4ª Estación: Jesús se encuentra con su santísima Madre
Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos,
que por tu santa cruz redimiste al mundo
¡Cuán hermosa y triste escena ante mis ojos!
¡Virgen Santa, digna madre del Cordero!,
soportando ver a tu hijo entre despojos
tu alma gime, mas tu amor se queda entero.
Sus miradas como el oro se fundieron
entre lágrimas de madre en fuego tierno;
corazones que en amor juntos latieron;
palpitar que aquel día se hizo eterno.
Jesús entre insolencias y humillaciones, entre gritos y salivazos, entre el pretorio y el Calvario es acompañado fielmente por su Madre que intenta con grandes esfuerzos llegar a Él… hasta que finalmente lo consigue. Serán tan sólo unos instantes, pero bastarán para tomar con sus inmaculadas y virginales manos de madre aquellas llagadas, ensangrentadas y temblorosas manos de su Hijo que vio crecer entre las suyas y que tanto recién nacido como ahora besa con ternura angelical.
¿Quién conforta a quién? se pregunta el cielo, ¿acaso no van muriendo los dos? interrogan los ángeles, pero María santísima simplemente responde con sus lágrimas: Oh, vosotros cuantos pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada” (Lam 1,2).
Contempla, alma mía, cómo ambas miradas se compenetraron, ambos corazones latieron juntos y ambos aceptaron con misteriosa y santa resignación la voluntad divina del Padre; porque ambos vivían con el alma puesta en el cielo: ¿dónde pones tú los ojos?, ¿dónde pones tus amores?, ¿en el cielo o en la tierra?
Virgen castísima, madre del Cristo sufriente, alcánzame la gracia, te lo ruego, de convertir las amarguras de mi camino en esperanza y consuelo poniendo siempre la mirada de mi alma en las alturas de la eternidad.
(Padre Nuestro, Ave María o Gloria)
P. Jason Jorquera M.