Un escudo más para el Sagrado Corazón de Jesús

“Debemos ser Escudos del Sagrado Corazón”

P. Esteban Olivares, IVE.

“— ¿Crees que, aunque tú no hagas nada, como dice el mundo, puedes ayudar a salvarlo?

Los ojos de Esteban se iluminaron.

—Estoy profundamente convencido de que nosotros ayudamos a salvar el mundo; y sé perfectamente que el mundo está convencido de que nada hacemos. Es el caso de que aquellos que nada hacen, salvan el mundo.

—Bien. Ahora quiero convencerte de que tú y toda la comunidad pueden también salvar a Cristo.

— ¿Salvar a Cristo? —repitió Esteban con asombro— y, ¿de qué?

— ¡De ser nuevamente atravesado por la lanza! Debemos ser Escudos del Sagrado Corazón, Esteban, pues el Sagrado Corazón necesita escudos. De todos lados parten saetas, dirigidos a ese Sagrado Pecho[1].

Creo que no pocos de nosotros hemos vivido el despertar de grandes ideales al leer por primera vez este diálogo entre el abad Alberico y el monje Esteban Harding, en la conocida obra Tres monjes rebeldes del padre Raymond. Y es que Dios, a través de numerosos medios (incluyendo una novela hagiográfica), nos inspira a realizar por Él grandes cosas.

Esta imagen está aquí presentada de un modo poético, novelado, pero tiene mucho de realidad en nuestras vidas.

Debemos ser Escudos del Sagrado Corazón, pues el Sagrado Corazón necesita escudos.

El Diccionario de la Real Academia tiene algunas acepciones de la palabra escudo. Es una palabra que viene del latín: scutum. Solamente me quiero detener en tres de las acepciones que trae el Diccionario:

*1 La primera acepción es: un Arma defensiva, que se lleva embrazada, para cubrirse y resguardarse de las armas ofensivas y de otras agresiones.

Cada contemplativo se tiene que dejar tomar por Jesús, Jesús tiene que tener un absoluto dominio en nuestras vidas, que él nos tome y se proteja de todas las agresiones de este mundo pecador. Tiene que ser nuestro ideal como religiosos contemplativos.

¡Qué bueno sería que Jesús se cubra con nuestras vidas!, porque él sepa que estamos dispuestos a ser despedazados por el mal, antes que dejar que un hombre quiera dañar su Corazón Sacratísimo con el pecado.

*2 La segunda acepción de esta palabra que tomaremos es: escudo como Amparo, defensa, protección.

En la Sagrada Escritura David dice: “Yahveh, mi roca, y mi baluarte, mi liberador, mi Dios, la peña en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio…” (2Sam 22, 2).

¿Por qué no cambiamos los personajes?

Que Dios, conociendo nuestra disposición de proteger su Corazón, diga de cada uno de nosotros: “Este contemplativo, es la peña en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio…”.

*3 La tercera acepción de la palabra escudo es: Persona o cosa que se utiliza como protección.

Toda nuestra vida, tiene que estar ordenada a proteger el corazón de Jesús que constantemente se ve asediado de pecados de toda la humanidad. Como contemplativos debemos considerar muchas veces esto: somos escudos del Sagrado Corazón; y por eso debemos salvar con nuestras vidas nuevamente a Cristo. Nuestra vida escondida, de silencio y de retiro, es un escudo para el Corazón divino de nuestro Redentor que es tan atacado en el mundo. Con nuestra vida podemos salvar nuevamente a Cristo que vive en cada alma en gracia.

Eso mismo es lo que hace vivir en nosotros estas palabras de nuestro Directorio:

“No puede el monje que dice amar a Dios olvidarse de su prójimo, porque el amor a Dios encierra en sí el amor a los hermanos, ya que ‘la caridad es única’”[2].

“Por tanto el monje que ‘busca verdaderamente a Dios’, deberá necesariamente participar del ardiente amor de Cristo por las almas: ‘Conscientemente o no, el alma que busca verdaderamente a Dios es por lo mismo apóstol’. Es decir que ‘el monje será apóstol siendo monje’. ‘Su deber, así como su principal negocio, es consagrarse a Dios en virtud de una función, por decirlo así, oficial, como víctimas y hostias propiciatorias por su salvación y la del prójimo’”[3].

