“SOMOS TEMPLOS DEL DIOS VIVO”

Pero Él hablaba del templo de su cuerpo – Jn 2, 13-22

Caput et mater omnium ecclesiarum. Este es el título que se da a la Basílica de San Juan de Letrán, situada en Roma a aproximadamente 6 km al sureste de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Es una fiesta del todo especial para nosotros cristianos católicos, y que conviene adentrarse un poco en la historia del templo para poder sacar provecho de la riqueza litúrgica que se nos propone hoy día nuestra Madre, la Iglesia.

En el año 313, en Milán, el emperador romano Constantino publica un edicto imperial que sería el propulsor de un cambio extraordinario en la vida política, civil y religiosa, no solamente del imperio sino de todo el occidente -influyendo también en las tierras más orientales del imperio-. En el edicto de Milán, el emperador Constantino concede a los cristianos la completa libertad para practicar su religión sin ser molestados. En otras palabras, los que desde hacía tres siglos venían sufriendo atroces persecuciones por parte de los emperadores romanos, ahora podrían ofrecer su culto sin ningún impedimento.

Este hecho fue la “coronación” de un evento que comenzó poco tiempo antes, en el año 312, cuando Constantino se preparaba para una batalla contra uno de sus principales rivales en el mando del imperio, Majencio. Mientras Constantino se preparaba y hacía los augurios, consultando a los dioses para “saber” o “conocer” su suerte en la batalla que se avecinaba, tuvo una revelación que le animó más a emprender la batalla. Según la narración de Eusebio de Cesarea, Constantino y su ejército fueron testigos de un hecho prodigioso: se les apareció una cruz coronada por las palabras In Hoc Signo Vinces (en este signo conquistarás). Es decir, la señal de la Cruz de Cristo sería el triunfo de Constantino. De este modo, Constantino ordenó colocar la cruz de los cristianos sobre los estandartes romanos y, al día siguiente, derrotó Majencio[1]. Es a este momento que se suele atribuir la conversión del emperador al cristianismo, aunque su bautismo oficial se dio solamente años más tarde poco antes de morir, en el año 337 d.C.

Este hecho es importante pues Majencio, este rival y adversario del emperador Constantino, tenía en su posesión, al sur de la ciudad de Roma, el cuartel de su guardia privada. Tras la victoria de Constantino en 312, el local pasó a dominios de Constantino, y en el 313, el emperador entregó el Palacio de Majencio, en Letrán, en manos del Papa Silvestre I. [Un pequeño detalle es que, el topónimo Letrán se siguió utilizando después simplemente porque anteriormente el terreno había pertenecido a la familia de los Lateranos.]

La basílica que se construiría ahí, llamada San Juan de Letrán (aunque este no era su nombre completo), fue la primera basílica cristiana construida expresamente para reunir a toda la comunidad cristiana en torno a su obispo. Por más de mil años esta será la sede pontificia que alojó a los papas hasta el exilio de Aviñón (1309, Papa Clemente V). Cuando entonces el Papa Gregorio XI regresa del exilio de Aviñón en 1377[2], la residencia pontificia fue establecida en el Vaticano. Como quedó mucho tiempo abandonada, la basílica de Letrán tuvo que ser enteramente restaurada, y lo llevó a cabo el Papa Sixto V muchos años después (1585). A partir de ahí se abrió un nuevo capítulo para este edificio, que básicamente es el que conocemos hoy día, con alguna pequeña variación.

Me parece bastante claro la importancia de esta fiesta, de la dedicación de esta basílica y lo que esto significó para el empuje del cristianismo, especialmente en todo el occidente, por lo que ahora me gustaría que considerásemos un poco otro aspecto, también histórico pero ahora en otro lugar de Roma, para que de ahí podamos llegar a uno de los principales motivos por los que podemos sacar muchos frutos de esta fiesta litúrgica.

Me refiero a un hallazgo arqueológico que se dio en Roma entre los años 1926 a 1929. A menos de 2 km al sureste de la Basílica de San Pedro y a casi 4 km al noroeste de la basílica de Letrán, tras la demolición de un barrio medieval preexistente en la zona, se encontró lo que es actualmente uno de los complejos arqueológicos más interesantes de la ciudad. Se encontró lo que sería una especie de área sagrada, que incluye los restos de cuatro templos paganos de la época republicana, es decir que están situados por vuelta del siglo III a.C sus hallazgos más antiguos. En la llamada Curia de Pompeyo, detrás de dos de estos templos, es donde se celebraban las sesiones del Senado de Roma y dónde en el año 44 a.C, Julio César fue apuñalado y murió. Estamos hablando de lo que hoy día se conoce como el Teatro Argentina, uno de los principales de Roma.

