jesús queda casi desnudo, cubierto con un manto de sangre y una punzante corona de espinas. ¿Hasta dónde llegará la ponzoñosa actitud de los soldados?; reparten sus vestidos y sortean la túnica, tal cual vaticinaron las escrituras (Sal 22,19).

Entre burlas y desprecios, Jesús mío, continúas padeciendo por amores; ¿cuánto  más soportarás por mí?; ya comprendo, Señor, ya comprendo; de la misma manera quieres que arranque de mí toda falta de recato, toda inmodestia y precipitación.

Considera, alma mía, la misericordia de Cristo que por ti se deja desgarrar, pero más aún ten en cuenta cómo se destroza su Corazón divino cada vez que buscándote a ti misma le arrancas del lugar que por derecho le corresponde a Él para poner allí tus desordenados afectos y tus vicios.

Despójate, alma mía, de tus afectos mundanos así como Jesucristo fue despojado de sus vestidos y de su sangre, revístete de una vez con esta sangre divina que hermosea y fortalece en la adversidad, que purifica y mueve a perseverar en el bien.

Señor Jesús, que tan terribles afrentas padeciste por mis innumerables culpas, concédeme la gracia de arrancar de mi alma los afectos mundanos, cueste el trabajo que cueste, duela cuanto duela, o sangre cuanto sangre.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

Jesús, Varón de dolores,

traspasado en el madero,

derramando sus amores

silencioso cual cordero,

ruega al Padre que perdone

la crueldad que le infligieron.

 Los encarnizados clavos taladran sin compasión las manos y los pies de Jesús. Terrible sufrimiento del Mesías en que atraviesan también su corazón y, sin embargo, de este mismo corazón herido brota con inefable ternura aquel perdón inabarcable , tan divino como sincero, que implora al Padre eterno una vez más intercediendo por los hombres: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”   (Lc 23,34).

Contempla alma mía el arquetipo divino del perdón, contempla aquella copiosa sangre, divina e inocente, que desea empaparte por completo y purificar tus inmundicias, arrancarte los parásitos del rencor y el resentimiento que buscan continuamente anidar en ti; que quiere enseñarte la verdadera semejanza con Cristo que comienza en el perdón y culmina con la cruz, porque Jesucristo al ser clavado por tus pecados rogó a su Padre por ti. Comparte con los demás lo que has recibido de Dios, lo que Cristo te alcanzó, lo que no mereciste sino en su sangre.

Te suplico Jesús mío, enséñame a perdonar con sincero corazón las pequeñas ofensas, porque muchas más y terribles recibiste por mi causa y sin embargo tu perdón fluye en un desbordante torrente cuyo cause es el madero de la cruz.

Señor, que nunca olvide tu misericordia para ser misericordioso con los demás, y que pueda compartir el tesoro inmensurable de tu perdón contemplando constantemente los impíos clavos en tus pies y manos, pues tan misterioso es el don divino de tu perdón que mientras más se comparte, más abundante se vuelve.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

…El precio de esta mi alma pecadora

fue un Dios crucificado

que ofrece eternidad a quien quisiere

morar en su costado.

  Señor, que vuestra muerte sea mi muerte

que aquí con vos me muero.

la vida que sufriente me ganasteis

clavado en vos espero.

 “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto expiró”  (Lc 23,46).

Se ha cumplido la hora perentoria… y Jesús permaneció fiel.

El universo entero se muestra dolorido por la muerte del Verbo Encarnado: los cielos se revisten de tinieblas; la tierra vehemente reprocha el deicidio de los hombres estremeciéndose con furia; los mares se agitan, los vientos arrecian, pero los hombres simplemente huyen. El velo del templo se rasga por la mitad porque el Santo de los Santos, venido en carne, fue entregado a la muerte por aquellos que vino a salvar.

¿Ya ves, Jesús mío, cómo he huido tantas veces de tu cruz?, huyo ante los temblores que agitan mi conciencia, ante las mociones de tu espíritu que soplan en mi alma, ante la sombría miseria que se cierne sobre mí, y, sin embargo, tú permaneces ahí, convertido tu cuerpo exangüe en monumento divino-humano de aceptación a la voluntad del Padre, de amor por los hombres y entrega absoluta hasta la muerte por causa de mi alma.

Considera, alma mía, cuánto valió tu salvación; considera la bendita vida del Mesías que humildísimo, siendo Creador de cielo y tierra, se hizo pequeño candil para iluminar tus tinieblas con su luz, aquella luz que despreciaron tus innumerables faltas y que ahora se apaga lentamente con su propia sangre para mostrarte hasta qué punto es capaz de llegar el amor divino por ti.

 Señor y Dios mío, por tu santa muerte, por tus clavos, tus espinas, tu madero, concédeme, te suplico encarecido, un crecido, intenso y constante dolor de mis pecados; concédeme por favor la gracia de crucificarme cada día y morir contigo. Mi buen Jesús, permíteme llorar mis pecados con mi vida tomando cada día mayor conciencia de que sólo cobra sentido si la vivo a la luz de tu entrega por mí hasta la muerte.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

13ª Estación: Jesús es desclavado de la cruz y puesto en los brazos de su madre

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

María con el alma destrozada

contempla silenciosa

al Hijo cuya vida fue arrancada

con muerte tormentosa.

La Virgen desde entonces fue llamada:

la Madre Dolorosa.

 El universo entero se conmueve ante la más triste escena de la historia. La Virgen madre del Verbo lo recibe inerte entre sus siempre tiernos y maternales brazos. Jamás una lágrima pudo contener tanto dolor, tanta resignación y tanta soledad como en María santísima. Su regazo fue la cuna que lo recibió en el mundo, y ahora se convierte en la mortaja fúnebre que lo despide.

¡Virgen madre!, cómo resuenan en tu llagado corazón las palabras del anciano Simeón: y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35); ¡madre mía, cuna del Verbo!, agonizas sin poder morir al contemplar el cuerpo inerte de tu divino Hijo cubierto con la misma sangre que tomó de tus purísimas entrañas; bien dice de ti la escritura: “¿a quién te compararé y asemejaré, hija de Jerusalén?, ¿a quién te igualaría yo para consolarte, virgen hija de Sion? Tu quebranto es grande como el mar” (Lam 2,13). El cielo llora contigo Madre; los ángeles parecen sollozar con tus gemidos y tu misma soledad parece balbucear un melancólico suspiro: se ha escrito en la historia de la salvación la página que contiene la más triste tristeza.

