En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión9, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar.
- Recuerdo que me pediste, y yo convine en ello, que había de escribir algo para ti acerca de la oración. Ahora que ese Dios a quien oramos me ayuda y tengo tiempo y oportunidad, voy a pagar mi deuda y ponerme al servicio de tu piadoso deseo en la caridad de Cristo. No puedo explicar con palabras el gozo que me causó tu petición, pues en ella reconocí lo mucho que te preocupas por tan alto negocio. ¿Qué ventaja mayor pudo ofrecerte tu viudez que la constancia en la oración de día y de noche, según el aviso del Apóstol, que dice:La que es verdaderamente viuda y desolada, espere en el Señor y persista en la oración de día y de noche?1Puede causar extrañeza el que, siendo, según este siglo, noble, rica, madre de numerosa familia, viuda en el siglo, aunque no desolada, haya llegado a ocupar tu espíritu y a reinar en él esa preocupación de orar; pero es porque prudentemente entiendes que en este mundo y en esta vida no hay alma que pueda vivir segura.
- Quien te infundió ese pensamiento, hace contigo, sin duda, lo que hizo con sus discípulos. Entristecidos quedaron, no por sí mismos, sino por el género humano, y desesperanzados de la salvación de todos, al oír que era más fácil que un camello entrara por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. El Señor les hizo una portentosa y benigna promesa: que para Dios era fácil lo que para los hombres era imposible2. Pues aquel para quien es fácil hacer entrar a un rico en el reino de los cielos te inspiró esa piadosa solicitud, sobre la cual te decidiste a preguntarme cómo has de orar. Cuando todavía estaba Jesús en la carne, envió al rico Zaqueo al reino de los cielos. Resucitado y glorificado, después de la Ascensión, hizo que muchos ricos desdeñasen este siglo, repartiéndoles el Espíritu Santo, y aun los hizo más ricos poniendo fin a su codicia de riquezas ¿Cómo te preocuparías tú de orar a Dios si no esperases en Él? ¿Y cómo esperarías en Él si esperases en lo incierto de las riquezas y despreciases el precepto del Apóstol? Dijo, pues, el Apóstol:Manda a los ricos de este mundo que no se jacten de su saber ni esperen en lo incierto de las riquezas, sino en Dios vivo, que nos da de todo abundantemente para gozarlo; para que sean ricos en obras buenas y repartan con facilidad y comuniquen y se atesoren un fundamento bueno para el futuro, para que conquisten la vida eterna3.
- Debes, pues, por el amor de la vida verdadera, considerarte desolada en el siglo, sea cualquiera la felicidad que te envuelva. En conformidad con aquella vida verdadera (en cuya comparación esta que tanto se ama, por muy alegre y larga que sea, no merece el nombre de vida) es también verdadero el consuelo que el Señor promete por el profeta, diciendo:Le daré un consuelo verdadero, paz sobre paz4.Sin ese consuelo, en todos los otros consuelos más se encuentra desolación que consolación. Porque las riquezas y las cumbres de los honores y las demás vanidades con que se juzgan felices los mortales, por no conocer aquella verdadera felicidad, ¿qué consolación brindan, cuando en ellas es más importante no necesitar que sobresalir, cuando atormentan, después de adquiridas, con el temor de perderlas, mucho más que con el ardor de poseerlas cuando aún no se tienen? Con tales bienes no se hacen buenos los hombres; los que se hicieron buenos por otra parte, hacen por el buen uso que ellas sean bienes. No está en ellas el verdadero consuelo, sino más bien allí donde está la verdadera vida, puesto que es necesario que el hombre se haga bienaventurado con lo mismo que se hace bueno.