El Corazón de Jesús busca, en medio de los ataques que recibe de tantos lados y todo el tiempo, refugiarse en nuestras pobres oraciones, en nuestras horas de adoración frente al Santísimo Sacramento, en nuestra vida de trabajo en silencio, en nuestra vida de retiro, apartados de todo mundanal ruido.

Hoy, más que nunca, el Sagrado Corazón de Jesús necesita almas que quieran ser escudos de Él, almas que estén dispuestas a sufrir cualquier ataque con tal de protegerle, a fin de que Cristo viva en cada alma encomendada a nuestras oraciones.

El Corazón de Jesús busca almas que estén dispuestas a sufrir el ataque de la incomprensión, el martirio de buscar vivir radicalmente todos los votos, almas que sólo quieran morir, dándole ese lugar de refugio al Corazón de Jesús.

Creo que este deseo de ser escudos del Sagrado Corazón entra en unión con ese ideal tan generoso que logró vivir san Francisco Marto, santo que nuestro fundador quiso que sea modelo de todo contemplativo de nuestra Familia Religiosa. Ya que deseamos ser escudos, sólo para dar algo de consuelo al Corazón de Jesús. En su libro sobre la Virgen de Fátima el padre nos decía:

“Aquí repito, particularmente a las contemplativas y contemplativos de nuestros Institutos, que nuestra vida religiosa puede ser de muy poco triunfo, de mucha incomprensión, de falta de reconocimiento incluso por parte de los mismos hermanos; finalmente, pasar la vida metidos en un monasterio, ignorados del mundo, poco importa, si nosotros llegamos a hacer la experiencia de unión mística con Dios, si nosotros llegamos a ser el consuelo de Jesús”[4].

Toda esta breve y simple reflexión me sirve a modo de introducción para contar con gran alegría a toda la Familia Religiosa que por gracia de Dios uno de los nuestros en la solemnidad del Sagrado Corazón pudo recibir el hábito monástico. Se trata del Hno. Joel, uno más que con alegría y generosidad se ofrece a Dios como escudo del Sagrado Corazón. Un religioso más que con la gracia de Dios quiere dar alivio al Divino Corazón tan golpeado por los pecadores. Un religioso más que con su vida de silencio, de oración y penitencia, quiere convertirse en un escudo que protege al Corazón de Jesús.

El Hno. Joel es el primer Hermano religioso de las tierras de Brasil que vestirá el hábito monástico del Instituto del Verbo Encarnado, lo cual nos lleva a todos como provincia religiosa, en este año jubilar, a dar gracias a Dios por todos los beneficios que estamos recibiendo desde la fundación del monasterio San Miguel Arcángel en las tierras de la Santa Cruz. Pedimos oraciones por él, por su santificación, y para que siga Dios dando abundantes y santas vocaciones monásticas para nuestra Familia Religiosa.

Sao Pablo, Brasil ,19 de junio de 2020

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 

“Rompiendo el vaso de alabastro…” (Mc. 14,3)

También hoy, nosotros quedamos sin palabras al ser testigos del ingreso a la clausura, de almas que quieren consagrarse a Dios en el estado de vida contemplativa.

 

Hna. María del Niño Jesús, SSVM

“María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor del ungüento” (Jn. 12,3).

La acción realizada por esta mujer trascendió el tiempo, de tal modo que podemos decir que el perfume del ungüento llega hasta nuestros días. La promesa hecha por Cristo “En verdad os digo, donde quiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo se hablará de lo que ésta ha hecho…”[1], se cumple no sólo, cuando escuchamos o leemos este pasaje evangélico, sino también cuando esta actitud encuentra eco en el corazón de un alma contemplativa.

La obstinada actitud de María al quebrar el frasco de alabastro y derramarlo sobre los pies y la cabeza de Cristo, sin importarle el gran precio del perfume, sin importarle la opinión de los comensales, sin preocuparse por su propia persona; y la actitud de Cristo en defenderla, en corregir la opinión de sus discípulos, en alabar la actitud de María, hasta querer proclamarla por todo el mundo, no pueden menos que llamar nuestra atención.

