La importancia de practicar la virtud
(“El joven cristiano instruido”, prólogo)
San Juan Bosco
Dos son los ardides principales de que se vale el demonio para alejar a los jóvenes de la virtud. El primero consiste en persuadirles de que el servicio del Señor exige una vida melancólica y exenta de toda diversión y placer. No es así, queridos jóvenes. Voy a indicaros un plan de vida cristiana que pueda manteneros alegres y contentos, haciéndoos conocer al mismo tiempo cuáles son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres, para que podáis exclamar con el santo profeta David: “Sirvamos al Señor con alegría”: Servite Domino in laetitia. Tal es el objeto de este devocionario; esto es, deciros cómo habéis de servir al Señor sin perder la alegría.
El otro ardid de que se vale el demonio para engañaros es haceros concebir una falsa esperanza de vida larga, persuadiéndoos de que tendréis tiempo de convertiros en la vejez o a la hora de la muerte. ¡Sabedlo, hijos míos, que así se han perdido infinidad de jóvenes! ¿Quién os asegura larga vida? ¿Podéis acaso hacer un pacto con la muerte para que os espere hasta una edad avanzada? Acordaos de que la vida y la muerte están en manos de Dios, quien puede disponer de ellas como le plazca.
Aun cuando quisiese el Señor concederos muchos años de vida, escuchad, no obstante, la advertencia que os dirige: “El hombre sigue en la vejez, y hasta la muerte, el mismo camino que ha emprendido en su adolescencia”: Adolescens iuxta viam suam etiam cum senuerit, non recedet ab ea. Esto significa que si empezamos temprano una vida cristiana, la continuaremos hasta la vejez y tendremos una muerte santa, que será el principio de nuestra bienaventuranza eterna. Si, por el contrario, nos conducimos mal en nuestra juventud, es muy probable que continuemos así hasta la muerte, momento terrible que decidirá nuestra eterna condenación. Para prevenir una desgracia tan irreparable, os ofrezco un método de vida corto y fácil, pero suficiente, para que podáis ser el consuelo de vuestros padres, buenos ciudadanos en la tierra y después felices poseedores del cielo.
Queridos jóvenes: os amo con todo mi corazón, y me basta que seáis aún de tierna edad para amaros con ardor. Hallaréis escritores mucho más virtuosos y doctos que yo, pero difícilmente encontraréis quien os ame en Jesucristo más que yo y que desee más vuestra felicidad. Y os amo particularmente porque en vuestros corazones conserváis aún el inapreciable tesoro de la virtud, con el cual lo tenéis todo, y cuya pérdida os haría los más infelices y desventurados del mundo.
Que el Señor sea siempre con vosotros y os conceda la gracia de poner en práctica mis consejos para poder salvar vuestras almas y aumentar así la gloria de Dios, único fin que me he propuesto al escribir este librito.
Que el cielo os dé largos años de vida feliz, y el santo temor de Dios sea siempre el gran tesoro que os colme de celestiales favores en el tiempo y en la eternidad.
Afmo. in C. J.