Reflexión Navideña
Escribía san Agustín: “Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a la eternidad.”
Nosotros sabemos bien que, desde la Encarnación hasta su Ascensión, toda la vida de nuestro Señor Jesucristo es mucho más de lo que vemos (o leemos); y que cada una de sus acciones (gestos, palabras, decisiones, etc.), siempre van más allá de lo que ven nuestros ojos terrenales; como en la multiplicación de los panes, en que nos da a entender que con lo poco se puede hacer mucho cuando se confía en Dios, o como hoy que nos enseña que a Dios a veces se lo encuentra donde menos se lo espera, como en un pesebre…, o en una cruz especial, una gran dificultad, en nuestra lucha por alcanzar las virtudes o escondido detrás de los defectos de nuestro prójimo esperando que practiquemos con él la caridad… Como sea, en este día tan importante para nosotros y para el mundo entero, creyentes o no, perseguidos o perseguidores, virtuosos o mediocres (da igual en este caso, porque sea como sea Jesucristo ya cambió la historia); la invitación que se nos propone es la aprender a ver “más allá del pesebre”, en que el Hijo de Dios quiso nacer pobre y humilde, para entrar así en el mundo, sí, pero trayendo consigo una nueva realidad que está, justamente, “más allá del pesebre”… porque esta entrada humilde en extremo, como sabemos, nos dice mucho más, ya que nos presenta de manera plástica, gráfica -si se quiere-, lo que realmente ha venido a hacer Dios al mundo y que es el hecho de querer comenzar a “formar parte de nuestra historia personal”, estableciendo una relación espiritual (y, por lo tanto, sumamente real), entre Él que es Dios y nosotros que somos sus creaturas. Es decir, que Jesucristo nace en el mundo como anticipo y prefiguración de su nacimiento en nuestros corazones, pero de manera efectiva y “llena de consecuencias” que podemos constatar en nuestra vida espiritual. Porque quien deja a Jesucristo reinar su corazón, pero de verdad, sin quitarle las riendas de su vida, ciertamente podrá gozar de la asimilación paulatina de su Rey; así como también se nota cuando un alma se antepone a las inspiraciones que Dios le hace; especialmente con el egoísmo que directamente lo echa afuera.
Más allá del pesebre hay un Dios bueno que no se escandaliza de nuestra miseria y nuestros defectos (como nosotros a veces hacemos con los de los demás); más allá del pesebre hay un verdadero nacimiento espiritual de Jesucristo en el alma dócil a buscar la santidad; más allá del pesebre está toda la grandeza de Dios que nos muestra cómo es capaz de esconderse “en lo pequeño y los pequeños” pero sin dejar por esto de obrar grandemente en favor de las almas; y más allá del pesebre también, hay un designio eterno en el que -como hemos dicho-, todo depende de la relación personal que establezcamos con Jesucristo, que desde su nacimiento nos enseña las virtudes del anonadamiento, siempre agradables a Él y capaces de obrar en nosotros nuestra santificación.
Se preguntaba san Bernardo: “¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros?” … y ese “por nosotros”, como sabemos, es la clave para comenzar a corresponder a Dios y construir una sólida relación con Él; porque tanto es lo que Dios hace por nosotros, que a nosotros nos toca en nuestra vida hacer algo también por Él, y ese algo es buscar imitar a Jesucristo que hoy nos muestra hasta dónde está dispuesto a llegar para llevarnos a Él, como en la humildad del pesebre, queriendo que veamos y descubramos “el designio que se esconde más allá de lo que ven las almas de mirada superficial”, y le correspondamos, cada cual según descubra lo que Él le pide en su intimidad con Él, que es Dios.
Habiéndonos concedido Dios la gracia enorme de celebrar la santa Misa del Navidad en el lugar bendito que recibiera a su Hijo hace poco más de 2000 años, agradecemos este hermoso regalo invitándolos a considerar las profundas palabras de san Juan Pablo II, ante este decisivo acontecimiento que celebramos durante toda esta octava de Navidad: “Contemplemos con María el rostro de Cristo: en aquel Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre (cf. Lc 2, 7), es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (cf Lc 1, 79). María lo contempla, lo acaricia y lo arropa, interrogándose sobre el sentido de los prodigios que rodean el misterio de la Navidad.”
P. Jason Jorquera M.