“San José y san Francisco, finalmente en la capilla”

“Desde la casa de santa Ana”

 

Queridos amigos:

Hace un par de años nos regalaron dos hermosas y significativas imágenes: san José con el Niñito Jesús, a quien tanto le debemos, comenzando por su atento cuidado del Hijo de Dios y su madre, además de innumerables gracias para nuestra comunidad; y san Francisco de Asís, santo fundador gracias al cual hoy en día los padres y hermanos franciscanos han podido mantener tantos santos lugares, con quienes tenemos un trato verdaderamente familiar y en la misma liturgia cuando podemos. Pues bien, había un inconveniente más: estaban en bastante mal estado, pero pese a eso los recibimos gustosos esperando la oportunidad de mandarlos a restaurar, lo cual debido a diversas circunstancias se nos hizo sumamente difícil… hasta ahora, en que por gracia de Dios se pudo concretar. Luego de haber recibido las imágenes, con las extremidades faltantes restauradas, las partes agrietadas reparadas y con la notable nueva viveza de sus colores, solamente nos faltaban los pedestales, los cuales ayer pudimos recibir, hechos y terminados hermosamente en Belén y traídos directamente a la casa de santa Ana. Y para celebrar de manera especial este día de la Asunción del Señor (celebrado hoy jueves en esta parte, aunque por motivos pastorales se traslada a veces al Domingo), además recibimos la visita del P. Carlos Ferrero, nuestro Provincial (quien concelebró la santa Misa en la capilla con “los nuevos integrantes”), junto con el P. Marcelo Gallardo, para compartir un tiempo en familia.
Agradecemos como siempre a Dios, que tiene sus tiempos y sus razones para obrar, permitiéndonos ser partícipes de estos “pequeños detalles” que podrán contemplar los peregrinos cuando regresen a visitar los santos lugares; y también agradecemos sus oraciones por nuestro sencillo monasterio, y que desde acá correspondemos con las nuestras.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.

Reacción cristiana ante la angustia

¿Qué hacer, Señor?…

San Alberto Hurtado

 

  El alma que se ha purificado en el amor con frecuencia es atormentada por la angustia. No la angustia de su propia suerte: tiene demasiado amor, espera profundamente, como para detenerse en la consideración de sus propios males. Él se sabe pequeño y débil, pero buscado por Dios y amado de Él…

Es la miseria del mundo la que le angustia. La locura de los hombres, su ignorancia, sus ambiciones, sus cobardías, el egoísmo de los pueblos, el egoísmo de las clases, la obstinación de la burguesía que no comprende, su mediocridad moral, el llamado ardiente y puro de las masas, la vista tan corta, a veces el odio de sus jefes. El olvido de la justicia. La inmensidad de ranchos y pocilgas. Los salarios insuficientes o mal utilizados. El alcoholismo, la tuberculosis, la sífilis, la promiscuidad, el aire impuro. El espectáculo banal, el espectáculo carnal, tantos bares, tantos cafés dudosos, tanta necesidad de olvido, tanta evasión, tanto desperdicio de las formas de la vida. Tanta mediocridad en los ricos como en los pobres. Una humanidad loca, que se aturde con música barata y que luego se bate.

El alma se siente sobrecogida por una gran angustia. La miseria del mundo, que se ha ido a vivir en su alma, tortura el alma. El corazón va como a estallar. Ya no puede más. Las entrañas se aprietan, la angustia sube del corazón y estrecha la garganta.

¿Qué hacer, Señor? ¿Hay que declararse impotente, aceptar la derrota, gritar: sálvese quien pueda? ¿Hay que apartarse de este arroyo mal oliente? ¿Hay que escaparse de este delirio?

No. Todos estos hombres son mis hermanos queridos, todos sin excepción alguna. Esperan que se los ilumine. Necesitan la Buena Nueva. Están dispuestos a recibir la comunicación del Espíritu, con tal que se les comunique; con tal que haya alguien que por ellos haya pensado, haya llorado, haya amado; con tal que haya alguien que esté cerca de ellos muy cerca para comprenderlos y echarlos a caminar; con tal que haya alguien que, antes que nada, ame apasionadamente la verdad y la justicia, y que las viva intensamente.

Con tal que haya alguien que sea capaz de liberarlos, de ayudarlos a descubrir su propia riqueza, la que está oculta en su interior, en la luz verdadera, en la alegría fraternal, en deseo profundo de Dios.

Con tal que quien quiera ayudarlos haya reflexionado bastante para captar todo el universo en su mirada, el universo que busca a Dios, el universo que lleva el hombre para hacerlo llegar a Dios, mediante la ayuda mutua de los hermanos, hechos para amarse, para cooperar en el reparto equitativo de las cargas y de los frutos; mediante el análisis de la realidad sobre la cual hay que operar, por la previsión de los éxitos y de las derrotas, por la intervención inteligente, por la sabiduría política en fin reconquistada, por la adhesión a toda verdad; por la adhesión a Cristo en la fe. Por la esperanza. Por el don pleno de mí mismo a Dios y a la humanidad, y de todos aquellos a los cuales voy a llevar el mensaje y a encender la llama de la verdad y del amor.

Documento del Padre Hurtado redactado en París, en noviembre de 1947.