Contempla, alma mía, cómo la malicia de tus pecados repercutió hasta convertirse en cruel espada que atraviesa el corazón de María y la sumerge en absoluta soledad, pues perdió a Dios y a su Hijo en un mismo instante.

Madre de dolores, hermosa rosa que padece sus espinas, te suplico en tu soledad que me alcances la gracia de elegir la muerte antes que volver pecar; que pueda unir mis renuncias, esfuerzos, sacrificios y hasta la misma sangre, si Dios lo quiere, a la muerte redentora de tu Hijo.

(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

 14ª Estación: Jesús es colocado en el sepulcro

 Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,

que por tu santa cruz redimiste al mundo

 Descansa finalmente

el cuerpo sacrosanto

de aquel Cristo sufriente

que amó a los hombres tanto;

 La Virgen silenciosa

se aleja con confianza.

es la única que guarda

en su Hijo la esperanza.

 El sacrosanto cuerpo de Jesús es perfumado con suaves aromas y envuelto cuidadosamente en lienzos. Ahora todo es silencio. El universo entero está de luto contemplando la sepultura de aquel que vino a traer vida.

La Virgen santísima, con sobrehumana fortaleza, le da el último abrazo, y besando con inefable ternura la herida frente de su Hijo lo mira resignada dando un tenue, lento y profundo suspiro que misteriosamente alcanza el cielo.

Todo está consumado Virgen fiel, ya descansa en paz tu Hijo amado que venció la muerte muriendo, que venció al pecado sufriendo y conquistó las almas de los pecadores perdonando.

Madre corredentora, ya ves cómo se cierra el sepulcro y queda adentro tu corazón, mas contigo permanecen tu dolor, tu soledad y tu esperanza.

Considera, alma mía, la desolación de la Virgen Madre, ya ni siquiera tiene el consuelo de ver el cuerpo de su Hijo que se esconde tras la inamovible roca. Contempla el corazón herido de María, entre congojas y esperanza, pues todos se marcharon junto con la vida de Jesús pero ella aún, y más que nunca, tiene fe en las palabras de su hijo: “tened fe y confianza en Dios y en mí” (Jn 14,1).

 Señor y Dios mío, te imploro con toda el alma que sepultes mis pecados tras la roca inquebrantable de tu misericordia; concédeme la gracia de vivir muriendo junto a ti; imprime tu pasión en mi alma acongojada, con la misma santa aceptación que mostraste hasta el sepulcro. Afianza, por tu sangre, mi esperanza en tu sacrificio y otórgame, te lo ruego, la sincera, efectiva y perseverante conversión y odio al pecado. Señor Jesús, por tus benditas llagas, que pregone tu misericordia infinita con mi vida, y haz que no cesen de resonar en mi interior aquellas maravillosas palabras que resumen todo el plan de redención: “yo tampoco te condeno, vete y no peques más” (Jn 8,11)

 (Padre Nuestro, Ave María o Gloria)

Por las intenciones del Santo Padre: Padre Nuestro, Credo y Gloria.

ORACIÓN FINAL

Oh Padre eterno que entregaste a tu propio Hijo por la salvación de mi alma; oh Espíritu Divino que santificaste la sagrada pasión del Mesías esperado por los pecadores; oh Verbo encarnado que con tu misma sangre expiaste mi culpa: Trinidad santísima, Dios misericordioso, te suplico con el alma prosternada y dolorida de mis muchas faltas, concédeme honrar con mi vida la Sagrada Pasión de Jesucristo y abrazar gustosamente la cruz mediante la cual me libró de las cadenas de mis culpas; haz Señor que deteste el pecado hasta la muerte y no se haga vana en mí la sangre preciosa de tu Hijo; y concédeme una vida contrita cimentada en tu perdón y tu esperanza.

 Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 Nuestra Señora de los dolores,

¡Ruega por nosotros!

Novena en honor de san Joaquín y santa Ana

Del 17 al 25 de julio

Oración inicial

Oh gloriosos padres de la Inmaculada Madre de Dios, bondadosa santa Ana e insigne san Joaquín; instrumentos elegidos por el Altísimo para comenzar a preparar en el tiempo la redención de la humanidad. Nos encomendamos en esta novena a vuestra santa intercesión, esperando alcanzar las gracias necesarias para crecer y afianzar las virtudes que adornaron el hogar en que la Virgen inmaculada creció, rodeada de los cuidados y atenciones propios de una familia santa, y correspondiendo tiernamente como lo exigía su purísimo corazón. Pedimos con gran fe en esta novena la gracia de… (se pide la gracia que se desea alcanzar), que tanto deseamos, si así es para la gloria de Dios salvación de nuestras almas.

Oración del día

Primer día: Para que nuestro hogar sea vivificado por la oración

“La familia está llamada a ser templo, o sea, casa de oración: una oración sencilla, llena de esfuerzo y ternura. Una oración que se hace vida, para que toda la vida se convierta en oración” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares siempre esté presente el espíritu de oración, a partir del cual se irá forjando la necesaria intimidad con Dios, a la vez que se fortalecen las virtudes y el sincero deseo de buscar la santidad.

Segundo día: Por la unidad de las familias

“Que toda familia del mundo pueda repetir con verdad lo que afirma el salmista: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sal 133, 1).” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares jamás demos lugar a la desunión, alejando de nosotros cualquier ponzoñoso rencor, tan opuesto a lo que enseña nuestro Dios; fomentando a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, aquella novedad de nuestra fe tan difícil de comprender para quienes se encuentran alejados de Dios: el perdón, señal de nobleza, humildad y grandeza de alma.

Tercer día: Por la paz en las familias

“El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares la discordia nunca encuentre un lugar donde hacer nido, respetándonos y amándonos mutuamente a ejemplo de la Sagrada Familia.