En estos templos paganos que se encontraron ahí, uno podría preguntarse -si mantiene la cabeza como estamos acostumbrados en la concepción de ‘templo’- cuántas personas entrarían en estos templos. Pero, hay que abstraer el modo nuestro de pensar en el templo. Para los paganos, los templos eran donde habitaban las divinidades. No es que se entraba en él para ofrecerles cultos, en verdad, esto se ofrecía desde afuera. Los sacrificios y demás actos de culto, eran ofrecidos afuera, mirando hacia el templo. De ahí viene el término Profanum, que del latim se compone de pro- (“delante de”) y fanum (“templo”). Es decir que los paganos, en su concepción del templo, jamás tendrían posibilidad de interiorizarse y considerar la existencia de un templo que no fuese simplemente la casa, el local donde habita alguna divinidad.

Con la dedicación de la basílica de Letrán, en el 326 d.C, el cristianismo vino a asentar sobre las bases antiguas del paganismo, una de las cosas más maravillosas que podemos considerar de nuestra fe. Sabemos que en la Iglesia, en el Templo o Casa de Dios, tenemos la presencia real, verdadera y sacramental de Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Dios y Señor, presente verdaderamente en el Augusto Sacramento que se custodia dentro de los sagrarios de innumerables templos alrededor de todo el mundo. Nosotros cristianos, nos dirigimos a los templos para honrar y venerar, adorar y también impetrar a Nuestro Dios, pero ya no hacemos como los paganos, nosotros fuimos admitidos a participar del gran misterio que ocurre dentro del Templo.

Cuando Jesús entregó su espíritu al Padre desde el alto del Gólgota, dice el Evangelista San Mateo: Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; […] (Cfr. Mt 27, 51). Ahí nos fueron abiertas las puertas para adentrar en el Santuario de Dios; Jesús entró primero, allá se mantiene -en el Cielo-, gloriosamente resucitado; en los sagrarios, sacramentalmente paciente en espera de nuestra presencia.

Pero no es solamente esto. San Cesáreo de Arlés, obispo, tiene un sermón[3] donde nos hace transponer a nuestra propia vida espiritual esta realidad de la presencia de Dios en el Templo. Dice el santo, haciendo alusión a un pasaje de San Pablo: “Pero nosotros debemos ser el templo vivo y verdadero de Dios. Con razón, sin embargo, celebran los pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia madre, ya que son conscientes de que por ella han renacido espiritualmente.”

Sigue diciendo más adelante: “Dios habita no sólo en templos construidos por hombres ni en casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente en el alma hecha a imagen de Dios y construida por Él mismo, que es su arquitecto. Por esto, dice el Apóstol Pablo: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. (Crf.  1Cor 3, 17).

Y ya que Cristo con su venida, arrojó de nuestros corazones al demonio para prepararse un templo en nosotros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras malas obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cristo. Como ya he dicho, antes de que Cristo nos redimiera éramos casa del demonio; después hemos llegado a ser casa de Dios, ya que Dios se ha dignado hacer de nosotros una morada para sí.”

Y para concluir, termina exhortando el santo: “Lo diré de una manera inteligible para todos: debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos encontrar dispuesta la Iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que tú entras en esta Iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: Habitaré y caminaré con ellos (Cfr. Lv 26, 11.12).”

Por esto, pidámosle a la Santísima Virgen María, ella que fue el primer Templo Vivo de Dios, tabernáculo purísimo del Altísimo entre los hombres, que nos auxilie y nos obtenga la gracia de ser verdaderamente templos vivos de Dios, y que nos demos cuenta, cada vez más, de que es muy necesario y útil para nosotros, tanto el dirigirnos al Templo, para honrar, venerar, adorar a nuestro Dios Salvador, como también el cuidar, preservar y mantener en orden nuestra propia alma, que es el Templo Vivo de Dios.

Ave María Purísima.

P. Harley Carneiro, IVE

[1] Cfr. https://www.basilicasangiovanni.va/es/san-giovanni-in-laterano/palazzo-lateranense/il-patriarchio-lateranense.html

 

[2] Cfr. https://www.basilicasangiovanni.va/es/san-giovanni-in-laterano/palazzo-lateranense/il-palazzo-di-sisto-v.html

 

[3] San Cesáreo de Arlés, obispo, Sermón 229

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