¿Qué hacer, Señor?…
San Alberto Hurtado
El alma que se ha purificado en el amor con frecuencia es atormentada por la angustia. No la angustia de su propia suerte: tiene demasiado amor, espera profundamente, como para detenerse en la consideración de sus propios males. Él se sabe pequeño y débil, pero buscado por Dios y amado de Él…
Es la miseria del mundo la que le angustia. La locura de los hombres, su ignorancia, sus ambiciones, sus cobardías, el egoísmo de los pueblos, el egoísmo de las clases, la obstinación de la burguesía que no comprende, su mediocridad moral, el llamado ardiente y puro de las masas, la vista tan corta, a veces el odio de sus jefes. El olvido de la justicia. La inmensidad de ranchos y pocilgas. Los salarios insuficientes o mal utilizados. El alcoholismo, la tuberculosis, la sífilis, la promiscuidad, el aire impuro. El espectáculo banal, el espectáculo carnal, tantos bares, tantos cafés dudosos, tanta necesidad de olvido, tanta evasión, tanto desperdicio de las formas de la vida. Tanta mediocridad en los ricos como en los pobres. Una humanidad loca, que se aturde con música barata y que luego se bate.
El alma se siente sobrecogida por una gran angustia. La miseria del mundo, que se ha ido a vivir en su alma, tortura el alma. El corazón va como a estallar. Ya no puede más. Las entrañas se aprietan, la angustia sube del corazón y estrecha la garganta.
¿Qué hacer, Señor? ¿Hay que declararse impotente, aceptar la derrota, gritar: sálvese quien pueda? ¿Hay que apartarse de este arroyo mal oliente? ¿Hay que escaparse de este delirio?
No. Todos estos hombres son mis hermanos queridos, todos sin excepción alguna. Esperan que se los ilumine. Necesitan la Buena Nueva. Están dispuestos a recibir la comunicación del Espíritu, con tal que se les comunique; con tal que haya alguien que por ellos haya pensado, haya llorado, haya amado; con tal que haya alguien que esté cerca de ellos muy cerca para comprenderlos y echarlos a caminar; con tal que haya alguien que, antes que nada, ame apasionadamente la verdad y la justicia, y que las viva intensamente.
Con tal que haya alguien que sea capaz de liberarlos, de ayudarlos a descubrir su propia riqueza, la que está oculta en su interior, en la luz verdadera, en la alegría fraternal, en deseo profundo de Dios.
Con tal que quien quiera ayudarlos haya reflexionado bastante para captar todo el universo en su mirada, el universo que busca a Dios, el universo que lleva el hombre para hacerlo llegar a Dios, mediante la ayuda mutua de los hermanos, hechos para amarse, para cooperar en el reparto equitativo de las cargas y de los frutos; mediante el análisis de la realidad sobre la cual hay que operar, por la previsión de los éxitos y de las derrotas, por la intervención inteligente, por la sabiduría política en fin reconquistada, por la adhesión a toda verdad; por la adhesión a Cristo en la fe. Por la esperanza. Por el don pleno de mí mismo a Dios y a la humanidad, y de todos aquellos a los cuales voy a llevar el mensaje y a encender la llama de la verdad y del amor.
Documento del Padre Hurtado redactado en París, en noviembre de 1947.