También hoy, hombres y mujeres derraman su existencia hasta “romper el vaso de alabastro”, sin reservarse absolutamente nada, sino que lo donan todo, o mejor aún, se donan del todo con un derroche que a la vista de muchos parece exagerado. Pero es que esa existencia ¿no podría haberse gastado para los pobres? Sin embargo, ellos descubrieron que aquí hay Alguien Mayor, el que da vida y alimento a todos los pobres, y sólo quieren ungir a Este Señor, perfumando con sus oraciones y sacrificios, con su silenciosa y amorosa contemplación, toda la casa de la Santa Iglesia.

También hoy, Cristo sentencia “ha hecho una buena obra conmigo”, “ha hecho lo que ha podido, anticipándose a ungir mi cuerpo”. Y ¿quién podrá reprochar a Cristo esta defensa? No hay más protestas, todos quedan en silencio, aspirando el perfume del nardo purísimo.

También hoy, nosotros quedamos sin palabras al ser testigos del ingreso a la clausura, de almas que quieren consagrarse a Dios en el estado de vida contemplativa. Vemos que están dispuestas a sortear todo tipo de obstáculo con tal de llegarse a los pies de Cristo y estarse allí con Él, vemos que su amor las lleva a romper el vaso de alabastro para derramar su existencia en alabanza de la Trinidad Santísima, pues están convencidas de que “oran y viven por la Iglesia, y a menudo obtienen para su vitalidad y su progreso gracias y ayudas celestiales muy superiores a las que se realizan con la acción”[2], por eso se dedican a ungir el Cuerpo Místico de Cristo con ese nardo purísimo de la oración y del sacrificio. Ungen los pies y la cabeza; los pies, derramando el perfume de sus oraciones sobre los miembros de la Iglesia que son misioneros; y la cabeza, cuando oran por aquellos miembros eminentes, sobre todo por Pedro, el príncipe de los apóstoles.

Dando gracias a Dios porque sigue inspirando la unción de Betania en nuestros días, pedimos oraciones por los consagrados de vida contemplativa, especialmente por las dos postulantes que ingresaron este domingo, para que perseveren con gran generosidad en esta vocación especial dentro de nuestra Familia Religiosa, pues, como dice San Juan Pablo Magno: “Conviene, en este momento, recordar que la respuesta a la vocación contemplativa implica grandes sacrificios, en especial la renuncia a una actividad directamente apostólica, que hoy particularmente parece tan connatural a la mayoría de los cristianos, tanto hombres como mujeres. Los contemplativos se dedican al culto del Eterno y «ofrecen a Dios el magnífico sacrificio de alabanza» (Perfectae caritatis, 7), en un estado de oblación personal tan elevado que exige una vocación especial…”[3].

En el Verbo Encarnado y María Santísima.

María del Niño Jesús.

Solemnidad de la Santísima Trinidad

07/06/2020

UN CORPUS CHRISTI DIFERENTE…

Desde la casa de santa Ana…

 

Ciertamente que hoy es un día especial: es Domingo, día del Señor, pero uno de aquellos domingos que “poseen un nombre más largo”, como el “Domingo de la Divina Misericordia” o el “Domingo del buen Pastor”. Hoy celebramos el cumplimiento de una promesa, la constatación de una victoria y un milagro demasiado grande que se contiene en pequeño: hoy es el Domingo de Corpus Christi; en que la promesa de Jesucristo de “permanecer con nosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20), su victoria sobre el pecado y sobre la muerte y su maravillosa y redentora iniciativa de hacerse por nosotros “Pan de vida” (Jn 6,35), se sintetizan y se nos comunican en la Sagrada Eucaristía: Jesucristo mismo hecho sacramento por amor a los hombres, ofreciéndose a ellos como pan de eternidad y don del Cielo, presente en todos los sagrarios del mundo y esperando nuestra compañía y nuestra recepción, es decir, quedándose “con nosotros y entre nosotros”. Y, siendo que cada solemnidad es en sí misma especial, esta vez fue algo diferente…

