A Jesucristo en el Huerto de los Olivos

Poesía cuaresmal

P. Jason Jorquera Meneses

 

¿Qué puedo hacer Señor,

viéndote así, sufriendo?;

oh torrente de dolor,

en tu corazón, latiendo,

“con denodado amor”.

 

Y es que sólo un amor denodado

es capaz de amar tanto:

si no, ¿cómo “hacerse condenado”

el Inocente en vil quebranto

y no morir de espanto?,

 

Pues tu alma amante casi muere

mas no de espanto sino de pena,

al asumir la culpa ajena

entre divinos quereres

y encadenado,

¡mas no por hierros,

sino por un amor sacrificado!

***

Y en la resolución de tu amor,

aquel empapado en sufrimientos

que no apagan su candor,

brota como una flor

de tus labios, casi gimiendo,

una plegaria de amor

que al eterno Padre alcanza

penetrando sus entrañas,

como en tu corazón la lanza

entrará sin artimañas:

 

“Yo te ruego, Padre mío,

que este cáliz se aparte de mí,

mas no se haga lo que te pido,

que a tu voluntad me fío;

haz lo que quieras de mí”.

 

Oh amor abnegado

que desbordas al Cordero

de Dios, encarnado,

con sudor de sangre fiero,

sangre que baña el vestido

del que bañará el madero.

 

Señor, quisiera detenerte,

mas no puedo, no soy fuerte,

que el pecado me ha herido

con su mancha cruel de muerte

dejándome cautivo…

hasta que Tú cambies mi suerte.

 

Qué paradoja Señor:

no quieres que te detenga,

pero… ¡si yo he sido el autor

de este mal que en Ti se venga!

¿cómo entre tanto dolor

sigue decidido tu amor?

***

Cargas Tú, mi buen Jesús,

todos los pecados del mundo.

Ya se clava tu alma en la cruz

con el penar más profundo:

la ingratitud de los hombres

y el Padre que se esconde…

 

Vas Señor a la pasión

animado de un tierno valor,

que sobrepuja el horror

de morir sin compasión

por los que sin corazón

somos causa de tu dolor.

 

Oh misterioso Amador,

que abrazado de despojos,

haciendo del pecador

las pupilas de tus ojos,

pudiéndolo condenar,

en vez, ocupas su lugar;

 

¡oh resuelto de amores!,

¡oh Cordero callado!,

¡oh Varón de dolores!

¡oh Corazón traspasado!…

 

Es tanta tu soledad

que dejó venir el Cielo,

a fuerza de piedad,

un ángel a dar consuelo

a tu herida humanidad;

mas poco está el compañero

celeste a tu lado,

dejándote prisionero

de tu amor determinado,

que libera del pecado

a los hombres traicioneros.

 

***

Pese a tales tormentos

no detienes tu andar,

pues no derrocha sufrimientos

el que sólo sabe de amar

a los que vino a salvar;

 

y es así, que te hiciste ofrenda

por nosotros, al Padre, agradable,

dejándole como prenda

una entrega irreprochable:

la de Tu Vida, la más amable,

la de un amor probado;

que sediento de amadores

invita a los pecadores,

con su sangre conquistados,

a acompañarlo en su agonía

para reinar con Él un día.

 

Señor, que vas a morir

por darme a mí la vida,

deja que mi alma herida

se quede junto a ti

para siempre asida;

 

que llore mis pecados,

los que hicieron tu tristeza,

mas que me ande con presteza

siempre a tu lado,

abrazado a tu grandeza;

 

y apelando a tu compasión

te suplico, mi Señor:

regálame un corazón

enamorado de tu pasión,

dispuesto a cualquier dolor,

¡como el tuyo, Dios amante!,

con sólo tu Cielo delante…

¡y con denodado amor!

 

Amén.