- Parece que los hombres buenos brindan en esta vida no pequeños consuelos. Si la pobreza aprieta, si el luto entristece, si el dolor corporal atormenta, si acongoja el destierro, si cualquiera calamidad angustia, hay hombres buenos que no sólo saben alegrarse con los que se alegran, sino también llorar con los que lloran5, y saben hablar y conversar amablemente. Suavizan no poco las asperezas, alivian las cargas, ayudan a superar las adversidades; pero en ellos y por ellos obra aquel que los hace buenos con su Espíritu6. Por el contrario, si las riquezas abundan y ninguna orfandad sobreviene, si hay salud en la carne y habitación incólume en la patria, pues en ella hay también hombres malos de quienes nada puede fiarse, de quienes se temen y soportan el fraude, el dolo, los arrebatos, las discordias y las traiciones, ¿acaso no se convierten en amargas y duras todas aquellas riquezas? ¿Acaso se encuentra en ellas parte dulce o alegre? En todos los negocios humanos, nada es grato para el hombre si no tiene por amigo al hombre. ¿Quién puede hallarse que sea tan buen amigo, que podamos tener en esta vida seguridad cierta de su intención y de sus costumbres? Como nadie se conoce a sí mismo, tampoco unos a otros se conocen; y nadie se conoce a sí mismo hasta el punto de estar seguro de su conducta en el siguiente día. Por eso, aunque muchos sean conocidos por sus obras7y otros muchos alegren a los prójimos con su buena conducta, otros muchos los entristecen con la suya mala. Por esa ignorancia e incertidumbre del ánimo humano, nos amonesta justamente el Apóstol a que no juzguemosantes de tiempo, hasta que venga el Señor, e iluminará los secretos de las tinieblas, y manifestará los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios8.
- En estas tinieblas de la vida presente, en las que peregrinamos lejos del Señor, mientras caminamos por la fe y no por la visión9, debe el alma cristiana considerarse desolada, para que no cese de orar. Aprenda en las divinas y santas Escrituras a dirigir a ellas la vista de la fe como a una lámpara colocada en un tenebroso lugar hasta que nazca el día y el lucero brille en nuestros corazones10. Como una fuente inefable de ese resplandor es aquella luz, que reluce en las tinieblas11de tal modo que las tinieblas no la envuelven. Para verla hemos de limpiar nuestros corazones por medio de la fe12, puesbienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios13, y sabemos que cuando apareciere seremos semejantes a El, porque le veremos como El es14. Entonces habrá verdadera vida tras la muerte, y verdadero consuelo tras la desolación. Aquella vida eximirá a nuestra alma de la muerte, y aquel consuelo librará nuestros ojos de las lágrimas. Y pues allí no habrá tentación alguna, sigue diciendo el Salmo: Y librará mis pies de la caída. Pues si no hay ya tentación, tampoco habrá oración; porque no cabrá allí esperanza del bien prometido, sino goce pleno del bien otorgado. Por eso sigue diciendo: Agradaré al Señor en la región de los vivos15, en que entonces estaremos, no en el desierto de los muertos, en que ahora estamos. Porque estáis muertos, dice el Apóstol, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; mas cuando apareciere Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis vosotros con él en la gloria16. Esa es la verdadera vida, que los ricos deben conquistar con sus buenas obras, según tienen mandado. Una viuda desolada, aunque tenga muchos hijos y nietos y lleve piadosamente su casa, procurando que todos los suyos pongan su esperanza en Dios17, tiene que decir con este consuelo en la oración: Mi alma tuvo sed de ti; ¡cuánto te desea mi carne en esta tierra desierta, y sin camino, y sin agua!18 Esto es esta vida moribunda, por muchos consuelos humanos que la rodeen, por muchos compañeros de camino que tenga, por mucha abundancia de cosas que la llenen. Bien sabes cuan inciertas son todas las delicias. Y en comparación de aquella felicidad prometida, ¿qué podrían ser, aunque no fuesen inciertas?
- Te digo esto porque has solicitado mis palabras, tú, una viuda rica y noble, madre de numerosa familia, acerca de la oración; te invito a que te sientas desolada en medio de todos los que permanecen contigo en esta vida y te atienden, porque todavía no has alcanzado aquella vida en la que se da el verdadero y cierto consuelo, donde se cumplirá lo que está escrito por el profeta:Por la mañana nos saciamos de tu misericordia y nos hemos alegrado y regocijado en todos nuestros días. Nos hemos congratulado por los días en que nos humillaste, por los años en que vimos la adversidad19.
De la carta 130 de San Agustín a Proba