No se dieron las condiciones como para hacer una gran procesión, como se acostumbra (de hecho, finalmente no tuvimos feligreses); y, sin embargo, hicimos lo que pudimos porque el fin es siempre el mismo: darle gloria a Dios; con lo que se tenga y como se pueda, no importa si a veces es poco, el resto lo debe suplir la buena voluntad. Así que luego de la santa Misa, expusimos el Santísimo Sacramento e hicimos de todas maneras la procesión: Jesucristo sacramentado abriendo camino, yo sosteniéndolo en la custodia y el hermano Cristóbal con el turíbulo llevando el incienso, ambos cantando y rezando hasta la mesita preparada para la bendición. Debo decir que justo antes de salir de la capilla pensé fugazmente en los emocionantes ejemplos que tantas veces nos contaban los misioneros que pasaban por el seminario así que ellos me entenderán; en lo que implica para el misionero “querer ofrecer más”, querer llenar para Dios las iglesias, querer que sean más y más las almas que participen de la liturgia y aprovechen los sacramentos… pero por diversas circunstancias, a veces -especialmente en las misiones que recién comienzan-, esto sencillamente no se puede; lo cual si bien por una parte duele, por otra es un gran incentivo para seguir rezando, sacrificarse y trabajar más intensamente el la misión, donde a menudo nos encontramos con limitaciones; pero con la confianza necesaria para seguir delante pues la obra no es nuestra sino de Dios; y mientras uno ponga los medios correspondientes, Él mismo se encargará de todo lo demás y de la manera que Él quiera, pues Él conoce sus tiempos… tal vez el próximo año seamos más, no lo sé, pero lo que sí sabemos, especialmente estando en tierra de misión, es que al igual que en la procesión Eucarística, “Jesucristo sabe abrirse camino”. Del misionero depende la entrega cada vez más profunda a Dios y dejar el resto en sus manos.

Este Corpus Christi fue diferente, fue más íntimo… dos monjes católicos en un lugar donde la creencia es otra, y, sin embargo, rezando y dando gloria a Dios con lo poco que tenían: ¡qué gran bendición! Ya regresarán los peregrinos, Dios sabe cuándo, pero mientras tanto hay que esperar buscando la santidad… y ese “mientras tanto” implica toda nuestra vida.

Finalmente, la bendición Eucarística, luego de rezar las letanías del Santísimo Sacramento, se dirigió hacia toda Galilea desde el patio del monasterio, prolongando así la bendición que hace 2000 años recibió esta tierra al recibir al Hijo de Dios que entraba con su cuerpo humano y su redención en este mundo, para llegar desde aquí a todas partes hecho sacramento por medio la Iglesia y sus misioneros.

Dios los bendiga; seguimos rezando por sus intenciones y a sus oraciones, como siempre, nos encomendamos.

Desde la casa de santa Ana

“TRABAJOS EN EL MONASTERIO”
(Nueva cruz para el jardín)

“En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los «nuevos cielos y otra tierra nueva», los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el mundo. A través del cansancio y jamás sin él. Esto confirma, por una parte, lo indispensable de la cruz en la espiritualidad del trabajo humano; pero, por otra parte, se descubre en esta cruz y fatiga, un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo: con el trabajo entendido en profundidad y bajo todos sus aspectos, y jamás sin él.” (San Juan Pablo II)

Queridos amigos:
Queremos agradecer sus oraciones y mensajes por el monasterio y junto con ello compartirles algunas fotos de los últimos trabajos, como la nueva cruz -más alta-, ya que la anterior se había deteriorado mucho por ser de madera vieja, al punto de caerse.

Ciertamente que el mantenimiento del lugar es trabajo de todo el año, pero poder realizarlo es siempre motivo para agradecer y seguir pidiendo oraciones, especialmente por la fidelidad de todos los consagrados, para que seamos fieles a la misión que Dios nos ha encomendado, a cada uno de nosotros, y que podamos así seguir correspondiendo con nuestras oraciones y frecimientos por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero.

Con nuestra bendición, en Cristo y María:
Monjes del Monasterio de la Sagrada Familia,
Séforis, Tierra Santa.

Monjes contemplativos del Instituto del Verbo Encarnado