Cuarto día: Por la fidelidad de los matrimonios y su santificación

“Todos los católicos, en especial los casados deben ser los primeros en testimoniar la grandeza de la vida conyugal y familiar con una acción catequética y educativa más incisiva y constante, que permita incentivar el ideal cristiano de comunión conyugal fiel e indisoluble.” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que los matrimonios sean fieles al amor que se prometieron para toda la vida delante de Dios; en las malas, para ayudarse el uno al otro sosteniéndose y animándose; en las buenas, para afianzar sus promesas en el amor común a Dios; haciendo de la vida de la gracia el ambiente natural para conservar y fortalecer su fidelidad y la búsqueda sincera de hacer feliz a quien eligieron para acompañarse de manera exclusiva en esta vida.

Quinto día: Para que las familias sean escuela de virtud

“La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares se fomenten constantemente las virtudes, especialmente en los niños que son de quienes depende el mañana de nuestra sociedad. Que sepamos amar las virtudes por sí mismas, especialmente la caridad, de tal manera que jamás retrocedamos ante los ataques que desean imponer los vicios y pecados que llevarán a la perdición a quienes no hayan arraigado el bien en sus corazones, sino que con la ayuda de la gracia salgamos triunfadores con las virtudes que deben aprenderse y defenderse desde el seno familiar.

Sexto día: Para que las madres y padres de familia sean responsables en la educación de sus hijos

“Ayudad a vuestros hijos a salir al encuentro de Jesús, para conocerlo mejor y para seguirlo, entre las tentaciones a las que están continuamente expuestos, sobre el camino que lleva a la auténtica felicidad.” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares los padres cumplan lo mejor posible con su deber de forjar el bien el las almas de sus hijos, amándolos de manera efectiva, es decir, poniendo los límites necesarios para no arriesgar a sus hijos a perderse del camino correcto; y manifestándoles con ternura el amor que les tienen, preocupados santamente de que también ellos aprendan desde pequeños a amar a Dios por medio de María santísima.

Séptimo día: Para que los hijos respeten a sus padres

“La honra es una actitud esencialmente desinteresada. Podría decirse que es «una entrega sincera de la persona a la persona» y, en este sentido, la honra coincide con el amor. Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre, lo hace por el bien de la familia” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares jamás falten a los padres los cuidados y el respeto de sus hijos, así como su ayuda y asistencia en la enfermedad y en la vejez, promoviendo así el amor cristiano que desde los comienzos de la Iglesia ha sido un distintivo especial de los discípulos de Cristo.

Octavo día: Por la dignidad, respeto y atención de los ancianos

“También la ancianidad tiene una misión que cumplir en el proceso de progresiva madurez del ser humano en camino hacia la eternidad. De esta madurez se beneficia el mismo grupo social del cual forma parte el anciano.” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares prestemos especial atención a las necesidades de nuestros ancianos, tratándolos con el amor, delicadeza y reverencia que merecen, especialmente aquellos que se encuentran más delicados de salud, sin descuidar tampoco su asistencia espiritual.

Noveno día: Por la defensa de la vida

“Políticas familiares basadas en la esterilización masiva, en la promoción del aborto o del divorcio producen «resultados dramáticos»: la desintegración de la célula fundamental de la sociedad” (San Juan Pablo II) Pedimos especialmente en este día, que en nuestras familias y en nuestros hogares reine en todo momento y hasta las últimas consecuencias, la correspondiente defensa de la vida, desde su concepción hasta su término natural en este mundo como origen de la eternidad. Que la Sagrada Familia, especialmente santa Ana y san Joaquín en su paso por Séforis con la Virgen niña; y posteriormente ella con Jesús y san José en Nazaret; sean el modelo amoroso a seguir para nosotros.

Letanías de santa Ana

Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad.

Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros

Dios, Hijo, redentor del mundo, ten piedad de nosotros.

Dios, Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.

Santísima Trinidad, un solo Dios, ten piedad de nosotros.

Santa Ana, ruega por nosotros.

Descendente de la familia de David, ruega por nosotros.

Hija de los patriarcas, ruega por nosotros.

Fiel esposa de San Joaquín, ruega por nosotros.

Madre de María, la Virgen Madre de Dios, ruega por nosotros.

Amable madre de la Reina del Cielo, ruega por nosotros.

Abuela de nuestro Salvador, ruega por nosotros.

Amada de Jesús, María y José, ruega por nosotros.

Instrumento del Espíritu Santo, ruega por nosotros.

Ricamente dotada de las gracias de Dios, ruega por nosotros.

Ejemplo de piedad y paciencia en el sufrimiento, ruega por nosotros.

Protectora de las vírgenes, ruega por nosotros.

Modelo de las madres cristianas, ruega por nosotros.

Protectora de las casadas, ruega por nosotros.

Guardiana de los niños, ruega por nosotros.

Apoyo de la vida familiar cristiana, ruega por nosotros.

Auxilio de la Iglesia, ruega por nosotros.

Ejemplo de las viudas, ruega por nosotros.

Auxilio de cuantos recurren a ti, ruega por nosotros.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, perdónanos Señor,

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, escúchanos Señor,

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

Oración final para todos los días

Oh nobilísimos san Joaquín y santa Ana, cuya paciencia y santa confianza fueron premiadas por el mismo Dios, con la gracia de recibir a María santísima en vuestro tierno hogar; pedimos por vuestra santa intercesión, alcanzar las virtudes que hagan de nuestras familias ejemplo para los demás; santificándonos en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, y ofreciendo al Señor cada día nuestras vidas dedicadas, sinceramente, a abrazar en todo su santa voluntad, para construir así desde ya una morada junto a Él en la eternidad. Lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Santa Ana y san Joaquín, rogad por nosotros.

Sagrada Familia, ruega por nosotros.

P. Jason Jorquera Meneses, IVE.

Conocimiento de sí

Importante para una seria vida espiritual

P. María Eugenio del Niño Jesús O. C. D.,

tomado de su libro: “Quiero ver a Dios”

El conocimiento propio es el pan con que todos

los manjares se han de comer, por delicados

que sean, en este camino de oración[1]

En el globo de cristal que representa al alma justa, Dios es, para santa Teresa, la gran realidad, el amante que desde las séptimas moradas atrae irresistiblemente su mirada y su corazón.

Sin embargo, observa que Dios no pretende que el alma que le sirve de templo se olvide totalmente de sí misma. Afirma la Santa que para el alma es importantísimo conocerse a sí misma:

«¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procurarnos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos»[2].

