¡Feliz el vientre que te llevó!
P. Gustavo Pascual, IVE.
Jesús estaba enseñando cuando una mujer de entre el gentío bendijo a su madre. Lo hizo al estilo oriental “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!”.
Esta bendición va dirigida a María. “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso”[2]. Dios ha hecho a María madre de Jesús, pero más aún, la ha hecho madre de Dios.
María por su fidelidad a la vocación de Dios ha merecido ser su madre, título nobilísimo que la exalta sobre todo el linaje humano y sobre todas las madres.
La mujer bendijo a la madre de Jesús sin sospechar que era la madre de Dios. Reconocía la grandeza de las palabras y de la vida de Jesús, pero lo creía sólo un hombre y bendijo con esa bendición peculiar a su madre ausente, o quizá presente allí entre la multitud. No dice nada el Evangelio.
Lo más probable que María estuviese allí porque el suceso ocurre en Jerusalén, en la última subida de Jesús a la Ciudad Santa y María estuvo allí ya que acompañó a su Hijo en la pasión y hasta la cruz[3], quedándose allí hasta Pentecostés[4].
Lo que es seguro que María acompañaba a Jesús en su ministerio por Galilea. La encontramos en Caná[5] y también cuando con otros parientes buscan a Jesús[6].
Estuviese o no María, a ella iba dirigida esta bendición. Si estaba presente se regocijaría por su Hijo, ya que la gloria de los padres son los hijos buenos. Pero, en la réplica de Jesús podríamos notar, en un primer momento, un cierto menosprecio a su madre por su condición de madre, o quizá mejor, una postergación de su maternidad respecto de sus discípulos fieles.
A decir verdad, la Virgen se regocijaría también por ser discípula de su Hijo. La primera discípula, la discípula más fiel, la que escuchaba la palabra y la cumplía con toda perfección.
Además, sabía que lo que decía su Hijo era lo verdadero. Mayor valor es seguir los consejos, la enseñanza de Jesús, que toda otra obra por más grande que sea. Más santifica cumplir al pie de la letra la voluntad del Señor que cualquier título que se tenga por vocación y por gracia.
Jesús no rechazó a su madre en la respuesta pero puso como mayor dicha y gozo el ser discípulo fiel suyo que el ser pariente carnal suyo aunque, en este caso, se trataba de un parentesco principal, la maternidad.
María es más dichosa por su fe activa[7] que por ser madre de Jesús. Ya reconoció esto su prima: “dichosa la que ha creído”, porque por ser madre tuvo que dar su asentimiento de fe manifestado en su “hágase”, y recién entonces comenzó a ser madre de Jesús, madre de Dios.
Sin la fidelidad de María al anuncio del ángel, es decir, su vocación divina, no hubiese sido la madre del Verbo Encarnado.
Jesús quiere que seamos discípulos fieles. Que escuchemos su palabra y la cumplamos. Que nuestra fe este viva y responda incondicionalmente al querer divino.
Y al responder Jesús a la mujer aquella puso como modelo a su madre, la discípula más fiel. María es dichosa por ser madre de Dios pero más dichosa por ser discípula fiel, por ser “la esclava del Señor”.
Las miradas se volverían con complacencia a la madre de Jesús que allí estaba y verían en su rostro una sonrisa que expresaba el gozo inmenso de estar entre los oyentes de su Hijo escuchándolo y siguiéndolo.
[1] Lc 11, 27
[2] Lc 2, 48-49
[3] Jn 19, 25
[4] Hch 1, 14
[5] Jn 2, 1
[6] Mc 3, 31
[7] Ga 5, 6