“Un apostolado del todo eficaz”

LA VIRTUD DE LA ABNEGACIÓN

P. Alfonso Torres

a) Termómetro del Espíritu

La abnegación es el termómetro del Espíritu a más abnegación, más fervor. El quicio de la vida sobrenatural está en la negación de nosotros mismos. Cuando quieran simplificar toda la doctrina espiritual, alta y baja y todas las manifestaciones de la vida espiritual grandes o pequeñas, hagan esto: redúzcala a este punto, y, alcanzado ese punto, la tendrán; ¡toda!

b) Secreto de la unión con Dios

El secreto de la vida de oración está en la abnegación propia, de modo que cuanto más purifiquemos el corazón más frutos sacaremos de ella. Nuestra unión con Dios será lo que sea nuestra abnegación y no lo será un punto más. No un modo de meditar determinado. Si no la perfecta abnegación es la que nos dispone para que Dios nos conceda sus dones. Cuando se adquiere la perfecta abnegación se adquieren juntamente con ella todas las virtudes.

c) Las dos vertientes de la abnegación

La abnegación es una palabra engañosa; produce en nosotros simplemente la impresión de sacrificio, la impresión de destrucción y otras cosas parecidas, cuando en realidad es ir a Dios, acercarnos a Dios, vivir en Dios; esta es la impresión que debe producir y por eso el alma que ya se ha negado a sí misma del todo y ya ha podido decir consumatum est, todo está consumado, después de esas palabras no tiene que decir más que estas otras:  Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, en ti me abandono, a ti me entrego por lo que dure esta vida terrena y durante toda la eternidad.

Eso que llamamos nosotros abnegación es algo que tiene dos aspectos: el uno negativo y el otro positivo. Nosotros insistimos en el aspecto negativo y ese es propiamente el que expresa la palabra abnegación. Negarnos a nosotros mismos, anonadarnos a nosotros mismos, este aspecto negativo tiene como una significación de ruina, de destrucción. Negarse a sí mismo es destruir muchas cosas, pero ese aspecto no es el único; no es la abnegación, un destruir por destruir y un negarse por negarse; es un edificar y es un afirmar. Cuando nosotros ejercitamos la abnegación, no hacemos más que acomodarnos a la voluntad de Dios, acomodarnos a la propia gloria de Dios saliendo de nuestra propia voluntad, acomodarnos a los designios de Dios saliendo de nuestra propia veleidad. Cada paso que damos para alejarnos de nosotros es un paso que damos para acercarnos a Dios y cada cosa que se derrumba en nosotros es algo que se edifica en Dios. Ese negarse a sí mismo equivale a aceptar, a cumplir en todo la voluntad del Señor. No hay alma abnegada, sino ha cumplido la voluntad de Dios. No hay alma que cumpla la voluntad de Dios, sino es abnegada.

La perfecta abnegación no es más que la expresión negativa para designar la perfecta caridad.

d) Oscuridad y luz

La senda que lleva a la plena posesión del tesoro escondido es la senda de la perfecta abnegación, y no hay senda más oscura para el alma que esa de la perfecta abnegación. Llegar a conocer, pero llegar a conocer con un conocimiento vivo que reforme y cambie el corazón, porque en la perfecta abnegación de sí mismo está el secreto para encontrar el tesoro del reino de los Cielos, y para tomar de él plena posesión es cosa oscurísima.

Es realmente fácil negarnos a nosotros mismos en lo que cae hacia afuera; pero en lo que cae hacia adentro -en eso que forma la vida íntima nuestra, en eso que forma la vida de nuestro corazón y de nuestro espíritu, en esos sentimientos tan hondos que parece que llegan a regiones misteriosas de la propia alma- es mucho más difícil.

El alma que llega a esta abnegación nunca es un alma vacía, es un alma llenísima. Las épocas que hay en la vida de los Santos en que andan como en el crepúsculo de la santidad son las épocas en que no habían llegado a la perfecta abnegación; pero cuando habían llegado a esa abnegación, se sentían como inundados de Dios y como repletos de toda la verdadera dicha, viviendo aún en medio de las tinieblas exteriores como en un verdadero cielo interior.

e) Vivir totalmente para Dios

Por muchas vueltas que demos a los caminos espirituales, siempre vendremos a parar en esto: que, para seguir a Cristo y encontrarle en la intimidad de la unión, hay que cumplir aquella palabra en que nos exhorta a negarnos a nosotros mismos; porque el mismo Señor lo dijo: el que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo (Mt 16, 24). Ahora bien, quizá no hay ninguna virtud que tan directa y profundamente imprima en las almas la abnegación, que tan radicalmente haga al hombre salir de sí mismo, como la virtud de la humildad.

La abnegación completa, verdadera, ha de ser de tal manera que Dios pueda quitarnos lo que quiera y ponernos donde quiera y exigirnos el sacrificio que quiera; que nosotros seamos como cera blanda en sus manos, amoldándonos a su querer, sin que nuestros propios deseos o repugnancias, nuestras propias aficiones o dificultades, cuenten para nada; sin que yo vuelva siquiera los ojos a mirarme. Esa es la abnegación completa y ése es morir en el surco.

f) Palabra también para hoy

La abnegación es la palabra de salud en la hora presente, porque es la verdadera demolición de los ídolos que renacen. No me refiero a los ídolos de los impíos, sino a los ídolos de los buenos.

Cierto que el mundo no tiene oídos para huir esa doctrina de la perfecta abnegación, que juzga demasiado pesimista; cierto que quienes queremos andar por los caminos del espíritu tenemos miedo a un despojo tan radical; pero cierto también que todos necesitamos oír esa palabra aterradora, y tanto más lo necesitamos cuanto más cerremos los oídos a ella.

¿Por qué no hemos de recomendar el apostolado de la abnegación? Les aseguro, sin temor de equivocarme, que no creo habría un apostolado más eficaz. Figúrense lo que sería hacer abnegadas a las almas que tratamos. Sería santificarlas, ponerlas por derecho en los caminos de Dios. No se puede pedir más. Además, tiene la ventaja ese apostolado de que el mundo no lo glorifica, y, por lo mismo, no lo profana ni marchita. No tiene las manifestaciones externas, llamativas, de otros apostolados, pues su acción se desarrolla, en el secreto del corazón. Sólo lo ve Dios, y no tiene el peligro de que lo profanen los hombres.

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