Es el sentido realista de santa Teresa el que habla. Quiere saber antes de obrar; exige conocer las realidades que la envuelven, tener toda la luz posible que la pueda iluminar en su marcha hacia Dios: «Siempre, mientras vivimos, aun por humildad, es bien conocer nuestra miserable naturaleza»[3].

En efecto, ¿cómo podría el alma organizar prudentemente y dirigir su vida espiritual sin conocer el marco interior en el que se tiene que desenvolver? Esto sería exponerse, si no a un completo fracaso, sí al menos a grandes sufrimientos:

«¡Oh Señor, tomad en cuenta lo mucho que pasamos en este camino por falta de saber! Y es el mal que, como no pensamos que hay que saber más de pensar en vos, aún no sabemos preguntar a los que saben, y pásanse terribles trabajos porque no nos entendemos, y lo que no es malo, sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las aflicciones de mucha gente que trata de oración y el quejarse de trabajos interiores, a lo menos mucha parte, en gente que no tiene letras, y vienen las melancolías y a perder la salud y aun a dejarlo todo»[4].

Ciertamente, no se podría ir hacia Dios sin conocer la estructura del alma, sus posibilidades, sus deficiencias y las leyes que regulan su actividad.

Más aún, el conocimiento de lo que somos y de lo que valemos es lo que ante Dios nos permitirá adoptar la actitud de verdad que él exige:

«Una vez estaba yo considerando por qué razón era, nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad y púsoseme delante, a mi parecer, sin considerarlo sino de presto, esto: qué es porque Dios es suma Verdad y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella»[5].

El conocimiento de sí mismo, que hace triunfar la verdad en las actitudes y en los actos, es indispensable en todo tiempo, tanto al comienzo como en todos los grados de la vida espiritual:

«Es cosa tan importante este conocernos, que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos»[6].

Tiene que ser, asimismo, el objeto de nuestras preocupaciones cotidianas:

«Procurad mucho… que en principio y fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre acabéis en propio conocimiento»[7].

La Santa resume su doctrina con esta afirmación clara y acuñada como una máxima:

«En esto de los pecados y conocimiento es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar»[8].

El conocimiento de sí mismo a la luz de Dios es lo que asegurará a su vida espiritual el equilibrio, que la hará humana al mismo tiempo que sublime, práctica al mismo tiempo que encumbrada.

  1. OBJETO DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

Los textos citados demuestran que santa Teresa tan sólo quiere conocerse para llegar a Dios con mayor seguridad. Casi de modo exclusivo, a la luz de Dios, es como Teresa va a pedir este pan necesario del conocimiento propio. Dios es, a la vez, meta y principio del conocimiento de sí mismo.

Inmediatamente destacaremos, como conviene, este rasgo de tan elevada, importancia práctica. Era necesario destacarlo desde este momento para definir el aspecto particular sobre el que se desarrollará el doble conocimiento de sí mismo que santa Teresa exige a su discípulo, a saber: un cierto conocimiento psicológico del alma y un conocimiento que podemos denominar espiritual, y que se apoya en el valor del alma ante Dios.

  1. Conocimiento psicológico

En una introducción a las Obras de Santa Teresa, M. Emery, restaurador de San Sulpicio después de la Revolución francesa, aseguraba que la reformadora del Carmelo había hecho avanzar la ciencia psicológica más que cualquier filósofo. En sus tratados, en efecto, abundan las descripciones precisas y matizadas del mundo interior del alma y de la vida que en ella hay. La Santa nos descubre en ellas su rica naturaleza, que vibra ante las impresiones del mundo exterior y, más aún, ante los choques poderosos, así como ante las unciones delicadas de la gracia. Estas regiones del alma, que a nosotros nos resultan habitualmente oscuras, para ella son totalmente luminosas:

«Nos importa mucho, hermanas, que no entendamos es el alma alguna cosa oscura; que, como no la vemos, lo más ordinario debe parecer que no hay otra luz interior sino esta que vemos, y que está dentro de nuestra alma alguna oscuridad»[9].

Sin duda alguna, esta luz es la del mismo Dios, que esclarece las profundidades del alma, y, al obrar sobre las diversas potencias, produce en ellas sus efectos, al igual que los rayos del sol, jugando a través de las ramas de un árbol, los enriquece de diferentes tonalidades.

Gracias a su agudo sentido espiritual y a su maravilloso poder de análisis, santa Teresa penetra en este mundo interior, recoge todas sus vibraciones, distingue la actividad y las reacciones de cada una de las facultades y diseca, de alguna forma, al alma misma hasta sus profundidades.

De las obras de santa Teresa se podría extraer un tratado de psicología sugestiva y dinámica, como una lección de las cosas. Nos limitaremos a señalar las verdades psicológicas que parecen más importantes para la vida espiritual.

  1. La primera es la distinción de las facultades. «No consideran que hay un mundo interior acá dentro»[10], escribe la Santa. No todo es tan simple como parece exigir la simplicidad de nuestra alma. Se trata de un mundo complejo y en continuo movimiento, en él se agitan fuerzas en diferentes sentidos. La violencia y la diversidad de tales movimientos, bajo la acción de Dios, fueron para santa Teresa causa de angustias. La explicación sobre la distinción de las facultades, cada una con su actividad propia, le resultó luminosa:

«Yo he andado en esto de esta barahúnda del pensamiento bien apretada algunas veces, y habrá poco más de cuatro años que vine a entender por experiencia que el pensamiento –o imaginativa, porque mejor se entienda– no es el entendimiento y preguntélo a un letrado y díjome que era así; que no fue para mí poco contento; porque, como el entendimiento es una de las potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces, y lo ordinario vuela el pensamiento de presto, que sólo Dios puede atarle»[11].

  1. La acción de Dios le permite distinguir dos regiones en su alma: una región exterior y ordinariamente más agitada, en la que se mueven la imaginación, que crea y proporciona las imágenes, y el entendimiento, que razona y discurre (estas dos facultades son volubles y no permanecen mucho tiempo encadenadas, incluso por una acción poderosa de Dios); y otra región más interior y más tranquila, donde se encuentran la inteligencia propiamente dicha, la voluntad y la esencia del alma, más cercanas de la fuente de la gracia, más dóciles también a su influencia y que permanecen sumisas con mayor facilidad, a pesar de las agitaciones exteriores.

