Blanco de Tentaciones

Una importante consideración para el contemplativo…

P. Bernardo Ibarra, IVE.

El cielo se veía cubierto de parpadeantes estrellas que intentaban suplir la luz lunar que se ausentaba. Y en el fondo de una celda una llama bailaba mientras consumía una vieja vela. Ni las estrellas ni la llama podían iluminar la oscura noche que se cernía sobre el antiguo monasterio, y menos aún la que invadía esa pobre celda.

De puntiaguda capucha y de ascética presencia un hombre cubría sus ojos con sus lastimadas manos. En su escritorio un libro yacía abierto esperando a su lector que no hacía más que suspirar y  combatir.

« ¡Qué monotonía de días! ¡Qué horario agobiante! ¡Qué rutina esclavizante!» pensaba para sí el hombre de ojos sepultados. Ya no aguantaba más el vivir encerrado por horas en cuatro pálidas paredes, o trabajar la tierra sin fruto alguno, o cantar siempre los mismos salmos.

Y a la vez se decía « ¡cuántas cosas por hacer allí afuera! ¡Cuántas almas necesitan sacramentos! Mi vida es una pérdida de tiempo»… y levantando su rostro lloró.

Lloró porque pensaba que no valía la pena encerrarse, que no servía vivir enclaustrado, que su vida sería un malgasto de su sacerdocio, que nunca podría consolar al triste, enseñar al que no sabe…; porque quería salir al mundo a predicar a los cuatro vientos y embarcarse en misiones emblemáticas.

Y de entre las paredes  pudo verse espesas brumas negras brotando que intentaban ahogar al monje; era la misma tentación.

Quitó las manos de su rostro y se levantó del duro lecho en que estaba sentado. Cerró el libro y se quitó la capucha, y fue en ese momento cuando las negras brumas tomaron más fuerzas e hicieron del monje un pobre castillo sitiado por feroces turbas. Y para peor se quitó el escapulario…parecía no tener salvación.

Sus ojos estaban completamente empapados y su alma en plena batalla…deseaba irse de ¡aquellos espantosos lugares, de aquellas salas de torturas, de aquellos hombres de mortífera presencia!

Y sin darse cuenta elevó sus ojos y vio aquella cruz ya olvidada que coronaba la celda…y la tentación fue vencida.

Tomó su silla, se paró en ella y llegando a aquella cruz sucia de telas de arañas la besó, y la tomó en sus manos. Y su memoria voló a años pasados recordando  la historia de aquella cruz sin crucificado.

-¿Así que quieres hacerte monje?-

– Así es padre Abad- le contestó con ilusión juvenil

-¿Y estas preparado…?- le preguntó sin poder terminar la pregunta pues el postulante le interrumpió diciendo – claro  que estoy preparado-

-Pero ¿estás preparado para ser Blanco de Tentaciones?-

Bajó la mirada y no supo que contestar

Y agregó el Abad –mira, cuando estés abrumado por la tentación, eleva los ojos a esta cruz que colgará de tu celda- le decía mientras de su escritorio sacaba un antigua cruz española – y al ver que está vacía de crucificado piensa que allí debes estar crucificado y que no va hacer sino la misma tentación la que allí te crucifique y la que te haga sudar sangre…-

Y siguió diciendo  –y cuando vistas tu armadura blanca, encuentra en ella tu baluarte, tu castillo…porque, aunque es sólo un paño, está bendito y es tu vestimenta de combate. Protégete en ella, nunca te la quites pues en el monasterio serás blanco de tentaciones.-

Y el monje volviendo a colocarse su escapulario y su capucha tomó la cruz y sobre ella talló una frase que hoy reza crucificado en esta cruz soy blanco de tentaciones y me hago uno con mi Dios que vence en el desierto que triunfa en el huerto…

A Jesucristo en el Huerto de los Olivos

Poesía cuaresmal

P. Jason Jorquera Meneses

 

¿Qué puedo hacer Señor,

viéndote así, sufriendo?;

oh torrente de dolor,

en tu corazón, latiendo,

“con denodado amor”.

 

Y es que sólo un amor denodado

es capaz de amar tanto:

si no, ¿cómo “hacerse condenado”

el Inocente en vil quebranto

y no morir de espanto?,

 

Pues tu alma amante casi muere

mas no de espanto sino de pena,

al asumir la culpa ajena

entre divinos quereres

y encadenado,

¡mas no por hierros,

sino por un amor sacrificado!

***

Y en la resolución de tu amor,

aquel empapado en sufrimientos

que no apagan su candor,

brota como una flor

de tus labios, casi gimiendo,

una plegaria de amor

que al eterno Padre alcanza

penetrando sus entrañas,

como en tu corazón la lanza

entrará sin artimañas:

 

“Yo te ruego, Padre mío,

que este cáliz se aparte de mí,

mas no se haga lo que te pido,

que a tu voluntad me fío;

haz lo que quieras de mí”.

 

Oh amor abnegado

que desbordas al Cordero

de Dios, encarnado,

con sudor de sangre fiero,

sangre que baña el vestido

del que bañará el madero.

 

Señor, quisiera detenerte,

mas no puedo, no soy fuerte,

que el pecado me ha herido

con su mancha cruel de muerte

dejándome cautivo…

hasta que Tú cambies mi suerte.

 

Qué paradoja Señor:

no quieres que te detenga,

pero… ¡si yo he sido el autor

de este mal que en Ti se venga!

¿cómo entre tanto dolor

sigue decidido tu amor?

***

Cargas Tú, mi buen Jesús,

todos los pecados del mundo.

Ya se clava tu alma en la cruz

con el penar más profundo:

la ingratitud de los hombres

y el Padre que se esconde…

 

Vas Señor a la pasión

animado de un tierno valor,

que sobrepuja el horror

de morir sin compasión

por los que sin corazón

somos causa de tu dolor.

 

Oh misterioso Amador,

que abrazado de despojos,

haciendo del pecador

las pupilas de tus ojos,

pudiéndolo condenar,

en vez, ocupas su lugar;

 

¡oh resuelto de amores!,

¡oh Cordero callado!,

¡oh Varón de dolores!

¡oh Corazón traspasado!…

 

Es tanta tu soledad

que dejó venir el Cielo,

a fuerza de piedad,

un ángel a dar consuelo

a tu herida humanidad;

mas poco está el compañero

celeste a tu lado,

dejándote prisionero

de tu amor determinado,

que libera del pecado

a los hombres traicioneros.

 

***

Pese a tales tormentos

no detienes tu andar,

pues no derrocha sufrimientos

el que sólo sabe de amar

a los que vino a salvar;

 

y es así, que te hiciste ofrenda

por nosotros, al Padre, agradable,

dejándole como prenda

una entrega irreprochable:

la de Tu Vida, la más amable,

la de un amor probado;

que sediento de amadores

invita a los pecadores,

con su sangre conquistados,

a acompañarlo en su agonía

para reinar con Él un día.

 

Señor, que vas a morir

por darme a mí la vida,

deja que mi alma herida

se quede junto a ti

para siempre asida;

 

que llore mis pecados,

los que hicieron tu tristeza,

mas que me ande con presteza

siempre a tu lado,

abrazado a tu grandeza;

 

y apelando a tu compasión

te suplico, mi Señor:

regálame un corazón

enamorado de tu pasión,

dispuesto a cualquier dolor,

¡como el tuyo, Dios amante!,

con sólo tu Cielo delante…

¡y con denodado amor!

 

Amén.