Tal distinción entre lo exterior y lo interior, entre sentido y espíritu, que encontramos con terminologías diferentes en todos los autores místicos[12], le facilitará el ofrecer una doctrina precisa sobre la actitud interior que se debe tener en la contemplación cuando Dios arrebata el fondo del alma, mientras el entendimiento y de modo especial la imaginación se hallan en continua agitación:

«Yo veía –a mi parecer– las potencias del alma empleadas en Dios y estar recogidas con él, y por otra parte el pensamiento alborotado traíame tonta…

Y así como no podemos tener el movimiento del cielo, sino que anda aprisa con toda velocidad, tampoco podemos tener nuestro pensamiento, y luego metemos todas las potencias, del alma con él y nos parece que estamos perdidas y gastado mal el tiempo que estamos delante de Dios; y estáse el alma por ventura, toda junta con él en las moradas muy cercanas y el pensamiento en el arrabal del castillo padeciendo con mil bestias fieras y ponzoñosas…

Escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa, en mi cabeza… No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos y, por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillas y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma… Porque con toda esta barahúnda de ella no me estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud y amor y deseos y claro conocimiento»[13].

De esta experiencia deduce la Santa la conclusión de que «no es bien que por los pensamientos nos turbemos ni se nos dé nada»[14].

  1. El vuelo del espíritu pone a santa. Teresa frente a otro problema psicológico, menos importante, que los anteriores para la vida espiritual, pero más arduo, y cuyo solo enunciado revela la penetración de su mirada. Es el siguiente: ¿Hay distinción entre el alma y el espíritu, entre la esencia del alma y la potencia intelectual?

Ciertas corrientes filosóficas le responden que son lo mismo. Y, sin embargo, ella se da cuenta, a un mismo tiempo, de que en el vuelo del espíritu «el espíritu, parece sale del cuerpo, y, por otra parte, claro está que no queda esta persona muerta»[15]. ¿Cómo explicar este fenómeno? Cuánto le gustaría tener ciencia para llegar a ello. A falta de ella, ilustrará el problema con una comparación:

«Muchas veces he pensado si como el sol, estándose en el cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza que, no mudándose él de allí, de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una misma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de justicia, alguna parte superior salir sobre sí misma»[16].

  1. Conocimiento espiritual

El espiritual necesita algunas nociones psicológicas para evitar sufrimientos y dificultades; sin embargo, le importa mucho más tener el conocimiento, que, llamamos espiritual, y que: le revela lo que él es ante Dios, las riquezas sobrenaturales de las que está adornado, las tendencias perversas que le obstaculizan su movimiento hacia Dios.

Si el conocimiento psicológico es útil para la perfección, el conocimiento espiritual forma parte de la misma, pues alimenta la humildad y se confunde con ella. De esta última, precisamente, afirma santa Teresa que es el pan con el que hay que comer todos los demás alimentos, por delicados, que sean.

La acción divina, por medio de los diversos efectos, producidos en el alma, ha revelado la organización del mundo interior. Sólo bajo la luz de Dios podemos explorar ya el triple dominio de este conocimiento espiritual de sí mismo.

  1. a) Lo que somos ante Dios

Dios es amigo del orden y de la verdad, dice santa Teresa. El orden y la verdad exigen que nuestras relaciones con Dios se basen en lo que él es y en lo que somos nosotros.

Dios es el Ser infinito, nuestro Creador. Nosotros somos seres finitos, criaturas suyas, que dependemos en todo de él.

Entre Dios y nosotros está el abismo que separa el Infinito de lo finito, el Ser eterno y subsistente por sí mismo de la criatura llegada a la existencia en el tiempo.

La intimidad a la que Dios nos llama no llena este abismo. Ahora y siempre, Dios será Dios, y el hombre, aun divinizado por la gracia, será una criatura finita.

Sobre este, abismo del Infinito la razón proyecta algunos resplandores, la fe, algunas luces. Los dones del Espíritu Santo ofrecen alguna experiencia sobre el particular. Al inclinarse sobre este abismo, aprecia el alma oscuramente lo que ella es en la perspectiva del Infinito. «¿Sabes, hija mía, quién eres tú y quién soy yo?», decía nuestro Señor a santa Catalina de Sena. «Tú eres la que no eres; yo soy el que soy»[17].

Santa Teresa llama reales a las almas que, en el resplandor de una iluminación o en el abrazo rápido de una acción divina, han percibido algo de este abismo del Infinito divino. Deseaba ella este conocimiento para los reyes, para que tomaran conciencia del valor de las cosas humanas y descubrieran su deber en esta perspectiva del Infinito.

Ninguna criatura jamás ha podido asomarse a este abismo como lo hizo Cristo Jesús; su mirada, iluminada en la tierra por la visión intuitiva, era prodigiosamente penetrante; pero también él se perdía en la inmensidad infinita de la divinidad que habitaba corporalmente en él. Tal espectáculo le sumergía en unas profundidades de adoración jamás alcanzadas: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón», decía bajo el peso suave de la unción que le penetraba.

Nadie podrá ser humilde ante Dios como lo fue Cristo Jesús o, incluso, como la Virgen María, porque nadie ha medido como ellos el abismo del Infinito que separa al hombre de su Creador.

Y aun así, Jesús y María eran de una pureza perfecta. Nosotros, en cambio, somos pecadores. Hemos usado nuestra libertad para rechazar obedecer a aquel de quien dependemos de una manera absoluta en todos los instantes de nuestra existencia. La criatura, merecedora de ser llamada «nada» ante el Ser infinito, desafía a Dios despreciando voluntariamente sus derechos, desafío que parecería ridículo si Dios no le hubiera concedido el privilegio de entorpecer la realización de sus designios providenciales. El pecado, que es una ingratitud, un crimen de lesa majestad, se convierte así en un desorden en la creación.

El pecado desaparece con el perdón divino. Haber pecado supone un hecho que demuestra la maldad de nuestra naturaleza.

Esta ciencia de la trascendencia divina, en la que aparece la nada de la criatura y el verdadero rostro del pecado, es la ciencia por excelencia del contemplativo. ¿Qué ha contemplado si no conoce a Dios? Y si no conoce su nada, es que no ha encontrado a Dios. Pues quien verdaderamente ha estado en contacto con Dios ha experimentado en su ser la extrema pequeñez y la profunda miseria de nuestra naturaleza humana.

Este doble conocimiento del todo de Dios y de la nada del hombre es, fundamental para la vida espiritual, se desarrolla con ella y, en expresión de santa Ángela de Foligno, constituye la perfección en su grado más eminente[18]. Dicho conocimiento crea en el alma una humildad básica que nada podrá perturbar, y la pone en una actitud de verdad que atrae todos los dones de Dios.

Al leer los escritos de santa Teresa, se tiene la impresión de que está constantemente inclinada sobre ese doble abismo. En múltiples contactos con Dios, le conoció experimentalmente hasta que, llegada al matrimonio espiritual, tuvo de él una visión intelectual casi constante.

Con esta doble luz encuentra la: Santa ese profundo respeto a Dios, ese conmovedor temor de humilde servidora de su Majestad y ese horror al pecado, que tan bien se alían con los ardores y con los impulsos de su amor audaz de hija y de esposa. Esta ciencia del Infinito, expresada a. veces en términos enérgicos, inspira todas sus actitudes, se revela en sus juicios y sus consejos y consigue que, de su alma se eleve siempre ese perfume suave de la humildad sencilla y profunda, libre y sabrosa, que es uno de sus más sobrecogedores encantos.

  1. b) Riquezas sobrenaturales

El conocimiento de sí mismo no debe revelarnos un único aspecto de la verdad, aunque se trate de un aspecto fundamental, como lo es el de la nada de la criatura ante el Infinito de Dios. Tiene que asegurar en nosotros el triunfo de toda la verdad, aunque ésta revele contrastes desconcertantes, pues tales contrastes existen ciertamente en el hombre.

Insignificante criatura ante Dios y con frecuencia sublevada, ha sido hecha, con todo, a imagen de Dios y ha recibido una participación de la vida divina. Es hija de Dios y capaz de realizar las operaciones divinas de conocimiento y amor, y está llamada a ser perfecta como lo es su Padre del cielo.

Santa Teresa pide que no se rebajen en modo alguno estas verdades que constituyen la grandeza del alma:

«Las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos imaginar»[19].

Así la Santa no duda en emplear las más brillantes comparaciones para darnos una idea del «gran valor»[20], de la sublime dignidad de la belleza del alma, que es «el palacio adonde está el Rey»[21]. El alma es «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal»[22]. Dios hace de ella un cristal resplandeciente de claridad, un «castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida que es Dios»[23]. «No hallo yo –añade– cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad»[24].

El cristiano tiene que conocer su dignidad y en modo alguno ignorar el valor de las gracias especiales que ha recibido.

Nunca minimiza santa Teresa los favores espirituales, los progresos realizados, incluso cuando dejan entrever numerosos defectos, como en las terceras moradas. Hablando del alma que goza de la oración de quietud, afirma que «va mucho en que el alma que llega aquí conozca la dignidad grande en que está»[25]. No consiente que el alma ignore las grandes esperanzas” contenidas en la gracia recibida:

«Y alma a quien Dios le da tales prendas, es señal que la quiere para mucho: si no es, por su culpa, irá, muy adelante»[26].

El alma que ha recibido favores tan grandes debe tenerse en alta estima. La verdadera humildad triunfa en la verdad. Escribe la Santa: «De esto tengo grandísima experiencia y también la tengo de unos medio letrados espantadizos, porque me cuestan muy caro»[27].

La verdad libra de los peligros, ayuda «porque no sean engañadas –las almas–, transfigurándose el demonio en ángel de luz»[28]; alimenta la acción de gracias y provoca al esfuerzo de fidelidad que exige la gracia recibida.

  1. c) Tendencias malsanas

En este castillo interior iluminado por la presencia de Dios, junto a las riquezas sobrenaturales santa Teresa descubre una muchedumbre de «culebras y víboras y cosas emponzoñosas»[29], «tan ponzoñosas y peligrosa su compañía y bulliciosas, que por maravilla dejarán de tropezar en ellas para caer»[30].

Estos reptiles representan las fuerzas del mal instaladas en el alma, las tendencias malsanas, consecuencia del pecado original. Tales tendencias son fuerzas temibles que no pueden menospreciarse. Justamente, constituyen uno de los objetos más importantes del conocimiento de sí mismo.

Creados en estado de justicia y santidad, nuestros primeros padres habían recibido no solamente los dones sobrenaturales de la gracia, sino los dones preternaturales (dominio de las pasiones, preservación de la enfermedad y de la muerte) que aseguraban la rectitud y la armonía de las potencias y facultades de la naturaleza humana. Privada de los dones sobrenaturales y preternaturales por el pecado de desobediencia; la naturaleza humana quedó intacta, pero fue herida, sin embargo, por esta privación. Desde entonces se afirma y aumenta la dualidad de fuerzas divergentes del cuerpo y del espíritu. Hasta que las separe la muerte, cada una reclama sus propias satisfacciones. El hombre descubre en él la concupiscencia o fuerzas desordenadas de los sentidos, el orgullo del espíritu y de la voluntad, o exigencias de independencia de estas dos facultades. En la naturaleza humana se instaló un desorden fundamental.

Adán y Eva transmitirán a su descendencia la naturaleza humana como la dejó su pecado, es decir, privada de los dones superiores que la completaban. Dicha privación, junto con las tendencias desordenadas que favorece, recibe el nombre de pecado original.

Estas tendencias adquirirán formas particulares conforme a la educación recibida, al medio frecuentado, a los pecados cometidos, a los hábitos contraídos. Establecidas de este modo las tendencias, arraigarán, a su vez, en el ser físico por la herencia, como fuerzas poderosísimas o incluso como leyes ineludibles.

En consecuencia, en cada alma, entre las tendencias que acompañan al pecado original, las hay dominantes, que parecen captar las energías del alma en provecho propio. Su exigencia puede llegar a ser extrema; aun siendo menos violentas, constituyen potencias tan temibles que es imposible que el alma no sea arrastrada a numerosas caídas[31].

Estas tendencias ejercen un reinado casi pacifico en el alma en las primeras moradas. Combatidas en las segundas moradas, se exasperan y hacen sufrir. La victoria lograda sobre el dominio exterior en las terceras moradas les deja su fuerza interior. Se alimentan entonces de manjares de más humilde apariencia y reaparecerán vivas en el plan espiritual cuando se les descubra la luz de Dios.

San Juan de la Cruz nos señalará entonces sus efectos, especialmente el efecto privativo de la tendencia que elimina a Dios y su acción en la región en que ejerce su dominio:

«Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo delgado que a un grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar»[32].

Sea cual sea la tendencia voluntaria y la pequeñez de su objeto, no se podrá realizar la unión.

El Santo nos dirá con detalle cómo «los apetitos cansan al alma, y la atormentan, y oscurecen, y la ensucian, y la enflaquecen»[33].

Toda la ascesis espiritual está motivada por los apetitos. Para ver la necesidad de dicha ascesis, para orientarla eficazmente, el espiritual debe conocer sus tendencias, especialmente sus tendencias dominantes.

El conocimiento propio no tendrá dominio más complejo y más variable, más doloroso y, al mismo tiempo, más útil que conocer que estas tendencias malsanas, «estas bestias tan ponzoñosas…, tan peligrosas…, tan bulliciosas» que todas las almas tienen, que han hecho gemir a los santos y que nos recuerdan sin cesar nuestra miseria, nos provocan a un combate incesante.

[1] Vida 13, 15.

[2] 1M 1, 2.

[3] Vida 13, 1.

[4] 4M 1, 9.

[5] 6M 10, 7.

[6] 1M 2, 9.

[7] Camino de perfección 39, 5.

[8] Vida 13, 15.

[9] 7M 1, 3.

[10] 4M 1, 9.

[11] Ibid:, 1, 8.

[12] San Juan de la Cruz describe una experiencia muy profunda de esta distinción entre la parte espiritual elevada y la parte sensitiva inferior, en Noche oscura, libro II, 24.

[13] 4M 1, 8.9.10.

[14] Ibid., 1,11.

[15] 6M 5, 7.

[16] Ibid., 5, 9.

[17] Diálogo X.

[18] «¡Conocerse, conocer a Dios!, he ahí la perfección del hombre… Aquí, toda inmensidad, toda perfección y el bien absoluto; allí, nada; conocer esto, he ahí el fin del hombre… Estar eternamente inclinada sobre el doble abismo, ¡he aquí mi secreto!» (SANTA ANGELA DE FOLIGNO, trad. Helio, cap. 57).

[19] 1M 2,8..

[20] Ibid., 1, 1.

[21]  Ibid., 2, 8.

[22] Ibid., 1, 1.

[23] Ibid., 2, 1.

[24] Ibid., 1, 1.

[25] Vida 15, 2.

[26] Camino de perfección 31, 11.

[27] 5M 1,8.

[28] Ibid., 1, 1.

[29] 1M 2, 14.

[30] 2M 1, 2.

[31] De estas tendencias hay algunas fijadas en nosotros por herencia, que parecen tener siglos de existencia. Parece que resisten todos los asaltos y, aun mortificadas en todas sus manifestaciones exteriores, levantan, a veces, marejadas que parecen llevarse todo tras de sí.

[32] Subida del Monte Carmelo 1, 11, 4.

[33] Ibid., 1, 6, 5.

“Yo tampoco lo entiendo”

Recitado a la vida monástica

P. Jason Jorquera Meneses, IVE.

I

¿Cómo se entiende esta vida

-me preguntaba un amigo-,

que pone a Dios por testigo

de una existencia escondida

lo más que pueda, y decida

cerrarle al mundo la puerta;

al tiempo que desconcierta

la inclinación natural

de ceder cuando acecha el mal

o si arrecia la tormenta?

II

Y entonces me puse a pensar:

¿por qué Dios me habrá llamado?;

no por virtuoso probado

ni por ser muy ejemplar;

y tampoco por destacar

en piedad o devoción,

si más bien siempre fui bufón

y sin importarme mucho

de prudencia no ser ducho

cuando andaba de burlón.

III

Y así, comencé a indagar

otras posibles razones;

y mientras más reflexiones

menos podía encontrar

de mérito singular

para ser un elegido,

de aquellos pocos que han sido

apartados del mundo,

para vivir un fecundo

morir de la cruz prendido.

IV

¿Por qué escoger soledades?,

¿por qué huir de los hombres?,

¿por qué despreciar renombres,

aplausos y suavidades?

Oh, misteriosas verdades

que Dios mismo va tejiendo

en el alma poniendo

por su cuenta una elección,

cuya última intención

sólo Él sabe… y yo no entiendo.

V

Pues nunca se podrá entender

que a la simple creatura

el Amor sin mesura

la quiera consigo traer

de cerca, para esconder

en ella una vocación

de silencio y oración,

en favor del mundo entero,

recompensando al obrero

con su propia dilección.

VI

Qué antinomia tan oscura

por un lado, y por otro, luz:

oscura, porque en la cruz

sabe encontrar dulzura;

luminosa, porque cura

la ceguera del corazón

herido de cerrazón

por la culpa del pecado;

pero ahora renovado

por el Autor de la elección.

VII

Un silencio misterioso

para oír mejor la voz

del que invita a andar en pos

de su ejemplo bien copioso

de virtudes, y un ganoso

deseo de santidad,

cimentado en la humildad

de un pasar desapercibido,

cuanto pueda el que ha asumido

esta vida de piedad;

VIII

Oculto en el monasterio,

y viviendo agradecido

de que Dios le haya pedido

abrazar su magisterio

de amor, tomando en serio

el despojo y la renuncia,

el monje sereno anuncia

cuánto vale la pena

esta vida que refrena

al tentador que se pronuncia.

IX

Convertir en oración

la jornada, es sentencia

labradora de la esencia

monástica y arpón

contra el mal y su aguijón;

al mismo tiempo que aliento

que aferra a la Vid el sarmiento

mientras su unión se estrecha,

preparando la cosecha

que dará del uno el ciento.

X

El monje es trigo que muere

combatiendo firme, a diario,

todo afecto contrario

a la virtud que tanto quiere

alcanzar, por eso adhiere

su voluntad a la del Cielo,

despreciando hasta el consuelo

-si lo aleja del camino-

que le trazó el Divino

pa’ emprender junto a Él el vuelo.

XI

En esta entrega completa

de la propia libertad

no hay lugar a flojedad

porque la Gloria es la meta

que mantiene al alma inquieta,

trabajando sin parar

por llegar a conquistar,

en el ocaso de su vida,

la tierra prometida

al que se ocupa en amar.

XII

La vida contemplativa

no se entiende humanamente,

pues su razón y su fuente

es sólo un Dios que cautiva

la existencia; y que motiva

al corazón que eligió

para seguirlo, y apartó

por un designio secreto,

que mantiene discreto

hasta el final que Él trazó.

CELEBRANDO A SAN JUAN PABLO II EN BELÉN

Queridos amigos:
Escribía nuestro fundador que “Debemos instruir a nuestros fieles para que conozcan y amen a los Santos Patronos, dándoles el lugar de honor que les corresponde y llevando a cabo una pastoral articulada para conseguir esos objetivos.”; y si esto se dice respecto a las almas que nos han sido encomendadas, cuánto más debemos vivirlo nosotros como religiosos del Verbo Encarnado. Una característica especial de los patronos de nuestras comunidades es que se convierten automáticamente en modelos a seguir, y por lo tanto, san Juan Pablo II es nuestro gran modelo para imitar, no sólo en cuanto al título de “patrono” que le hemos dado dentro de nuestra familia religiosa, sino además -y sobre todo- en cuanto modelo de cómo debemos vivir nuestra consagración, enamorados afectiva y efectivamente de Jesucristo. Porque eso resume al Papa Magno: un alma enamorada de Jesucristo y de su Madre.
Gracias a Dios pudimos celebrar la santa Misa en honor de nuestro querido santo en Belén, junto con nuestra familia religiosa, participando a continuación de la cena festiva, como correspondía a la ocasión.
Agradecemos a Dios por sus beneficios siempre copiosos, y al Papa Magno por su intercesión desde el Cielo, así como a trodas las almas que rezan por nosotros desde la distancia, rezando por sus intenciones y las necesidades de la Iglesia en el mundo entero y la santificación de las almas.
Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.

PERO DIOS TENÍA OTROS PLANES…

UN REGALO MÁS DE LA DIVINA PROVIDENCIA
Queridos amigos:
Como enseña hermosamente el apóstol san Pablo, “todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Ro 8, 28), y esto se refiere tanto a los bienes como a los males que se constituyen en verdaderas pruebas purificadoras de nuestras almas: los bienes, para agradecérselos y fomentarlos, compartirlos y hacerlos fructificar en la medida de nuestras posibilidades; y los males para aprender a unirnos a la cruz de Cristo, para tener algo qué ofrecer y medir nuestra virtud en orden a acrecentarla durante el momento de la prueba. Pero de todo esto no estaremos seguros ni nos haremos partícipes tampoco sin un profundo espíritu de fe, que es la virtud teologal que nos permite ver la mano de Dios detrás de todas las cosas buscando nuestro bien, o mejor dicho “queriendo siempre nuestro bien”, y arreglándoselas para ofrecérnoslo siempre y cuando nosotros no le pongamos obstáculos. Pues bien, este año nuevamente estaríamos sin voluntarios para la cosecha de las aceitunas con las que hacemos el aceite para el monasterio, y que además podemos vender del excedente para contribuir a nuestro sustento (anteriormente tuvimos una pequeña ayuda, pero teniendo que pagar bastante); todo esto debido, principalmente, a la aún difícil situación para todos… pero Dios tenía otros planes: hace un tiempo habíamos conocido al agregado militar de Chile, al de Perú y algunos otros amigos de ellos que por motivos de trabajo se encuentran en Tierra Santa; e inmediatamente nos ofrecieron su ayuda para lo que necesitáramos, proponiendo ellos mismos una jornada de voluntariado en el monasterio. Fue así que después de un tiempo nos pusimos en contacto nuevamente y concretamos todo para este pasado sábado 16, en que agregados militares, sus familias y algunos amigos de Chile, Perú, Argentina, España, México y Honduras, llegaron por la mañana a participar de la santa Misa en honor de los dueños de casa, san Joaquín y santa Ana, ofreciéndonos ayuda desde el inicio en la preparación de todo (ya que al ser tantos había que preparar todo afuera pues no entrábamos todos en la capilla), incluyendo improvisar la capilla al centro de la basílica llevando todo lo necesario, limpiando sillas, ordenando y hasta dirigiendo los cantos para la santa Misa, la cual nos agradecieron mucho por lo importante que es este lugar santo para las familias, ya que ha sido santificado por la mismísima Sagrada Familia desde los abuelos hasta el mismo Jesucristo con la Virgen y san José y su paso por aquí.
Posteriormente nos preparamos con las ropas de trabajo y luego de un pequeño refrigerio nos pusimos manos a la obra todos juntos: grandes y chicos, laicos y monjes trabajando en un clima de gran alegría entre conversaciones muy interesantes y preguntas y respuestas que se convirtieron por fuerza en un hermoso apostolado.
Después de la cosecha nos esperaba un gran asado festivo con las familias, en el que además de compartir experiencias, y teniendo a más de un guitarrista cantor entre los voluntarios, comenzó la guitarreada con cantos típicos de los distintos países de nuestros nuevos amigos, para terminar después de un buen rato con el tradicional canto a la Virgen en acción de gracias y la bendición a todos los presentes luego de reiterarles nuestro agradecimiento e invitándolos para cuando quieran a la santa Misa en español que realizamos cada sábado a las 18:00 horas de acá; o a pasar algunos días de retiro en nuestra pequeña hospedería cuando lo deseen, con el compromiso de más de uno de regresar a visitar la casa de santa Ana y a los monjes que la cuidan.
Agradecemos como siempre a Dios, quien tenía otros planes para la cosecha de este año; y por supuesto a la Sagrada Familia y a las personas que rezan por nosotros, correspondiendo continuamente con nuestras oraciones por sus intenciones.
Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.
.

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado